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A veces es más interesante lo que sucede en la previa de una entrevista que la entrevista que se publica. A veces, también, las bambalinas de un reportaje merecen “una nota aparte”. ¿Cómo se preparó Esmeralda Mitre para recibir a elDiarioAR? ¿Qué era eso que tenía sobre su escritorio el empresario Claudio Belocopitt? ¿Y el momento exacto en el que Alberto Samid se enfureció delante del grabador encendido? Hay datos de archivo, referencias, climas, declaraciones o rodeos del personaje que no llegan a un texto. Y no hay entrevistado sin entrevistador así que este boletín también indaga en los fracasos y los aciertos a la hora de entrevistar, de la escucha y lo imprevisible. Gracias por venir será una ventana para que corra aire y también para conocernos.

Autora: Victoria De Masi

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Periodismo sanguchero y una campera para Lady Gaga

Periodismo sanguchero y una campera para Lady Gaga

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Hace algunos años logré hacer una entrevista que me había costado mucho conseguir. Fueron meses de llamados telefónicos, de hacer, deshacer y rehacer acuerdos. Desde definir el tiempo de la conversación hasta negociar las preguntas o los puntos de interés con representantes, abogados, familiares varios. Hacer esa nota implicaba, además, una logística: tomar un avión, alojarme unos días en una ciudad lejana, hermosa y carísima. Viajé con la plata justa y sin certezas. La entrevista no estaba confirmada.

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No voy a darle vueltas al final de esta pequeña historia. En esa ciudad carísima, hermosa y lejana, un último llamado habilitó la nota, fijamos lugar y hora. Fui, encendí el grabador, la persona habló, su representante terminó encantado con todo el periplo. Nos despedimos: beso, beso, abrazo, gracias por todo, me encantó conocerte, etc. Nadie había perdido (más que tiempo y mucha, pero mucha energía) en esta “transacción” periodística. No demoro el final porque el remate no tiene que ver con el resultado de la nota, sino con lo que pasó después, cuando ya se había publicado.

Hay un par de ideas equivocadas sobre los y las periodistas. Una idea equivocada es que en el imaginario popular nosotros sabemos dónde vive Yabrán y qué le pasó a Nisman. Otra equivocación es que si te dedicás al periodismo sos como Lanata, Fantino o Canosa. O sea: sos una star y tenés el sueldo de una figura del prime time. Sepan que la mayoría de los trabajadores de prensa ganan menos de lo que cuesta la canasta básica.

Después, en la médula del gremio, está la cuestión del periodista que se tira encima del catering cuando lo invitan a un evento. Los que se abalanzan sobre los sanguchitos de miga, para ser más precisos. El tema de los sanguchitos de miga vuelve cada 7 de junio, Día del Periodista y aniversario de la muerte de Bernardo Neustadt. A mí el chiste del periodista y el sanguchito de miga me cae pésimo. Es una gracia solo funcional a la gente que desprecia nuestro trabajo, pero que al mismo tiempo nos necesita. Seguramente ese tipo o esa mina a la que invitás a la presentación de tu marca de cerveza artesanal o del último informe financiado por una oenegé brumosa recuerde más los bocaditos que tu producto o tus conclusiones. Pero también se va a hacer el tiempo para hablar de esa birra o de tu house organ.

La humorada del periodista sanguchero sirve para el meme: “Eh, mirá este muerto de hambre”. Pasás a ser el mensajero más pobre, ese que publicaría cualquier cosa por un platito de comida que le salve la cena. El summum del chiste es el muerto que se ríe de sí, es decir, el periodista que carga al resto (o se carga) con el tema del sanguchito de miga. La coyuntura, el país empobrecido que habitamos, nos pide creatividad. Un poquito de amor propio, aunque sea, que somos laburantes y esto es un trabajo que nos paga las cuentas.

Vuelvo al punto del arranque: la entrevista que costó conseguir. Se publica, el resultado es positivo, la persona que ofreció la nota está conforme. Al mismo tiempo el texto “rankea bien” en el sitio del medio que la ha publicado y circula con fluidez en redes sociales. Ganamos todos. Unos días después recibo un mensaje de alguien del entorno inmediato de la persona entrevistada. Insiste en que pase por tal lugar, que me han dejado un regalo, que es un modo de agradecerme la paciencia, el trato, el compromiso, las horas de viaje, los gastos.

