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Sobre este blog

Un resumen semanal de política internacional a cargo de nuestro responsable del área de Mundo, Alfredo Grieco y Bavio. Serán diez puntos geográficos para pensar nuestro presente cada vez. Vías de acceso a una realidad que excede por mucho las fronteras de la Argentina.

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Dame dame fuego: 24 meses de guerra ucraniana, y otras guerras 2024

Tropas israelíes cerca de la frontera con la Franja de Gaza, en el sur de Israel, en enero de 2024.

Alfredo Grieco y Bavio

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En el primer mes de 2024, dejado atrás un 2023 que la meteorología ha calibrado como el año más caliente de los últimos ciento cincuenta mil, el calor continúa. Aun en el invierno boreal, donde las guerras siguen encendidas y se alzan los reclamos y ruegos de los beligerantes por más y mejores armas para continuarlas hasta el punto de que pueda acordarse un alto el fuego. Una paz que sería un subproducto de triunfos o decoros probados en los hechos de armas.

El epistológrafo de esta Newsletter de Política Internacional de elDiarioAR sigue más interesado en comunicar lo que ha visto que en expresar sus opiniones e ideales. De que lo ideal sea enemigo de lo posible (a veces, su mejor enemigo), de que la política -como exhortan todos los Bonapartes- sea arte –o técnica- de lo posible, de que para periodismo cotidiano e historia del tiempo presente la marcha de los acontecimientos convenidos sea el zigzag no siempre gratificante no siempre decepcionante de cercanías y alejamientos respecto de ideales no convenidos, se ha ocupado El mundo es azul como una naranja desde su primera epístola.

Y ahora también, en estos diez giros sobre la guerra de Ucrania, que en febrero cumplirá su segundo año de un fuego que en vez de purificar, como lo prescribe su etimología griega (de pyr-, puro), ensucia y mata. Más de medio millón de muertes de tropas rusas y un número no revelado pero no inferior en el frente ucraniano. Diez giros para recapitular en 2024 los 24 meses de una guerra sobre la cual cada vez que se quiere arrojar alguna luz sólo parece seguro que se aumentará el calor.  

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Un resumen semanal de política internacional en mil palabras. Por Alfredo Grieco y Bavio.

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Ucrania 1, dos años de “operaciones militares especiales” rusas

El gas carbono que emite el combustible fósil que consumen transporte y usinas eléctricas eleva la temperatura de un planeta que puede añorar el clima de tiempos cuando aun a la Guerra se la llamaba ‘Fría’. En febrero se cumplirán dos años desde el inicio en 2022 de las “operaciones militares especiales” ordenadas por el Kremlin en suelo ucraniano. Así las llamó el presidente ruso. En el “Occidente global”, como lo llama Vladimir Putin, de inmediato se hizo ver el carácter cínico o eufemístico o forense de lo que eran una ‘guerra’ y una ‘invasión’.

Es posible que el cinismo sea tan sobreabundante en Rusia como escaso sea, a pesar de tanto ditirambo sobre el alma eslava plañidera, todo sentimentalismo. Sin embargo, aun su presidente puede saber elegir palabras descriptivas. El que lo sean, y no sean calificativas, ya es visto como sospechoso. Toda sospecha es legítima, todo alerta necesario, no sólo cuando nos hablan desde el maldito vecindario moscovita.  

Ucrania 2, Invasión no es siempre en b/n

Si llamar “operaciones militares especiales” a lo ocurrido en febrero de 2022 puede tener gusto a poco, “invasión” de Ucrania por las FFAA rusas equivale a una toma de posición a favor del gobierno de Kiev. Evitar esa descripción, sin embargo, puede responder a otros motivos que el de escamotear una posición pro rusa. Puede no ser equivalente a estar en contra del presidente ucraniano Volodymir Zelenski. La calificación más adecuada puede significar una renuncia indeclinable a la representación menos falseada.

