Una ciudad que desaparece, el eco de Rosario Bléfari

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“Siempre tengo la sensación de que cada momento que vivimos es histórico, de ahí la importancia de estar en el presente, ir a recitales, encontrarse con amigos, leer a los escritores que viven, ir al teatro, ver las películas que se estrenan, escuchar los discos, hablar con las personas, recorrer la ciudad caminando, ir a una marcha, presenciar una sesión del congreso, hacer un trámite, ir al mercado, tener un proyecto y llevarlo adelante como sea, aunque alguien lo considere un fracaso, participar en lo que sucede, como sea, estar, vivir lo contemporáneo, sin nostalgia, es lo mejor incluso para cuando nos pregunte alguien si tenemos algo que contar”.

Eso escribió Rosario Bléfari en 2014 y pasa algo curioso con sus palabras: ese postulado, de alguna manera un voto por el puro presente, se convierte en un piedrazo contra la máquina del tiempo porque vuelve a cada rato a las redes sociales con una especie de melancolía que se come la cola. Cuando alguien lo recuerda y lo vuelve a publicar, por lo general para el aniversario de la muerte de una artista que brilla cada vez más por su ausencia, que a medida que pasa el tiempo expone su potencia justo ahí, cuando falta. O cuando alguien quiere señalar que no hay que olvidarse de un aquí y de un ahora.

Ya les conté, citando a Charly García y Pedro Aznar, que “lo que yo quise encontrar estaba atrás y no aquí” podría ser mi lema de vida y el de varias personas que estamos un poco viradas hacia el pasado (en su columna dominical Martín Rodríguez dijo con gracia que en la Argentina “tirás una semilla y crece una nostalgia”: me anoto en ese club). Y, sin embargo, cada vez que me cruzo con ese breve mensaje de Rosario –me tomo el atrevimiento de llamarla así, por su nombre, de tan cercana que se me hace su figura más allá de que nunca hablé con ella y siempre la vi arriba de distintos escenarios– sus palabras resuenan en mí cada vez, me atrapan, me enganchan. Hay una energía ahí, una promesa, un eco.

Tal vez porque mi trabajo, incluso este espacio, tiene que ver mucho con buscar algo en ese terreno, por momentos fascinante y por momentos repleto de espejismos, que es el de la novedad (hoy resulta algo demodé, y el periodismo se parece bastante a una lengua muerta, pero en la definición más básica, esa que nos repetían en la escuela que nos formó para ser periodistas, “una noticia es la información sobre un hecho o un conjunto de hechos que, dentro de una comunidad, sociedad o ámbito específico, resulta relevante, inusual, novedosa”). Tal vez porque hay momentos que nada me parece ni tan nuevo ni tan fascinante, pero vuelvo a intentarlo. 

Entonces oscilo, doy vueltas, giro en contradicción. Hace unos días vi con muchísima alegría una charla que dio la escritora Liliana Heker en el Centro Cultural de España en Buenos Aires (se las dejo a mano). Ya les revelé que soy su fan intensa, entonces todo lo que diga va a estar teñido de ese fervor. En más de una oportunidad, a lo largo de la presentación, Liliana (y acá no soy confianzuda: la traté, la entrevisté) dijo que había escenas o imágenes que tardó en resolver. En algunos casos incluso pasaron décadas hasta que logró ubicarlas en algunos de sus libros.

Entonces la escritora Julia Coria, que coordinaba el encuentro, o alguien de los presentes, no me acuerdo bien, le preguntó por el tiempo; cómo hacía para preservar eso por años hasta que tomaba alguna forma. “Escribir no es para apurados”, respondió con su sonrisa inmensa.

Las palabras de Liliana Heker me aliviaron porque siempre pienso que llego tarde con lo que estoy escribiendo, con eso que es mi ahora. Por lo general esto que leen acá y también algo de ficción que me cuesta resolver o me tiene un poco atribulada porque no logro que salga a la luz. También me pregunté si la frase valía también para la lectura. ¿Siempre hay que correr? ¿Siempre atrás de lo último?

