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Jazmín Bazán

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La performance, las pegatinas, las “volanteadas”, la publicación de artículos, las marchas, la ocupación del espacio público son prácticas habituales del movimiento feminista actual. Las vimos en 2020, de la mano de un amplio movimiento que -tras cincuenta años de lucha- logró que el aborto fuera ley. Pero también existieron hace un siglo, cuando activistas y pioneras exigieron otros derechos fundamentales que marcaron camino.

Viajamos a las elecciones legislativas de marzo de 1920. Habían pasado ocho años desde la sanción de la Ley Saénz Peña, un hito para la ampliación de ciudadanía en el país que, al mismo tiempo, reafirmaba la exclusión de las mujeres del ámbito político. Para que ellas figuraran en los padrones y pudieran acudir a los comicios faltaban todavía tres décadas. Y, sin embargo, casi cinco mil votantes femeninas se movilizaron. Los centros oficiales les estaban vedados: concurrieron a organizaciones sociales, ateneos, sociedades de socorros mutuos. Lo hicieron como parte del primer “simulacro” o “ensayo” electoral verdaderamente universal, que las contemplaba. Una de las propulsoras de esta acción histórica -de repercusión internacional y repetida más tarde ese mismo año- fue Julieta Lanteri, símbolo de la primera oleada feminista del país.

 

Lanteri nació en 1873 y murió un día como hoy, el 25 de febrero de 1932. Su nombre se conoce cada vez más y hasta fue elegido para designar una estación de subte. Esta valiente activista ítalo argentina actuó como una sufragista “de urnas tomar”: la primera que, aprovechando los vericuetos de la ley -y enfrentándose a todos los mandatos vigentes- consiguió votar en el país y en Sudamérica. Pionera, se convirtió en la sexta médica recibida en una universidad nacional, creó un partido político conformado exclusivamente por y para mujeres, y peleó por los derechos de las trabajadoras. 

La doctora Julieta Lanteri

 Julieta fue la primera mujer -una fórmula inevitablemente redundante al escribir sobre ella- en graduarse del Colegio Nacional de La Plata, en 1886. Esto la habilitaba -en teoría- a ingresar a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, aunque existía un problema: había nacido mujer. Así, comenzó una de sus primeras batallas: tuvo que dirigir una carta al decano solicitando la admisión. Logró entrar y recibirse de farmacéutica y de médica (¡la sexta en el país!), con un promedio de 8. A las autoridades poco le importaban sus calificaciones. Apelando a su origen italiano (donde la joven había permanecido solo seis años), frenaron sus intentos de desarrollar una carrera como profesora universitaria.

Luego de conseguir la nacionalidad argentina, volvió a presentarse y a ser rechazada. Pese a que esta vez no se esgrimieron argumentos, las razones resultaban fáciles de intuir: la doctora Lanteri era rebelde y feminista. En 1904, junto a su colega Cecilia Grierson, había fundado la Asociación Universitaria Argentina para acercar a más mujeres a la casa de estudios. En 1906, asistió al Congreso Internacional de Librepensamiento realizado en Buenos Aires y luego fundó el Centro Feminista con la socialista Alicia Moreau. No era extraño verla en las plazas, sobre un banco, brindando encendidos discursos. Hasta en su vida personal era díscola: se casó a los 36 años -una edad inapropiada según las costumbres- con Alberto Luis Renshaw, un hombre catorce años menor que ella, con quien mantuvo un sincero cariño y compañerismo, hasta que decidió separarse.

El primer Centenario fue un período convulsivo. El 1° de mayo, más de 70 mil trabajadores y trabajadoras salieron a las calles. El 18 de ese mes se lanzó una huelga general por tiempo indeterminado. Amparado en la legislación represiva, la policía y las bandas parapoliciales, el gobierno prohibió la circulación de prensa socialista y anarquista, destrozó locales de izquierda y encarceló a más de 2 mil personas. El historiador Ricardo Falcón decía que, durante la primera década del siglo pasado, tomaba lugar un debate respecto a la crisis del régimen y sus posibles salidas, que involucraba tres puntos: la agitación social, la asimilación de los inmigrantes y el régimen político. Un cuarto elemento atravesaba transversalmente cada uno de estos ejes: la cuestión de las mujeres. 

La creciente participación femenina en el mundo laboral constituyó uno de los rasgos sobresalientes del período. Ellas se destacaban como docentes, oficinistas, vendedoras y empleadas de distintas ramas de la industria fabril o a domicilio. Muchas -como la propia Lanteri- eran extranjeras. Además, protagonizaban importantes huelgas y conflictos. Como sostiene la estudiosa Silvana Palermo, esto sirvió para que forjaran una valiosa experiencia política y organizativa, y expresaran sus propias demandas. Intelectuales, profesionales y corrientes de izquierda formaron parte de estos nuevos fenómenos y, a la vez, intentaron darles respuesta. En ese contexto general, entre el 18 y el 23 de mayo se realizó el Primer Congreso Femenino Internacional de la República Argentina. Julieta Lanteri, su impulsora, fungió como secretaria.

Se trataron diversos puntos: derechos laborales, maternidad, sufragio, divorcio, opresión, educación, niñez, demandas hacia el Estado. Como presidenta, Cecilia Grierson planteó que la finalidad del evento era “acelerar la llegada de la ‘Ciudad futura’, esto es, la organización definitiva de la ciudad de nuestros sueños” (sic).

