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Woody Allen: crímenes o pecados

Woody Allen: crímenes o pecados

Natalí Schejtman

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La cultura occidental de las últimas tres décadas tiene un problema. Se llama Woody Allen. Puede sonar exagerado -no es el único problema que tiene-, pero en las narrativas de dramas y comedias, de me gusta y no me gusta, la figura de Woody Allen está irresuelta. Pesa sobre él una denuncia de abuso sexual a su hija, sostenida por ella misma, su madre -Mia Farrow- y otras personas vinculadas a la familia. Según esta denuncia, Allen abusó sexualmente de Dylan Farrow cuando ella tenía 7 años en 1992. Después de la acusación, el hospital que entrevistó a la nena en reiteradas oportunidades expresó que se trataba de un relato lindante con la fantasía, pero a la vez un juez restringió las visitas de Allen a Dylan y consideró inapropiado su comportamiento. El fiscal decidió no presentar cargos -aunque dijo que había “causa probable”- y el caso fue cerrado. 

Allen, que no dejó de hablar del caso, sigue defendiendo que la denuncia es producto del resentimiento de Farrow frente a otra de las conmociones que ha generado su vida: su romance con Soon-Yi Previn, hija del primer matrimonio de Farrow, con quien se casó cuando la joven tenía 21 años aunque se sospecha que inició una relación cuando ella estaba en el secundario. El vínculo resultó tan disruptivo y perturbador para la familia que el mismo Allen lo señaló como causa de una venganza de Farrow que consiste en llenarle la cabeza a su hija Dylan hasta convencerla de que su padre la abusaba.   

Tal vez todo esto hubiera bastado en cualquier otro ser humano para excomulgarlo de la vida pública, incluso antes del #MeToo. Pero Woody Allen, genio y figura, viene esquivando un destierro rotundo, aunque desde 2018 vive una temporada alta de indignación y desaprobación social, especialmente en su país, como la que rodeó el lanzamiento de su último libro autobiográfico, A propósito de nada, que iba a salir por Grand Central Publishing, de Hachette, hasta que último momento la editorial lo canceló y Arcade Publishing tomó los derechos. O la anulación del contrato con Amazon para el estreno de A Rainy Day in New York, que tardó bastante en ser estrenada en Estados Unidos. 

La nueva ola acusatoria se disparó después de que Dylan Farrow recordara en una entrevista de 2018 la denuncia que había hecho cuatro años antes en una carta pública en el New York Times con su versión de los hechos: “¿Cuál es tu película favorita de Woody Allen? Antes de responder, deberías saber: cuando tenía siete años, Woody Allen me tomó de la mano y me llevó a un ático oscuro, parecido a un armario, en el segundo piso de nuestra casa. Me dijo que me acostara boca abajo y jugara con el tren eléctrico de mi hermano. Luego me agredió sexualmente. Me habló mientras lo hacía, susurrándome que yo era una buena chica, que ese era nuestro secreto, prometiéndome que iríamos a París y yo sería una estrella en sus películas. Recuerdo haber mirado ese tren de juguete, concentrándome en él mientras daba vueltas alrededor del ático. Hasta el día de hoy, me resulta difícil mirar los trenes de juguete,” dijo entonces. Pero entre 2014 y 2018, el movimiento #MeToo y el caso Harvey Wainstein impregnaron un criterio propio a buena parte de la industria cinematográfica.

El caso Allen presentaba sus dobleces: él, que fue el cineasta que mostró una masculinidad renovada para la cultura popular por medio de varones inseguros, tímidos y neuróticos, era acusado de un delito monstruoso de un padre hacia una hija. La industria del cine se dividió, aunque mujeres poderosas como Rebecca Hall, Greta Gerwig o Selena Gómez -protagonista de la película suspendida por Amazon- hicieron oír su voz mostrando su arrepentimiento por haber trabajado con Allen, incluso aunque la denuncia de Dylan fuera anterior a sus trabajos con el director. Otras fueron más bien ambivalentes. Cate Blanchett y Scarlett Johansson respaldaron de algún modo u otro al cineasta: “Si estas acusaciones necesitan reexaminarse —unas acusaciones que, según tengo entendido, han pasado por los juzgados—, entonces soy una gran creyente en el sistema judicial y en sentar precedentes legales”, dijo Blanchet. Johansson también se pronunció: “Él mantiene su inocencia y yo le creo”.  

