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Primavera

Primavera publicado por Ediciones Godot

Henry David Thoreau

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Marzo: Cada vez que despertamos a la vida, como lo hago yo en este anochecer, después de caminar por la orilla y escuchar los mismos sonidos nocturnos que se oyen desde hace siglos, nos parece como si ella hubiera estado dormida, latente, apenas por debajo de la superficie, así como en primavera el verdor que cubre los campos, recién surgido, no se aleja demasiado del invierno.

Diarios, 1837-1847 (sin fecha)

Marzo aviva la llama, abril la bautiza y mayo le pone un pantalón y un abrigo. Ella [la primavera] no crece nunca, pero, como un verso alejandrino, “arrastra su lento avance” brotando aquí y allá, como capullo que sigue de cerca a la hoja, y cuando llega el invierno, no queda aniquilada, más bien persiste bajo la nieve, escurridiza como un topo, y se deja ver muy rara vez, si asoma su rostro por algún cauce o arrollo chispeante.

Que así sea para el hombre: que su madurez sea una juventud más avanzada y en avance continuo, como capullo que persigue a la hoja sin respiro.

Diarios, 1 de marzo de 1838

Los fenómenos del año se suceden a diario en un lago en menor escala. En general, a la mañana, el agua de la superficie va entibiándose más rápido que la del fondo, aunque al final no llegue a entibiarse demasiado, y cada anochecer va enfriándose hasta la mañana. El día es un epítome del año. La noche es el invierno, la mañana y el anochecer son la primavera y el otoño, y el mediodía es el verano.

Walden, “Primavera”

Siento que puse los pies en la tierra sólida y soleada, base de toda filosofía y poesía y también hasta de toda religión. Tengo la certeza de que el hombre que recuperó algunos acres de tierra el verano pasado también redimió algunas partes de su carácter. No creo que vaya a encontrarlo ya nunca en un hospicio o en la cárcel. De hecho, en cierto punto, está camino al cielo. Cuando recibió la granja, no había siquiera un árbol injertado, y ahora genera una suma nada despreciable a partir de la venta de fruta. Estos actos, ante la ausencia de otros, evidencian

cierto valor moral.

Diarios, 1 de marzo de 1852

La mejor impresión del carácter la produce quien admite no tenerlo. La persona que simpatiza con el círculo entero de atributos humanos y los practica no puede permitirse ser un individuo. La mayoría de los hombres mantiene un compromiso ante sí mismo, de modo que su virtud estrecha y limitada carece de flexibilidad. Son como niños que, si carecen de un tutor, no pueden acercarse a las malas compañías, siquiera para aprender la lección que esto les deja, por temor a contaminarse. Afortunado el hombre que pasa por el mundo sin el peso de un nombre y una reputación, porque, en todo caso, ambos son parte de su pasado, y no una profecía, y como tales, no atañen a él más que a cualquier otro. El carácter es el asentamiento del Genio. Puede sostenerse contra el mundo y si se desvía se arrepiente. Es un perro guardián puesto a proteger la propiedad del Genio. Y, estrictamente, el Genio no es responsable, porque no es moral.

Diarios, 2 de marzo de 1842

Poco tiempo después de la muerte de John, escuchaba una caja de música y, si en otro momento algo así me había resultado incoherente frente a la belleza y armonía del universo, ese día se incorporó grácilmente al curso plácido de la naturaleza, mediante sus notas regulares, cuyo tono suave e impertérrito resonaba por todo el firmamento. Pero a estas cosas las encuentro más extrañas que tristes. ¿Qué derecho tengo yo a la congoja, que jamás dejé de maravillarme frente a todo? Al principio, sentimos como si no hubiera oportunidad para la dulzura y la compasión, pero con el tiempo aprendemos que cualquier tipo de congoja pura es recompensa generosa para todo. Es decir, si somos leales a ella; porque una gran congoja no es más que compasión hacia el alma que transita por los hechos, y es tan natural como la resina de la acacia.

Solo la Naturaleza tiene derecho a acongojarse perpetuamente, porque solo ella es inocente. Pronto se derretirán los hielos, y los mirlos cantarán a lo largo del río que él frecuentaba, tan agradables como antes. La misma serenidad continua aparecerá en este rostro de Dios, y no estaremos tristes si Él no lo está.

