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Entrevista

Guillermo Schavelzon: “Los premios literarios son operaciones de marketing muy efectivas”

Guillermo Schavelzon acaba de publicar el libro "El enigma del oficio", donde despliega sus memorias como agente literario después de más de cinco décadas en la industria editorial.

Agustina Larrea

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Mezcla de foto de época –y una foto analógica, táctil, repleta de texturas–, con los recovecos que siempre tiene la memoria, el libro El enigma del oficio. Memorias de un agente literario (Ampersand, 2022), de Guillermo Schavelzon, ofrece varios viajes. Por empezar, uno en el tiempo. Porque su autor, un hombre que lleva más de medio siglo en el mundo del libro, recupera escenas, momentos y costumbres de un universo efervescente: desde sus comienzos en la editorial Jorge Álvarez a mediados de la década del ‘60, donde trabajó con la mítica Pirí Lugones, estuvo cerca de los primeros manuscritos de Ricardo Piglia, y fue enviado a viajar por toda América Latina a la pesca de talentos jóvenes como Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, hasta su presente como uno de los principales agentes literarios del mundo de las letras en idioma español.

También, un recorrido por varios puntos del planeta: cuando conoció a Perón en Puerta de Hierro, cuando visitó Cuba y vio a Fidel Castro dando un discurso eterno, cuando le pusieron una bomba en su librería porteña en la década del ‘70 y se tuvo que exiliar en México, cuando recibía cartas muy emotivas de Julio Cortázar en sus últimos días de vida, cuando viajó a Tánger para ver si podía reunirse con Paul Bowles, cuando estuvo en las ferias literarias más importantes, cuando recaló, finalmente, en España.

En el trayecto no faltan los chismes, las anécdotas agudas, la picardía, la trastienda de un ambiente en el que se mezcla el interés literario con la fama, las sensibilidades, los egos y, por supuesto, el dinero.

Pero el libro, tal como aclara su autor, no deja de ser la bitácora de un testigo, “una crónica subjetiva y personal”. De alguien que vivió cerca de las mayores figuras de las letras en español del siglo XX y también de personalidades de la política, la historia, la cultura de un mundo que parece esfumarse aunque perdura en los textos publicados (de Perón a Diego Maradona, de Osvaldo Bayer a Mario Benedetti o Elsa Bornemann).

Desde Barcelona, ciudad en la que vive y trabaja desde hace veinte años, Schavelzon habla con elDiarioAR por videollamada sobre esas vivencias de testigo silencioso que fue anotando lo que veía y oía en libretas y de cómo hizo para convertirlo en un libro.

“Estamos hablando de la época predigital, las reuniones, las cosas que tenía que hacer y demás las iba anotando, al mismo tiempo que algunas observaciones personales. Todo eso lo guardé y un día empecé a ir pasando en la computadora algunos textos. Hasta que durante la pandemia pensé que tenía sentido dejar el testimonio de una serie de cosas que habían sucedido y que no sucedían más, pero no porque era gente que ya no estaba, aunque también es verdad que varios ya murieron, sino porque yo quería ir contando lo que había sucedido en el mundo del libro y la industria editorial a lo largo de estos 50 años”, apunta.

Para el público en general seguramente es claro qué hace un escritor o un editor. Pero tal vez la tarea de un agente literario es un poco más difícil de explicar. De hecho vos mismo lo ponés, desde el título, en términos de enigma y hasta hablás de Sherlock Holmes. Si tuvieras que explicarle a alguien que no pertenece al ambiente literario a qué se dedica un agente literario ¿qué dirías?

No me imagino en esa situación. Pero, si tuviera que explicarlo, lo más coherente que diría, y sirve para muy poco, es que se trata de la persona, el profesional, contratado por un escritor o una escritora, para lograr la mayor difusión posible de sus libros con el mejor beneficio económico. Igual ahora te digo esto y es una definición muy light de lo que es la tarea y algo de eso es lo que voy contando en el libro.