Hace unos días le decía a una amiga que a veces me siento un poco empachada de presente, por esta obligación ¿autoinfligida? de tener que estar al tanto de los libros, de la música, de las películas o de las series del momento. Que estaba por arrancar un seminario sobre tragedia griega para no sentir que solamente me ocupo de lo de hoy (al final empecé y estoy maravillada; empezamos con Edipo Rey y si me gustaran los tatuajes, de puro ñoña, me haría uno con las inscripciones del Oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo” y “Nada en exceso”).

No pasaron ni diez minutos de mi queja que con mi amiga ya estábamos las dos hablando con entusiasmo de la novela de una escritora joven que salió hace poquito y de una de las producciones del streaming más comentadas de los últimos días. Entonces sí, hay empacho. Pero si existe también es porque antes hubo bacanal, algo de fiesta, deleite a contramano, a pesar nuestro. Vivir en presente también es vivir en estado de paradoja.

Va una nueva entrega de Mil lianas. Con contradicciones y cosas variadas.

1. Ilustro para no olvidar. “Soy Natalia Karbabian e ilustro para no olvidar la arquitectura patrimonial demolida y en riesgo, honrándola y registrando una época de gran pérdida en la ciudad de Buenos Aires”, dice la bio de la cuenta de Instagram @ilustroparanoolvidar

A continuación, lo que aparecen son publicaciones que tienen tres elementos: la ilustración de un edificio antiguo y hermoso hecha por la propia Natalia, fotos de esas construcciones que supieron darle esplendor a la ciudad y, en tercer lugar, el agujero que deja su demolición. 

El efecto de ver una imagen tras otra es impactante. Por un lado, por el pavor de ver cómo la ciudad tal como la conocíamos desaparece, como si nos paráramos a ver los efectos de un terremoto a poca distancia y en tiempo real. Por el otro, porque las ilustraciones, simples y límpidas, traen al presente algo de esa belleza y lo lindo, en medio de un duelo colectivo, termina haciendo fuerza por ganarle al espanto.

#IlustroParaNoOlvidar es una iniciativa de Natalia Karbabian. Las ilustraciones y las fotos se pueden ver por acá.

2. El cuerpo es quien recuerda, de Paula Puebla.Entonces nací a las 13:52 hora argentina, seis horas antes de que Fernando de la Rúa se subiera a ese vientre de metal para surcar el aire de la nación hacia algo más que la deshonra. Pesé 2,900 kilos. Se hubieran necesitado más de doce mil bebés como yo para alcanzar el peso de aquel Sikorsky. En esto no hay diferencias con Ucrania ni con ningún otro país: un kilo de bebé es un kilo de helicóptero. Los números no mienten. Las palabras, sí”. Esto escribe Rita Pérez Lavalle, una joven rica, linda y obsesionada: quiere saber cómo llegó al mundo. Mientras busca a la mujer que la llevó consigo durante su gestación y la parió, indaga en los lugares que ofrecen vientres en alquiler y, también, escribe a partir de esa incógnita.

Nadiya, por otro lado, es una mujer ucraniana y aguerrida que se gana la vida pariendo bebés que luego van a crecer con familias adineradas en distintos lugares del planeta. Otra persona que encara una búsqueda y manda cartas: quiere dar con algunos de esos chicos que tuvo adentro a lo largo de tantos años. Por último, Victoria: una ex lolita que se casó con un empresario vinculado con el poder y la política y que, para completar una suerte de foto idílica, necesitaba un hijo. Entonces, por miles de dólares, alquiló un vientre en Ucrania para convertirse en madre mientras el país sufría una de las mayores crisis. Ahora busca entender su pasado, sus orígenes, los límites de su cuerpo.

Estas tres mujeres son las voces que componen El cuerpo es quien recuerda (Tusquets, 2022), la reciente novela de la escritora argentina Paula Puebla. Un libro punzante, en el que se cruzan varias preguntas alrededor de la maternidad, el dinero y el deseo. De fondo, el 2001 en la Argentina y un arco que arranca en los ‘90, con sus personajes sonrientes (la novela está plagada de figuras célebres fácilmente detectables y fascinantes) hasta que tiene lugar un estallido. 