Allen suele ir más allá de negar la acusación: considera que debería ser un referente feminista: “Debería estar mi cara en los carteles del movimiento #MeToo –le dijo a Jorge Lanata en 2018–. Trabajé en películas durante 50 años, trabajé con cientos de actrices y ni una sola, grande, famosa, principiante, nadie ha sugerido ningún tipo de indecencia”. 

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Pero si Allen es un cineasta prolífico, su vida privada también generó una pequeña industria cultural: libros, películas y series que ponen en escena lo que toda persona cercana a la familia en los primeros noventa tienen para decir al respecto y vuelven a aquellas polaroids que él le tomó a una Soon-Yi adolescente, a las múltiples adopciones de Mia Farrow, a los destinos trágicos de algunos de sus hijos, a la investigación del caso y a las posturas divergentes entre los hermanos -pro Farrow y en grado mucho menor pro Allen-. Ahora es el turno de Allen vs. Farrow, una serie documental de cuatro episodios dirigida por Kirby Dick y Amy Ziering que profundiza en la versión de los hechos de Mia Farrow, su hija Dylan y algunos otros personajes cercanos a ellas y también critica los procesos judiciales que exculparon a Allen. Sus testimonios son vertebradores y describen a Woody Allen como un cerdo manso, un predador en voz bajita, un psicópata. Del otro lado, solamente están las películas de Allen y extractos de su reciente autobiografía.

Nutrida por un archivo familiar doméstico, el hallazgo de la serie es reconstruir el interior de una familia, por más extraordinaria que sea. La debilidad es mostrar sólo una arista del caso -aunque los testimonios son potentes- y desplegar algunos recursos maniqueos como indagar en el archivo Woody Allen de la Universidad de Princeton en busca de relevar todas las veces que el autor corrigió los guiones de sus películas para rejuvenecer a las protagonistas: no quería chicas de 20 o 21, quería chicas de 17 o 18 perturbando al neurótico protagonista, como la hermosa Tracy de Manhattan. Esa forma banal de leer detectivescamente la obra de Allen en función de su vida privada y de su delitos y/o pecados se contrapone con momentos en los que el cruce entre obra y vida es demoledor. Por ejemplo, los extractos de Maridos y esposas, aquella película protagonizada con Farrow y Allen en 1992 sobre una pareja que se desmorona. El film se estaba rodando mientras Farrow descubría la relación de Allen con Soon-Yi. Es imposible no ver en su parlamento y en su expresión algo de la ferocidad que la atravesaba en ese entonces. 

La serie adquiere más ribetes hacia el final, cuando ingresa otro Farrow: Ronan, el único hijo biológico de Allen y Mía, un periodista de 33 años extremadamente proactivo que defiende a su madre y a su hermana y que investigó el caso Harvey Weinstein en 2017 y lo publicó en el New Yorker. Ronan, por cierto, ya tiene un contrato para desarrollar contenidos periodísticos en la misma cadena en la que se emite esta serie. Con él, el documental aborda de un modo más rotundo el rol que juega y jugó la opinión pública en la reinterpretación del caso Allen y sus diferentes hitos: la denuncia original en 1992, el tratamiento institucional de aquel momento, la carta pública de Dylan Farrow en 2014 y una nueva entrevista en 2018, que llevó el caso a la cadena de sentido del #MeToo y permitió un nuevo momento para la toma de partido en la justicia mediática, sintetizada en un tuit de Reese Witherspoon: “Yo te creo, Dylan”.  

 

Allen vs Farrow vuelve a recorrer someramente tópicos que, aunque remanidos, no están resueltos en este momento de revisiones y reversiones: la vida cómo insumo o como obstáculo del arte, un nuevo consenso -y sus detractores- que consiste en elevar o consumir obras de artistas con una vida privada moralmente aceptable, la justicia popular y las penas inciertas que sentencian los medios y las redes sociales. También, la pregunta por la cancelación realmente existente: recordemos que, aunque con más trabas, Woody Allen todavía filma sus películas y la industria se las ingenia para distribuir su obras y sus ideas a nivel planetario. Y que A Rainy Day in New York, la película que suspendió Amazon, se estrenó en buena parte del planeta y lleva recaudados unos 22 millones de dólares.  

Allen vs. Farrow se estrena el domingo 21 de febrero a las 23 por HBO y HBO Go.

NS

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