De hecho narrás escenas de mucha proximidad, casi de intimidad, con varios escritores. A alguno lo ayudaste para abrir su primera cuenta bancaria, a otros los acompañaste en momentos en los que sufrían problemas de salud. Tareas que exceden lo literario.

Sí, o ayudar a conseguirle a alguien una persona que le limpie el departamento, por ejemplo. Pero eso no lo puedo incluir en una definición de agente literario. Porque en estas relaciones no hay una pauta general. Primero, porque no todos los agentes ni las agentes somos iguales, al contrario, hay grandes diferencias. Y, segundo, porque la relación con cada escritor o con cada escritora es absolutamente particular, individual, diferente.

Hay algo que circula en todo el libro que tiene que ver con el dinero. Por momentos se nota que es algo conflictivo para los escritores, en el sentido de que pareciera una mala palabra, o que está mal visto querer ganar dinero a partir de algo artístico. En tu experiencia, con todos estos autores tan notables con los que trabajaste, ¿por qué creés que se da ese conflicto?

Curiosamente es conflictivo en el mundo hispanoamericano nada más. Eso tiene que ver con una mala comprensión de lo que llaman la cultura judeocristiana, con el tema de la culpa y esas cosas. Vos en el mundo anglosajón no vas a encontrar absolutamente ni un escritor, sea inédito o sea exitoso, que tenga algún prurito en hablar de dinero o decir “yo quiero ganar dinero” o “quiero cobrar más”. Es una cosa muy rara, hay intelectuales que han luchado muchísimo contra esa idea. Por ejemplo (Juan José) Saer o Ricardo Piglia. Entonces diría que eso está, pero se ha ido diluyendo en la gente que escribe, porque fue entiendo que escribir es un trabajo. Lo podés poner adelante, en el medio o atrás, pero nadie conviene un trabajo con otra parte sin hablar de cuánto te pagan por hacerlo. No conozco a ningún escritor que diga “voy a dedicarme a escribir para ganar dinero”, pero una vez que se escribe trata de obtener lo máximo porque no tiene otra fuente de vida. O, si la tiene, es sacrificando otras cosas, como ocurre en la mayoría de los escritores. Horas a la familia, a la diversión o lo que sea, con otro trabajo.

En el mundo anglosajón no vas a encontrar absolutamente ni un escritor, sea inédito o sea exitoso, que tenga algún prurito en hablar de dinero o decir 'yo quiero ganar dinero' o 'quiero cobrar más'.

¿Y cómo se combina para los agentes esta idea de acompañar a los escritores para que logren tener una buena obra con la idea de hacer un pequeño negocio? ¿Cuál es tu función ahí, cómo se hace eso para que tampoco pierda valor lo literario?

Para ser un buen agente literario hay que conocer el negocio de la editorial y del libro. Si vos conocés esto, tenés posibilidades de obtener el máximo posible, dentro de lo razonable, como el pago de una editorial a un autor. Lo cual no quiere decir que el dinero es lo que va a definir esa relación, ni cuál va a ser la editorial, pero en el conjunto de cosas que hay que definir una es dónde se va a publicar, si el autor va a estar cómodo en ese sello editorial, si tiene una buena distribución, si el editor o la editora es apasionado con ese texto. Y después, sí, cuánto le van a pagar y cómo le van a pagar. El pago a un autor es algo muy complejo. En el imaginario colectivo es el cheque que la da la editorial al autor o el anticipo que le pagan, pero no es eso. Hay muchísimas otras formas en que ese mismo trabajo único de un escritor puede rentabilizarse. Una, claro, es la edición de libros: hasta hace 20 años era publicar el libro en papel, mandarlo a librerías y listo. Pero ahora hay ediciones electrónicas, hay audiolibros, hay adaptaciones a cine y televisión, hay una infinidad de formas de ingreso y el agente literario tiene que tratar de concretar el mayor número posible de esas opciones.

