Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Análisis
Argentina con corazón salvaje

Messi y su festejo tras convertir ante Países Bajos

2

¡Qué manera de cortar rieles en finas fetas con el orto! ¡Por favor!  Tiene que haber estados clínicos que sólo aparecen en los partidos de mundiales que se juegan a vida o muerte. No el clasicista infarto de miocardio, ni los ACVs con todas sus variantes ni los picos tibetanos de presión, sino algo que sólo aparece mirando estos partidos. 

Es que lo que está en juego es la gloria de cincuenta millones de personas delegada en once, y lo que no puede lograrse hoy entra en crioconservación por cuatro años. El alma de los mundiales de fútbol no es el fútbol, ni siquiera los jugadores de fútbol (la mayoría de ellos son sus víctimas): es la oportunidad única que, si se va, hay que esperarla una eternidad para que regrese, si es que regresa. Lo que está en juego, además de una copa, es el tiempo, toneladas de tiempo que se escurren porque alguien hizo un gol, o porque no lo hizo.   

Y, sin embargo, este sufrimiento que nos quitó un poco de vida por un lado para devolvérnosla por el otro, fue un accidente de esos que suelen ocurrir en estos torneos organizados por pervertidos. Porque hasta los 80 minutos había sido el partido más fácil de resolver para Argentina

Scaloni armó una estructura similar a la de Van Gaal, ese técnico censor que no admite en sus jugadores el uso de la libertad. Con Cuti Romero saliendo por la derecha como tercer central volante, adelantando la presión del otro lado con Lisandro Martínez y soltando a Molina como un fantasma de Di María, Argentina aceptó el desafío de marca en matrimonios por una razón muy justificada: en cualquier duelo, gana el que juega mejor, así como en el truco ganan las cartas. 

Entonces, Messi se hizo una escapada al área, metió una asistencia casi en reversa para Molina, y ocurrió la primera ventaja. La segunda, la de su penal, disparado con hielo seco en las venas, cerró el partido. Holanda (en fútbol, Países Bajos es Holanda) nunca reaccionó. Se desentendió del juego, como lo había hecho para enterrarse vivo durante todo el partido, pero tuvo la fortuna de encontrar en un zapallazo de cabeza y en una jugada de pizarrón un empate agonizante que ni siquiera deseó. 

No hay ejemplo más grande de equipo chico en la historia reciente de los mundiales que la Holanda de Van Gaal. Le teme a la improvisación, al vértigo del riesgo y a la épica, y lo hace independientemente de sus recursos, que son muchos. Más que un técnico de fútbol con tradición de toqueteo, Van Gaal es un Ministro de Seguridad incapaz de reconocer la importancia de lo que no se puede controlar del juego, sea del propio o el ajeno. 

Malhumorada por la injusticia que la realidad del partido estaba cometiendo, y por la actuación del árbitro Mateu Lahoz (que flashea ser Santiago Segura, y cree que el mundo se arregla con tarjetas amarillas distribuidas como cachetadas de loco), Argentina se recuperó de inmediato y salió al alargue a asaltar el reino de pechos fríos anaranjados. Parades fue el coach anímico. Se plantó como un 5 de Boca y electrificó el mediocampo de asperezas y presencia masculina, hasta su ingreso un jardín de Johannes Veermer en el que se floreaba el estilismo de De Jung. Hacía falta un guapo para terminar con esas delicadezas. 

Como reacción, Holanda se replegó sin haber tomado la poción del contraataque. Un reconocimiento indirecto de que había empatado el partido favorecido por fuerzas paranormales que se manifestaron de un modo masivo. En el fondo, subsistía el miedo. Un miedo universal, que empezaba en el terror a Messi transmitido por Van Gaal a sus soldados de cera, y terminaba en los modos tribales en que argentina disputa la pelota en el campo físico. Las piernas al servicio de la cabeza: ese podría ser el brief de una venta de Argentina si quisieran comprarla empresarios de Marte.      

En los últimos quince minutos vimos un equipo superior empotrar a un rival asustadizo en su propio arco. Era la prueba de que el 2 a 2 era una resolución fake de la realidad. Ese empate, y aquello que hubiera podido justificarlo, nunca existió, y Argentina se lo recordó con su voz interior para ir fortalecido a los penales. Y los penales, como sabemos, es una ruleta a la que hay que saber apostar. 

Tanto Dibu Martínez, como los que convirtieron los penales, y hasta Enzo Fernández, que lo erró, estaban en óptimas condiciones cerebrovasculares para afrontar ese momento en el que la especie sobrevive o muere. En los rostros de los protagonistas se vio su calidad mental, y fue tan notorio ese espectáculo que hasta se podría decir que hubo también un juego orgánico en los penales, como si no los hubieran pateado individuos sino el equipo.   

En el horizonte asoma la cabeza la Croacia de Modric, que devolvió a Brasil a sus playas y a la crueldad de sentarse a ver pasar a Argentina a semifinales. No es un equipo fácil. Tiene orden en todas las líneas y, sobre todo, un mediocampo que sabe andar con la pelota bajo presión. No le sobran goles, pero se las arregla para hacer el necesario. Pero todas esas cosas las hablaré en la semana cuando nos juntemos con Scaloni. Ahora hay que disfrutar de lo que “logramos”.  

JJB

Etiquetas
stats