Pablo Maurette, escritor: “La justicia es una utopía, algo inconseguible”
La ansiedad se percibe en el aire: son los días de cuenta regresiva de 1999, de fin de década, de siglo, de milenio. La imagen del futuro –uno redondo, uno que simula la vuelta de página rotunda impuesta por el calendario– está ahí, muy cerquita. Y, sin embargo, en Buenos Aires pareciera que nada cambia: los bares con sus habitués, las charlas y los problemas repetidos, las instituciones con sus burocracias.
Silvia Rey es abogada, trabaja como segunda en una fiscalía e intenta navegar el loop porteño para no quedarse atrapada por esa sensación de impotencia. Ese año, cuando la mujer está a punto de irse de vacaciones, aparece asesinado el profesor de biología de un colegio secundario en circunstancias que llaman su atención. Podría tratarse de un cadáver más, podría evitar el problema de tener que cancelar sus planes, pero ella decide enfrentar la inercia que la rodea, indagar, atar cabos.
La novela La Niña de Oro (Anagrama, 2023), de Pablo Maurette, está propulsada por esa insistencia de alguien con ganas de llevar adelante su tarea con nobleza en un sistema en el que muchos callan o prefieren ahorrarse disgustos. Contada con un ritmo vertiginoso, con sofisticación y una serie de personajes delineados por el autor con lucidez (la propia Silvia Rey, pero también su padre, los policías que la rodean, la titular de la fiscalía, un taxi boy albino apodado Copito y una suerte de hechicero africano, entre otros), la historia deja expuestos los entramados muchas veces opacos de cualquier investigación policial. ¿Cuánto de azar, cuánto de deducción, cuánto de intuición y cuánto de casualidad se pone en juego al investigar una muerte violenta? ¿Qué implica “hacer justicia” en estos casos?
Maurette, que venía de publicar ensayos bastante alejados de este universo y que vive en el exterior, decidió retomar una escena que imaginó hace más de 20 años, en una Buenos Aires lúgubre y emprender un viaje por este género que le resultaba lejano.
“Nunca pensé que la iba a terminar escribiendo, nunca fui un gran lector de policiales y me parecía un poco fanfarrón decir ‘voy a escribir un policial’ sin haber leído policiales. Pero un poco antes de la pandemia empecé a leer policiales, muchos, y compulsivamente. Entonces me pareció cada más factible la idea de escribir un policial”, cuenta el autor ante elDiarioAR y revela que en aquellos días de aislamiento pidió entre sus amigos y conocidos amantes de los policiales que le sugirieran títulos: “Les pedí que me dieran su top ten y me armé una mega lista de cien novelas, no me leí las cien, pero sí leí muchas. Leí muchísimo a Patricia Highsmith, leí muchísimas inglesas, Ruth Rendell, P. D. James, algunos de los clásicos del noir, Dashiell Hammett, Chandler, de todo. Mucho anglosajón. Algo italiano. Algo francés. Pero evité leer cualquier policial en castellano porque no quería contaminarme. Como estábamos en pandemia tuve un tiempo sabático en la universidad de Estados Unidos donde doy clases. Yo había publicado una novela en 2020 que se llamó La migración y me había llevado cinco años. Entonces esta vez dije ‘voy a escribir rápido a ver qué pasa’ y traté de escribir un capítulo por día y al día siguiente no volver a leer el del día anterior. Fue seguir, seguir y seguir, seguir, un proceso muy irregular porque me metí completamente en ese mundo de la novela, ahí no había pandemia, no había nada”.
-La experiencia al leer La Niña de Oro tiene ese vértigo también.
-Era un poco la idea, sí. Me pasa como lector que me engancho cuando percibo que el autor está enganchado también. Hay algo que dice (Gabriel) García Márquez en este sentido: si te aburrís escribiendo algo, el lector se va a aburrir leyéndolo. Es una especie de ley de oro. Entonces creo que se transmitió en La Niña de Oro el ritmo de tanta acción. Es algo que no había hecho en mi novela anterior, que era más narrativa, que atraviesa géneros y saltos temporales.
-En uno de tus ensayos previos, Por qué nos creemos los cuentos, sí hablabas de la compenetración a la hora de la lectura. ¿Venías pensando o teniendo esto en la cabeza?
-Sí, creo en ese sistema de la compenetración. Creo que hay una conexión entre lector y escritor y que es recíproca. Cuando el escritor se compenetra con lo que está escribiendo es muy posible que haya lectores que se compenetren también. Ahí se produce el acopio, creo mucho en eso.
-¿Cómo llegaste al personaje de Silvia Rey, que tiene muchas características de los investigadores de los policiales clásicos, pero que al mismo tiempo pareciera eludir algunos lugares comunes? Ella es la secretaria en la fiscalía, por momentos la narración pareciera irse a zonas alejadas de lo policial para indagar aspectos más íntimos de ella.
