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ENTREVISTA Vicedecana de Física de la Universidad de Oxford

Sonia Contera: “Cuidado con los que piden parar el avance tecnológico para sus propios fines”

La nanotecnóloga Sonia Contera.

Carlos del Castillo

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La nanotecnología une en un mismo campo científico los últimos avances de la física, la biología, la electrónica o la química. Es una especialización puntera pero que cada vez va a tener un mayor impacto en nuestras vidas, ganando presencia en áreas que van desde la medicina hasta los procesadores de los móviles. Por eso una conversación con una reputada nanotecnóloga como Sonia Contera (Madrid, 1970) significa saltar desde los riesgos de la inteligencia artificial hasta los problemas de los implantes cerebrales de Neuralink, y desde el tratamiento del cáncer hasta los beneficios que pueden suponer las acciones de los antivacunas.

Contera es vicedecana del departamento de Física de la Universidad de Oxford, donde dirigió su programa de Nanotecnología. Ha pasado unos días en Madrid para presentar su libro Nanotecnología viva (Arpa Editores), en el que explica las reglas especiales que rigen el mundo de la nanoescala (donde “se está desarrollando un nuevo método de fabricación, una nueva creatividad”, revela) pero también reflexiona sobre el poder y la tecnología. Un campo donde ahora mismo la IA y los múltiples avisos sobre sus potenciales peligros acaparan el debate: “Cuidado con los que piden parar el avance tecnológico para sus propios fines”, avisa en una entrevista con elDiario.es.

Al hablar de “nanotecnología”, a muchas personas puede venirles la imagen de robots muy pequeños, adaptados para hacer cosas dentro del cuerpo. Pero no funciona realmente así, ¿verdad?

De robots más o menos normales pero miniaturizados a la escala nanoscópica, sí. En realidad, la nanoescala es una escala especial del universo. Por eso la vida en la Tierra surgió en una escala nanoscópica, porque tiene características especiales. Es donde se junta la física, la química, la mecánica, la electricidad. Es todo tan pequeño que si tienes una reacción química, te mueves. Si eres más pequeño que un átomo ya no puedes hacer esas cosas, porque no tienes forma, mientras que si eres más grande ya no puedes acoplar la química a la mecánica de la misma manera. Es un punto especial, pero eso también significa que no puedes construir todas las formas que quieras, como un robot, porque no hay espacio. Tienes que aprender a construir como construye la biología. No puedes hacer robots, pero puedes hacer nanomáquinas. Una de las cosas que hemos aprendido es que fabricar cosas en nanoescala de una forma que sea racional para nosotros es muy difícil, pero que la biología sí lo sabe hacer. Entonces, lo que estamos investigando ahora es cómo usar las células, las bacterias o las levaduras como fábricas de estructuras nanotecnológicas que se pueden usar en la medicina o, en el futuro, para construir dispositivos electrónicos o incluso sistemas de computación nuevos.

En el libro llama la atención el uso de algunos términos en este sentido, como la posibilidad de construir “cadenas de montaje” con nanopartículas.

Sí, son cadenas de montaje en la nanoescala. Es una investigación que viene de los años 80, cuando nos dimos cuenta de que se podía utilizar el ADN para esto. Solo entre un 5% y un 12% del ADN es genes. El resto es su forma, su estructura, que además se parece mucho a bloques de Lego, con cuatro permutaciones diferentes. Nos dimos cuenta de que esos bloques de fabricación a la escala nanoscópica se podían usar para otras cosas. La investigación ha avanzado mucho y ahora hay gente que los usa para crear raíles de ADN y formar verdaderas factorías de moléculas. No está claro que esto vaya a ser una manera útil de fabricar nada, porque los caminos de la innovación son complejos y no todos los inventos llegan a la realidad, pero se está investigando.

¿Es un campo que también está revolucionando la inteligencia artificial?

