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Opinión

De Darín a Ian: cómo resistir a la estrategia de la provocación permanente

Fotografía de archivo en donde se ve al presidente de Argentina, Javier Milei, durante la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) en Buenos Aires (Argentina). EFE/ Juan Ignacio Roncoroni
4 de junio de 2025 06:35 h

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Como de costumbre, el gobierno de Milei y su entorno han desplegado una secuencia vertiginosa de controversias que saturan el espacio público: el desmantelamiento de las políticas de derechos humanos, con el vaciamiento de la Secretaría y de sitios de memoria; la autorización de un plan de espionaje estatal contra opositores, periodistas y economistas críticos; el ataque en redes contra niño con autismo; el ajuste al Hospital Garrahan y la agresión contra los residentes; la justificación de la represión violenta contra jubilados; el desmantelamiento de políticas de discapacidad la disolución del Instituto Nacional Juan Domingo Perón, ícono de la memoria histórica del movimiento popular; el intento de eliminación de la figura de femicidio del Código Penal; la pelea con Ricardo Darín; etcétera, etcétera.

La acumulación de polémicas no es casual. No es un error. Es una estrategia: generar frentes múltiples que fragmenten la capacidad de respuesta de la oposición y llene a la sociedad de mierda. Es una gobernabilidad basada en el conflicto permanente, en vez de en el consenso.

Con mis compañeros analizamos mucho la dinámica de las narrativas políticas actuales, su relación con el desarrollo de las fuerzas productivas, las nuevas tecnologías y la geopolítica mundial, las formas de abordarlas desde un proyecto humanista, la mejor manera de promover nuestra agenda de justicia social. Una de las conclusiones –bastante obvias por cierto– es que todo es muy confuso y muy difícil.

Esta confusión no es un fenómeno argentino. Más allá de las características particulares de nuestro país, Milei es un producto de importación diseñado en el algoritmo de lo que suele llamarse, un tanto burdamente, las nuevas derechas. En ese sentido, su equipo político-comunicacional aplica tácticas de manual que, lamentablemente, le dan muy buen resultado frente a la reacción lacrimosa de la oposición y algunas élites bien pensantes, algo que Francisco llamaba “indignación elegante”.

Que cada día exista una nueva provocación sea institucional, sea comunicacional, por más exótico que sea Milei, no es producto de ninguna patología. El grupejo de Milei está aplicando una táctica deliberada y calculada, que ejecutan trolls financiados por la SIDE pero que el propio Presidente de la Nación lidera.

Milei es la provocación permanente. Es su metier. Es su talento. Ese es su vil oficio. Como ideólogo, es un plagiario. Como intelectual, es un bruto. En política exterior, es un bufón del palacio. En su propio gobierno, un títere. Pero como provocador es extraordinario. Para eso lo tienen. Para eso lo usan.

Así, en su carácter de provocador en jefe, cada día —o incluso varias veces por día— genera un hecho comunicacional que a veces puede ser trivial pero otras tiene en sí mismo una gravedad –material o simbólica– que, aún comprendiendo su táctica, no puede desatenderse. Puede ser algo bien performativo como un ataque contra un artista, una provocación contra la universidad pública, una fake news o agresión contra cualquiera. Puede ser algo bien material como el cierre de un hospital psiquiátrico, el vaciamiento de un hospital infantil, la represión a jubilados, la eliminación de fondos para el mejoramiento de barrios o el acaparamiento de alimentos para comedores infantiles. Todos los días el mismo bizcocho… ¿para qué?

El flujo constante de desinformación y espectáculo es para saturar el espacio público y erosionar los marcos compartidos de la verdad. No se trata de convencer a todos de una narrativa coherente, sino de disolver el terreno mismo del debate racional y llevarse la mayor parte. Me enseñaron que en la jerga de estrategas digitales se conoce como flood the zone with shit —inundar la zona con mierda—, una técnica que busca que las audiencias no puedan distinguir entre lo importante y lo accesorio, entre el dato y la opinión, entre lo cierto y lo falso. El único discernimiento pasa a ser el propio sesgo de confirmación que las personas ya tenemos y el algoritmo de las redes sociales refuerza. Esta expresión se popularizó a partir de un asesor de Trump, Steve Bannon, un hombre particularmente inteligente y perceptivo sobre el momento histórico.

Si llenás la zona de mierda, todos nadamos en la mierda, donde la gente de mierda nada mejor porque no tiene escrúpulos ni principios éticos. Este lodazal genera insensibilización, confusión, apatía… pero sobre todo, desacredita la vieja “racionalidad política” –bastante hipócrita debe decirse– para reemplazarlo por un cambalache donde “todo es igual, nada es mejor”. Si todo es igual, mejor un clown terraplanista que un hipócrita bienpensante.

