Los secretos de las 24 horas que hicieron papa a Robert Prevost: retrasos, una cena y matemáticas de sobremesa

Desde el punto panorámico dispuesto encima de las columnatas de la plaza, cientos de periodistas y fotógrafos esperaban el anuncio del nombre del nuevo papa con los ojos puestos en el balcón de San Pedro. Cuando desde el micrófono resonó “Robertus Franciscus cardenalis Prevost”, el desconcierto se expandió en casi todo el grupo: “¿Quién?” “¡No es Parolin!”, “¿Estadounidense?”, “¿No iba a ser Zuppi?”. Un cardenal electo en la cuarta votación indicaba que el resultado debía ser el obvio, el esperado, pero en las poco más de 24 horas de este cónclave pasaron muchas cosas que no estaban previstas.
Algunas de ellas no se conocerán en su totalidad hasta que el papa permita revelarlas, porque se supone que lo ocurrido debe mantenerse en secreto. El tesoro más buscado por los periodistas el día después de la fumata blanca sigue cum clave, pero a la luz de una límpida jornada romana, empieza a dejarse intuir.
Se cuidan de romper el secreto pontificio que juraron solemnemente, pero varios purpurados presentes admiten con una sonrisa lo que confirman con un evasivo “es bastante verosímil” cuando se les plantean detalles de lo que pudo suceder desde las 17.45 del miércoles 7 de mayo, cuando los 133 electores escucharon el “Extra Omnes” –con el que se cerraban las puertas de la Capilla Sixtina– hasta las 18.08 del día siguiente, cuando el humo blanco asomó por la chimenea.
A las 19.12, León XIV salió del balcón de la logia y pronunció su primer discurso como papa para sorpresa de muchos. Incluso de algunos protagonistas de esta historia. Pero, ¿cómo pasó?

Una votación que se retrasa
El miércoles Roma se detuvo durante algo más de cuatro horas. Desde que se cerraron las puertas de la Capilla Sixtina hasta que, a las 21.01, salió el primer humo negro ante una plaza demasiado repleta para una votación que se suponía desde el principio negativa. La fumata llegó tarde, con mucho retraso. Y mientras pasaban los minutos de espera, se multiplicaban las conjeturas: desde la enfermedad de algún purpurado a un error en las votaciones. Incluso se fantaseó con la elección de un candidato que no estaba en la Sixtina y al que habría que haber ido buscar para preguntar si aceptaba.
La realidad fue mucho más prosaica: el predicador pontificio, Raniero Cantalamessa, extendió su reflexión durante más de 50 minutos, aunque estaba prevista una breve alocución de no más de cuarto de hora. Al terminar, y tras el sorteo de los lugares y las funciones de cada elector (con bolas de madera, como las de la lotería), pudo comenzar la votación.
133 personas mayores escribiendo, caminando hacia la mesa presidencial y depositando su voto mientras repiten una fórmula en latín. La liturgia electoral demoró más de dos horas, a las que se sumaron otros 45 minutos para el recuento, la confirmación de que no había mayoría y, finalmente, la quema de las papeletas.
Tal y como apuntan varias fuentes, el principal candidato, Pietro Parolin, fue el más votado, con una horquilla en la línea de lo previsto; entre 35 y 50 votos. Tras él, no demasiado alejados –en torno a 25 sufragios–, el filipino Luis Antonio Tagle y el estadounidense Robert Prevost, que llegaba como actor secundario en las quinielas, pero demostraba ya desde el primer momento que estaría en la batalla por el quorum. Otros candidatos, como el italiano Matteo Zuppi, los franceses Jean-Marc Aveline y Jean-Paul Vesco, el español Ángel Artime o los candidatos del sector conservador Peter Ërdo (Hungría) o Ander Arborelius (Suecia) aparecieron en las planillas del escrutinio con menos votos, pero con opciones de cara a las siguientes votaciones.

