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Por qué nos fascinan tanto las cartas de amor y la voz de Tina Turner

Tina Turner hace un repaso de su vida y su carrera en un documental fascinante

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Desde hace unos días vivo en una cuenta regresiva mental. Ocurre que después de casi dos años de intensidades que no viene al caso comentar, me voy a tomar unos días de descanso.

En el vértigo de “dejar todo listo para”, no pude aferrarme a mucho. O sí: a tachar ítems de una lista, a pensar que no me puedo olvidar de tal trámite, a embarullarme en cierta idea de organización que después se me escapa de las manos.

De todos modos siempre hay algo. Estuve leyendo y mirando cosas que les dejo por acá. ¡Nos leemos al regreso!

1. Tina Turner. ¿Qué fue primero? ¿La proliferación o la fascinación? No lo tengo muy claro. Pero sí sé que en los últimos tiempos me hice un poco fan de ver documentales que repasan las carreras y las vidas de mujeres cantantes muy distintas. De hecho, acá mismo hablamos de uno que salió sobre Britney Spears hace poquito y también del que estrenó Apple TV sobre Billie Eilish

Por estos días estoy mirando Demi Lovato: Dancing With the Devil, la saga en varias partes que estrenó YouTube Originals sobre la vida y las dificultades que debió atravesar la megaestrella pop que se anima a hablar de momentos realmente difíciles que vivió, como una sobredosis que casi la lleva a la muerte. 

Pero de eso seguramente hablemos más adelante, cuando termine de mirar todos los episodios. Hoy quería referirme brevemente a un material que ya está circulando –en lugares non sanctos en estas tierras, pero podría llegar a tener un estreno oficial en alguna plataforma pronto; dedos cruzados como Riverito–: Tina, el documental sobre Tina Turner.

La película tuvo su estreno en el último Festival de Cine de Berlín y desde entonces es muy esperada. Tanto que apenas HBO la lanzó en el hemisferio norte a finales de la semana pasada, Tina ya superó el millón de vistas en todas las plataformas de la empresa y es un récord.

Lo interesante de esta biografía cinematográfica de la cantante es que no se queda solamente con las escenas más duras que debió vivir (especialmente al lado de su primer esposo, Ike Turner, que era violento con ella) y va mostrando, a partir de un trabajo excelente de archivo, el paso a paso, no siempre fácil, que la llevó a la consagración.

Son las imágenes de los años ‘60 y ‘70 –con la artista dando muestras de un talento arrasador para el rock, el soul y el rhythm and blues arriba de cualquier escenario, esa voz que es un tanque de guerra, que suena como arrancada de un cuerpo que no para de moverse– que van configurando a la estrella pop que resucitó después, a partir de los ‘80. Si se cruzan el documental por ahí, aunque sea en algún pasillo oscuro de internet, denle una oportunidad.

2. Cartas. Pensando en Tina Turner, y mientras todavía resuena en mis cabeza uno de sus mayores y más descorazonadores hits, Qué tiene que ver el amor con eso (ese en el que afirmaba que el amor no era más que una dulce noción pasada de moda; les dejo el video acá arriba para que de paso vean a la mismísima Tina caminando por una Nueva York ochentosa y opaca), me encontré en las redes el anuncio de un ciclo sobre cartas de amor en el canal de Youtube del Museo del Libro y de la Lengua y me puse a ver de qué se trataba.

Me encontré con una charla encantadora entre María Moreno, directora del museo, y la actriz Cristina Banegas, a cargo de Cartas de amor, una serie de videos que ella misma dirigió, via Zoom, durante los días de mayores restricciones por la pandemia, con un grupo de actrices y actores que interpretan esa correspondencia amorosa entre grandes personalidades del siglo XX.

“De Juan Domingo Perón a Eva Duarte, de Federico Garcia Lorca a Eduardo Rodriguez, de Frida Kahlo a Diego Rivera, de Alejandra Pizarnik a Silvina Ocampo, de Anton Chejov a Olga Knipper, estas Cartas de amor son testimonios de la travesía amorosa: ansias, despedidas, erotismos salvajes. Amor, celos, odios, encuentros e intimidades extremas”, prometen y agregan: “El abismo hacia el otro o la cercanía absoluta, interpretados por actrices y actores como Susana Amuchaústegui, Marina Carrera, Elsa Goldberg, Marcela Díaz, Yamila De Dominicis, Macarena Echeverría, Joaquín Tomassi y Verónica Isabel Monzón, entre otros”.

Ya desde la presentación, que está online desde esta semana, Moreno y Banegas ponen una especie de marco al ciclo al referirse con mucho entusiasmo a Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes.