Las intervenciones resultaron extensas y los debates, álgidos. Estos pueden leerse a lo largo de las casi 500 páginas de actas. Frente a algunas congresales que pedían una formulación más moderada, en una discusión que resulta muy familiar para los tiempos que corren, Lanteri hizo pasar -con 32 votos a favor y 14 en contra- una resolución determinante respecto a la prostitución: “El Congreso Femenino Internacional, considerando que la prostitución femenina es para la mujer moderna su mayor dolor y su mayor vergüenza, formula un voto de protesta contra la tolerancia de los gobiernos que la sostienen y explotan”. Su énfasis no estaba puesto en las mujeres que la ejercían, sino en el sistema compuesto por proxenetas y funcionarios que rodeaba la práctica. 

Lejos de preocuparse solo por las académicas e intelectuales, también se pronunció por la creación de hogares maternales y por mayores conquistas para las obreras. Para entonces, comenzaban a surgir regulaciones en torno al trabajo femenino (como la dictada por la ley 5.221 de 1907), que se centraban en el papel reproductivo de la mujer, eran insuficientes y, en la mayoría de los casos, terminaban como “papel mojado”. Ejemplos de esto eran la posibilidad de abandonar el puesto de trabajo sin goce de sueldo durante los treinta días posteriores al parto o los quince minutos de descanso cada dos horas para amamantamiento, que rara vez se cumplían. Por su postura indeclinable, en 1912, las lavanderas de la empresa La Higiénica designaron a Julieta como asesora frente a sus patrones. Además, se la vio en otras luchas -como la de trabajadoras gráficas- junto a otra partícipe del Congreso: la feminista socialista y obrera Carolina Muzzilli.

Sufragista como ideología y práctica política

Algo que distingue a esta activista es, sin dudas, haberse convertido, según indicó Adolfo Saldías -historiador y testigo como presidente de mesa- en la primera mujer en ejercer el sufragio “en el país y en América Latina”, durante las elecciones municipales de 1911. La historiadora Dora Barrancos aclara que “las sanjuaninas fueron precursoras desde el mismo período sarmientino cuando quedaron habilitadas como electoras comarcales”. Pero el mérito de Julieta no es solo haber votado una vez constituido el Estado nación argentino, sino haberlo hecho como proclama política, para plantar la bandera sufragista -que también flameaba en otras latitudes- contra los prejuicios patriarcales. 

La ley 5.098 de la Capital Federal disponía que las comisiones empadronadoras inscribirían en el registro “a los ciudadanos mayores de edad que sepan leer y escribir, que se presenten personalmente a solicitar la inscripción y que hayan pagado en el año impuestos municipales por valor de 100 pesos como mínimo, o contribución directa, o patente comercial o industrial por igual suma, o ejerzan alguna profesión liberal dentro del municipio y se hallen domiciliados en él desde un año antes del día de la inscripción”. Es decir, no excluía claramente a la mujer. La doctora Lanteri apeló a la Justicia. Un juez determinó que “su derecho a la ciudadanía está(ba) consagrado por la Constitución y, en consecuencia, que la mujer goza(ba) en principio de los mismos derechos que las leyes que reglamentan su ejercicio acuerdan a los ciudadanos varones”. La Cámara de Apelaciones en lo Federal aprobó el fallo y ella pudo acudir a las urnas, cincuenta años antes de que el sufragio femenino se transformara en una realidad.

La posterior ley electoral de 1912 -que habilitó el voto secreto y obligatorio para todos los ciudadanos hombres mayores de 18 años- impuso nuevos límites para las mujeres. Los registros electorales y militares se unificaron. En la Ciudad de Buenos Aires, una ordenanza estableció el registro en el servicio militar como requisito para votar. Julieta intentó enrolarse (llegó a exigir reuniones como el ministro de Guerra y Marina), pero no fue admitida. “Mientras que el hombre piensa, estudia y trabaja y jamás siente saciedad en el saber, ¿por qué la mujer se detiene? De ninguna manera se debe admitir esto”, alegaba. 

El primer partido feminista

 

Julieta no se conformó. La ley no le permitía votar, pero no le impedía ser candidata. Fue masticando la idea de crear su propio partido y se plantó ante la Junta Electoral con un razonamiento similar al que había esbozado en 1911: “La Constitución emplea la designación genérica de ciudadano sin excluir a las personas de mi sexo”. Su premisa no tenía grietas. Contra todo lo esperado para una mujer, en 1919 se postuló como candidata a diputada nacional por el naciente Partido Feminista Nacional. Obtuvo el 1% de los votos… ¡cuando todos los electores eran varones! En su plataforma figuraban el divorcio vincular, así como la igualdad entre hijos “legítimos” e “ilegítimos”. Ambas propuestas se adelantaban décadas al debate público nacional. Al año siguiente, difundió los mencionados simulacros electorales, donde consiguió el apoyo de más de mil mujeres. 

En 1927, la justicia federal de La Plata dictó sentencia en su contra sobre su pedido de enrolamiento, lo cual implicó endeudamiento económico y un golpe personal. Apeló a la Cámara Federal y a la propia Corte Suprema de Justicia, pero las dos batallas devinieron en derrotas. En marzo de 1930 presentó su última candidatura. Meses después llegaría el primer golpe militar de Argentina, a cargo del teniente general José Félix Uriburu. 

El movimiento sufragista sufrió un revés que se extendería por varios años, en medio de persecución y fraude. El 23 de febrero de 1932, Julieta Lanteri fue atropellada en Diagonal Norte y Suipacha. Falleció poco después, en el Hospital Rawson. Su legado sigue vivo y puede resumirse en una frase de su autoría, que inspiró -e inspira- a sucesivas generaciones: “Arden fogatas de emancipación femenina, venciendo rancios prejuicios y dejando de implorar sus derechos. Estos no se mendigan, se conquistan”.

JB

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