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gira presidencial

En una Roma sitiada Guzmán y Cafiero hicieron la caminata de los sobrevivientes

Martín Guzmán y Santiago Cafiero

Pablo Ibáñez / Enviado Espeical

Edimburgo, Escocia —

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A pie, solos, Martín Guzmán y Santiago Cafiero atravesaron la noche del sábado romano. Caminaron desde el palazzo del Quirinale, residencias del primer ministro italiano, hasta el Baglioni Hotel donde se aloja la comitiva de Alberto Fernández. Cruzaron el Tevere, bordearon Villa Brghese y enfilaron por Vía Venetto.

Habitué de las caminatas nocturnas, el ministro de Economía arrastró al canciller a esa sesión aeróbica de medianoche en una Roma que ardía de gente y ruido. Por el turismo del fin de semana largo producto del feriado del lunes de Todos los Santos, pero además por el G20, la cumbre de jefes de Estado que disertó en La Nuvola. Parte de la ciudad estuvo sitiada, frente a cada hotel había un carro del ejército, a cada rato pasaba una caravana con sirenas encendidas.

Guzmán y Cafiero no son amigos. Pero, sin desearlo, con incomodidad, integran una hermandad espontánea: la de funcionarios de Alberto Fernández que despiertan críticas o enojo en el kirchnerismo. El ex jefe de Gabinete, ahora canciller, fue el blanco móvil de las objeciones de Cristina Kirchner que, con un sobreentendido, pidió su renuncia en la incendiaria carta post derrota.

No fue explícita pero tampoco necesitó traducción su mención a que luego de las dos derrotas electorales que padeció como presidente, en 2009 y en 2013, desplazó a sus jefes de gabinete. Cafiero, que la madrugada del domingo de la derrota le ofreció su renuncia a Fernández mientras, quebrados por la derrota, cenaban pizza en Olivos.

Guzmán sobrevivió pero no salió indemne: la vice dijo que no pedía la salida del ministro pero que cuestionó sus políticas. El platense, hincha de Gimnasia y Esgrima como la expresidente, hizo una autodefensa de su gestión cuando refutó una de las figuras más repetidas de los voceros K: la baja del déficit. Dijo algo más: que Cristina estaba equivocada.

En esos días fatales para el Frente de Todos, la vice charló con un dirigente y le dejó una frase lapidaria.

 - Ese se cree que todo se arregla sacándose fotos con Georgieva y acá, lo que falta, es ponerle plata en el bolsillo a la gente.

Pudo ser un momento de furia, un llamarada crítica en esas horas furiosas, pero es el insumo que circula en sectores del cristinismo para militar la teoría de que un mal resultado el 14 de noviembre derivará, si o si, en una segunda tanda de cambios en el gabinete.

“Al final, Cristina forzó los cambios pero no puso ninguno de ella ni tampoco logro que Alberto toque el equipo económico donde ella cree que está la principal debilidad del gobierno”, aseguró un dirigente que la visita seguido en el Senado y que, además, tiene diálogo con Máximo Kirchner.

El endurecimiento discursivo de Guzmán tiene, entre otros insumos, ese elemento: la necesidad de alinear su relato político sobre el FMI con el que emite el kirchnerismo. Máximo, jefe del bloque de los diputados, ha sido el primero en plantear que los 10 años del manual del fondo no son suficientes para atender la crisis argentina.

El ministro y el canciller, además de compartir la trinchera de los cuestionados, sintonizan en la mirada sobre el fondo, con matices y velocidades, pero a partir de que no hay margen para planificar o avanzar sobre las cuestiones de la política macro sin tener resuelto el expediente FMI.

En Roma, antes de la caminata a solas durante la noche del sábado, habían repasado a seis manos con el presidente los discursos, sobre el que trabajaron también Gustavo Beliz y Jorge Argüello, el embajador argentino en Whasington. Más temprano, armaron el corro para que se produzca la charla informal del presidente argentino y Biden.

Por la noche, Fernández compartió la mesa en la cena de gala del G20 con Emanuel Macron y Jil lBiden, la esposa del presidente argentino, que conoce al jefe de Gabinete Juan Manzur. Cafiero y Guzmán estuvieron en otro salón, el destinado a ministros y cancilleres. Y de ahí, al salir, se encontraron con que había una fila infinita de autos para el traslado de los cientos de funcionarios reunidos en el Quirinale.

El ministro googleó la distancia al hotel. 30 minutos de caminata y charla a solas, en la noche romana, la ciudad de Rómulo y Remo.

PI 

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