Postal de Venecia, Marguerite Duras y una soledad salvaje

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No pongo los nombres por las dudas, mejor quedarnos con las iniciales: la que escribe es L, el destinatario es A. “Te amo –dos líneas lo subrayan– más que nunca cada día más. PD: la próxima te escribo de Grecia mirando las pirámides” (sic). Y en vertical, como si la hilera de palabras se tirara de cabeza a una pileta: “Nos casamos en Venecia!”. La imagen se completa con corazones gorditos. Cinco. El sello está borroso, la fecha podría ser 1992. En la estampilla se ve el dibujo de una fortaleza romana.

De un lado, el estereotipo de lo quieto, del genérico: un canal con agua sospechosamente verde, los turistas dispuestos a lo largo de cuatro puentes con una prolijidad marcial, las construcciones tomadas desde la perspectiva exacta que las hace resplandecer y proyecta un fondo, un horizonte estándar; se lee Venezia en una tipografía escuálida. Del otro, puro movimiento, todo singular: la tinta azul desgastada por el paso de los años se despliega en toda la superficie por la caligrafía chueca de L, que no respeta ninguna horizontalidad. 

Esa postal es uno de los objetos que pueblan el lugar donde escribo, un rincón transitorio que armé a los ponchazos apenas llegué a mi nueva casa (por acá les conté que me mudé hace poco) hasta que pueda encontrar un espacio más acorde. Las mudanzas y ese recordatorio de lo pasajero de las cosas –de las casas–, incluso de esos lugares que destinamos para lo que creemos central, como escribir, comer, dormir (en mi caso, apenas un intento: volvió la primavera, volvió a la vez el insomnio). Una casa y sus recovecos mutantes. Una casa y sus versiones de lo mínimo, vital y móvil. O, como dice mi amiga Florencia, una casa que siempre es muchas casas. En la de ahora, bastante fugaz, tengo sobre el escritorio una postal que miro todos los días. Una postal ajena, una postal que Belén encontró tirada en la calle hace unas semanas y me ofreció porque pensó que podría interesarme para algo (“como sos periodista”, me dijo en un mensajito). Es que A, el destinatario, es un personaje curioso, célebre en cierta noche porteña de los ‘80, aunque no popular. Un casi famoso, un famoso del tercer o cuarto cordón de la fama. 

Miro la postal, pienso en Belén y en la generosidad de su regalo: no nos conocemos mucho, nos vemos una vez por semana cuando paso a buscar la comida que ella cocina y vende con cariño (y sabores deliciosos, claro). Y a la vez nos conocemos un montón y una tarde me entrega sustento doble: lo que me va a alimentar varios días y lo que me va a llevar a darle vueltas a este cartón insólito que posa al costado de la computadora. Al lado está la nueva versión de Escribir, de Marguerite Duras. Un clásico, reeditado en español este mes en una publicación un poco desganada de Tusquets (podrían haberle puesto un pelín más de cariño a las páginas de un texto tan fundamental). Pero bueno, ahí la escritora despliega imágenes preciosas sobre el cuerpo, los amantes, la guerra, su generación y por supuesto la escritura, que en sus palabras, se acerca a un salvajismo anterior a la vida. Lo que sigue, archicitado y también sublime: “Y siempre lo reconocemos, es el de los bosques, tan antiguo como el tiempo. El del miedo a todo, distinto e inseparable de la vida misma. Uno se encarniza. No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo. Para abordar la escritura hay que ser más fuerte que uno mismo, hay que ser más fuerte que lo que se escribe”. Duras también se refiere a un tipo de soledad especial, que es la del cuerpo que escribe, una soledad sin la que el escribir no se produce.