A lo largo del libro aparecen éxitos y también hablás, entre muchas comillas, de fracasos. ¿Por qué decidiste incluir eso? 

Mirá, mi título de trabajo antes de que esto saliera, durante unos años fue El libro de los éxitos y los fracasos. Después me pareció una vulgaridad y lo quité. Pero en el fondo, y aunque de ninguna manera es mi intención, todo el tiempo me encontraba cumpliendo una función pedagógica, como si yo tuviera que transmitir para que el otro aprendiera algo. Y no se aprende solo de los éxitos, se aprende muchísimo de los fracasos. Además a lo largo de una carrera de un agente literario, lo mismo vale para un ingeniero y para cualquier cosa, no hay sólo éxitos, habitualmente los éxitos son los que se ven, pero hay un montón de fracasos, y a mí me pareció que lo más honesto era contar tanto unos como otros. Y contarlo de una manera especial, porque yo no quiero que haya ajustes de cuentas ni broncas ni nada respecto de nadie que no se pueda defender.

En este sentido, el capítulo Maradona (N. de la R: Schavelzon estuvo detrás del libro de memorias del astro futbolístico, Yo soy el Diego, que salió por Planeta en el año 2000) de tu libro muestra que hay un éxito en el sentido comercial, pero también un lado B, con vos entrando a Torneos y Competencias en un mundo extrañísimo de secretarias a las que llamaban “azafatas”, en tacos altos.

Claro, pero a eso no lo calificaría ni de éxito ni de fracaso, y sí como algo un poco vergonzante.

¿Por qué?

Yo no disfrutaba de esas visitas a Torneos y Competencias. Así que fue vergonzante en muchos momentos, pero no humillante: nunca me humillaron ni yo me humillé porque además siempre podía dar la vuelta e irme. Pero se trataba de un personaje tan ajeno a la vida cultural y literaria que me pareció una buena experiencia. Y, otra cosa, yo aprendí muchísimo, especialmente sobre la venta de derechos internacionales, porque conocí el mundo de los libros de fútbol o del deporte. Aunque nunca conocí a Maradona.

En tu recorrido decís que no querías hacer ajustes de cuentas. Pero sí hay, si se quiere, escenas no tan conocidas de personajes que vos relatás o una cara no tan amable de algunas figuras que desmitificás. Pienso, por ejemplo, en Jorge Álvarez o en Quino (N. de la R: el autor les dedica un capítulo a cada uno; en el caso del editor cuenta escenas de desprolijidades contractuales con grandes escritores de los ‘60 o señala que contrató libros célebres sin haberlos leído; en el caso del historietista, aparecen relatos sobre su particular cuidado del dinero).

(Interrumpe). Pero es diferente, es diferente, Quino no deja de ser quién fue y quién es por eso que escribo ahí. Yo insisto en que Quino es uno de los grandes genios del siglo XX. Lo que muestro es una faceta muy rara y muy curiosa y cuál fue mi experiencia. En el caso de Jorge Álvarez es distinto. Me pareció importante porque hará unos diez años hubo todo un proceso rarísimo de reivindicación de Jorge Álvarez como un gran héroe nacional que había sido dejado de lado. 

De hecho hubo una muestra muy grande en la Biblioteca Nacional en 2012.

Y está bien hacer una muestra porque hizo cosas muy importantes. Pero lo que yo marco es su imposibilidad de darle una continuidad a varios: él fue el primer editor de Saer, de Rodolfo Walsh, de Manuel Puig, de Piglia, de muchos que después confirmaron ser grandes escritores. Sin embargo, él publicó el primer libro y no pudo seguir acompañando esa obra y cumplir la función de editor. Además todo con un costo que pagaban los de su alrededor. Porque nadie se acuerda de los que no fueron después reconocidos como grandes escritores: hoy sabemos quién fue Saer, quién fue Piglia, quién fue Rodolfo Walsh, pero yo creo que el 95% de la gente no sabe quién fue Germán Rozenmacher, por ejemplo, que también él publicó el primer libro y era un escritor de un potencial brutal. Uno que logró zafar cuando comenzó a ser envuelto en esas cosas de Jorge Álvarez y decidió elegir otro camino fue Haroldo Conti. Haroldo Conti sí sobrevivió como escritor y lo podemos tener presente, pero la cantidad de gente que se quemó en ese proceso enloquecido es muy grande. Fue algo muy dañino y yo creo que una de las tareas de un editor es descubrir un gran autor o autora, pero después acompañarlo en su crecimiento y no catapultarlo y que se arregle.

