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Animales desahuciados: cómo el ser humano los deja sin espacio donde vivir

La población de jaguares ha ido descendiendo ante el retroceso de las zonas selváticas, reconvertidas en terrenos agrícolas.

Raúl Rejón

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Los animales tienen cada vez menos planeta donde vivir. Desde una rana a un dugongo o un loro tropical, la pérdida y degradación de los hábitats es la principal causa de la caída de biodiversidad en la Tierra. Los hábitats son, al fin y al cabo, las casas de las especies.

La crisis planetaria de biodiversidad se aborda esta semana en la COP15 de Montreal. De ahí debe salir un nuevo compromiso mundial para revertir las extinciones que se producen a un ritmo sin parangón en millones de años. Entre los objetivos por conseguir: conservar, al menos, un tercio de superficie del planeta. La casa de la fauna y flora.

En 2018, el extraño guacamayo de Spix se declaró extinto en estado salvaje. Este loro dependía de un tipo de hábitat determinado: los árboles tabebuia de una zona concreta de Brasil. Así que, allí donde desaparecía la especie vegetal para abrir campos agrícolas, el Spix decaía. Hasta su desaparición, al menos, en libertad.

Si la destrucción de hábitats es el factor predominante a la hora de la extinción de especies animales, el cambio en el uso que damos a los suelos “es la mayor influencia de los humanos en los hábitats”, según describe el Panel Internacional sobre Biodiversidad (IPBES).

Los humanos son el principal consumidor del terreno. En 1700 se utilizaba el 10% del suelo para la agricultura, en 1880 esa cifra se había disparado hasta el 25%. Actualmente, la mitad de la superficie habitable del planeta se usa para la producción agrícola, según los datos de la FAO –de esta, un cuarto es para cultivos, unos 11 millones de km2, y el resto para ganadería, 37 millones–.

Los cambios en el uso del suelo y el efecto del cambio climático han provocado la pérdida de buena parte de los hábitats naturales de mamíferos, anfibios y aves, según ha calculado un equipo de la Universidad de Cambridge.

Aparte están los hábitats marinos. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), que actualizó hace unos días su lista de especies en peligro, resaltaba que “la actividad humana está devastando la vida marina, desde los mamíferos a los corales”. “Es vital que gestionemos la pesca de manera adecuada, contengamos el cambio climático y también revirtamos la degradación de los hábitats”, afirma Amanda Vicent, jefa del Comité de Conservación Marina de la Unión.

En el cambio de uso de suelos están incluidos, según describe el Panel Internacional sobre Biodiversidad:

  • La conversión de la cubierta de la Tierra con, por ejemplo, “la deforestación y la minería”
  • El sistema agrario “mediante la intensificación de la agricultura o las talas forestales”
  • La “fragmentación de los hábitats”

“La agricultura tiene la mayor probabilidad en promedio de impactar sobre las especies, seguida por la caza, el apresamiento y las talas”, explican los investigadores británicos.

La naturaleza proporciona más materiales que nunca, pero a costa de un declive sin precedentes en la extensión e integridad de los ecosistemas o del número de especies silvestres

Sandra Díaz, investigadora de la Universidad de Córdoba, et al.

La cuestión es que este proceso ha experimentado una aceleración muy notable desde hace unas décadas. “Los impactos de las actividades humanas sobre la vida en la Tierra han crecido mucho desde 1970 debido a las demandas de una población creciente”, analiza este trabajo liderado por la bióloga argentina Sandra Díaz.

“La naturaleza está proporcionando actualmente más materiales que nunca, pero a costa de un declive sin precedentes en la extensión e integridad de los ecosistemas o del número de especies silvestres”, remata.

Especies como el leopardo nublado de Formosa. En 2013, los científicos se rindieron: ya no iban a buscar más ejemplares de este félido de la isla de Taiwán. Este gran gato vivía en los bosques de las llanuras, pero, a medida que ese hábitat se fragmentaba y desaparecía, tuvo que refugiarse en las montañas hasta extinguirse.

En la búsqueda del leopardo de Formosa se utilizaron unas 13.000 cámaras infrarrojas para captar algún espécimen vivo. El último avistamiento confirmado se había producido en 1983. Fue una búsqueda infructuosa: el único leopardo nublado taiwanés que ahora se conoce es un individuo disecado, aunque en noviembre de 2020 Tailandia afirmó que había detectado un ejemplar.

Y no es solo que desaparezca un tipo de hábitat sino que, además, están degradándose. Y el deterioro de los ecosistemas empeora la crisis de biodiversidad que está causando la pérdida de hábitats.

Hábitats en peligro de colapsar

De más de 2.800 ecosistemas considerados por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza en su Lista Roja de Hábitats, unos 780 están bajo algún grado de amenaza en su camino hacia el colapso. La evaluación va desde hábitats en estado vulnerable al propio colapso, pasando por el peligro o el peligro crítico.

Si miramos a la Unión Europea, el 32% de los hábitats terrestres están amenazados y, al menos, el 18% de los marinos, según la Comisión Europea. La legislación española permite declarar un hábitat como “en peligro de desaparición” si están casi destruidos o con deterioro drástico en la mayoría de su área de distribución. Ecologistas en Acción y SEO-Birdlife han solicitado que las lagunas costeras como Doñana, el Mar Menor, L' Albufera o el delta del Ebro estrenen esa lista.

Solo el año pasado se registraron más de 32.000 accidentes de tráfico con choques con animales, según los datos de la Dirección General de Tráfico

Porque los ecosistemas dañados y fragmentados causan más perjuicio de lo esperado, según una revisión de más de 100 estudios sobre la degradación de hábitats. “Las parcelas más pequeñas de un hábitat determinado contienen menos individuos, menos especies y poblaciones menos uniformes de las esperables en un fragmento más extenso”.

Un ejemplo de cómo fragmentar, es decir, dañar hábitats, lo ilustran las barreras infranqueables que representan las infraestructuras humanas en general y las del transporte en particular.

Sin ir muy lejos, en España suponen “uno de los principales factores que fragmentan el territorio”, según admiten en el Ministerio de Transición Ecológica. Solo el año pasado se registraron más de 32.000 accidentes de tráfico con choques con animales, según los datos de la Dirección General de Tráfico. Ha marcado el pico de los últimos cuatro años, que presentan un promedio de más de 29.800 choques. El jabalí es la especie más golpeada. Le siguen en importancia el corzo y el perro.

Solo el año pasado 56 linces ibéricos (de una población total de 1.300) murieron atropellados en carreteras españolas. El Lynx pardinus, que casi desapareció de la Tierra y está recuperándose, todavía resiste en peligro crítico de extinción.

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