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La derrota de Milei
Opinión

El método Kicillof que lo hizo dueño de su propio destino

Axel Kicillof se dirige a sus partidarios en la noche de 7 de septiembre en La Plata
8 de septiembre de 2025 14:05 h

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En cada elección en la que participa como candidato o (novedad) armador, Axel Kicillof cosecha un resultado por encima de cualquier pronóstico. El rasgo asomó tenuemente en su primera incursión como postulante a diputado nacional por la Ciudad de Buenos Aires, en 2015, instante final de los primeros doce años kirchneristas, y se consolidó con creces en sus dos candidaturas a gobernador de la Provincia (2019 y 2023) y en las legislativas del domingo.

Algún mérito estratégico tendrá la impronta del “centro de estudiantes de la UBA” que les endilgaban sus detractores a él y la docena de axelistas de primera línea tiempo atrás. Hay allí, en “estos pibes que no entienden nada de política”, un método racional que desacraliza la intuición, la mística, la rosca, los punteros y “el territorio”. Desacraliza, pero, como quedó evidenciado el domingo, lejos está de negar. Convive.

El método Kicillof parece plantearse un objetivo a mediano plazo y se pone en marcha. Las plazas multitudinarias e improvisadas para resistir a Mauricio Macri en sus primeros cien días de fulgor, en 2016, la mudanza de Capital a Provincia, el Clío con el que surcó la llanura, los tabiques infranqueables que demarcó en el loteo de la gobernación entre las facciones peronistas, su desobediencia a lo-que-dicen-las-encuestas, las señales de rebeldía por goteo ante los Kirchner, los puentes inesperados con rivales políticos quirúrgicamente seleccionados, el paso a paso del corredor de fondo.

Todo ello podría ser cáscara sin dos pilares fundamentales del mundo Kicillof. Primero, no roba, al menos por lo que se sabe hasta ahora. No es poco en un país con los gobiernos que tuvo y tiene Argentina. Segundo: porta ideología. El gobernador no barriletea opiniones sin cesar ni implementa políticas en función del “humor social”. Confronta, ejecuta y realza el simbolismo en cada oportunidad que tiene. Alguna vez, alguien lo señaló como marxista (es keynesiano) y descendiente de un rabino (no lo es). Quince años más tarde, Milei se encargaría de agravios macartistas más abyectos.

Todo ello podría ser cáscara sin dos pilares fundamentales del Mundo Kicillof. Primero, no roba, al menos por lo que se sabe hasta ahora. No es poco en un país con los gobiernos que tuvo y tiene Argentina. Segundo. Porta ideología.

“Peronismo de izquierda”, definió alguna vez Carlos Bianco, el funcionario más allegado al gobernador, para estupefacción de varios peronistas que “se la saben lunga”. Bianco, por caso, llegó a pronunciar la palabra “genocidio” para referirse a las atrocidades que comete Israel en Gaza, ante el silencio de casi todos sus compañeros de la ruta peronista.

Este principismo tiene una excepción, que algún día puede costarle cargo al axelismo: la política de seguridad. Sus ministros bonaerenses en el área, Sergio Berni y, ahora, Javier Alonso, sintonizan sin matices con el manodurismo de sus colegas derechistas Patricia Bullrich o Cristian Ritondo.

Palabras, tonos, silencios

Kicillof elige batallas, deja pasar otras. En el medio, su tendencia a la respuesta larga, antiinstagrameable; a reiterar conceptos y eludir definiciones urticantes de cara al peronismo en general y el eje Cámpora-Patria en particular; invita a sospechar que lagunea demasiado, que se “albertiza” más de la cuenta. Cristina imparte definiciones, Máximo desliza, hiere. De Mayra Mendoza parten rayos y centellas. Hasta hoy, Kicillof resistió con el freno de mano puesto, más con el silencio que con la palabra.

El método alcanza a los apóstoles axelistas. No levantan la voz, escapan al exitismo como quien sigue una cábala, miden la forma en que demuestran desprecio por ciertos personajes y formas, pero desprecian con ganas. “¿Dicen que no se planta? Le bajaron a Carli (Bianco, tras la derrota peronista de 2021) y lo repuso con más poder que nunca. En 2023 querían mandarlo de candidato presidente para quedarse con la gobernación y se plantó. Después le quisieron poner al candidato a vicegobernador (Martín Insaurralde) y les avisó que se bajaba”, respondía un axelista puro meses atrás, cuando la estrategia electoral para la provincia en la que vive 37% de los argentinos se alargaba sin definiciones, los Kirchner azuzaban en público y Milei aventuraba el último clavo en el cajón.

Más cerca, tras la traumática definición de la fecha de la elección y las cabezas de lista en las ocho secciones de la provincia, la negatividad recorría todo el espectro peronista, excepto Sergio Massa, el optimista de la urna que nunca dejó de avizorar un triunfo. Máximo y Cristina elucubraban que era mejor perder con lo propio que ganar con quienes ellos definían como indeseables. La madre y el hijo habían sentenciado que el desdoblamiento de las elecciones bonaerenses era un camino directo a la derrota, porque las derechas y sus medios harían foco en la inseguridad en el conurbano y el naufragio sería inevitable.