“Invasión de Ucrania por Rusia” induce a una representación falseada de los hechos. En vez de tener gusto a poco, la expresión es empalagosa. El siguiente ejemplo comparativo es, admitimos, una exageración disparatada todavía antes de ser una ucronía fantasiosa. Imaginemos que tropas chinas desembarcan y ocupan militarmente las Islas Malvinas y que los diarios porteños titularan “La República Popular invadió la Argentina”. Sí, es cierto, las Malvinas son argentinas, no hay duda. Sin embargo, no están bajo el dominio territorial del gobierno de Buenos Aires. Así como el territorio sobre el cual avanzaron los tanques rusos casi dos años atrás no estaba de hecho bajo el dominio del gobierno de Kiev, sino que era reivindicado como propio por dos repúblicas de gobierno de facto prorruso. Que habían declarado una independencia que no era reconocida internacionalmente, ni siquiera entonces por Moscú.

Ucrania 3, los que invaden son invasores (y por eso es que invaden)

De invasión a conquista, de invasor a conquistador, de conquistador a colonialista, de colonial a imperial, de imperialismo a autocracia, la pendiente es jabonosa, y difícil y cansador remontarla. No le rehusemos ni uno solo de esos adjetivos a Vladimir Putin, ni maticemos ni uno solo de esos sustantivos para definir a su ideología personal. Ahora, ¿es Putin así ahora pero no era así en 2005, en 2010, en 2015? ¿Será diferente en 2030, fecha en la que se prevé una alternancia en el Ejecutivo ruso, dado que ganará las elecciones de 2024? La respuesta suele ser que era así desde siempre, desde antes de la disolución de la URSS en 1991,y que lo será para siempre. Sólo que cada vez, más. ¿En 2022 fue lo suficientemente más como para avanzar sobre Ucrania?

De una caracterización correcta de las élites no se infiere ni lo que hacen ni lo que harán. Si Putin es así, esto es muy consistente con que invadió Ucrania. ¿Fue una invasión porque el invasor es Putin? Antes, o después, de aceptar estos términos, lo que invade es la resignación: ¿sirven para entender lo que ocurrió, sirven para anticipar? Poco, o nada. Admitamos que son una causa necesaria. Que un gobierno que hiciera de la renuncia al uso de la fuerza para la resolución de los conflictos jamás iniciaría hostilidades, o respondería a las ajenas, con “operaciones militares” por especiales que sean. Pero ¿fue suficiente, para el paso al acto decisivo del Kremlin, su doctrina del derecho al uso de su fuerza? No luce muy convincente.

Ucrania 4, con Bolivia, o ¿es que fue golpe de Estado o ha sido inmaculada Concepción?

En 2014 un movimiento de protestas pro democracia y anticorrupción, una juvenilista ‘revolución naranja’, parte de cuyo liderazgo lideraba desde la cárcel procesado por corrupción, derribó en su desenlace al presidente pro ruso Víktor Yanukovich.

Quienes llaman ‘golpe de Estado’ al derrocamiento de Yanukovich también señalan que en su base estuvo la intervención de EEUU y de la Unión Europea (UE). Y que en la base de las protestas contra Yanukovich en la icónica plaza Maidan, donde se agitaban banderas de la UE, estaba el acicate de firmar acuerdos con Occidente y dejar caer acuerdos con Rusia. Como en el caso del derrocamiento de Evo Morales en Bolivia en noviembre de 2019, quienes entienden que la renuncia del Ejecutivo del Estado Plurinacional se debió a la amenaza del uso de una fuerza irresistible en su contra llaman al cambio de autoridades ‘golpe de Estado’, quienes desestiman o subestiman el vigor de la coacción, entienden que la dimisión se debió a la insurgencia democrática de una ciudadanía rebelde contra un autoritarismo devenido en insoportable.

Ucrania 5, o cuando Sí es Sí pero No no es No

En 2014, tropas rusas ocuparon la península de Crimea, en el Mar Negro, y desde entonces apoyaron, no sólo de palabra, el desafiante autonomismo de las regiones rusófonas y rusófilas del este de la República de Ucrania, en una zona a la que los medios llaman genéricamente Donbás.

La República de Ucrania, como todas las repúblicas europeas salvo Suiza e Islandia, es más joven que la República Argentina y que todas las americanas. La URSS se disolvió en 1991, en 1992 un referéndum votado en la República Socialista Soviética de Ucrania declaraba la emancipación del federalismo de Moscú y la independencia del nuevo país. La mayoría votó SÍ, la mayoría en Crimea y el Donbás votó NO.