Se habló mucho de AlphaFold [un proyecto de IA de Google] durante la pandemia, ya que fueron los primeros de predecir la estructura de las proteínas. Predecir la estructura de las proteínas tiene mucho interés, piensan las personas que se dedican a la farmacología, porque entender las proteínas nos permitirá crear nuevos fármacos. También nos sirve para entender de lo que estamos hechos. Pero yo creo que lo más interesante es utilizar ese conocimiento en reverso. Ahora podemos diseñar en el ordenador proteínas que no existen en la naturaleza y crear unos genes especiales para que las levaduras fabriquen esas proteínas. Se hace a través de sistemas biológicos que no entendemos pero que tienen una precisión atómica. Es un nuevo método de fabricación, una nueva manera de diseñar cosas. Una especie de nueva creatividad, que es algo que hablo también en el libro, la creatividad de los sistemas complejos.

¿Nosotros sabemos el punto inicial y el resultado, pero no comprendemos del todo lo que pasa en el medio?

Como con los algoritmos de inteligencia artificial. Una cosa que nos está pasando ahora, que históricamente es muy diferente a todo lo que hemos hecho en ciencia desde el siglo XIX, es que se está cayendo la idea de que todo lo podíamos racionalizar. Pensábamos que íbamos a poder controlar todos los pasos del proceso científico de una manera muy racional y lógica. Ahora estamos aprendiendo que si realmente queremos hacer estructuras más avanzadas, con menos uso de energía por ejemplo, debemos incorporar procesos fuera de nuestro control. Es algo muy interesante también a nivel filosófico. Tanto con la inteligencia artificial como con los sistemas de nanofabricación y nanotecnológicos estamos llegando a lo que queremos llegar, pero sin poder controlar el proceso de una manera absoluta. Estamos cambiando nuestra relación con la naturaleza. Es como lo de ChatGPT: queremos crear inteligencia, pero en el momento que creamos inteligencia se nos va a una cosa que ya no es racional. Creamos los ordenadores para hacer procesos lógicos y llega ChatGPT y dice lo que le da la gana, sea verdad o no. Estamos un poco igual en casi todos los campos, estamos llegando a los límites del plan súper-racionalizador que teníamos.

Pensábamos que íbamos a poder controlar todos los pasos del proceso científico de una manera muy racional y lógica. Ahora estamos aprendiendo que si realmente queremos hacer estructuras más avanzadas debemos incorporar procesos fuera de nuestro control

En la tecnología digital hay cierta controversia por el gran peso que tienen las multinacionales digitales en estos avances, capturando prácticamente toda la innovación. AlphaFold es un proyecto de Google… ¿existe esta preocupación también en nanotecnología?

La nanotecnología de hecho fue una de las primeras ciencias que se empezó a autorregular. Surgió en los 90, justo después de los grandes movimientos que hubo contra la modificación genética de los alimentos. Hubo un par de libros muy sensacionalistas sobre el futuro de la nanotecnología, de los nanorobots que nos iban a comer a todos y fue la misma comunidad científica la que empezó a investigar cómo hacer que la innovación y la investigación fueran responsables. Son normas que ahora forman parte de la comunidad europea, que hablan de tener diversidad en los equipos, de la ética... Fueron los científicos los que empezaron a hablar de la ecotoxicidad de las nanopartículas y de los posibles efectos no deseados. Pero quizá, como era una cosa material que podía afectar a la salud, fue fácil convencer a los poderes públicos de que había que regularlo. El problema es que en las tecnologías digitales no hubo ese paso de regulación. Es algo que depende más de la geopolítica también, porque lo que tú no innoves lo va a innovar otro y entran muchas fuerzas que están compitiendo para llegar a la superioridad.