-Al ponerme a leer tanto policial y, al mismo tiempo, como novato lector de policial, intenté evitar las cosas que me molestaban de los policiales. Por ejemplo, la tendencia a jugar a las escondidas con el lector. Está esa estructura medio clásica de que en el capítulo 3 te hacen creer que el asesino es tal persona, en el 4 se muestra que no, pero que quizás fue tal otra. Y eso me aburría mucho. Entonces quise ir a la par del lector. La otra cosa que quería evitar era imitar el modelo anglosajón que es el que conocemos todos en general, en la tele y en las novelas. Ellos son maestros de eso, lo hacen muy bien. Pero acá es distinto, es todo distinto, acá investiga el fiscal, por ejemplo. Silvia Rey es abogada, es la segunda persona con más poder en la fiscalía pero no es la más poderosa. Ella sí es la que labura más y era el elemento heroico que me permití: una persona que está y tiene un compromiso ético profundo por su trabajo. Para mí esa es la única forma de heroísmo concebible en el mundo hoy. La otra cosa que me molestaba de los policiales, volviendo a la pregunta, es la idea de rompecabezas: todo lo que se ve, te tiene que llevar a algo atrás. Pero yo, al contrario, quería evitar eso, por eso hay digresiones, conversaciones con el padre, por ejemplo, que parece que llevan a otra cosa.
-¿Por qué elegiste 1999 como el año en el que transcurre la historia? ¿Qué te ofrecía literariamente ese tiempo?
-La imagen del comienzo, que es el germen de la novela, no sé si salió en el ‘99 o en el ’98. Entonces surgió naturalmente que la historia transcurriera en esos años. No fue una decisión, pero sí noté, al armar la trama temporal, que me venía que todo esto fuera antes del mundo del smartphone y de las redes sociales. Si escribís un policial que transcurre hoy no lo podés evitar, sería totalmente inverosímil y yo no quería meterme en esos temas. A la vez, hace más de 20 años que no vivo en Buenos Aires. Entonces se me hacía bastante natural volver a esa ciudad, que también es mi ciudad en ese momento, me sentía cómodo ahí escribiendo. Ahora siempre vengo de visita, pero cambió para mí la percepción de la ciudad, la conozco menos, la entiendo menos en algunas cosas. También esos años, los de finales de los ‘90, se vivían con una especie de ansiedad por algo que se asomaba, a la vez era el principio de (Fernando) De La Rúa, se terminaba el menemismo, se terminaba el milenio, se venía el desastre. Por ahí no se adivinaba todavía, pero ya había una crispación flotante.
-La Niña de Oro es una novela bien porteña. ¿Cómo es la experiencia de escribir afuera, escuchando en el día a día otro idioma y al mismo tiempo evocando una forma de hablar?
-Es la recreación de una ciudad que existe sólo en la memoria, de un habla que es una mezcla del habla de mis padres, de mis abuelos. En algún lugar se sedimenta todo y todo ese sedimento de 25 años de vivir en otros lugares forma una gran mezcolanza. Una mezcolanza que en cierto sentido es no sé si utópica o distópica, pero ciertamente no es real. A mí me gusta, yo creo que por ahí, aunque nunca lo sabré, si me hubiese quedado acá no podría haber escrito esto ni muchas otras cosas. Escribo con una Buenos Aires que se aparece en la distancia. Por otro lado, no puedo escribir sobre ningún otro lugar, me sentiría como un farsante. No podría escribir una novela así y que transcurra en Roma. Aunque fui a Roma y pasé tiempo en Roma, no sería verdad, sería mentira. Y una mentira en un mal sentido.
-La novela expone al sistema judicial y aunque la protagonista quiere buscar una especie de reparación para las víctimas, se choca con algunas paredes. ¿Es una novela de algún modo sobre la imposibilidad de hacer justicia?
-Bueno, ella misma habla o se refiere a “la utopía de la justicia”, o dice que la gran utopía del ser humano es la justicia porque es imposible hacer justicia de verdad. Pongamos el caso paradigmático del homicidio. Te vas a los griegos y el mito de la justicia nace ahí, el muerto obviamente no tiene justicia, va a estar muerto para siempre y queda la familia del muerto. Se abren las posibilidades: que metan preso al asesino podría considerarse justicia; que pague plata podría considerarse justicia. ¿Pero es realmente justicia? Entonces sí, de alguna manera, la justicia es una utopía, es algo inconseguible, es un imposible. A la vez aparece la idea de que quienes trabajan en estos casos lo hacen para instituciones que necesitan resolver cuestiones de tipo burocráticas. El burócrata tiene que resolver el problema y sea como sea tiene que resolverlo y pasar al siguiente. Así, la policía a veces tiene que resolver un caso, agarren o no al culpable de verdad.
Escribo con una Buenos Aires que se aparece en la distancia. Por otro lado, no puedo escribir sobre ningún otro lugar, me sentiría como un farsante
-A veces se mete el azar o asuntos más intuitivos, como los que señalan la protagonista y su padre, que arman series de coincidencias que llaman duquesas y tricotas.
