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Rebusques, discriminación e inseguridad: el día a día de quienes engrosan las filas de la pobreza

Esta semana el INDEC difundió la nueva estadística que señala que el 37,3% de los argentinos y argentinas es pobre.

Delfina Torres Cabreros

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Los datos publicados esta semana por el Indec arrojan que el 37,3% de los argentinos y argentinas es pobre. Un porcentaje que, sin dejar de ser impactante, dice poco sobre las personas que le dan cuerpo al número. El cruce con otros indicadores permite sacar algunas conclusiones. Por ejemplo, muchos de esos pobres son también trabajadores; trabajadores pobres. Pero hay una cantidad de información inaccesible por la vía de las estadísticas y algo de ese universo es lo que el licenciado en Comunicación Lisandro Varela intenta captar con su proyecto “50 Argentinos Dicen”.

Entre diciembre del 2021 y febrero de 2022 Varela se sentó a conversar (hizo “entrevistas en profundidad”, dirían los libros de metodología) con 60 personas que viven en los barrios 31, 20, 1-11-14, Ricciardelli, Bajo Flores, Rodrigo Bueno, Ciudad Oculta y Fraga, que están en situación de calle o que encontró trabajando en la vía pública de otros barrios porteños.  “A mi me parece que en la Argentina estamos en un gran ‘hablemos sin saber’ sobre todos los temas y sobre los pobres en particular. De la gente que yo conozco escucho opiniones hechas básicamente de prejuicios”, dice Varela, que trabajó en equipos de comunicación y se reconoce parte del universo político del PRO. 

“Toda mi vida fui vendedor ambulante; vendo paltas y cerezas. Me levanto todos los días a las cuatro y media de la mañana para ir al Mercado Central a buscar la mercadería. Voy en camioneta con un amigo que es verdulero o a veces en colectivo”, le cuenta un hombre de 46 años, del barrio de Constitución, que algunos días vende bien y otros no tanto. Las historias son distintas pero tienen en común jornadas de trabajo largas y remuneraciones que nunca cubren por completo las necesidades. 

Una vecina del barrio Fraga, de 36 años, narra su rutina de trabajo en “varias casas” como empleada doméstica, actividad que complementa con los ingresos de la AUH que recibe por su hijo y la comida que busca todos los días del comedor del barrio. Un hombre de Pompeya cuenta su experiencia como empleado informal de un lavadero de autos en el que le pagan $1.500 diarios por una jornada de 12 horas. En el alquiler mensual de la pieza en la que vive se le van $7.500. 

Entre los testimonios hay personas que venden comida en la vía pública, prendas tejidas a crochet en la puerta de un supermercado, pañuelitos en el transporte público, artefactos rescatados de la basura en la feria de Retiro. Pintan paredes, cartonean, barren cordones cuneta, limpian casas ajenas, cortan el pelo. “Hay un músculo enorme para el país en los millones de pobres que salen a laburar todos los días. Es gente que está trotando en la arena, que es una locomotora que va para adelante y que con muy poquito estaría mejor”, dice Varela. 

Para el comunicador, ese empuje tiene que ver con las opciones a las que se enfrentan todos los días: “Me rompo el lomo o duermo en la calle, con lo cual me rompo el lomo”. Aparece, al interior de los barrios, la condena a quienes son considerados “vagos” y también posturas encontradas sobre si corresponde manifestarse en la calle para exigir al Gobierno mejora de políticas asistenciales. 

De las 60 personas con las que Varela habló, sólo tres se identificaron claramente con un partido político. “Lo que escuché fue sobre todo una ”desconexión absoluta de la política“ y un consumo de medios bajísimo. Me dio la sensación de que no esperan nada de los gobiernos y que la política les queda muy lejos”, sostiene. Sin embargo, los testimonios no traslucen un ánimo de crispación. “No me encontré con ninguna persona furiosa, que pidiera que se vayan todos”, suma. 

La discriminación es otro tema que hilvana los testimonios. Una mujer boliviana de 36 años, que vive en la villa Fraga, contó que tuvo una mala experiencia cuando, embarazada, fue al hospital Santojanni. “No me dieron importancia, casi la pierdo a mi hija. Fui sangrando y me dijeron ‘cuando esté sangrando más, vuelva’”. Un hombre de 36 años, de Ciudad Oculta, explicó cómo intenta “camuflarse” cuando va a un “barrio caro” para que lo traten bien. Varela agrega algo que es difícil de expresar en un testimonio escrito: cuánto lastima la mirada de los otros. “Me contaban situaciones que se acuerdan aunque pase el tiempo porque les hicieron mucho daño”. Sin embargo, también aparecen menciones a personas solidarias, que “sueltan quinientos o mil” pesos cuando encuentran a una persona revolviendo los tachos o que simplemente son amables. 

En el relato de los vecinos de barrios populares hay, también, historias de superación. “Ves gente que progresó, tal vez no con la escala que estamos acostumbrados a medir ese progreso, pero que por ejemplo siempre vivió muy mal y con mucho esfuerzo logró organizarse, o chicos y chicas que dejaron el paco”, apunta Varela.  

Aunque no estén acostumbrados a ver sus casos en la televisión, la inseguridad es una preocupación al interior de los barrios populares. El mismo día que conversó con Varela, a un barrendero de 62 años le robaron la pala en los pocos minutos que dejó su carro para ir al baño. Y las situaciones de asaltos y violencia narradas son muchas, asociadas en muchos casos al consumo de droga de los jóvenes y un accionar deficiente de las fuerzas de seguridad.

“Al papá de los nenes míos lo mataron hace dos años y medio. Venía de trabajar y lo asaltaron. Como conocía a uno de los muchachos, lo mataron. Los que lo mataron estuvieron dos años presos y al momento del juicio los dejaron libres. Me siento un poco mal porque tengo que salir todos los días con los nenes y cruzarlos porque son vecinos conocidos del barrio”, contó una mujer de 34 años, de Lugano. Para otras personas, la sensación de inseguridad es más liviana. “Nunca tuve miedo que me roben acá, la mayoría de los chorros son amigos. Lo pesado que son los chorros depende de la fecha, a fin de mes están todos secos”, dijo un hombre de 29 años, del barrio 20. 

El informe de Varela se titula “60 pobres dicen”, lo que generó cierta polémica en las redes sociales. Algunos usuarios le sugirieron usar la categoría “personas en situación de pobreza” o apelar a un “término más feliz”. “Yo soy la idea de que al pan, pan, y al vino, vino. Si en tu vida te ha faltado para comer, si conseguir 12 lucas para pagar el alquiler es lo que define si dormís en la calle, para mi eso es ser pobre. Y además no veo que tenga nada de despectivo. De las 60 personas con las que hablé, nadie lo consideró ofensivo. En todo caso explicaron si se consideraban pobres o no de acuerdo a su propia idea”. 

Una mujer de Villa Soldati habló sobre ese punto con Varela: “Yo fui muy pobre, he comido de la basura”. Una vecina de Bajo Flores se refirió a esa autopercepción: “Yo no diría que soy pobre. Sí me faltan algunas cosas pero soy rica porque tengo mucha gente que me quiere”. Una mujer que vive en la Villa 31 lo dijo de esta manera: “No me considero pobre porque haría cualquier cosa para no pasar un mal momento. Si no tengo plata no me quedo tirada; algo tengo que inventar”. 

DT

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