Una liana es una cuerda repentina que aparece ante nuestros ojos en medio de la adversidad y que, como Tarzán entre los árboles, agarramos para movernos de un lugar a otro, para sortear obstáculos, para sentir la seguridad de algo firme que raspa las manos y a la vez sirve de apoyo. En este espacio mi intención es rescatar algunas lianas del universo cultural y del mundo del entretenimiento –dos avenidas anchísimas–, algunas cosas para aferrarnos fuerte en medio de nuestras selvas personales.
Una liana es una cuerda repentina que aparece ante nuestros ojos en medio de la adversidad y que, como Tarzán entre los árboles, agarramos para movernos de un lugar a otro, para sortear obstáculos, para sentir la seguridad de algo firme que raspa las manos y a la vez sirve de apoyo. En este espacio mi intención es rescatar algunas lianas del universo cultural y del mundo del entretenimiento –dos avenidas anchísimas–, algunas cosas para aferrarnos fuerte en medio de nuestras selvas personales.
Uno. “No tengo cáncer, no soy veterinario ni herpetólogo, y los animales de mi Santuario no han sido rescatados sino comprados”. El que habla es un famoso youtuber español que se llama Frank Cuesta y que durante más de una década se mostró en las redes, ante millones de seguidores, como un rescatista preocupado por la fauna en peligro. Tal era su amor por los bichos, que armó un santuario en Tailandia para cuidarlos. Pero esa imagen altruista se empezó a desmoronar en los últimos días, cuando Cuesta quedó detenido por tráfico de animales en ese país y tuvo que salir a contar en un video que todo había sido un engaño. Admito que este personaje y este escándalo me atrapan enseguida, soy presa fácil de las historias de impostores (hace unos años, de hecho, armé por acá una serie de notas bastante extensa con muchísimos estafadores y artistas del engaño). Del catálogo posible de los personas que estafan –hay gente que se hace pasar por otra, gente que inventa la supuesta solución a los problemas del mundo mediante una mentira, gente que falsifica obras de arte– me atraen especialmente los que se arrogan un saber específico. El español decía saberlo todo sobre los animales, se vio apremiado ahora y lanzó su confesión: “No soy veterinario. Tengo conocimientos que no son básicos, pero tampoco son conocimientos profesionales”.
Dos. Me quedo un buen rato ahí, con el brillo del impostor. Y entonces todo lo que me cruzo se tiñe de farsa, de estafa, de fraude (hay un sesgo en eso de quedar atrapado en una imagen encantadora y después verla replicada por todos lados, se llama fenómeno Baader-Meinhof y lo aprendí en El libro de los sesgos, de Ricardo Romero). Incluso lo que creo conocer muy bien o lo que transité muchas veces. Me pasó esta semana cuando volví a ver la película Some Like It Hot, de Billy Wilder (a veces la traducen con el tramposísimo título Una Eva y dos Adanes y otras con el comíquísimo Con faldas y a lo loco), que es una de mis favoritas de todos los tiempos. Joe (Tony Curtis) y su amigo Jerry (JackLemmon) son dos músicos que deben huir de Chicago porque fueron testigos de un crimen brutal de la mafia. Saxofonista, timbero y desfachatado uno; contrabajista y más tímido el otro encuentran una posibilidad medio insólita cuando se suman a una banda de jazz femenina que se dirige en tren a Miami. Tendrán que convertirse, con tacos y faldas para ocultar que son varones, en Josephine y Daphne. Estas nuevas identidades abrirán camino a una sucesión de imposturas y a una especie de competencia por el amor de Sugar Kane (Marilyn Monroe), la cantante del grupo, también una impostora a su modo. La película es una de las comedias más hermosas de la historia del cine y tiene un final memorable: los dos protagonistas, por circunstancias que prefiero no revelar, vuelven a convertirse en prófugos mientras van sacándose capas de ropa arriba de una lancha. Los acompañan la propia Sugar y Osgood, un hombre enamorado de Daphne/Jerry que le propuso casamiento. “Vos no me querés, Sugar, soy un mentiroso”, dice Joe, mientras Sugar lo mira extasiado. A ella pareciera no importarle, pareciera no querer saber más que lo que sabe de él. Por su lado, Daphne/Jerry intenta algo parecido con su enamorado y le lanza un montón de motivos por los que el casamiento no debería tener lugar. Llega a decirle que no podrá darle nunca hijos, hasta que finalmente agotado termina gritando “soy un varón”. Entonces su prometido, con una sonrisa y todo el amor en la voz, dispara una frase que se volvió célebre: “Nadie es perfecto”. Como si dijera que el amor no necesita de motivos porque es apenas una disposición, una manera de hacerse un poco los distraídos, una fuga. El amor o ese saber que no se sabe, que nunca se termina de comprender. Porque es el no saber el que habilita la fantasía, porque algo siempre se escapa. En Fragmentos de un discurso amorosoRoland Barthes se refiere a un querer comprender de los enamorados que es escurridizo, porque paradójicamente ellos perciben de golpe “el episodio amoroso como un nudo de razones inexplicables”. Entonces solo hay aproximación, apunta Barthes, “por destellos, fórmulas, hallazgos de expresión, dispersados a través de lo Imaginario; estoy en el mal lugar del amor, que es su lugar deslumbrante: ‘El lugar más sombrío –dice un proverbio chino– está siempre bajo la lámpara’”.
Tony Curtis y Jack Lemmon, en la película "Some Like It Hot", de 1959.
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