Lo primero que pienso es por qué debo ser yo quien busque el obsequio. Eludo el compromiso, me desentiendo unos días. Pero vuelven a recordarme que la bolsa está ahí, que me espera como si fuese un gatito bebé cuya vida depende de que me ocupe. Que “por favor, pasá, dale, te va a gustar”. Libero una mañana de mi semana, hago un hueco: el lugar por dónde debo retirar “la bolsa” me queda a contramano de todo y es más de un hora en el 168 que, ya sabemos, tiene sus tiempos. Llego, me atiende un Señor de Seguridad que me dice que no hay nada a mi nombre. Podría devolver el mensaje a la persona que me pidió “por favor, la bolsa, agradecimiento” pero ya perdí mucho tiempo y encaro la salida.

Cuando estoy por llegar a la esquina a esperar un 168 que me devuelva a mis pagos, el Señor de Seguridad grita: “¡Señorita! ¡La bolsa!”. Viene corriendo, con la bolsa en el aire. Es grande, de papel, blanca y pesada. El hombre corre con la bolsa en alto y temo que se desfonde. El también, porque la agarra de abajo. Nos encontramos. Me da el paquete y me acerco a la parada del colectivo. No lo abriré hasta que llegue a un lugar más o menos cómodo. Está sellado con varias vueltas de cinta, además. Es imposible chusmear qué contiene. Espero un rato, ahí viene un 168. Me subo: “Constitución, por favor”.

Uno de los asientos individuales está desocupado. Me siento. Coloco la bolsa entre las piernas. Tiene mi nombre. El apellido está mal escrito pero estoy acostumbrada. Chequeo la hora, llego tarde al trabajo. Me pongo ansiosa, este colectivo va lento, el día es muy lindo, celeste, abro la ventana. A mitad de camino no me aguanto y con una birome que llevo en la cartera hago un agujerito en la bolsa de papel. La rompo de a poco, prolijo, intento una línea de corte. Lo primero que veo es una media. Una: una sola media. Blanca. Está marcada en la punta y el talón, tiene un roce, la marca que indica que ha sido usada.

Sigo con la birome: veo una manga de algo que podría ser un saco y algo más que no puedo definir a simple tacto, como un retazo. Ahora estoy demasiado ansiosa, quiero que aparezca la media y completar el par. Me niego a creer que esté usada. Empujo la birome en el papel, le hago una buena cicatriz a la bolsa. Y una a una saco estas prendas: un saco, efectivamente, con tres botones arrancados, como pendiendo de su hilito, sin los otros tres que deberían completar los ojales; una campera dorada que sólo podría usar (y con reservas) Lady Gaga; otra campera, talle XXL, con una falla de confección evidente a la altura del pecho. Sobre esto último, un dato: quienes me han visto al menos cinco minutos alguna vez habrán notado que no supero el metro y medio ni los 43 kilos, suficiente para calcular un talle XS.

Hay más en la bolsa: un short de varón con una mancha de barro, un buzo negro sin la etiqueta, un vestido a medio confeccionar. La otra media del par nunca aparece. Estoy en un 168 llegando tarde al trabajo con un regalo que alguien ha pensado como retribución a mi fuerza de trabajo, pero que es, en realidad, un rejunte, unos cuantos descartes, algo que podría haber ido a donación. El “periodista sanguchero”, el “muerto de hambre”. Una hora veinte después entro en la redacción. Llego tarde, mi jefe me lo hace saber con un gestito muy suyo. Me da tanta vergüenza el asunto que no le cuento a nadie los motivos de mi demora.

VDM

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A veces es más interesante lo que sucede en la previa de una entrevista que la entrevista que se publica. A veces, también, las bambalinas de un reportaje merecen “una nota aparte”. ¿Cómo se preparó Esmeralda Mitre para recibir a elDiarioAR? ¿Qué era eso que tenía sobre su escritorio el empresario Claudio Belocopitt? ¿Y el momento exacto en el que Alberto Samid se enfureció delante del grabador encendido? Hay datos de archivo, referencias, climas, declaraciones o rodeos del personaje que no llegan a un texto. Y no hay entrevistado sin entrevistador así que este boletín también indaga en los fracasos y los aciertos a la hora de entrevistar, de la escucha y lo imprevisible. Gracias por venir será una ventana para que corra aire y también para conocernos.

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