La escritora y directora del museo, además, invita a repensar a partir de estas cartas al llamado amor romántico. “Cuando Simone de Beauvoir escribe El segundo sexo estaba en el momento de mayor desesperación por Nelson Algren. Estaba enamorada, devastada, abandonada y se manda ese libro. Esa rumia interna que tenía no le impide pensar. O sea que podemos elaborar una teoría contra esto del amor romántico como la pesadilla de las mujeres, ¿no?”, sostiene en diálogo con Banegas.

El ciclo Cartas de amor puede verse en el canal de YouTube del Museo del Libro y de la Lengua.

3. Imágenes. Seguramente los conozcan por las películas de Hayao Miyazaki como El viaje de Chihiro o Mi vecino Totoro, algunos de los largometrajes más populares del director (ya que estamos: gran parte de su obra está disponible para ver en Netflix, no se me ocurre un plan mejor para una buena panzada de Semana Santa). Studio Ghibli es un estudio japonés de animación, considerado por muchos como uno de los mejores de su rubro.

Fue fundado en 1985 por el propio Miyazaki, el cineasta Isao Takahata y el productor Toshio Suzuki y desde entonces producen largometrajes, pero también cortos, desarrollos visuales para videojuegos y hasta comerciales de televisión. 

En estos días varias personas de mis contactos de Twitter compartieron un material de Ghibli que me pareció un remanso: 30 minutos de imágenes “relajantes” producidas por el estudio, con sus colores característicos, la vegetación y la naturaleza como grandes protagonistas. Si están buscando un símbolo de paz, como dice la canción, no dejen de pasar.

4. La caja de letras. Javier Sinay es uno de los periodistas argentinos más talentosos e inquietos de su generación, es decir, la de los que nacimos entre finales de los 70 y comienzos de los 80. Por los tiempos en los que nos tocó empezar a trabajar, pudimos respirar el aire de las redacciones como tradicionalmente se concebían y tal vez, aunque trabajamos muchos en medios digitales y nos sentimos a gusto, tenemos un chip un poco analógico, que nos lleva a anotar en papel, a subrayar, a consumir rabiosamente lápices, anotadores, lapiceras. Ahora, entre teletrabajo –forzado por la pandemia o no–, precarizaciones, pantallas y nuevos modos de cómo se van conformando los medios, la cosa es un poco distinta.

La última vez que nos cruzamos con Javier fue en febrero de 2020 en una circunstancia que hoy se parece bastante a la ciencia ficción: los dos estábamos en una fila, por tomarnos el mismo vuelo que nos depositaría en México, por motivos laborales diferentes. 

Una vez arriba del avión nos separamos. En algún momento del trayecto, mis vecinos de asiento se pararon para ir al baño y al volver llegaron comentando sorprendidos sobre un joven sentado en el fondo al que apodaron El Estudioso. Cuando minutos más tarde me levanté yo, lo pude ver a la distancia: era Javier, que había tenido la suerte de que le tocara una hilera de asientos vacía y entonces aprovechó todo el vuelo para desplegar papeles, cuadernos, apuntes y tal vez una computadora en varias mesitas plegables

Algo de esa meticulosidad, de ser El Estudioso, como lo llamaron mis compañeros de viaje, atraviesa su trabajo, principalmente sus libros. A mí me gustaron mucho Sangre joven: Matar y morir antes de la adultez y Los crímenes de Moisés Ville, donde repasa una serie de asesinatos cometidos por gauchos criollos contra inmigrantes judíos llegados a Santa Fe desde Ucrania

Como una suerte de spin off de ese libro, que implicó, entre otras cosas, que Sinay se pusiera a estudiar ídish, a repasar su historia familiar y a revisar viejos ejemplares del primer periódico judío de la Argentina, llamado Der Viderkol y nacido en 1898, ahora llega La caja de letras. Hallazgo y recuperación de ‘Apuntes para la historia del periodismo judío en la Argentina’ de Pinie Katz.

En una apuesta independiente de Ediciones del Empedrado, se trata de la traducción de aquel libro de 1929 con aventuras de periodistas, todos inmigrantes judíos rusos, en una Buenos Aires que desconocían, con comentarios y apuntes del propio Javier, que ayudan a poner en contexto y a comprender mejor a estos personajes.

Lo empecé a leer por estas horas y ya me enganchó por la cantidad de archivos, datos y personajes que aparentan ser entrañables. Tengo la impresión de que El Estudioso lo hizo de nuevo. El libro ya salió en preventa y estará disponible a partir de mayo en librerías. ¡No se lo pierdan!

AL

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