Yo insisto en que Quino es uno de los grandes genios del siglo XX. Lo que muestro es una faceta muy rara y muy curiosa y cuál fue mi experiencia.

Hay un momento en que tu trabajo con los libros, que hasta el momento parecía placentero casi inocente porque arrancaste a los 19 años, hace que corra riesgo tu vida, y, como relatás, te vas al exilio. 

Yo siempre tuve mi ideología, nunca jamás pertenecí a ningún partido político, pero siempre tenía una línea de pensamiento que hoy no sabría cómo definirla. Digamos que una idea por un mundo más justo, por una mayor igualdad. Cuando aparece Osvaldo Bayer, que era un tipo de una humildad enorme y con un libro extraordinario sobre los anarquistas expropiadores como cuento ahí, me muestra un episodio de la historia argentina que yo desconocía. Y yo decido publicarlo. Nunca pensé que la situación política argentina podía llegar a modificarse a finales del siglo XX de una manera tal como pasó a partir del ‘76, nunca imaginé que un Golpe de Estado pudiera producir 30 mil desaparecidos, la persecución y todo eso. Cuando Bayer me trajo La Patagonia rebelde que se llamaba en realidad Los vengadores de la Patagonia trágica, yo ahí sí tuve una sensación de pensar “acá hay algo que o me van a perdonar nunca si estos fusiladores toman el poder”. Pero eso que relata sucedió en 1928, 1930, y sin embargo aparece un sentido de casta, de defensa permanente. Así que cuando fue el golpe militar, no sólo prohibieron los libros sino que nos persiguieron a todos. Cuando uno lo piensa hoy, casi 50 años después, parece increíble, pero a mí me parece que es una cosa que hay que tener presente siempre, algún día todo eso se transformará en algo tan antiguo como la campaña del desierto de Roca. Pero, bueno, me parece que es una cosa en la que hay que insistir, de esos momentos que los más grandes tenemos que transmitir a los más jóvenes: esta locura de que te tengas que ir al exilio. Yo me fui al exilio después de que me pusieron una bomba. Haber llegado a ese nivel de persecución me resulta todavía inimaginable.

A lo largo del libro aparece una situación que vista desde afuera podía parecer solemne. Y, desde adentro, muchas veces está envuelta en polémicas. Me refiero a los premios literarios. ¿Qué implica un premio en la vida de un escritor y por qué son tan importantes esas instancias?