Creo que otra de las razones por las que no tenemos tanta regulación en el terreno digital es porque la mayoría de la innovación digital se aplica y es aprovechada por los poderes que ya existen, mientras que muchas de las aplicaciones nanotecnológicas son disruptoras con esos poderes. Lo hemos visto con Moderna y BioNTech, que eran empresas que no existían antes. En esos juegos de poder de quién disrumpe a qué, se vio que la tecnología digital se podía controlar. Es ahora, cuando empieza a despegar la inteligencia artificial más disruptora, cuando nos ponemos nerviosos y surgen determinados mensajes anticiencia. Hay que tener mucho cuidado con ellos. ¿Quién los controla? La tecnología es muy poderosa. Se puede usar para cosas buenas y para cosas malas, pero la anticiencia tiene el mismo poder de destrucción de la democracia y del bienestar de la gente, cuando ataca a esa tecnología que puede ayudar. Hay que tener cuidado con quién maneja las agendas, quién maneja la conversación sobre la anticiencia y quién lanza los mensajes contra el avance tecnológico para sus propios fines. Es algo que discuto en el libro. Tenemos que acostumbrarnos a interrogarnos sobre por qué ciertos personajes que en un momento dado están muy a favor de un desarrollo tecnológico luego no lo están respecto a otros. A lo mejor es porque quieren ralentizarlo todo para lograr la tecnología para ellos más adelante. Debemos interrogarnos sobre las dos cosas: quién usa la tecnología y para qué, pero también quién está usando la anticiencia y para qué. Y desde luego, tenemos que ser todos muy sinceros en por qué estamos desarrollando tecnologías, que es parte también de cómo comunicamos la ciencia.

También está creciendo el discurso anticiencia que surge sin una agenda tan clara, sino impulsado por el miedo o las teorías de la conspiración.

Pero es normal. Es normal preguntarse si me puedo fiar de esta tecnología o no, yo también lo hago. Cuando surge una nueva tecnología, lo primero que miro es quién la está haciendo, por qué, cuáles son los intereses que hay detrás. Claro, yo tengo la capacidad científica de mirar luego los artículos y decidir. Pero incluso entonces, como dentro de la ciencia también hay mucha ciencia que no es buena, que es política, se vuelve todo muy complejo. Yo creo que la única solución es que la gente vea cómo se produce la ciencia, cuáles son los intereses detrás, las cosas que pueden salir y las que no pueden salir. Y desde luego, regulación. La regulación es una cosa muy importante, no solo porque protege a los ciudadanos, sino porque crea este diálogo con los científicos y también facilita la innovación. Hay muchos inversores que no apuestan por determinadas tecnologías porque no hay regulación sobre esos temas y claro, nadie invierte en algo que en cinco años puede estar bloqueado.

La regulación es una cosa muy importante, facilita la innovación

Las vacunas del coronavirus fueron la primera aplicación práctica a gran escala de la nanotecnología. También sufrieron grandes campañas de desinformación, con bulos que aseguraban que las vacunas llevaban chips. ¿Le preocupa que siga ocurriendo en el futuro?

Las vacunas ya en el siglo XIX eran problemáticas. Toda campaña que viene desde arriba y que pretende que toda la población haga algo es problemática. En España hubo grandes divulgadores y además lo hicieron ellos solos desde su casa, científicos que analizaban desde el punto de vista más sincero que ellos podían qué eran las vacunas, de dónde salían. España tiene grandes divulgadores. En Inglaterra fue bastante peor y hay mucha gente que no se ha puesto la vacuna.

Tiene que haber un diálogo. Y a lo mejor digo algo controvertido, pero si ves la sociedad entera como un conjunto de toda la diversidad social necesaria para que no se extinga la raza humana, los antivacunas también son una fuerza útil en cierto sentido. Fuerzan a las farmacéuticas y a los gobiernos a demostrar que sus vacunas son efectivas. A lo mejor lo hacen sin intención, pero socialmente también nos beneficiamos de los antivacunas. El problema es si empieza a subir su número y llega a ser tan alto que deja de ser algo minoritario. O sea, yo creo que estos diálogos de la ciencia son bastante importantes y que hay que tratar a la gente con respeto. Hay que intentar entender por qué la gente reacciona contra la ciencia.

