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Gustavo Molina

Córdoba —

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Nadia Echazú nunca pasó desapercibida.

Ni para mí, un chico del interior del interior -rionegrino que vino a estudiar a La Docta-; que en el frío julio de 1991 se cruzó por primera vez con esta travesti; ni para Aníbal Ibarra, que debatía con Nadia Echazú, como representante del Gobierno porteño en el programa Hora Clave de Mariano Grondona, sobre la creación de ghettos para que el colectivo travesti/trans se dedicara a la prostitución en los bosques de Palermo.

En este Día Internacional de la Visibilidad Trans, Nadia Echazú, la gran olvidada de la historia de lucha de las travestis y trans de nuestro país, merece su reconocimiento. Su prematura muerte el 18 de julio de 2004, la hizo prácticamente desconocida para las generaciones que vinieron tras ella; pero se encargó de dejar su huella, con ella se formaron, entre otras, Lohana Berkins, Diana Sacayán y Marlene Wayar, con quién vivió en Córdoba y actualmente edita El Teje, un periódico trans.

A principios de este siglo, ya instalada en la Ciudad de Buenos Aires, Nadia junto a Lohana comenzaron a pensar y trazar los primeros esbozos de la cooperativa-escuela que años después abrirían en Avellaneda para que travestis y transexuales salieran de la marginalidad y la prostitución, y tuvieran acceso a una vida más digna. Recién tres años después de la muerte de Nadia, en 2007, la cooperativa tomó forma legal y en su honor la bautizaron “Nadia Echazú”.

Hacia fines de 2006, la Corte Suprema de Justicia le había otorgado la personería jurídica a la Asociación por la Identidad Travesti, Transexual (AlITT) cuya presidenta era Loahana Berkins, lo que activó la legalización de la cooperativa: “Le pusimos el nombre de Nadia a la cooperativa porque queremos rescatar el sentido de comunidad, de memoria porque si hoy existen grandes vedettes y la sociedad no se escandaliza es porque acá hay lucha y Nadia formó parte de ella”, señaló en la dirigente trans a la revista La Vaca en una entrevista de mayo de 2009.

Nadia Echazú era de Salta. A fines de los 80 había llegado a esta Córdoba clerical, escapando de la opresión patriarcal salteña. Como la mayoría de las travestis y trans, se prostituyó para vivir. Y sin saberlo, a fuerza de golpes –reales, no eufemísticos- hizo sus primeras armas en la militancia por los derechos de su colectivo. Lo que me llamó la atención la primera vez que fui a su casa, fue ver muchos ejemplares de la revista Humor en una biblioteca/armario. Esa vez, me contó, que en Salta había llegado a la Universidad, pero que la sociedad la había expulsado.

En Córdoba trabajó en la zona de la Seccional Segunda, en los alrededores del Mercado Norte. Allí funcionaba Mixer, un bar sirvió más de una vez para asilar a las trans que escapaban de las razzias policiales. Muchas veces, las travestis de principios de los ‘90, pasaban allí varios días para evitar ser detenidas por el único delito de “vestir con ropas no acordes a su sexo”, como rezaba el Código de Faltas cordobés.

Eugenio Cesano, dueño de Mixer y fundador de la Asociación contra la Discriminación Homosexual (ACoDHo) recordó que “Nadia era imponente, tenía carácter, se plantaba; era culta, encima era linda. Ella no militó en el sentido estricto de la militancia, como lo hizo después en Buenos Aires. Era una militante sin saberlo, sin darse cuenta. Nosotros formamos ACoDHo principalmente para combatir el Código de Faltas que criminalizaba a las travestis. En ACoDHo había gays, pero principalmente había travestis, en esa época no les decíamos trans”. 

Cesano, un luchador histórico de la causa LGTB le dijo a elDiarioAR que “el Código de Faltas tenía dos cosas muy graves: una, el policía que te detenía era el propio juez que te asignaba la pena; y la otra, era la concatenación de delitos, le podían bajar a una persona todo el Código en una misma noche: vestimenta incorrecta, a eso le sumaban merodeo si estabas trabajando en la calle; te cargaban ejercicio ilegal de la prostitución y escándalo en la vía pública; y si para poder soportar prostituirte te alcoholizabas o drogabas, te achacaban ebriedad en la vía pública. Era terrible lo que las chicas sufrían. Y Nadia, era de las que se plantaba frente a esos atropellos del poder”.    

Entre 1993 y 1994, Nadia Echazú se fue a vivir a Buenos Aires. Y tenía su parada en Palermo. Allí también se plantó frente al poder: “A nosotras no nos importa qué es obsceno, porque igual nos siguen llevando presas vestidas, arriba de un taxi, en una disco o en la puerta de nuestras casas”, le dijo en una entrevista a Página/12. Nada había cambiado, Buenos Aires y Córdoba, las seguían oprimiendo. 

Fogueada en las calles cordobesas, Nadia no dudó en convocar a sus compañeras y se sumó a la Asociación de Travestis de Argentina (ATA), de la que se fue, para fundar la Organización de Travestis y Transexuales de Argentina (OTTRA), como ella misma recordó en una charla que quedó registrada en Nadia y sus amigas. Un diálogo entre Nadia Echazú, Lohana Berkins y Marlene Wayar, publicado por Ana Alvarez y Josefina Fernández en Moléculas Malucas: “Los conflictos que he tenido con las organizaciones de travestis han sido económicos. De hecho, yo me abrí de ATA (Asociación de Travestis de Argentina) por este tema. Pelear por dinero en las organizaciones es hablar mal del movimiento”, señaló Echazú. 

