ENTREVISTA

Joan Roca: “Las decisiones que tomemos ahora sobre qué y cómo comemos serán determinantes para el futuro del planeta”

Matías de Diego

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¿Cómo será el futuro de la alimentación? En un contexto en el que los gigantes de la industria ya empiezan a dar por muertas las cocinas, hay que preguntarse hacia dónde vamos. ¿Seguiremos cocinando dentro de diez años? ¿Cómo impactarán los ultraprocesados en nuestro estilo de vida? ¿Hemos llegado ya a la era de los platos preparados?

“Se come mejor que antes”, dice con cierto optimismo Joan Roca (Girona, 1964) –dueño con sus hermanos del restaurante El Celler de Can Roca en Girona, España, y con tres estrellas Michelin– cuando se le pide un diagnóstico sobre la salud de nuestras cocinas. Aunque ese optimismo desaparece cuando llega el ‘pero’. Siempre hay un ‘pero’, un reproche. “Quizás el único reparo es que estamos poniendo gran parte de nuestra alimentación en manos de la industria alimentaria”.

Los hermanos Roca —Joan, Josep y Jordi— aprendieron de sus padres el gusto por la cocina. El valor del territorio y la tradición, aunque sin renunciar a la creatividad y a la ciencia. “Debemos entender la alimentación como un concepto y la cocina como una manera de transformar una serie de productos desde la ciencia”, explica el mayor de los hermanos a elDiario.es por videoconferencia desde El Celler de Can Roca.

–¿Qué es comer bien?

–Comer bien es comer sano y de forma placentera. La comida tiene que ser nutritiva, sabrosa y bonita, pero también es importante que nos sintamos bien comiendo. Que nos reconforte. Que los sabores estén bien balanceados y que podamos conectar con nuestra memoria. Recuperar aromas que hemos vivido, que hemos comido, que nos llevan a un lugar determinado. El efecto [magdalena de] Proust o, mejor, el efecto Ratatouille. Ratatouille consiguió explicar de forma muy bonita cómo un plato puede ser un billete en el tiempo que nos lleve a nuestra infancia. Comer bien es eso.

–¿Se come bien en las casas?

–Se come mejor que antes. Quizás el único reparo es que estamos poniendo gran parte de nuestra alimentación en manos de la industria alimentaria. Está muy bien que esa industria exista y que nos ayude a preparar un caldo o una base, pero también es muy importante que cocinemos. Cocinar productos frescos, no todo procesado. Aun así, creo que en España se come bien porque hay una cultura gastronómica que se mantiene y que se busca. Una cultura de la que también se trata de recuperar sabores, como un buen guiso o un buen estofado.

–¿No hemos perdido ya un poco de nuestra cultura gastronómica? Ahora es más complicado, por ejemplo, conocer a gente que controle las temporadas o sepa trabajar un pescado.

–Sí, es cierto. Se ha ido perdiendo por razones diversas, sobre todo porque hay una pérdida de contacto con los mercados. Allí es donde podemos encontrarnos con los productos de proximidad y lo que nos de una noción del momento del año en el que nos encontramos. Los supermercados han ido incorporando productos de otros lugares, de otras latitudes, y no puedes saber si las cerezas de diciembre son de aquí o de allí… No quiero iniciar una guerra con los supermercados. Ellos hacen su labor y está muy bien. Pero la idea del mercado municipal al que llegaban los productos de los agricultores de los alrededores se está perdiendo. Se está perdiendo la idea del producto de proximidad, lo que hace que tengamos menos conocimiento sobre lo que comemos y de dónde viene aquello que comemos. Este es un problema de las ciudades. A medida que crecen pierden la noción de lo que se produce cerca de ellas. Impactaríamos mucho menos en el medio ambiente si no tuviésemos que transportar materias primas de un lado al otro del planeta.

–Los dueños de Mercadona y Ebro Foods, la compañía dueña de arroz Sos, Brillante o pastas Garofalo, defienden que las casas del futuro no tendrán cocinas. Que el consumo de platos preparados se va a seguir disparando.