Vuelvo a mi rincón, vuelvo al gesto de Belén, vuelvo a la postal, a esa soledad más efímera o más chiquita de L. Me imagino que quizás durante su viaje se cruzó con un paisaje que la inquietó. O de repente se vio diminuta y deslumbrada en la inmensidad, pensó en A, en cuánto le hacía falta en ese momento y en todo lo que lo amaba, buscó una lapicera, compró con monedas una postal, la llenó de letras a las apuradas y la mandó. Escribir como amar: ese gesto frente al abismo, un desamparo dulce, el camino que conduce a un agujero inasible. Un atisbo entre solitarios rodeados por multitudes, memorias ruidosas, souvenirs baratos, viejos conocidos, extraños y extrañados. Por ausencias, por sombras, por silencios de día y, sobre todo, por lo que resuena de noche. Escribir y amar: esos desvelos.

Vuelvo a la postal, al arrojo minúsculo que implica escribirla y mandarla. A diferencia de las cartas, las postales son acotadas en su espacio, un poco obscenas en su disposición (sin sobre, el texto queda a la vista de todos) y no esperan una respuesta. No hay correspondencia: lo que ofrecen es apenas una palmada a la distancia, un psssssst, pienso en vos aunque esté lejos; el brazo levantado del que viaja, del que partió y se anima a extrañar, a decirlo, a intentar reproducir con palabras rotas un pedacito de eso que ve porque le recuerda todo lo que falta.

Pienso, por fin, en A y en L ¿Se habrán casado? ¿Habrán ido a Venecia juntos después de todo? ¿Y si L prefirió quedarse en Grecia, nunca volvió y ahora vive allá con otro? Sabemos que la postal llegó al destinatario en Buenos Aires, pero también que 30 años después terminó tirada en una vereda. No tengo más opción que quedarme con la imagen y, sobre todo, con esas palabras que lograron revelarse entre la basura. Palabras que ahora insisten, me inquietan, me rodean mientras escribo sola en casa y se convierten en algo nuevo que no reposa. Que no duerme ni deja dormir.

Se quedan con otra edición de Mil lianas, una forma de la vigilia, un poco ñoña, efímera. Como pasar una noche en vela. O varias.

1. Sangre joven, de Javier Sinay. Del autor de este libro ya hablamos alguna vez en este espacio. De hecho recordamos su forma de trabajar, su meticulosidad, su apego a las libretitas, a las anotaciones, a los documentos. También mencionamos allí este libro, que salió originalmente en 2009 y que ahora vuelve ampliado y actualizado. El timing no puede ser mejor: atravesamos días en los que una especie de sociologización express –a veces oportunista, a veces cerril en el apuro por querer traer verdades– recae justamente sobre ciertas juventudes. A los jóvenes que cometen delitos se los describe con más pulso de automarketing que intención de contar, se los patologiza de raje, se los amolda desde las palabras para que entren en el embudo de determinado marco teórico. Lo opuesto a lo que propone Javier Sinay en Sangre joven. Matar o morir antes de la adultez.

Es que el libro trae ocho crónicas que narran muertes violentas donde los jóvenes son víctimas y victimarios. Historias reales en las que roban, aman, apuñalan, se desangran, disparan o reciben tiros, matan o mueren antes de ser grandes. Pero el acercamiento nunca es prejuicioso, sino que llega con la contemplación cauta, con la escritura precisa que no necesita subrayar, con la prosa que es tracción de un relato y no protagonista. Por supuesto, tratándose de un texto periodístico, no faltan la información, los datos fehacientes, las causas, los testimonios, las voces. 

Un detalle: además de ajustes en las versiones anteriores, esta edición suma a la de 2009 dos textos nuevos. Uno se llama Rápido. Furioso. Muerto. El desenlace de Axel Lucero, una crónica notable, que salió en la revista Rolling Stone y se ganó el Premio Gabriel García Márquez de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. El otro es de 2011. Se llama Sangre de amor correspondido, una redención criminal y cuenta la historia de Marilyn Bernasconi, hoy una chica trans, condenada por matar a su madre y su hermano.

La nueva edición de Sangre joven. Matar y morir antes de la adultez, de Javier Sinay, acaba de salir por Tusquets.

2. Todo lo que crece, de Clara Obligado. ‘Humor’, ‘humus’, ‘humildad’, ‘hombre’. Palabras emparentadas. Un alfarero nos creó con barro. Todo es regreso. Eso apunta la escritora Clara Obligado en su nuevo libro Todo lo que crece (Páginas de Espuma, 2022), un ensayo luminoso, vital y lleno de lecturas a su vez, en el que vuelve a pensar en la naturaleza y la escritura.