Los camporistas de paladar negro deslizaban además que una votación separada para la Legislatura provincial era un despropósito, porque no había gran cosa que defender de la gestión de Kicillof. La mera enunciación del argumento lograba desencajar la calma de los axelistas. No dejaban terminar la frase y comenzaban a recitar cifras de escuelas construidas y a aventurar caminos políticos separados. “Quieren perder” fue una idea que recorrió el redil de La Plata.

En un momento de mediados de año, el pesimismo se apoderó de los kicillofistas en sentido amplio, que incluye al “centro de estudiantes” de la Facultad de Ciencias Económicas, la mayoría de los intendentes peronistas de la Provincia, referentes sociales, buena parte de la izquierda peronista y figuras con peso propio, como Gabriel Katopodis, Andrés “Cuervo” Larroque, Verónica Magario, Jorge Ferraresi, Julio Alak, Roberto Baradel, Hugo Yasky y Alberto Sileoni, entre otros. Uno de los protagonistas de la elección del domingo se dejó llevar por la mala onda hace tres semanas, pero advirtió. “Esperemos. Axel rinde mucho en la última semana”.

Kicillof festejó el domingo la primera elección ganada bajo su dirección política. El escenario montado al costado del Teatro Argentino de La Plata perfiló los rostros que llevarán a cabo el clamor de la base que la conductora del acto se encargó de resaltar, instantes previos al discurso de la victoria. “Borombombón, es para Axel, la conducción”. El dispositivo ubicó a Larroque, el más rupturista de los kicillofistas, en uno de los lugares más visibles de la postal. La frialdad del mensaje de Cristina desde San José 1111, la ausencia de Máximo y los lugares periféricos del eje Cámpora-Patria en el escenario dijeron el resto.

Fiel a la estrategia elegida hasta ahora, el gobernador eludió en su discurso el conflicto por venir. Reclamó por la libertad de Cristina en una forma que a La Cámpora en su conjunto le pareció insuficiente y mezquina.

La frialdad del mensaje de Cristina desde San José 1111, la ausencia de Máximo y los lugares periféricos del eje Cámpora-Patria en el escenario dijeron el resto

La era Milei llevó a Kicillof a pararse sobre un tercer pilar, además de “no robar” y el lugar ideológico, que es evitar la grosería y el insulto como forma omnipresente de enunciación. También en ello el mandatario tomó distancia de algunos de sus compañeros que eligieron imitar las formas del ultra.

La victoria colocó a Kicillof en condiciones de competir por el podio sin tutelas, pero los desafíos por venir son importantes. En lo inmediato, la reversión, aunque sea parcial, del resultado hacia octubre es improbable, pero no imposible. Por caso, Macri recortó unos cuantos puntos en cuestión de semanas tras perder por una enorme diferencia las primarias de 2019, en condiciones económicas tan o más críticas que las que acecharán a Milei de cara a las legislativas del 26 de octubre.

Los poderosos medios que acompañaron al Presidente dedican estas horas a sanar heridas y digerir un resultado para el que no estaban emocionalmente preparados, pero volverán a la carga más temprano que tarde. Tienen con qué. Por lo demás, el crédito del electorado se volvió cada vez más corto y volátil. Que en la Argentina no haya frente o partido que gane dos elecciones nacionales seguidas se está convirtiendo en ley.

Kicillof debe gobernar con escasos recursos presupuestarios, bajo acoso del Soez, una provincia que se ganó la fama de arruinar carreras presidenciales. En el camino, deberá desplazar el liderazgo dentro del peronismo de Cristina, una de las estrategas más personalistas, populares y talentosas de la democracia argentina.

Cristina demostró pragmatismo en el pasado, al punto de que eligió candidatos presidenciales que estaban lejos de su pensamiento y/o con los que tenía serias cuentas personales por saldar. Ninguno de los dos componentes parece presente en la rivalidad con Kicillof. Pese a ello, la ruptura suena inevitable, por las buenas o por las malas.

Desde hace años, la expresidenta dedica sus mayores esfuerzos a preservar la imagen de su legado y a trasladar capital político a su hijo. Ello implica construir política con el espejo retrovisor y una autoindulgencia infinita sobre la experiencia económica y los casos de presunta corrupción que vinculan a la familia Kirchner con Lázaro Báez.

Pero la gran mayoría de la sociedad, incluso unos cuantos que se identifican kirchneristas y reclaman por la libertad o al menos un juicio justo para Cristina, ya demostró en muchas citas electorales que no quiere retornar a aquella página. Que la “década ganada” podrá estar bien, o todo lo contrario, o no significa gran cosa, pero en cualquier caso no es un proyecto útil para la Argentina de hoy.

De alguna forma, la victoria de Kicillof el domingo ratifica esa decisión.

SL

slacunza@eldiarioar.com

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