–Y tienen razón. Los supermercados y la industria alimentaria van a seguir cocinando para muchas familias, ya lo están haciendo cada vez más. La clave va a estar en qué medida. Yo no creo que vaya a ser tanto. La actividad de las cocinas se va a mantener porque es algo cultural y algo que tiene mucho que ver con la relación que tienes con las personas que viven en tu casa. Cocinar es un acto de amor, es transmitir cariño y afecto, y esto se va a preservar. Las cocinas se van a seguir utilizando, quizás menos pero seguirán ahí. Otra cosa es que combinemos el aprovechar algo que nos prepara esa industria, ya sean bases, caldos o alguna otra elaboración, y lo acabemos y cocinemos en casa.

–¿Se mitifica en exceso la cocina de la abuela?

–Es posible. Lo que pasa es que cuando hablamos ‘de la abuela’ estamos hablando de nuestra memoria. Nadie hará mejor un plato que te hacía tu abuela, por muy buen cocinero que sea o por muchas estrellas [Michelin] que tenga. Nunca lo igualará porque el de tu abuela forma parte de tu memoria. Y eso lo tenemos mitificado.

–¿Habría que incorporar alguna asignatura de cocina y nutrición en los colegios?

–Sí. Creo firmemente que deberíamos dedicar nuestros esfuerzos a esto. Es muy importante que los niños aprendan nutrición, aprendan cocina, y que, a través de ella, que es una disciplina muy transversal, aprendan qué representa el hecho de alimentarse, sobre todo en temas de su salud y de la salud del planeta. Debemos entender la alimentación como un concepto y la cocina como una manera de transformar una serie de productos desde la ciencia. Perfectamente se podría ir a una cocina, como se va a un laboratorio, para enseñar la coagulación de la proteína, los salazones o los encurtidos. Si aprenden a cocinar, aprenderán cuáles son los productos de temporada y conocerán qué se produce cerca de sus casas, la proximidad. Aprenderán a comprar, a manipular alimentos, a aprovecharlos y a evitar el desperdicio alimentario. Aprenderán a alimentarse de una forma más racional, más sana y más inteligente.

–¿Cree que sería fácil incorporarlo?

–Sería fácil, sí, porque la cocina es una ciencia: es química. Todas las elaboraciones que se producen en una cocina son transformaciones químicas. Se está haciendo ya en muchas escuelas de países nórdicos o en Japón, en lugares donde la cocina se considera una parte importante de la cultura y entienden que es una forma de preservar el futuro y la salud de las personas y del planeta. Las decisiones que tomemos ahora sobre qué compramos, qué comemos y cómo lo comemos serán determinantes para el futuro del planeta. Por eso es importantísimo que tengamos en cuenta este tipo de conocimiento y esta formación. Les será más útil que mucho conocimiento que se les está dando hoy. No quiero decir que el que reciben no sea importante, pero este es imprescindible.

Estamos poniendo gran parte de nuestra alimentación en manos de la industria alimentaria. Está muy bien que esa industria exista y que nos ayude a preparar un caldo o una base, pero también es muy importante que cocinemos

–¿Entonces por qué no se hace?

–No lo sé… Y no soy el único cocinero que lo dice ni la única persona que avala estas tesis. Entiendo que no se hace porque no somos lo suficientemente valientes como para cambiar unos diseños curriculares ya establecidos. No queremos modificar libros de texto ni manuales ni lo que hemos enseñado durante años. Es un gran cambio y todos los cambios cuestan, pero debemos insistir en su importancia. También hay una corriente que tiende a denostar la cocina cuando lo primero que deberíamos entender es que es pura ciencia. Con Las deliciosas aventuras de los hermanos Roca (Destino, 2021), por ejemplo, intentamos explicar en un libro todas las recetas desde una perspectiva científica. En un laboratorio se puede cuajar un flan o la proteína de un huevo. ¡Caramba, eso es un experimento y una forma de cocinar! Todo este conocimiento puede ser muy, muy, muy útil para ti y para saber relacionarte con lo que comes y comerás.

–¿Se puede frenar el desperdicio alimentario en un mundo de derroche?