La primera cena
Entre fogones, cafés y una comida frugal, el refrectorio de Casa Santa Marta fue testigo de movimientos, baile de sillas y un intenso trabajo de los cardenales considerados kingmakers, entre los que muchos ubican al español Juan José Omella, capaz de unificar criterios en torno a la figura de Prevost. Se habló también de un posible acercamiento del sector Parolin a Tagle, aunque esto no está confirmado.
La segunda votación, a primera hora de la mañana del jueves, fue más ágil que la inaugural. Sin discurso de reflexión, se pasó directamente al sufragio y conteo. Parolin seguía en cabeza, e incluso sumó algún apoyo más, pero comenzó a atisbarse lo que se confirmó algo más tarde: había tocado techo. A la vez, el filipinio Tagle empezó a perder fuerza y emergió ya, casi como único candidato bergogliano, la figura de Prevost.
Afuera, con la mirada puesta en el plano fijo de la chimenea, la mayoría de los periodistas elucubraba sobre un cónclave corto y un Parolin al alza. Sin embargo, dentro de la Capilla Sixtina, las cosas tomaban otro rumbo. La tercera votación terminó sin mayoría y asomó la segunda fumata negra a las 11.51. Para entonces, Prevost ya se había puesto por delante, mientras Tagle se quedaba definitivamente atrás. Parolin, aunque mantenía sus apoyos, ya era consciente de que la verdadera sorpresa sería que pudiera revelarse como el triunfador de la elección.
Antes del cónclave, quienes ensalzaban la figura de Pietro Parolin hacían hincapié en su experiencia diplomática, en su conocimiento de la Curia y la gestión vaticana. Los que expresaban reticencias señalaban con preocupación esas mismas artes diplomáticas puestas al servicio de su ambición. De hecho, durante las semanas previas, se habló de un posible acuerdo con los cardenales del sector más ultra para apoyar a Parolin a cambio de incluirles en un futuro Gobierno vaticano.

La última comida
Ya solo había dos candidatos reales, así que a la hora de la comida, de vuelta en Santa Marta, empezó a gestarse el traspaso de votos. Conversaciones en voz baja acalladas por el ruido de platos y cubiertos, cálculos de probabilidades, matemáticas de sobremesa. Varios de los que habían apoyado a Parolin, conscientes de que el secretario de Estado tenía difícil conseguir los dos tercios necesarios, decidieron pasarse a Prevost. Especialmente, algunos italianos y miembros de la Curia. El prefecto de Obispos ya se veía papa.
Y su intuición se confirmó en la primera votación de la tarde. La lectura repetida de su apellido en el recuento por los escrutadores daba una cifra superior a los dos tercios. Un número ligeramente superior a los 89 votos necesarios, pero suficiente para consagrarse pontífice con la sensación de un apoyo inequívoco y mayoritario.
El agustino, visiblemente emocionado, aceptó el encargo, entró en la Sala de las Lágrimas y eligió su nombre: León XIV. Una referencia directa a León XIII, el Papa de Rerum Novarum, considerada la primera encíclica social, que habla de los derechos de los trabajadores y publicada en plena revolución industrial. León también era el nombre del principal discípulo de Francisco de Asís, el santo que inspiró la identidad papal de Jorge Bergoglio, con el que Prevost hablaba –religiosamente, bromea una fuente cercana al nuevo pontífice– cada sábado.
Después, un discurso escrito para dar confianza a un cardenal que, a pesar de su carácter contenido, temía que los nervios y la emoción pudieran traicionarlo al salir al balcón de San Pedro para hablar frente a miles de personas. El primer estadounidense –muy a pesar de Donald Trump– en convertirse en Obispo de Roma eligió no hablar en inglés sino en italiano y en español. Y reivindicar la figura de quien sobrevoló todo el tiempo esas poco más de 24 horas de encierro entre la Casa Santa Marta y la Capilla Sixtina.
Ahora es el tiempo de descubrir qué más se habló en esas comidas, qué tanto piensa León XIV acercarse o alejarse del legado de su predecesor. Y también de observar qué movimientos harán aquellos cardenales que salieron derrotados de este cónclave, y que este jueves volvían a la Sixtina para escuchar las primeras palabras que les dedicaba su nuevo líder, el que entró a la capilla del Palacio Apostólico como actor secundario y salió vestido de papa en poco más de un día.
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