El show del enfrentamiento con los artistas del mainstream tiene su razón de ser. No es casual, no es espontáneo: es una jugada pensada importada de manuales ajenos. Por un lado, generar ruido, inundar la conversación pública con pavadas y llevar la política al terreno de los chimentos, de la farándula, fabricando polémicas con personas que no se presentan a elecciones. Todo ganancia. Si el escándalo es lo suficientemente ruidoso, se pierde de vista lo que de verdad importa.

Por otro lado, hay algo más perverso todavía: el desvío. Mientras nos distraemos con la pelea con Darín —que por más querido que sea, no deja de ser una persona muy exitosa, con una vida distinta a la del pueblo común— se tapa el llanto de una médica que atiende pibes con cáncer y ve cómo se va destruyendo su hospital. Ahí sí que puede haber un rechazo político real, incluso entre los que bancan a Milei. Porque ahí se toca algo humano, algo que importa. No es una grieta de cartón. Es una herida abierta.

Y, de paso, meten miedo. Porque esa lógica también tiene un mensaje: mirá lo que te pasa si hablás, ni el más famoso se salva. No es solo contra el que habla, es para que el resto se calle.

Como dije antes, la gravedad de los dichos y los hechos de Javier Milei nos “obliga” a responder. Es muy difícil no defender a los jubilados, a las personas con discapacidad, a los niños sin hospital, a la universidad pública. No solo es difícil sino que sería incorrecto. También es muy difícil hacer lo que convendría estratégicamente: focalizar nuestro discurso y consolidar una agenda propia. O mejor, planificar nuestra propia lluvia de mierda, ponderar nuestros propios conflictos. Personalmente, esta dificultad me toca de cerca. No hay semana que como abogado o como dirigente pueda evitar pronunciarme o actuar frente a un nuevo ataque de Milei contra todo lo que para nosotros vale la pena ser defendido.

La dinámica es de fragmentación permanente: se pierde el hilo de las denuncias, se diluye el seguimiento de los problemas estructurales, se agota la capacidad de respuesta, se adormece la indignación y se saturan los canales de comunicación. En este terreno de juego, diseñado para el caos, hay que tener un plan muy claro, que mezcle la defensiva con la ofensiva, para construir una alternativa sólida y sostenida.

Ni bien se aborda un tema, ellos imponen no-agenda idiótico-memistico a través de miles de influencers semianalfabetos pero persistentes o instalan una agenda ultra-agresiva contra núcleos ideológicos parciales o minorías relativamente dispersas. Así, Milei consolida una red de terrorismo psicológico temeraria y atrevida; varios miles de varoncillos que pasaron de fenotípicos nerds reprimidos a machos alfa que ocupan el lugar de disrupción frente al status quo; los nuevos lobos que intimidan desde atrás de una computadora a las oposiciones-cordero.

Como dije, desde mi punto de vista, para pasar de la defensiva a la ofensiva, se necesita un plan claro. Esto solamente puede lograrse focalizando nuestra política en la situación de la clase trabajadora en sentido amplio. Esta focalización no implica dejar de abordar los múltiples frentes abiertos pero sí priorizar, seleccionar y sostener nuestro propio predicamento, es decir, no perdernos en el episodio ni dejarlo pasar: mostrar cómo cada uno de esos hechos es parte de un mismo modelo de sociedad que se quiere imponer.

Por otro lado, es fundamental dejar de temer a decir y defender nuestra verdad: la polémica, cuando es pensada, puede ser un combustible para hacer que la agenda gire en torno a causas nobles como la justicia social. Eso sí, polémica sobre los temas importantes, no sobre la agenda de los políticos que cada vez importan menos. Si debemos dispersarnos en mil micro-batallas, tenemos que pensar bien cómo distribuir esa información para que llegue a cada persona que le importe. Y, sobre todo, debemos agrupar los hechos bajo tres o cuatro grandes ejes sobre los que insistamos una y otra vez, como el ataque contra los derechos sociales básicos, la degradación de los niños y ancianos, la destrucción de la salud y la educación, y la cripto-corrupción.

Por último necesitamos empujar una agenda propia creativa, proactiva, creíble, coherente y realizable que no solo convoque a resistir la miseria planificada de Milei, sino que también proponga un nuevo país posible. Dejar de temer al conflicto implica asumirlo como lo que es: una convocatoria a pelear con coraje por la patria, cosa que nuestros compañeros parecieran exigirnos cada vez más.

JG/DTC

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