Carta a Lucy Brown, 2 de marzo de 1842

Es evidente que algunos capullos están más avanzados que otros aun cuando llega el invierno, y luego son ellos los que se expanden y maduran más, con antelación a otros, en los días muy cálidos de invierno.

Diarios, 2 de marzo de 1860

Dichoso de mí, que puedo deleitarme acá tumbado, bajo este sol de primavera que ilumina a todas las criaturas, tanto en su descanso como en su ardua labor, ¡y no sin un sentimiento de gratitud!, cuya vida es tan intachable —quién fuera así de intachable— ¡en todos los días del Señor, tanto el lunes de luna como el domingo de sol! 

Es lo mínimo que un hombre puede hacer: no imponerse sobre sus semejantes (quizás tampoco sobre sí mismo). Es lo mínimo que se le permite: vivir a la altura de su pensamiento con confianza y entusiasmo; ya que el error, si lo hubiera, aparecerá pronto en la práctica, y si no lo hubiera, podrá interpretarlo el hombre como progreso concreto de la forma de vida.

Diarios, 4 de marzo de 1838

En la sociedad, no encontrarás salud si no es en la naturaleza. A menos que, como mínimo, de tanto en tanto apoyáramos los pies en medio de la naturaleza, los rostros de todos nosotros serían pálidos y lívidos. La sociedad siempre está enferma, y la mejor es la que más lo está. No hay un solo aroma en ella que sea tan saludable como el de los pinos, ni fragancia más penetrante y restaurativa que la de las perlas nacaradas, flores de vida eterna5 de los prados más altos. Soy de llevar conmigo algún libro de historia natural, casi a modo de elixir, cuya lectura debe restaurar el tono del sistema. Para el enfermo, de hecho, la naturaleza está enferma, pero para el sano es un manantial de salud. Aquel que contempla un rasgo de belleza natural no sufrirá daño alguno ni decepción. Las doctrinas de la desesperación, de la tiranía política o espiritual o de la servidumbre jamás fueron transmitidas por quienes comparten la serenidad de la naturaleza. Seguro que acá, en la frontera con el Atlántico, no faltará la valentía, en tanto nos flanqueen los distritos del comercio de pieles6. Allá hay suficiente salud para que uno se alegre pase lo que pase. El abeto, la pícea y el pino no consentirán la desesperación. Soy de pensar que algunas creencias de las iglesias y sacristías olvidan enteramente al cazador envuelto en pieles por el lago Great Slave, y que los trineos de los esquimales son tirados por perros, y que, en la penumbra de las luces del norte, el cazador no deja de perseguir focas y morsas por el hielo. Tienen una imaginación enferma y alterada esos hombres dispuestos a hacer sonar tan pronto las campanas de la muerte del mundo. ¿No pueden acaso esas sectas sedentarias hacer otra cosa que preparar el sudario y escribir el epitafio de otros hombres de vida atareada? La fe práctica de todo hombre defrauda el consuelo del predicador. ¿Qué es para mí el discurso de un hombre, si no soy sensible a algo tan constante y jovial como el canto del grillo? Con él, el bosque se alivia ante el cielo. Los hombres me cansan si no me siento refrescado y saludado a cada instante, como lo siento ante el flujo de los arroyos burbujeantes. Sin duda, la alegría es la condición de la vida. Pensemos en el joven alevín que salta en los lagos, en los innumerables insectos arrojados a la vida en una noche de verano, en la nota incesante de la rana hyla, con que trina el bosque en primavera, en la despreocupada mariposa que lleva el accidente y el cambio pintados con mil matices en las alas, o en el pececito del río que, tenaz, combate la corriente y viste con esplendor sus escamas lustradas de tanto desgaste, haciendo brillar reflejos sobre la orilla.

Imaginamos que este desorden de religión, literatura y filosofía que se oye en púlpitos, auditorios y conferencias vibra a través del universo, y su sonido es tan católico como el crujido del eje terrestre; pero, con dormir profundamente7, el hombre lo olvidará todo entre el ocaso y el amanecer.

Historia natural de Massachusetts, primavera de 1842

HDT

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