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OPINIÓN

Un instante de incondicionalidad

La expresidenta Cristina Fernández de Kirchner observa una vigilia de militantes este miércoles 11 de junio desde el balcón de su residencia en Constitución.

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Todavía un poco me duele el cuerpo de tanto ajetreo, pero estoy, estamos fuertes. La aceleración del proceso histórico que vivimos los últimos días se mezcla con mis propias vivencias y emociones. Imposible separar unas de las otras en este momento. La vorágine de los acontecimientos me impide contar algunas cosas que quería contar el lunes.

Tenía mucho que decir sobre los acontecimientos del sábado en el disuelto Instituto Juan Domingo Perón que derivaron en un hecho expresivo de la suspensión de las garantías constitucionales: la confesión abierta del jefe de la Policía Federal Argentina de que mi detención había sido una orden directa de Patricia Bullrich, seguida de la confesión de Patricia Bullrich de que esta orden existió y fue refrendada por Javier Milei.

Todo eso que sucedió –aunque por su carga simbólica, conectado con lo que pasó después– quedará para otra ocasión porque ese mismo lunes, mientras escribía las primeras palabras, se precipitaron los acontecimientos. El rumor de la decisión de tres hombres que integran la Corte Suprema de Justicia de la Nación, dos de los cuales fueran designados inicialmente por decreto del expresidente Mauricio Macri, iba tomando materialidad y todo lo demás pasaba a un segundo plano: se estaba consumando un golpe judicial contra la democracia argentina.

El martes, a partir de la convocatoria de Rosatti a sus cómplices al plenario de acuerdos, el desenlace era inminente. Promediaba el mediodía; el Partido Justicialista reunió a sus consejeros nacionales y convocó a los partidos aliados. En representación de Patria Grande - Argentina Humana concurrimos junto a Ofelia Fernández, Nati Zaracho y Fede Fagioli, mientras Itai Hagman organizaba la convocatoria a la militancia.

El clima del tercer piso era el de un velorio. Una mezcla de tristeza y de chistes. La reunión virtual con las provincias duró poco. El anuncio de la sentencia no llegaba. En su oficina, la presidenta del partido, dos veces presidenta de la nación, principal líder de la oposición, esperaba tomando el té la confirmación de una condena injusta con una entereza, con una fortaleza, con una dignidad humana que me conmueve. Ni una pizca de miedo. Ni una pizca de angustia. Pura entereza.

El lector que me sigue sabe que no soy precisamente un “incondicional”; me vinculo con mis compañeros de militancia, sean de la jerarquía que fuera, a partir de una condición: la comunión de convicciones políticas o al menos de conveniencias tácticas. También padezco una naturaleza hipercrítica que acentúa los aspectos negativos sobre los positivos en los procesos y las personas. Sin embargo, la mística que irradia esa conductora del pueblo en sus momentos de adversidad –o, debería decir, en el fragor de la batalla– enamora. Me permito, entonces, un momento de incondicionalidad.

Si un pelotón de fusilamiento hubiera entrado en su oficina entonces, habría permanecido impávida en su silla. Qué mediocre es la política comparada con esa mujer. Qué espíritu mezquino en sus perseguidores, sepulcros blanqueados, fariseos modernos, eticistas sin bondad. Viéndola me llegó al corazón el evangelio donde Jesus dice con amargura ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados!

Porque Cristina pertenece a ese linaje de héroes populares argentinos que las minorías privilegiadas en su patética avaricia buscaron destruir a la usanza de su tiempo –sable, fusil, picana, jueces–. Nada nuevo en Argentina; así sucedió con Castelli, Moreno, Dorrego, Rosas, el Chacho Peñaloza, Evita, Perón junto a los miles de detenidos-desaparecidos, torturados y asesinados por la última dictadura militar. Todas estas persecuciones, aunque entremezcladas con el odio de clase o antinomias ideológicas, estaban motivadas por el más vil de los impulsos: la codicia de los pocos.

Cuando se consumó el golpe judicial, sin demora, Cristina salió a hablar con la militancia congregada, una marea de gente que no mostraba tristeza sino potencia. A tiro de piedra de cualquier asesino, sabiendo que podía repetirse lo de Sabag Montiel, dio un vibrante discurso donde la centralidad no estaba en ella sino en nosotros, la militancia. La indicación clara de quien para muchos de allí –no para mí– es una jefa fue, en sus palabras: vayan con los que están sufriendo para ayudarlos, vayan con los que están siendo atacados para organizarlos. Todo esto está por encima de los cálculos electorales.

Esa marea humana la acompañó a su casa y ahí se quedó hasta que las ventanas de su balcón se cerraron. Hoy con el lucero del alba comenzó un nuevo capítulo de la resistencia peronista que volverá a representar –como movimiento y no como partido– a la gran masa del pueblo en el marco de un proyecto nacional o morirá en su propia defección, balcanización e impotencia. Hoy es el día uno de una nueva etapa histórica que de nosotros depende. Se trata de romper la proscripción y restablecer un orden políticamente democrático y socialmente justo. Las dos cosas, porque sin una no hay otra. Lo que sucedió el martes, más que un gran cambio, fue la consumación de lo que venía sucediendo.

Porque la gran contradicción política de hoy no es simplemente ideológica; tampoco es simplemente autoritarismo vs. democracia o legalidad o arbitrariedad; es fundamentalmente pueblo vs. oligarquía, justicia social vs. miseria planificada; porque a los titiriteros de la infamia argentina los mueve el hambre de riqueza que codician tanto como a nosotros el hambre de nuestros pibes pobres que están sufriendo tanto. O al menos así debería ser.

Cristina significa cuatro comidas por día y eso se logra con un proyecto nacional que respete a las minorías privilegiadas pero sin permitir que se lleven todo para ellos. Cristina significa respeto a la legalidad pero sin permitir que la concepción de propiedad como derecho absoluto de unos pocos se utilicen para acaparar lo que debe ser para compartir entre todos. Por eso la odian –más allá de sus defectos, que los tienen– la odian porque no es algo que ella simplemente dice, es algo que hizo. El resto todavía tenemos que demostrarlo… por eso, aunque también nos odian, nos odian un poco menos.

Que la proscripción del Cristina haga renacer el espíritu de la generación que peleó por la vuelta de Perón, de la que rompió el espejismo neoliberal en 2001 echando a patadas al gobierno asesino, que se rompa el cristal de la nueva generación para que de ahí surja el acero del nuevo sable para luchar por una Patria Grande, Justa, Libre y Soberana. Una Argentina Humana.

Vamos a volver, con ella, con un rumbo, con un programa de gobierno, con una dirigencia firme y proba, con una representación popular anclada en la clase trabajadora. Y ellos van a pagar sus crímenes con el oprobio que les espera en los libros de historia.

JG/DTC

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