-Silvia Rey tiene esta oscilación constante entre el pensamiento mágico y el científico y la idea de que el modo natural del ser humano es el pensamiento mágico. Esto de pensar que las cosas tienen un sentido, que nos están diciendo algo, que encajan, que todo pasó por una razón y el mundo nos está comunicando cosas que hay que descifrar. En esa visión, de alguna manera el ser humano es un lector del mundo, todo el tiempo leyendo e interpretando. Y a la vez ella dice que el pensamiento científico es totalmente anti-intuitivo, porque lo que hace es refutar todo como un freno constante, incómodo, difícil como le pasa con la fiscal que le dice muchas veces que no. Creo que eso es un dilema, al menos yo critico también mucho la necesidad de encontrarle sentido a todo. En el final de El príncipe, de Maquiavelo, se termina hablando de la importancia del azar, la fortuna como él llama a la suerte, en la vida del buen político. Ese que sabe identificar cuándo tiene una racha de buena suerte y cuándo se viene la mala suerte. Es decir, no podés manejar la suerte, la suerte es todopoderosa, está por encima de los dioses incluso. Lo que sí podés es estar atento. Entonces el juego de la “tricota” es un poco eso: es el azar, pero a la vez la necesidad de estar atento, porque si no estás atento se te pasa, si no estás atento te viene una racha de buena suerte y te la perdiste.
-Hay toda una investigación alrededor de las personas albinas en el libro. ¿Cómo llegaste a ellos, por qué te interesaban?
-Fueron 20 años de elaboración de esta novela, de pronto aparecía algo y decía “¡Ah! Este puede estar con este proyecto de acá”. En algún momento leí esa teoría obsoleta de la idea de que había un homo sapiens nocturno y que quizá los albinos eran descendientes de ahí. Me pareció fascinante y a la vez tenía algo atávico. Yo no tuve educación religiosa de ningún tipo, nunca tuve respuestas a las preguntas de qué pasa cuando te morís, etcétera, y cuando era muy chico vi una película con Chevy Chase y Goldie Hawn que se llama Juego sucio. El malo de la película es un albino que al final muere. En realidad lo matan, lo típico en una película de acción: el malo tiene que morir. Y me acuerdo que me dio una angustia infinita y me preguntaba qué le pasaba después. Como que se quedó la figura del albino ahí, es algo muy raro, uno no ve albinos muy a menudo. Además vivimos inmersos en el racismo occidental que indica que el negro es malo y el blanco es bueno. Pero el albino, que es demasiado blanco, también es malo. Se manifestó en un punto como una figura en el trasfondo pero a la vez en el centro, como la ballena blanca, un punto alrededor del cual giraba todo.
Al ponerme a leer tanto policial y, al mismo tiempo, como novato lector de policial, intenté evitar las cosas que me molestaban de los policiales. Por ejemplo, la tendencia a jugar a las escondidas con el lector.
-Decías que siempre volvés a Buenos Aires. ¿Qué encontraste esta vez en este regreso particular?
-Es la primera vez que vengo a la Argentina de (Javier) Milei. Noté más miseria, una miseria más visible. Vi gente durmiendo en lugares donde nunca había visto gente durmiendo. A la vez se nota mucho pesimismo en gente que solía ser muy optimista, como mi padre, por ejemplo. Todo el mundo con el que hablo está de acuerdo en que este va a ser un año durísimo.
-¿Y en el mundo literario?
-Bueno, parece que al final no va a cambiar el tema de los precios de los libros. De todos modos empieza a aparecer esto que llaman la batalla cultural. Yo vivo la mitad del año en Florida y tenemos un gobernador que es una especie de mini Trump, un energúmeno que armó toda su campaña en base a la batalla cultural, incluso su lema era “Florida donde el woke viene a morir”. Hace tiempo que venimos viendo eso desde las universidades allá, con la guerra que hace este tipo contra la cultura. Cuando Milei empezó con estas cosas me sonó que era lo mismo, que en el fondo es esto: son bravuconadas, la cultura que no tiene mucha plata pero sí tiene voz fuerte. Estos enfrentamientos le sirven entonces porque mantienen a su gente, a su base, enardecida. Es lo mismo que hizo Trump: Trump entendió inmediatamente que nadie que no lo votó lo iba a votar. Él sabe muy bien que no va a convencer a nadie, la gente que lo odia lo va a odiar siempre. Milei creo que también entiende eso. Bueno, no sé si lo entiende, pero lo percibe, lo intuye. Así que lo único que tiene para mantenerse en lo que es, es mantener el entusiasmo de la gente que lo quiere ¿Y cómo lo hace? Esta es una manera de hacerlo: lanzar esta idea de que los artistas son todos garrapatas. A él eso le rinde, por eso creo que en el fondo no le importa ni la ley del libro ni el Fondo Nacional de las Artes. ¿Cuánto implica en el PBI del país eso? Nada. Lo único que le rinde son estas bravuconadas.
AL/MF
Pablo Maurette presentará La Niña de Oro el jueves 29 de febrero a las 19 en la librería Eterna Cadencia (Honduras 5574, CABA). El autor dialogará con la escritora Virginia Cosin.
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