La pertenencia de Crimea a la República Socialista ucraniana era relativamente reciente, fruto de una reorganización administrativa soviética interna; en la mayor parte de la historia de la URSS, Crimea había integrado la República Socialista rusa.

En un régimen constitucional que inhibe la secesión de cualquiera de los territorios interiores a sus límites territoriales, a menos que sea votada por la mayoría de la ciudadanía del Estado (a la que no conviene) en contra de la minoría territorial (que aspira a ella), el enfrentamiento conduce a un enfrentamiento de fuerzas desigual.

Ucrania 6, con Catalunya, y el País Vasco, o ¿de qué país había sido que eras?

El independentismo vasco y catalán son hoy el sostén necesario e indispensable del actual gobierno de izquierda que pudo formar en el Reino de España el presidente socialista Pedro Sánchez. Nada puede hacer la minoría para obtener una emancipación nacional que juzga legítima dentro de los márgenes fijados por una Constitución que la ilegaliza. El recurso a la violencia y el terror por la organización armada ETA fue una salida, ni inevitable ni inesperada, a una situación en la cual la minoría tiene denegado todo medio viable para una convivencia que no sea la dictada por la mayoría.

Si imagináramos que vascos franceses o catalanes franceses cruzaran la frontera e intervinieran militarmente en favor de sus ‘hermanos nacionales, étnicos, culturales, lingüísticos’, esta imagen fantasiosa es no obstante menos inexacta en su estructura que otras no menos fabulosas que se proponen como comparación para la Crimea y el Donbás ucranianos.

Ucrania 7, o una vez invasor (colonial) siempre conquistador (imperial)

Si la anterior fábula de vascos, catalanes, franceses y españoles hubiera sido histórica, no habrían faltado las voces autorizadas que denunciaran al gobierno de París, que siempre ha rechazado el independentismo de Córcega, usa esto como excusa inverosímil. Insistirían en que Francia ha siempre ha querido ser dueña de España, citarían la guerra de sucesión del siglo XVIII que dejó en herencia dinástica a la casa de los Borbones del actual monarca Felipe VI, citarían las guerras napoleónicas.

Hay quienes nos hacen ver más lejos y nos advierten que desfinanciar a Ucrania en la guerra que libra con Rusia significaría dar paso a que Putin invada Lituania o Letonia o Estonia, los tres países Bálticos, que estas semanas trabaron entre sí una alianza militar ofensiva defensiva. ¿Por qué invadiría Putin? Para avanzar en la reconstrucción imperial (no integraban el Imperio ni integraron la URSS hasta la Segunda Guerra Mundial).

Ucrania 8, las sirenas de Bruselas cantan mejor y los metales de Moscú suenan más fuerte, ¿o era al revés?

En tiempos de la URSS, el este de Ucrania había sido una tierra de promisión y migración obrera rusa. Gozaba de uno de los niveles de vida promedio más altos en la economía socialista. Todavía a fines de 2021 e inicios de 2022, corresponsales de la radio pública de EEUU (NPR), en su cobertura territorial, advertían cuánto sobrevivía de aquellos estándares sin embargo decaídos. La planificación central había puesto en marcha y llevado a cabo la instalación local de fábricas de industria pesada y liviana, integradas a cadenas de producción rusas.

En el oeste de Ucrania está el granero del mundo que se identifica en el exterior con Ucrania. Sin refutar a quienes reconocen en Putin la imagen rediviva del dictador comunista Stalin y del zar Iván el Terrible, no hay por qué dejar de apuntar que esa mitad de Ucrania, más católica que cristiana ortodoxa, nunca fue provincia del Imperio Ruso. Era la Galizia del Imperio Austro-húngaro, que había conocido una explosión demográfica judía urbana a fines del siglo XIX. En Lvov, la ciudad más importante, en alemán oficial Lemberg, nació el gran filólogo argentino Raimundo Lida.

Fue después de 1918, después del fin de la Primera Guerra Mundial, en la que Alemania, Austria y Hungría fueron derrotadas, que la Galizia integrará la Ucrania integrante de la Unión Soviética que nació de la Revolución Rusa de 1917. Antes súbdito imperial de Viena, ahora Galizia era Ucrania occidental, en una república socialista con capital en Kiev, y en una unión federal cuya capital era Moscú.