Porque los premios literarios son operaciones de marketing muy efectivas y nada más que eso. Otra cosa son los premios que dan los Estados a obras ya publicadas, siempre y cuando haya un jurado realmente serio. Pero en las editoriales privadas, cuyo objetivo es ganar dinero aunque no se diga, el premio es una operación de marketing y todo el mundo es cómplice, el lector inclusive. Por algo la editorial le dio tal premio y de tanto dinero a alguien. Entonces, en general, es una operación de marketing exitosa. Aunque siempre hay matices, cuando el jurado es un jurado de prestigio y trata de que sea un libro que pueda tener éxito pero no publicar un mal libro. Siempre va a haber polémicas, y las polémicas pueden llegar, como es un caso que no quise tocar en el libro porque no tengo nada nuevo que decir, que es cuando a Ricardo Piglia lo acusaron de ganar el premio (N. de la R.: se refiere al Premio Planeta que el autor de Respiración artificial ganó en 1997 por su novela Plata quemada, y por el que tanto el escritor, como Schavelzon y la editorial fueron llevados a juicio por el escritor Gustavo Nielsen. En 2005 la Cámara Civil entendió que hubo por parte de Planeta “predisposición del premio en favor de la novela de Piglia” y Nielsen, uno de los finalistas del concurso, debió ser indemnizado). En ese momento alguien le preguntó “¿Y usted por qué se presentó?, y Piglia respondió ”porque se me llovía el techo de mi casa“. Pero él no hizo nada, él llevó un manuscrito a la editorial, yo lo invité a que se presentara al premio y hubo un jurado de nivel. Me acuerdo de Tomás Eloy Martínez, María Esther de Miguel, Augusto Roa Bastos, ¡ese jurado! Yo no me imagino que alguien le diga a Tomas Eloy Martínez: ”hay que premiar este libro“. Te manda a la mierda. Así que hay un límite que es el límite que tienen todas las cosas, hasta las más terribles tienen un límite. El límite que marca esto es la honorabilidad de quienes participan. Pero los premios en general no dejan de ser operaciones de marketing y a nadie le avergüenza que sea así.

Me fui al exilio después de que me pusieron una bomba. Haber llegado a ese nivel de persecución me resulta todavía inimaginable.

Pero a la vez es una aspiración, todos quieren estar ahí, presentarse, ganarlo.

Es una manera de poder vivir de lo que hacés, en última instancia.

¿Qué es un éxito hoy, en este mundo, como vos decís en tu libro, que es distinto de aquél de los ‘60 o ’70, en este planeta más digitalizado?

Diría que no hay un éxito, hay diversos éxitos. En algunos casos el éxito es vender muchos ejemplares, ir a la televisión y ganar mucho dinero. En otros casos es lograr que una obra literaria o de no ficción de gran valor sea publicada. En ese caso el dinero es el dinero que venga y será bienvenido, pero el objetivo es lograr que se publique algo que vos creés que vale la pena. Ahí está el éxito y una satisfacción enorme.

Cada tanto se vuelve a esta idea de la muerte o un futuro incierto para el libro. ¿Por qué lo matan y cuál es ese futuro para vos?

Mirá, estamos expuestos a un gran peligro que es lo que llamamos el gurú. Cada tanto hacen anuncios catastróficos y en última instancia van en beneficio o en defensa de algo. Predecir el futuro yo no sé si es posible, los tarotistas dicen que sí, pero bueno, yo no lo creo. Entonces, cada anuncio de la muerte del libro es como una pequeña provocación. De ninguna manera pienso que el libro va a estar para siempre, lo que pasa que hay un proceso de transformación muy lento. Hasta hace 20 años el libro era una sola cosa, el libro de papel encuadernado que se vendía en librerías. En sólo dos décadas el libro ya es muchas cosas, se vende en forma directa, se vende a través del mundo digital, existe el libro electrónico, existe el audiolibro, existirán censolibros que te ponés como sensores y muchas más cosas que no podemos imaginar. O sí, lo puede imaginar la literatura, si Ray Bradbury imaginó Fahrenheit 451 hace 50 años, todo es posible a nivel de imaginación. 

No hay un éxito, hay diversos éxitos. En algunos casos el éxito es vender muchos ejemplares, ir a la televisión y ganar mucho dinero. En otros casos es lograr que una obra literaria o de no ficción de gran valor sea publicada.

¿Entonces hay futuro?

Yo creo que el libro está vivo porque hay lectores, porque a la gente le gusta leer y porque hay un indicio muy bueno: el sector editorial que más crecimiento tiene desde hace 15 años es el del libro infantil, quiere decir que tanto los padres, que son quienes compran, como los niños que son los que escuchan, están creciendo y haciendo crecer con libros. Claro que necesitás que la familia tenga dinero para comprar un libro, necesitás que tengan una escolarización, necesitás que no se mueran de hambre, pero eso ya no depende de nuestro sector y es muy distinto en cada país.

AL

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