La voz de muchas
Veinticuatro horas después de perder la votación del Senado en 2018 me pidieron una columna de opinión. Dudé de escribirla porque la frustración, la bronca y esa mezcla de sensaciones desagradables de la derrota estaban a flor de piel. Sin embargo decidí que era en la derrota que debíamos marcar el temperamento de nuestra convicción y decidí utilizar como metáfora de esas sensaciones que me invadían el cruce del Puente de Edmund Pettus en alusión al histórico Bloody Sunday, pero sobre todo, al segundo intento de cruzar el puente encabezado por Martin Luther King.
Habíamos perdido una batalla pero en el camino nuestra lucha había dejado de ser nuestra y se había convertido en una reivindicación mayoritaria, había adquirido en el imaginario social lo necesario para que algún día llegara ese cambio legislativo. Se había transformado en una causa justa.
Esa construcción de años tuvo muchos momentos y muchas protagonistas, pero sin dudas me había tocado participar de uno de los más visibles. El cierre del debate en Diputados en el 2018 había llegado a millones de hogares en la Argentina y en el mundo, y nunca podré agradecer lo suficiente aquel privilegio.
Hoy me invitan a reflexionar sobre aquel discurso y voy a repetir lo que ya he contado antes. Ese discurso lo escribí esa misma madrugada, cuando los votos no alcanzaban para la media sanción y yo creía que me tocaba cerrar un debate que las feministas habíamos perdido. Entonces decidí romper el discurso que había preparado y ensayado 24 horas antes que, como tantos otros que escuchamos ese día, era bastante autorreferencial, creyendo que lo importante no era hablar de mí sino hablar de todas. Si esa noche no nos llevábamos la ley, teníamos al menos que llevarnos el discurso.
Eso significaba que nuestra voz, no la mía, sino la de millones de mujeres que hacía décadas luchaban por los derechos de otras mujeres desde los partidos políticos, las organizaciones sociales, los medios de comunicación, las fábricas, los comedores barriales, las guardias de los hospitales o en la soledad de sus hogares, tenían que ser escuchadas por todo el país.
Lo escribí frenéticamente en poco más de una hora, era no sólo una una descripción de nuestros argumentos sino sobre todo una interpelación a los que esa noche nos dejarían a las mujeres en el mismo desamparo con el que habíamos llegado a ese debate, tal vez con más conciencia del abandono y la criminalización de las mujeres en situación de aborto pero sin una sola alternativa. La solución que nos ofrecían los que se oponían a nuestra propuesta era mantener ese estado de discriminación e injusticia sistémica.
Lo repetí dos veces en voz alta y cuando me disponía a bajar al recinto recibí la noticia más esperada, los pampeanos habían cambiado su voto y esa noche las feministas ganábamos la batalla legislativa.
Era tarde para revivir mi viejo discurso, ya me había convencido que esa noche no tenía que hablar yo, sino simplemente ser la voz de esas otras mujeres, de las que sufrieron antes, de las que sufrían en ese momento y de las que sufrirían si seguíamos postergando esa ley.
Todos sabemos lo que pasó después, al festejo con glittter de esa mañana en Diputados le siguieron las lágrimas desconsoladas del Senado. Pero habíamos intentado cruzar el Puente.
Sentí que en mi discurso la historia larga de nuestra lucha había llegado a cada rincón del país y nuestra causa que había venido creciendo montada sobre la ola verde de las jóvenes, empujada por las pioneras e inspirada por cada lucha feminista de los últimos dos siglos, estaba lista para ser coronada, porque a las causas justas no las vence el tiempo sino la resignación, y ninguna de nosotras estaba dispuesta a guardar los pañuelos ni a bajar los brazos.
Silvia Lospenatto es diputada nacional por el PRO. En la sesión de 2018 en la que la Cámara Baja dio media sanción a la legalización de la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), dio el discurso que cerró la participación de su bloque, y que fue ovacionado dentro y fuera del Congreso.
SL / JR
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