Ucrania 9, o el nazismo será de Alemania (porque el post fascismo ya es de Italia)

El occidente de Ucrania era el que en 2014 salía a la calle para que la flamante República de Ucrania acordara ya no con Viena sino con Bruselas (y Washington) un destino europeo y occidental. Tratados comerciales y líneas de crédito inmediatas. Promesas políticas y aun militares: el inicio de los exámenes previos para un futuro ingreso de Ucrania en la lista de espera de aspirantes a la UE y a la OTAN.

Había una atmósfera que evocaba a la respirada en la República Democrática Alemana, la Alemania Oriental, comunista, después de la Caída del Muro. Entre unas mayorías que inhalaban el aire de un nivel de consumo acrecentado, y unas minorías que sabían que el precio a pagar a la Alemania Occidental democristiana para la integración era el pedido por las empresas germano occidentales: el desmantelamiento de la industria germano oriental, más competitiva de lo que gustaban decir.

En Ucrania, el acuerdo con la UE significaría el fin de la integración industrial preexistente con Rusia, y el empobrecimiento de un Este que, además, era cultural, lingüística y aun étnicamente, ruso. En la integración de las dos Alemanias, y la sumersión económica del Este, donde el desempleo se hizo endémico entre las personas de más de 40 años –que sólo habían conocido un régimen de pleno empleo- está el origen del resurgimiento de la nueva derecha extrema del partido post-nazi Alternative für Deutschland (AfD) que en 2024 ya perfila como segunda fuerza política de la primera potencia económica de la UE. Ya en Italia gobierna una coalición de derechas liderada por Giorgia Meloni, cuyo partido Fratelli di Italia (las primeras palabras del himno nacional italiano) se define post-fascista y post-mussoliniano.  

Ucrania 10, con la Franja de Gaza (y antes Bielorrusia, y después Egipto)

En 2015, acuerdos firmados en Minsk, capital de Bielorrusia, entre Moscú y las nuevas autoridades de Kiev, definieron un statu-quo para la situación militar y territorial. Básicamente, el gobierno ucraniano dejaba en stand-by, para resolver a futuro, la situación de Crimea. El gobierno ruso no reconocería (y no reconoció hasta después de febrero de 2022) la independencia que declararan territorios rusófonos en suelo ucraniano, que desde antes de entonces combatían a las autoridades centrales en una guerra civil que tampoco dejaron de librar a partir de entonces.

Las partes firmantes y el mundo sabían muy provisorio el acuerdo de la capital bielorrusa, pero no lo creyeron tan efímero, de tan inminente fecha de caducidad súbita. Establecía plazos no muy lejanos para que Ucrania retomara, si así lo quería, conversaciones para integrarse política y económicamente con la UE y militarmente con la OTAN. Establecía algunas reglas para restablecimiento de la paz interior en Ucrania, como que no se usarían drones, arma de guerra, en la represión de las guerrillas separatistas. Animado, incluso impulsado, por Bruselas y por Washington, el presidente Volodymir Zelenski empezó muy rápido a buscar el acercamiento a Occidente y los militares ucranianos dispararon drones para poner orden en el Este del país.

Es seguro que en el Este ucraniano el auxilio militar ruso para que el separatismo se sintiera más seguro dentro de las fronteras que dibujaba nunca se hubiera interrumpido o mitigado o disimulado después de Minsk. Pero fue el ataque con drones y la ofensiva del gobierno central en esa región del Donbás, que trataron de masacre quienes dentro de sus fronteras autodefinidas pidieron auxilio a Moscú, lo que está en el centro de la explicación rusa sobre la decisión de poner en marcha las operaciones especiales. ¿Es una excusa, y podría haber sido otra? Fue esta.

Hay una anécdota famosa del jovencísimo Joe Biden, de cuando el octogenario presidente era el benjamín del Senado de EEUU. Ansioso por la paz en el conflicto todavía árabe-israelí (hoy hay un conflicto palestino-israelí), el representante del democrático estado atlántico de Delaware había viajado al Estado de Israel. Ante su ansiedad, lo tranquilizó Golda Meir:

  -No se preocupe, Senador, no nos van a sacar de acá: no tenemos otro lado donde ir.

