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Pura espuma Opinión

Macri y Riquelme, dos trenes que chocan hace veinte años

Juan José Becerra Pura espuma rojo

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En noviembre de 2019, después de 24 años de dominio, Mauricio Macri y su acuario de delfines perdieron las elecciones en Boca. Él venía de salir de la Casa Rosada, por lo que tener que salir también de las oficinas de le Bombonera fue un tiro de gracia. Su memoria calabresa jamás olvidará esa primavera negra, ni a sus clenears: Sergio Massa y Juan Román Riquelme, respectivamente mentor y ejecutor de la eyección del líder estadista.

Se recordará la jugada maestra. Tuvo mucho de estrategia militar con sorpresas. Riquelme sostuvo la pelota de la decisión a lo largo de semanas, y un segundo antes del cierre de listas, cuando se esperaba que se alistara en las filas del oficialismo después de ¡siete reuniones!, la soltó en favor de la fórmula Ameal-Pergolini. Con el resultado inscripto en piedra de antemano, casi no hizo falta votar. Alrededor de las mesas de escrutinio podían verse en los rostros de los socios qué era lo que se iba y qué lo que llegaba a Boca. Para no hablar del semblante fúnebre del saliente Daniel Angelici, balbuceando canzonettas tistes en el italiano de Gino Renni. Acostumbrado a hacer poder en los niveles de ejecución más sórdidos, y novato en padecerlo en lo hondo de su alma, quedó pedaleando (todavía pedalea) en la bicicleta fija del rencor.

El choque de trenes entre Macri y Riquelme no ha cambiado de trocha en más de veinte años. Las estaciones de las que parten son las de las disputas contractuales. Tenemos la estación Empleado y la estación Empleador. Las inclinaciones de Macri las conoce la República Argentina porque él las divulgó con pasión: el trabajador es caro por principio. Su sueldo es un lujo, su existencia depende de lo que resigne. El sacrificio y las postergaciones deben configurarse de abajo hacia arriba. Por ejemplo, si soy chief de una súper empresa debo educar en la carestía al tótem de seguridad que me relojea la BMW X6 y decirle, por su bien, el de sus nietos y el del país: “Arrancá vos con las privaciones que yo te sigo”. 

En 1998, hubo una disputa por honorarios y Macri filtró el recibo de sueldo de Riquelme a sus terminales de prensa. En 2001, cuando algunos dirigentes de Boca empezaron a llamarlo despectivamente “El Negro”, Riquelme cobraba una prima de 150 mil dólares contra los 800 mil que pedía tomando como referencia los 26 millones que Boca le exigía al Barcelona por su venta. Todo esto después de que el empleado hubiese aguantado media hora bajo su suela al Real Madrid en Japón. 

Entonces, el tesorero de Boca, Osvaldo Salvestrini, incubado en las probetas de SOCMA, pronunció su frase-lápida: “Yo no pagaría la entrada para ver a Riquelme”, de la que hay que destacar las palabras “no pagaría”, acto de retención de partidas que es y será por siempre el sueño dorado de los tesoreros. 

Son esas querellas imborrables las que regresan, a las que se le suman las actuales, reavivadas desde que Riquelme argumentó que Macri utilizó a Boca para llegar a la Presidencia de la Nación, y desde que Macri le contestara que él “nos está arruinando”. El verbo “arruinar”, pronunciado por la persona que tomó el crédito Guinness con el FMI el día que se votaba un acuerdo consuelo de restructuración en un valle de lágrimas, sonó como la frase “nos está matando” en la voz de un pelotón de fusilamiento. 

Las máquinas de poder que siempre tuvieron un playón de maniobras en Boca, están calentando sus motores. Herido en su orgullo, impulsado por su sentido imperial de la propiedad, Macri acaba de sumarse al dúo compuesto por Angelici y Tévez, la vanguardia que gestiona el regreso de sus laderos, fogoneados por un trabajo de erosión incesante contra la figura de Riquelme, a cargo de un ejército de voceros informales que se empujan en la cola del cajero para ver quién se arrodilla primero.

“Nos está arruinando” es la frase que a partir de estos días subirá a la farsa de discusión que alimentan los programas de fútbol para ser glosada en favor de quien la dijo. El cliché pretende reenviarnos en la cápsula de la melancolía a los años en que Macri fue presidente de Boca para que la memoria lo recuerde como el autor de los años de gloria. 

Es una autoría denegada por el peso cronológico de los hechos. Lo primero que hizo Macri al asumir como presidente de Boca fue contratar a Bilardo “inspirándose” en unas encuestas de preferencia, remodelar la Bombonera para producir el efecto de un hacedor de obra pública, podarles los premios a los futbolistas y, luego, por pánico, salir a comprar estrellas por veinte millones de dólares. En cinco líneas ya vemos un perfil orientado a delegar las decisiones institucionales en las técnicas de mercado, la inauguración de una carrera política utilizando como ensayo general una sociedad civil, la obsesión por la degradación de salarios y el consumismo.

Se fue Bilardo, vino el Bambino Veira y la situación desembocó en un descontrol que Diego Latorre resumió en la palabra “cabaret”. Pero la era Liza Minelli de bailar en pelotas tenía que cesar, y allí Macri tomó su primera decisión realmente propia: contratar como director técnico a Daniel Passarella. Ese era su prometido. Se cerraron los números y se filtró a la prensa la “solución” que Boca les daba a sus problemas: mano dura, corte de cabello al ras, la autoridad de un nombre. 

Entonces, surgieron los efectos no calculados: los hinchas se embanderaron para repudiar la llegada de un rey del fútbol que había hecho su reino en River. ¿Cómo se le escapó ese detalle? Abortada la llegada del elegido, Macri fue a buscar contra su voluntad a Carlos Bianchi, el verdadero autor por encima de la obra orquestal que Macri se atribuye como solista. 

Ese tipo de atribuciones crecen como hongos de lluvia en Pasión y gestión (Aguilar, 2009), el libro firmado por Macri, Alberto Ballvé y Andrés Ibarra. Firmaron tres, trabajaron dos y habló uno: Macri. En la presentación hecha en la librería El Ateneo, Macri dijo que Boca era “claramente la marca más potente de la Argentina en el mundo después de Maradona”. 

Cuando empiecen a circular las naves que nos lleven al pasado, voy a subirme a una que me deje en El Ateneo en 2009 para levantar la mano en la presentación de Pasión y gestión, y decir: “Sí… Acá, Juan, de Eldiarioar. Vengo del futuro. Estoy despeinado porque se complicaron un poco las cosas con el FMI por un préstamo medio demente…. Perdón, nada que ver con esto. Quisiera preguntarle al autor Macri: ¿no le parece que Maradona tuvo al menos algo que ver con darle potencia a la marca Boca en el mundo? No estoy seguro, ¿eh? Pero como desde que salió campeón con el club en 1981 no se sacó la camiseta de Boca ni para dormir y, además, tengo entendido que le fue bastante bien en el Mundial de México ’86, por ahí aportó algo… Gracias. Suerte con la política”. 

JJB

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