Socialmente también nos beneficiamos de los antivacunas

Hablábamos de que la innovación digital está casi por completo en poder de las multinacionales, ¿cómo está la situación en el ámbito de la nanotecnología?

En nanotecnología hay más inversión pública, aunque nanotecnología también son los chips de Taiwán y los procesadores de Nvidia, ojo. En la parte electrónica de la nanotecnología es casi todo privado, pero la investigación fue fundamental y se hizo en Japón, EEUU o Países Bajos. Creo que es muy interesante mirar a Moderna y BioNTech, dos empresas de las que hablo mucho porque las fundaron personas que no estaban en el circuito tradicional de la ciencia, en el caso de BioNTech dos inmigrantes turcos en Alemania. Se crearon 10 años antes de la pandemia para tratar el cáncer con nanopartículas pero han sido muy estratégicos, supieron ir a por las patentes que necesitaban y captar inversión pública y privada para mirar a largo plazo. 

En los últimos años también hay cada vez más startups, que intentan huir del conservadurismo de la ciencia académica y hacer cosas nuevas. La inversión de los fondos de capital de riesgo ha hecho que mucha gente que tenía muchas ganas de hacer cosas nuevas se haya podido montar sus empresas y se haya creado un ecosistema muy interesante.

También hay grandes fortunas invirtiendo en startups científicas como Elon Musk con Neuralink, su empresa de implantes cerebrales. 

Hombre, Neuralink está muy poco claro que vaya a llegar a los objetivos que persigue. Muchas de estas grandes empresas no se dan cuenta de lo complejos que son los problemas que intentan resolver. Piensan que simplemente metiendo muchísimo dinero podrán solucionarlos. Y luego hay muchos científicos a los que también les encanta prometer cosas que no pueden cumplir. Ahí está la historia de Theranos.

A Neuralink le acaban de dar el visto bueno para empezar sus ensayos en humanos.

Los implantes intracraneales, que es un campo que yo estoy empezando a investigar porque neurocientíficos de Oxford me han pedido que les ayude a mejorar los implantes para sus estudios. El problema es que cuando metes algo duro en el cuerpo, pero sobre todo en el cerebro, el cuerpo detecta que hay algo extraño, como cuando se te mete una espina, y empieza a crear el tejido de una cicatriz alrededor. Entonces, claro, cuando mides o cuando interaccionas con el cerebro a través del implante, no interactúas con el cerebro, sino con la cicatriz. Estamos intentado evolucionar los implantes blandos con materiales biocompatibles (no solo yo, hay mucha gente trabajando en esto) que puedan hablar directamente con las neuronas. 

Yo he estado leyendo la información publicada por Neuralink sobre sus implantes y eso va a crear mucha reacción inmunológica. Pero tienen dinero y tienen ambición, que es algo que muchas veces falta en la academia. Veremos. De momento no han conseguido ninguno de los objetivos que se habían puesto como meta. También es muy importante la regulación y que se siga avanzando con los neuroderechos, para asegurar cosas como la identidad y la privacidad mental.

Más allá de Neuralink, ¿dónde está ahora mismo la vanguardia de la nanotecnología? ¿Qué avances nos esperan en los próximos años?

Todo el beneficio que han tenido Moderna y BioNTech con las nano-vacunas va a cambiar el tratamiento del cáncer. Estas dos empresas se fundaron para crear nanopartículas para modular el sistema inmunitario, para que fuera capaz de identificar las células de cáncer y destruirlas. Antes de la pandemia hubiera sido muy difícil que la gente usara nanopartículas porque a todo el mundo le hubiera dado miedo. Pero ya las llevamos todos dentro y hemos sobrevivido a la pandemia gracias a ellas. Creo que este cambio de actitud sobre la nanomedicina y todo el dinero y el conocimiento que ha generado con las vacunas del COVID van a hacer que el tratamiento del cáncer en los próximos diez años evolucione bastante.

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