En esos Diálogos, Nadia les contó a sus compañeras de militancia: “Yo empecé a notar esas diferencias después, cuando fui madurando políticamente. Voy a contar cómo empecé yo. Un día, en el 94 ó 93, estaba por entrar en la Feria de la Moda y vino la Policía, no nos dejaron entrar y nos llevaron presas. En esa época no se discutía con la Policía y a mí me daba mucha vergüenza estar discutiendo en medio de la gente. Yo me subo al patrullero y nos fuimos, nos llevaron. Y nos encerraron, ni siquiera con causa, nada. Y eso que andábamos hasta de pantalón, con todo el teje. La que andaba en la movida era Kenny de Michelis y yo tenía su teléfono y entonces la llamé desde la Comisaría 23. La Kenny llamo a Angela Vanni y me la mandó y ella arregló con la Policía y nos fuimos en libertad. Yo no tenía ni idea en esa época, nada de nada. Venía de muchísima, pero muchísima, persecución de la Policía. De estar presa noventa días, salir, estar una semana libre y entrar otra vez por sesenta y volver a salir. Nunca podía cumplir una semana y volvía a caer presa. Me pasaba en el calabozo, me cortaban el pelo y todas las cosas. Y por todo eso yo me había cerrado un montón, me costaba un montón comunicarme con la gente. No tenía diálogo con la gente, y las únicas con las que conversaba, y poco, eran las travestis”. 

“La Policía mata”

Pese a su vida y militancia porteña, Nadia Echazú regresaba cada tanto a Córdoba, donde seguía de cerca la evolución del colectivo travesti. En uno de esos viajes, en el verano de 2000, la tragedia y la militancia la convocaron: Vanesa Ledesma, una travesti de 47 años, había sido detenida por escándalo en la vía pública en la puerta del bar Afanancio de Catamarca y Ovidio Lagos de barrio General Paz. Dos móviles policiales llegaron al lugar, donde la mujer trans había protagonizado una pelea con su pareja. Los policías la golpearon y la llevaron detenida a la Comisaría 6ª de barrio General Paz en la avenida 24 de Septiembre, pero como estaba con la capacidad llena, la trasladaron hacia la Comisaría 13ª de barrio General Bustos.

Cinco días después de su detención, Vanesa Ledesma fue encontrada muerta en su celda. Nadia Echazú y Eugenio Cesano organizaron las primeras marchas de travestis en Córdoba denunciando el crimen a manos de la Policía. El caso fue tomado por Amnistía Internacional como ejemplo de violencia institucional en el país a manos de fuerzas de seguridad.

“¿Viajaste por el caso de Vanesa?”, le pregunté ese verano de 2000. Y Nadia, que ya era una dirigente reconocida nacionalmente me dijo que estaba en Córdoba visitando amigas y que el asesinato la había encontrado de casualidad: “Yo soy como Troilo, ‘¿quién dijo que me fui del barrio?, si siempre estoy llegando’. Vine antes de que la mataran, me quería ir a Salta y justo me agarró esto, así que acá estamos. Las chicas se tienen que organizar, yo les puedo dar una mano, pero las que tienen que organizarse son ellas”, me dijo esa vez, en una de las marchas que recorrimos desde la Central de Policía hasta el cruce de las avenidas Colón y General Paz. Toda una rareza, las travestis sólo se las veía de noche, no a las seis de la tarde y mucho menos en una marcha reclamando Justicia. El travesticidio de Vanesa Ledesma se cerró en marzo de 2002 sin culpables. 

“Yo te voy a dar derechos a vos, puto degenerado”, la amenazó y golpeó un policía federal de la Comisaría 25 a Nadia, mientras repartía preservativos y hacía campaña de prevención contra el VIH. Ese 7 de octubre de 2001, fueron tres los agentes que arremetieron contra la dirigente trans; uno de ellos le pidió los documentos y la escupió. Cuando Nadia reaccionó, otro le roció gas pimienta en la cara y otro la esposó; entre los tres, golpeándola, la subieron al patrullero hacia la comisaría de Scalabrini Ortiz al 1.300.

En la Comisaría 25 de Palermo, odiaban a Nadia Echazú y su militancia. Y los antiderechos tenían sus razones: “Yo siempre digo que el movimiento mío empezó en la comisaría. Una cosa que se le volvió en contra a la Policía fue meterme en la celda con todas las chicas porque yo las empecé a organizar ahí y ellas me empezaron a escuchar más. Yo planteaba mis ideas, lo que pensaba y daba la casualidad que ellas se sentían identificadas, porque a todas nos pasaba lo mismo. Y las chicas empezaron a seguirme un poco más. Y convivíamos todo el tiempo, en el hotel o en el calabozo. Igual el punto fue el Encuentro, el primer Encuentro, el de Rosario. ¡Para mí fue increíble! Fue la primera vez que pude conversar, después de mucho tiempo, con otras personas que no fueran travestis”, como quedó consignado en Nadia y sus amigas. Un diálogo entre Nadia Echazú, Lohana Berkins y Marlene Wayar.

En 1998, el año en que se habían derogado los edictos policiales en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), Nadia había sido detenida como tantas veces. La golpearon para subirla al móvil y ya en la comisaría la volvieron a golpear, la mojaron y la dejaron en una celda. La paliza le dejó secuelas en un riñón, que agravaron su salud ya delicada. Las mismas prácticas que en la Comisaría 13 de Córdoba. 

Recuperó su libertad y cayó presa varias veces más. Hasta que afectada por el VIH sus amigas la internaron en el Hospital Muñiz, donde murió, invisibilizada y con su identidad negada en la sala de varones, el 18 de julio de 2004.

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