Cécile McLorin Salvant: “Estoy destinada a seguir buscando una voz propia”
En 2015, Cécile McLorin Salvant acababa de revolucionar el mundo del jazz con un disco llamado Woman Child, había arrasado con los premios en la prestigiosa encuesta de críticos de la revista DownBeat y aparecía como la nueva estrella a tener en cuenta en el panorama de las cantantes del género. “Mis sueños son los mismos que tuvo cada músico que se acercó al jazz desde que comenzó como lenguaje. Tener una voz propia. Tal vez no lo logre pero, en la medida en que lo sueño tengo que intentarlo”, decía en ese momento a Página/12, en un intervalo de la prueba de sonido, antes de una deslumbrante actuación en el Festival Cervantino, en Guanajuato, México, que rubricó con una versión perfecta de “Alfonsina y el mar” y, como bis, con un blues cantado a capella, sin micrófono, sentada en el borde del escenario.
Nueve años después, ya no es una revelación. Es una de las artistas más importantes de la última década, como la definió The New York Times. Cada nuevo disco que ha publicado señaló un rumbo nuevo y cada actuación suya despierta la admiración. Pero sus preocupaciones esenciales no han cambiado demasiado. “Creo que estoy destinada a seguir buscando esa voz propia, ese sonido, durante toda mi vida y, sin embargo, está conmigo, ya está aquí y siempre ha estado. Esta contradicción me emociona”, explica a elDiarioAR en una entrevista previa a sus actuaciones del próximo fin de semana, el sábado 7 y el domingo 8, en el club Be Bop de Buenos Aires (Uriarte 1658). Estas presentaciones tienen además un atractivo adicional, la presencia de Sullivan Fortner, uno de los grandes pianistas del momento, que ya estuvo en esta ciudad en 2015 para tocar en un concierto extraordinario, en el Salón Dorado del Teatro Colón, en el marco del Festival de Jazz, que en ese momento dirigía Adrián Iaies.
McLorin Salvant se piensa mucho más como integrante de un grupo que como una solista con acompañamiento. Fortner, como Aaron Diehl, el otro pianista con el que comparte proyectos, es, en todo caso, una partícula elemental de ese sonido propio que ella no deja de buscar. Y la palabra “sonido”, en el jazz, lejos de involucrar solamente al timbre, se refiere al fraseo, a la respiración, a la manera de subdividir el ritmo. Ni más ni menos que al estilo. “Es un maestro increíble”, define a Fortner. “Aprendo de él todos los días. Puede tocarlo todo, lo recuerda todo. Incluso las canciones que no conoce, de alguna manera las sabe. Es totalmente libre y flexible. También es un virtuoso. Toca cosas increíbles que yo apenas llego a comprender a medias. Los colores que extrae del instrumento son una locura. Es como un coro cantando conmigo. Me encanta hacer música con él.” Y si hiciera falta una prueba bastaría con el disco The Window, publicado en 2018, conformado exclusivamente por dúos salvo en la pieza final, grabada en vivo. Una versión asombrosa de “The Peacocks” –un tema de por sí asombroso, compuesto por el pianista Jimmy Rowles– donde se agrega la saxofonista chilena Melissa Aldana.
En un universo como el de las cantantes de jazz, en que todo parece haber quedado sellado hace más de medio siglo por la santísima trinidad de Billie Holiday, Ella Fitzgerald y Sarah Vaughan, tener un estilo propio es un imperativo. Y Cécile McLorin Salvant lo logra con creces
El grupo con el que McLorin Salvant tocará en Buenos Aires –habrá dos funciones cada día, a las 20 y a las 22.30 el sábado, y a las 19 y 21.30 el domingo– se completa con el contrabajista Yasushi Nakamura y Kyle Poole en batería. Nacida en Miami de padre haitiano y madre francesa, ella se formó en el Conservatorio Darius Milhaud en Aix-en-Provence, donde alguna vez pensó en dedicarse al barroco pero se cruzó con el clarinetista Jean-François Bonnell, de quien fue alumna de improvisación y que la acompañó con su quinteto en un primer disco llamado Cécile, grabado en Francia en 2008, cuando ella tenía 19 años, y publicado en 2011. Ese mismo año fue premiada en la prestigiosa competencia organizada por el Instituto de Jazz Thelonious Monk, por un jurado conformado por Patti Austin, Dee Dee Bridgewater, Kurt Elling, Al Jarreau y Dianne Reeves. Y en 2014 ganó la encuesta de DownBeat a la vez como mejor cantante y como mejor cantante rising star (“estrella naciente”). Si se piensa que Woman Child fue su primer disco publicado en los Estados Unidos, la segunda categoría le quedaba tan cómoda como la primera. Pero lo que se deducía de los resultados era que quienes no la habían votado en una, lo habían hecho en la otra. Es decir que la totalidad –o casi– de los 154 críticos convocados la eligieron a ella, por sobre Cassandra Wilson, Dianne Reeves, Dee Dee Bridgewater y Luciana Souza, entre otras. Ahora, la misma revista acaba de publicar, en su número de agosto, los resultados de su septuagésima segunda encuesta. Melusine, el último disco de McLorin Salvant, figura entre los diez mejores, ella está entre las seis artistas más destacadas del año, fue elegida mejor cantante y, de paso, Sullivan Fortner fue votado segundo como mejor pianista.
En un universo como el de las cantantes de jazz, en que todo parece haber quedado sellado hace más de medio siglo por la santísima trinidad de Billie Holiday, Ella Fitzgerald y Sarah Vaughan, tener un estilo propio es un imperativo. Y Cécile McLorin Salvant lo logra con creces gracias a tres características únicas. Su voz, desde ya, pero sobre todo el manejo que tiene de ella; la manera en que la transforma casi canción por canción y a veces palabra por palabra. La elección del repertorio, con un criterio cercano a lo curatorial que esquiva con gracia cualquier lugar común (“una canción debe tener una sorpresa; una vuelta de tuerca”, explica sus elecciones). Y el detalle y perfeccionismo con que se acerca a la estética de cada canción. Eventualmente, el secreto –o uno de ellos–, es la absoluta falta de afectación con que lo hace. “Siempre intento apostar por la naturalidad, por la intimidad y por algo casual; para mí es casi como hablar.”, dice. “Siempre intento alejarme de la impostación y la seriedad, pero eso es parte mía, no lo calculo. Simplemente no puedo evitarlo.” Tampoco es un dato menor la presencia cada vez mayor de piezas propias. Su explicación acerca de la inspiración es sencilla: “Me siento al piano y miro por la ventana. Entonces, después de una larga espera y de dar vueltas alrededor, supongo que algo pasa. En general empieza con las manos tocando algunos acordes que, por alguna razón, empiezan a querer decirme algo”.
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