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Matías Máximo

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Hoy revelar fotos suena vintage, pero hubo un tiempo en que comprar rollos para cargarle a la cámara era sinónimo de cumpleaños, viajes, casamientos o alguna fiesta porque sí. La medida standard de 20 x 15 se dividía en álbumes ordenados por lo que durase el rollo, algo cada vez más lejano desde que las cámaras digitales y las redes sociales cambiaron las lógicas de almacenar recuerdos. Haga la prueba: pregunte a cualquiera de más de 40 años si en algún cajón tiene uno de esos tesoros y le dirá que sí. Bueno, casi. En el Archivo de la Memoria Trans esos álbumes no fueron lo corriente y las razones se repiten, sea La Juana Culo, La Pretty Wichi, Gabi La Garrote, Alejandra La Taco, Daiana La Orgasmo, Sandra La Loro o cualquiera de los 600 nombres de batalla que cubren las solapas de su flamante libro, el derecho a la memoria se les presentó como un privilegio heterosexual. Ahora tienen su venganza poética: crearon su propio álbum familiar, con lazos que trascienden la biología y se abrazan en la supervivencia. 

Uno de los inicios del Archivo de la Memoria Trans lleva hasta el nombre de Claudia Pía Baudracco, integrante fundadora en 1993 de ATA (Asociación de Travestis Argentinas). La Gorda, La Leona, La Pía era fanática de guardar cartas, folletos, catálogos, fotos y en su afán no tenía límites. “Qué linda foto, ¿me la regalás?”, “No”, y al rato la foto desaparecía. Murió meses antes de sancionada la Ley de identidad de género por la que militó sus últimos años, y esos cofres de acumuladora compulsiva se volvieron una cápsula de tiempo invaluable.  

Belén Correa, otra de las pioneras de ATA, sabía de las cajas con recuerdos de su amiga Pía y compartía el deseo de armar un gran archivo. “En la historia de las travestis y trans lo que más se encuentra son registros de psiquiatría o policiales, no tenemos un espacio donde figuremos de manera positiva”, dice Belén, que fue la primera argentina con status de “asilada política” en Estados Unidos por su identidad de género. Lo que le pasaba a Belén, como a muchas hasta avanzados los 2000, era que ponía un pie en la calle y se la llevaban presa por “ropa contraria al sexo” o “incitación al acto carnal”, edictos policiales que se usaban para coimearlas. 

Para Belén la publicación del libro marca el fin de una época: “Me gustaría que sea citado cada vez que utilicen la palabra travesti en Argentina, que sirva para sumarle a la Historia unas páginas donde nuestras identidades se corran de la estigmatización y la violencia. Mostrar que también tenemos una vida cotidiana, que festejamos y que en general tenemos hermandad. Es un testimonio diferente de nuestras existencias y además es bello, tiene arte”.

Carnaval toda la vida

Los bloques del libro no responden a un orden cronológico sino a escenas que se repiten, entre ellas fiestas, exilio, operaciones, amores y vida diaria. La selección de 219 fotografías va de 1940 hasta la década del 90 y cada una es un mundo de historias: las más antiguas pertenecen al archivo de Malva Solís, una travesti que vivió casi cien años y le dejó sus cajas con recuerdos a una vecina (se recomienda el documental “Con nombre de Flor”). ¿Por qué hay tantas fotos de carnavales? Porque durante todo el año la policía y la sociedad castigaba, “cualquiera se sentía con derecho a señalarte con el dedo”, dice Carmen Ibarra, una de las integrantes del staff del Archivo. “Vivíamos el carnaval más que nadie porque eran seis noches en total libertad donde te hacían sentir aceptada, deseada, amada, adorada y respetada. Esa noche entregábamos nuestras almas”. 

El Archivo de la Memoria Trans empezó a funcionar como tal en 2014 a partir de un grupo cerrado de Facebook, donde travestis y trans compartían fotos y empezaron a notar que “esta no está, a esta la mataron, esta murió”, como se llamó su primera gran muestra en el Centro Cultural Haroldo Conti. Con los años se profesionalizaron, hicieron cursos de fotografía, archivística, escritura y ya digitalizaron 10 mil piezas. Trabajan en un departamento de Palermo donde comparten espacio con Hacer Lugar, una organización que acompaña a infancias con autismo, y planean para marzo presentar una web con su archivo digital. Al plantel actual lo componen Belén, Carmen, Magalí Muñiz, Carolina Figueredo, Cecilia Estalles y Cecilia Saurí. 

Entre las fotos del libro hay relatos íntimos, que fueron seleccionados con el consentimiento de quienes forman parte del grupo de Facebook. Si bien las imágenes hablan por sí mismas, estas narraciones en primera persona terminan de darle un contexto a la época en que fueron tomadas. El resultado al leerlo de corrido es un sube y baja de emociones, porque de los relatos del carnaval se pasa a algunos tristísimos, como lo que cuenta Luisa Lucía Paz sobre su amiga Katy La Borracha, que perseguida por la policía voló por el aire de la Autopista Ricchieri y, frente a sus ojos, la pasaron por arriba varios autos. O el de Carla Pericles, que hacía parada en la Panamericana aterrorizada por el “Mata Mariposas”, un asesino motorizado que había atropellado a su compañera La Robotina. 

Cada detalle del libro, que fue publicado por Editorial Chaco, guarda un porqué. Las costuras están a la vista para que las venas de la publicación puedan tocarse, los 600 nombres del lado de adentro de las solapas “abrazan” al contenido y el tamaño de la publicación replica al de los álbumes de fotos tradicionales de 15 x 20. Las letras de la tapa y la rosa de la contratapa tienen tinta mezclada con purpurina. “Cada vez que moría una compañera se decía una frase: Bicha não morre, vira purpurina (las maricas no morimos, nos volvemos purpurina). Esto viene del carrilche, un idioma en argot que utilizamos para protegernos de la violencia y pasa como herencia de boca en boca”, dice Belén, que no tiene dudas que el libro ya tiene alma: “Es lindo y fuerte, como nosotras. Pero además de todos los sentidos que se le puedan encontrar, más allá de lo que expliquemos o las conclusiones, para muchas es algo tan simple y necesario como un álbum familiar”.

MM

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