–Es evitable, sí. Todos deberíamos entender esto y, sobre todo, actuar. No estamos acostumbrados a darle importancia a la comida que tiramos, que es también un tema de salud financiera, ¿no? Compramos desordenadamente, sin planificar, y no usamos todo lo que compramos… Se tira muchísima comida. El 30% de la comida. Deberíamos tener todos muy presente este tema por una cuestión de responsabilidad. Por lo que veo en mis hijos, parece que los jóvenes lo están entendiendo bien. Ellos están muy preocupados tanto por reciclar adecuadamente como por aprovechar. Quizás debamos ser más insistentes, pero creo que en ese sentido sí que hay una buena concienciación. El mensaje cala. Pero creo que en un mundo en el que hay gente que pasa hambre esto no nos lo podemos permitir como sociedad.

–¿Cuál debería ser el alimento o ingrediente indispensable de nuestra despensa?

–Las especias. Me gusta mucho cocinar con ellas porque ofrecen la posibilidad de que haya juego, matices. También las legumbres, que son una parte clave de nuestra dieta.

–¿A Joan Roca le pesan los reconocimientos?

–Los llevo con la máxima naturalidad posible, intentando normalizar todo esto y quitarle peso. Que no sean el lastre que podrían llegar a ser. Los hermanos [Roca] lo hemos trabajado mucho esto. Hemos intentado que el éxito no nos hiciera daño, sobre todo en esas etapas en las que todo el mundo te idolatra y puedes llegar a creerte que eres el mejor del mundo en algo. Nos ha venido muy bien seguir viviendo en el barrio en el que crecimos y seguir yendo a Can Roca a comer a mediodía.

–¿Suelen comer siempre allí?

–Sí. En Can Roca comemos el menú del día, que es muy equilibrado y tiene un gran componente emocional. Comemos hoy lo que comíamos cuando éramos pequeños cada día de la semana. Sabemos que es jueves porque hay arroz a la cazuela; viernes porque hay canelones; miércoles, estofado con patatas. Es un menú que nos conecta con nuestra memoria y que, al tiempo, nos permite tener una dieta equilibrada. Siempre intento aplicar algo de sentido común a mi alimentación. También, según la edad, voy teniendo en cuenta parámetros distintos. Es importante prestarle atención a lo que comemos y a cómo lo comemos. Darle tiempo a la comida.

En un mundo en el que hay gente que pasa hambre no nos podemos permitir el desperdicio alimentario

–¿Antes no se lo daba?

–Bueno, he estado muchísimos años comiendo de pie en la cocina de Can Roca. Mi madre lo hacía así porque a las doce, que era la hora a la que subíamos, todo el personal está almorzando y ella se quedaba moviendo las cazuelas. Comíamos de pie porque mi madre estaba de pie. Ahora nos lo tomamos con un poco más de filosofía y dándole el tiempo necesario. Una de las cosas que hemos ganado en estos años es que la gente ya conoce la pirámide de los alimentos. Ya sabe lo que conviene comer más y lo que conviene comer menos, qué técnicas de cocción son más sanas. Puedes comer fritos, por supuesto, pero no cada día ni muy a menudo. Tienes que comer más pescado, más verduras, más frutas y más proteínas que sean fáciles de asimilar.

–¿Cómo ve las asociaciones de grandes chefs con empresas de comida rápida?

–Creo que cada uno puede hacer lo que quiera. Me parece bien en la medida en que los cocineros pueden ayudar con su conocimiento a mejorar esa comida o a la industria alimentaria…

–¿Y no desvirtúa la imagen de la alta gastronomía esa diferencia de discurso: que defiendan el comer bien mientras se asocian con este tipo de empresas?

Cada uno debe ser coherente con lo que cree. No quiero polemizar en este sentido... Nosotros, los hermanos Roca, nunca lo hemos hecho, pero respeto lo que cada uno haga. Esto es simplemente una cuestión de que cada uno tiene que ser coherente con lo que hace y ya está. No hay más historia. No me parece ni mal ni bien, lo respeto.