Ya lo había hecho, como apuntamos por acá, en su libro anterior y también pandémico, Una casa lejos de casa (Eme Editorial, 2021), donde reflexionaba sobre el lenguaje desde esa herida al aire libre que es –para usar sus términos– la experiencia del exilio. Acá, una vez más, se superponen citas, referencias, búsquedas en diccionarios. Una vuelta a las raíces de las palabras y de la vida familiar con el campo de la pampa argentina y la infancia en primer plano. 

Hace unos días hablé con Clara Obligado y salió esta entrevista en la que conversamos sobre su libro. También cuenta de su vínculo con Borges, lo que piensa sobre la trampa de las fronteras, los motivos por los que cría gusanos y por qué no le desea a nadie que sea escritor.

Todo lo que crece, de Clara Obligado, salió por la editorial Páginas de Espuma. Por acá, una entrevista con la autora.

3. La revancha, un podcast sobre las elecciones en Brasil. Vuelan las encuestas, las especulaciones, las sorpresas. El próximo 2 de octubre serán las elecciones generales en Brasil y para muchos se trata de un hito que tendrá como protagonista central al ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, quien después de haber vivido de todo (de los juicios hasta la cárcel y la muerte de varios seres queridos) vuelve al ruedo como candidato a la presidencia con buenas chances de ganar. 

Con esa premisa, el podcast La revancha, conducido con gran eficacia por el periodista Juan Elman y producido por el sitio Cenital, intenta trazar el camino que llevó al hombre del Partido de los Trabajadores a esta instancia. Lleno de datos pero sin atosigar, con detalles curiosos que hacen que el relato fluya y tome cuerpo (sólo para retomar un momentito lo del comienzo: me anoté que Lula y su nueva esposa, imposibilitados de cualquier otro contacto, intercambiaron 500 cartas durante su detención), con análisis que ofrecen una perspectiva regional, el podcast pone en contexto con claridad un tema que para la Argentina es próximo, pero que tiene también sus particularidades.

La voz central se va combinando de modo muy ágil con entrevistas realizadas a expertos locales, con periodistas argentinos y dirigentes políticos de Brasil que ayudan a pensar este proceso y también sus posibles consecuencias, además de los personajes que lo rodean, el ascenso de fuerzas políticas inquietantes, la radicalización de las derechas y los nuevos desafíos para alguien que podría llegar a liderar de nuevo un país gigante en un tiempo muy distinto del que conoció.

Para quienes estén un poco perdidos con este tema, como yo, el croquis que traza La revancha ayuda mucho en la orientación y ordena la información principal en cinco episodios de alrededor de 15 minutos cada uno, con foco en el protagonista, pero también en los demás candidatos, sus alianzas, el Amazonas, el Mercosur y actores siempre presentes en ese territorio como las Fuerzas Armadas.

La revancha, un podcast sobre las elecciones en Brasil, con conducción del periodista Juan Elman, se puede escuchar en Spotify.

Banda de sonido. Se impuso desde el comienzo, así que para esta entrega vamos con algunas canciones que tienen postales en la letra o en el título. Del dúo franco alemán pop Stereo Total a Él Mató a un Policía Motorizado en versión instrumental. De Billy Idol (dos apostillas: parece que vino hace poquito a Buenos Aires y la rompió; no soy particularmente fan suya, pero siempre lo voy a adorar por su participación en la película The Wedding Singer, con Adam Sandler y Drew Barrymore, una de mis favoritas de todos los tiempos. Está en HBO Max si un domingo de estos necesitan algún tipo de empujón anímico) a Iron & Wine. De Paralamas (dejé la versión en portugués porque adoro cómo suena la palabra alagados para inundados) al sonido tranquilo de Beirut. 

Todos en nuestra lista compartida que sigue creciendo semana a semana. Se escucha por acá.

¡Hasta la próxima!

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