La FIFA se enfrenta al reto ambiental más grave con un Mundial 2026 que batirá récords de contaminación

Los vuelos entre Vancouver y Ciudad de México cubren una distancia de más de 4.800 kilómetros, el doble de la que separa París de Estambul. Esa magnitud no es una excepción, sino en el calendario de la próxima Copa Mundial masculina. Casi todos los traslados entre sedes exigirán cambiar husos horarios y cubrir miles de kilómetros. Y ese diseño de torneo es, precisamente, lo que ha encendido todas las alarmas climáticas.
La expansión del torneo choca con las promesas de sostenibilidad que la FIFA proclamó
La FIFA proyecta una edición sin precedentes para 2026, con 48 selecciones y un total de 104 partidos distribuidos en 16 ciudades de tres países: México, Estados Unidos y Canadá. Aunque el organismo insistió en su compromiso por reducir el impacto medioambiental del evento, las proyecciones más recientes contradicen esa promesa.
Un análisis conjunto del Fondo para la Defensa del Medio Ambiente, la organización Scientists for Global Responsibility y la red Cool Down cifra en más de 9 millones de toneladas las emisiones previstas de CO₂ equivalente.
Buena parte de esa cifra proviene del transporte aéreo internacional, cuya huella supera con holgura los niveles registrados en torneos anteriores. Solo los desplazamientos entre ciudades sede podrían generar más de 7,7 millones de toneladas de dióxido de carbono, una cantidad que, de cumplirse el peor escenario previsto por los autores del informe, alcanzaría los 13,66 millones.
El documento también apunta que las fuentes complementarias de contaminación, como los alojamientos, el consumo energético en estadios y la gestión de residuos, sumarían al menos otros 1,3 millones de toneladas.
El modelo de crecimiento elegido por la FIFA entra en conflicto con los límites del planeta
Además del transporte, el calendario ampliado y la presencia de más selecciones también se traduce en un mayor número de delegaciones, hinchas, proveedores, y personal vinculado al torneo. Brian McCullough, profesor de la Universidad de Michigan, expuso en The Conversation que “la Copa Mundial ampliada podría generar más de 9 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono equivalente, casi el doble del promedio de los últimos cuatro Mundiales”.
Esa dinámica contrasta con lo que otras entidades deportivas han intentado corregir. Según explicó el geógrafo David Gogishvili, de la Universidad de Lausana, en una entrevista con AFP, “el apetito insaciable de la FIFA por crecer se traduce en más atletas, más aficionados, más hoteles, más vuelos. Es un ciclo sin fin que perjudica al planeta”.
Más allá de las cifras globales, el informe advierte sobre otro factor de riesgo que condiciona la celebración del evento: las condiciones climáticas extremas en varias de las sedes. Ocho de los estadios requieren adaptaciones urgentes por exposición a altas temperaturas, incendios o inundaciones
En Houston, por ejemplo, el índice WBGT, que evalúa el riesgo por golpe de calor, supera en promedio los 28,9 °C en julio. En Dallas, varios días del verano registran temperaturas por encima de los 35 °C. Y en la zona de Los Ángeles, los expertos alertan sobre la elevada probabilidad de incendios forestales. De hecho, aún queda en el recuerdo los pasados fuegos que arrasaron parte de la ciudad.
Este contexto obliga a las autoridades a considerar medidas excepcionales en materia de salud y logística. En la rueda de prensa posterior a un encuentro del Mundial de Clubes celebrado en Estados Unidos, que sirvió como una especie de test - fallido, además -, el jugador argentino Enzo Fernández explicó que “el otro día me mareé un poco, me tuve que tirar al piso porque estaba mareado. Jugar así, con esta temperatura, es muy peligroso”. El español Marcos Llorente también tuvo quejas similares.

El plan inicial del proyecto United 2026 estimaba una huella ambiental total de 3,7 millones de toneladas de CO₂, pero esa proyección se elaboró cuando el torneo contemplaba solo 64 partidos. Desde entonces, el número de encuentros ha crecido un 62% y las distancias entre ciudades no se han reducido.
La rentabilidad del torneo refuerza la tensión entre beneficios económicos y cuidado del entorno
Para Stuart Parkinson, director de Scientists for Global Responsibility, el mayor obstáculo sigue estando en la falta de datos verificables. Según explicó en el informe, “el futbol enfrenta dificultades para reconocer su verdadero impacto ecológico debido a la falta de datos precisos y a la omisión de aspectos clave en sus cálculos de huella de carbono”.
Las propuestas para reducir ese impacto pasan por limitar el tamaño del torneo, aprovechar infraestructuras ya existentes y promover el seguimiento desde los países de origen. También se plantea establecer auditorías independientes y normas ambientales de obligado cumplimiento. Sin embargo, hasta ahora, ninguna de estas ideas ha sido incorporada como condición formal para la organización del evento.
En paralelo, los ingresos esperados por la FIFA superan los 40.000 millones de dólares, cifra que revela la dimensión económica del torneo, pero también la tensión constante entre los objetivos de sostenibilidad y los intereses comerciales.
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