Hace unos días entrevisté a Paula Puebla para hablar sobre su libro. “Creo que en la ficción hay una impunidad y que esa impunidad puede ser mucho más fiel a la realidad que un ensayo argumental o una nota periodística argumentada con un montón de fuentes”, me dijo por acá. La novela propone, en ese sentido, una exploración sobre lo que a priori es tildado de incorrecto y, también, un modo literario de correr límites.

El cuerpo es quien recuerda, de Paula Puebla, salió por Tusquets. Por acá, una entrevista con la autora. Para agendar: Paula Puebla participará de esta charla en la FED 2022, junto a Luis Gusmán.

3. Feria de Editores (FED). Ahora sí, llegó el día. Desde este 5 de agosto y hasta el domingo 7 abrirá sus puertas la FED, este evento (me cuesta esa palabra, pero la pienso en lugar de hito, referencia, lucecita en medio del desconcierto, también) que cada año crece un poco más y ya se convirtió en un lugar de encuentro y de fervor por los libros. 

La vitalidad de lo que se respira ahí cada vez me hace acordar un poco a las palabras de Rosario Bléfari que citábamos más arriba y también a la tensión entre eso que se escribe ahora y un pasado que siempre está volviendo. A pura efervescencia entonces, entre las más de 200 editoriales que participan vendiendo sus libros hay varias que rescatan publicaciones que hasta ahora parecían perdidas y también otras con lo último de lo último, entre narrativa, ensayo, novela, novela gráfica, historietas, entre otros.

Este año, con nueva sede, la Feria se trasladó al barrio porteño de Chacarita. Por acá hay una selección de charlas, acá una guía de autores que van a estar firmando ejemplares, y acá todo lo que se podrá hacer de manera remota, para quienes no estén en Buenos Aires. Nos vemos por ahí.

Del 5 al 7 de agosto, con entrada libre y gratuita, se llevará adelante la Feria de Editores 2022 en el Complejo Art Media, Corrientes 6271, CABA. Toda la información sobre actividades presenciales, charlas y visitas internacionales, por acá. Y, en este enlace, una guía por la programación para seguir online.

Banda sonora. Otra vez, ese impulso por darle una vuelta de tuerca al pasado. O, por moldearlo, por convertirlo en eso que no deja de cambiar, como dice mi amiga Florencia Angilletta y recuperamos por acá.

Es que por estos días estuve escuchando de punta a punta el disco Melt Away, A Tribute to Brian Wilson, del grupo indie folk She & Him (lo integran Zooey Deschanel, a quien seguro ubican por su carrera de actriz, y M. Ward, un músico con una carrera notable en cierto circuito alternativo, denle una chance a lo que vean de él por ahí).

Ahí decidieron homenajear ni más ni menos que a Brian Wilson, uno de los fundadores de los Beach Boys (no me pueden ver, pero sepan que me puse de pie para referirme a este prócer). Y, entonces, esa fusión de nuevo, esas capas sobre capas, que, como propone el mismo título del disco –que es también el de una de las canciones–, no hace más que esfumar un momento para convertirlo en una temporalidad nueva.

La selección de canciones que versiona el grupo es impecable: están los clásicos, los que sabemos todos, los lentos, los festivos en las voces dulces del dúo, en armonías nuevas, en climas musicales que llevan una y otra vez a California. En una entrevista que dieron por estos días en la revista The New Yorker la dupla habló sobre esto con palabras preciosas.

ZD: Los Angeles en sí misma es un filtro de Instagram.

MW: Quizás alguno no esté de acuerdo conmigo, pero yo creo que Brian Wilson inventó eso. Simplemente la idea de que la música puede sentirse como el brillo del sol.

ZD: Como el verano.

MD: “La calidez del sol”, creo que Brian inventó eso. Y es justamente algo que con Zooey intentamos celebrar en este disco. 

Elegí algunas canciones para sumar a nuestra lista compartida, pero podría haber puesto todas.

Algo más: al cierre de esta edición –siempre soñé con tipear esto y creo que ya lo hice alguna vez, incluso creo que alguna vez ya hice este mismo chiste: mi memoria es un terreno baldío– se confirmó que a fin de año Belle and Sebastian vendrá a la Argentina y hará una gira por varios países de América del Sur. Para celebrar, también sumamos algo de ese grupo, que para muchos es la banda sonora de nuestras vidas.

¡Hasta la próxima!

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