La premier Golda Meir fue la última gobernante de izquierda socialista que conoció Israel. La descripción del fondo del conflicto que ofrecía a Biden no reclamaba los mejores derechos para sí ni los negaba a quienes aducían la superioridad de los propios. Se refería a un conflicto de intereses entre dos demografías en pugna que disputan el dominio de un recurso escaso pero inmodificable que es el territorio en el que residen sin alternativa de mudanza viable.

Otra frase famosa de Golda Meir es menos afortunada:

  -Los palestinos no existen, nunca vi uno.

El Estado de Israel es un país sin Constitución. Benjamín Netanyahu, que lidera el gobierno más derechista en la historia del Estado proclamado en 1948, declaró que no apoya la existencia de dos Estados adyacentes, uno palestino y otro israelí, como solución del conflicto agravado hasta lo intolerable el 7 de octubre por Hamas, que retiene rehenes en la Franja de Gaza, y por las consecuencias mortíferas que siguieron y no cesaron.

El premier derechista no es inconsecuente con la ausencia de Ley fundamental de su país. Si se quiere un fin inmediato de la guerra, el cautiverio y la muerte, las soluciones no son constitucionalistas. Nadie ha sabido pensar ese contrato que sería cumplido por partes que respondieran a su voluntad y no a una obligación contraída de cuyo peso querrían liberar a sus espaldas.

No existe Supremo Tribunal en el mundo que pueda hacer justicia a todos los derechos, ni siquiera al mejor derecho. Podrá haber fallos ejemplares, riquísimos en doctrina jurídica, pero no hay fuerza en el mundo para ejecutar sus sentencias. (Todo lo cual, desde luego, constituye una suma de injusticias. Pero también súmmum ius summa iniuria: ‘la búsqueda rigorista de la solución más acorde a derecho puede acarrearnos la mayor de las injusticias’, una máxima del cónsul romano Cicerón que todavía citan como autoridad las Cortes Supremas).

hay decisiones políticas y ejecutivas que pueden frenar a las armas con la firma de un armisticio. Es la posición del papa Francisco, que a sus 86 años es otro de los gobernantes mundiales que pronto se verá remplazado por un sucesor, aunque no sea en este 2024 récord en elecciones.

Las demandas de resarcimiento a las víctimas o de la reparación de los derechos soberanos de un Estado pisoteados sin respeto por su enemigo en el curso de las hostilidades  son acciones o reclamos legales irrelevantes u obstructivos si se busca frenar o morigerar cuanto antes conflictos armados de alta intensidad a los que les doblan las apuestas. En la mesa de Gaza, cuando Arabia Saudita y otras potencias árabes petroleras habían dejado abandonado a su suerte el casino donde se jugaba la suerte de los pobladores de Cisjordania y la Franja de Gaza, se acercaron jugadores  proclives a doblar las apuestas sin previo aviso, en esas repentinas escaladas a las que en la Guerra Fría, cuando Cuba todavía jugaba, decían ‘efecto dominó’.

El primer gran fracaso histórico de la inteligencia israelí fue la guerra de Yom Kippur, cuando los ejércitos de Siria y de Egipto atacaron en el día más sagrado del calendario religioso hebreo. En 1973 gobernaba Golda Meir, primera mujer premier en Israel, en un Medio Oriente donde las mujeres no son jefas de Estado. Los enfrentamientos militares más violentos no fueron en suelo israelí, sino en la península de Sinaí, ocupada por Israel desde la Guerra de los Seis Días de 1967. Morían combatientes uniformados, no civiles. Dicen que el presidente egipcio dijo:

 -Voy a hacer la guerra a Israel con las armas que me vendió Moscú para después firmar la paz con la lapicera que me regalará Washington.

Así fue. Un lustro después Anwar al Sadat y el premier derechista israelí Menahem Begin firmaban el primer acuerdo árabe-israelí. El Sinaí es egipcio.

Golda Meir, la premier de la última guerra árabe-israelí, había nacido en Kiev, la ciudad capital ucraniana. En un país de tradición virulentamente antisemita como Ucrania, fue votado presidente Volodymir Zelenski, que es de familia judía. Ganar la guerra de Yom Kippur de 1973 fue firmar los acuerdos de Camp David de 1977. Los tratados no se firman con los amigos: se firman con los enemigos. El mérito de un tratado de paz, y aun de un armisticio, es su idoneidad duradera para evitar la guerra. O retenerla sólo en papeles que no arden.

AGB

 

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