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PERFIL

Jair Bolsonaro, el presidente “sin partido” que se convirtió en símbolo autoritario

Jair Bolsonaro en las celebraciones del Día del Ejército, en Brasilia, 19 de abril.

Ayelén Oliva

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El presidente Jair Bolsonaro, de 67 años, siempre ha sido un caso excepcional en la política de Brasil. Hace cuatro años, cuando llegó al Planalto, lo hizo sin ninguna experiencia previa en el Ejecutivo. No había sido ni gobernador, ni alcalde, ni ministro. Tampoco presidente de ningún partido. Era un político marginal, identificado con el “bajo clero”, un sector de representantes en el Congreso que integran partidos muy pequeños que responden a intereses locales o incluso personales. Bolsonaro tenía como única experiencia sus años en el Congreso.

Si bien el presidente consiguió instalarse como outsider de la política, en el momento de presentar su primera candidatura estaba cumpliendo su séptimo mandato como diputado federal. En sus casi 30 años en la Cámara de Diputados, Bolsonaro se dedicó a adoptar un discurso agresivo, violento y misógino, que no le impedía apoyar parte de las propuestas presentadas por el PT en el momento en que Lula estaba en el gobierno. “Todos tus discursos en el Congreso Nacional, cuando eras diputado y yo era presidente, eran hablando bien de mí”, espadeó el expresidente Lula a Bolsonaro, en el primer debate presidencial para la segunda vuelta.

La llegada de un capitán retirado del Ejército al poder habilitó el primer mandato en democracia de un militar. El anterior oficial en asumir el cargo de presidente fue João Figueiredo, del 1979 a 1985, en pleno régimen autoritario, cuando los brasileños no elegían presidente sino el Congreso y con un bipartidismo diseñado por los militares. Impulsado por esa tradición, Bolsonaro se convirtió en el presidente que desestima los partidos y alimenta la despolitización. De hecho, llegó a ser definido como el “presidente sin partido”, una manera de debilitar la democracia. En 2018 se unió al Partido Social Liberal para postularse como presidente, pero lo abandonó en 2019. Dos años después, ante la necesidad de un sello político, se sumó a las filas del Partido Liberal, con el que se presenta a esta elección.

“Bolsonaro era visto en 2018 como un nombre nuevo en las elecciones. Ahora, quienes apoyan a Bolsonaro son expolíticos en Brasil. El presidente les han entregado fondos públicos del llamado presupuesto secreto, un método de transferencia de fondos públicos sin transparencia”, dice a elDiario.es Juliana Dal Piva, autora de El negocio de Jair: la historia prohibida del clan Bolsonaro . “Ante una eventual derrota de Bolsonaro, también pierden estos políticos y los sectores ellos representan. Es un gran juego de poder”, dice Dal Piva, también presentadora del podcast La vida secreta de Jair.

Estructura familiar

Jair Bolsonaro nació en 1955 en Glicério, ciudad del este del estado de São Paulo, pero los primeros años los vivió en Eldorado, una ciudad pobre en el sur del estado de Mato Grosso do Sul. Hijo de una familia de clase media sin formación universitaria, Jair estuvo distanciado de su padre, Percy Geraldo Bolsonaro, hasta los 28 años, según cuentan sus biografías.

En medio de la dictadura militar, Bolsonaro decidió entrar en el Ejército para hacer carrera. En la escuela militar en Río de Janeiro, el actual presidente de Brasil se especializó en paracaidismo. En ese momento, conoció a su primera mujer, Rogéria Nantes Braga, con quien tuvo a sus tres primeros hijos, que están hoy en política: Flávio, senador por Río de Janeiro; Carlos, concejal de Río de Janeiro y encargado de la estrategia de comunicación de campaña de su padre; y Eduardo, el diputado más votado de la historia de Brasil en 2018 y responsable de los vínculos internacionales del presidente.

“Los hijos mayores de Bolsonaro entraron en política, puestos por Bolsonaro, para ayudar a su padre a construir su poder y también su riqueza financiera”, dice Juliana Dal Piva. Antes de convertirse en político, Bolsonaro solo tenía un auto; 20 años después, Bolsonaro posee 14 propiedades. “Los hijos siguieron el mismo camino que su padre a lo largo de los años. Hoy están siendo señalados como los líderes de organizaciones criminales dentro de las oficinas parlamentarias del clan Bolsonaro”.

Michelle Bolsonaro, tercera esposa de Jair Bolsonaro, cumplió un papel central en esta campaña. El objetivo de la primera dama, fiel evangélica en la Iglesia Baptista Actitud, en las afueras de Río de Janeiro, se centró en suavizar la imagen del presidente y acercar el electorado de las mujeres evangélicas que desconfían del presidente.

La indisciplina como método

En sus tiempos en la escuela militar, un coronel superior llegó a definir a Bolsonaro como alguien que “tenía permanentemente la intención de liderar a los oficiales subalternos”, según cuenta el periodista Rodrigo Vizeu, en el episodio dedicado a Bolsonaro de su serie documental Presidente da semana.

En 1986, Bolsonaro ganó protagonismo cuando publicó un artículo donde pidió un aumento salarial para los militares, lo que lo llevó a pasar 15 días en prisión. “Corro el riesgo de ver mi carrera como militar devoto seriamente amenazada, pero la imposición de la crisis y la falta de perspectiva que enfrentamos es mayor”, escribió en una nota de opinión, publicada en Veja, con el título El salario está bajo.

Después de la tensión desatada en el Ejército, Bolsonaro decidió dejar las Fuerzas Armadas y entrar en política. Fue la rebelión interna la que le permitió ganar visibilidad. Bolsonaro salió del Ejército en 1988, año de la nueva Constitución, cuando Brasil empezaba el proceso de democratización a partir de la elección de presidentes civiles elegidos por el voto popular directo.

Ese año fue elegido concejal de Río de Janeiro, por el Partido Demócrata Cristiano, donde consiguió su primer cargo electoral. En 1989, respaldó la candidatura a la presidencia del primer presidente en enfrentar en proceso de juicio político en el Congreso, Fernando Collor de Mello. Dos años más tarde, Bolsonaro acompañó el proceso de impeachment abierto contra Collor y resultó electo diputado federal por el estado de Río de Janeiro.

Bolsonaro ha hecho de la indisciplina su estilo en la política. “En el espíritu del Bolsonaro que se convirtió en presidente estaba en el Bolsonaro capitán”, dice Carol Pires en el documental sonoro de Jair Bolsonaro, Retrato Narrado. En el presidente siempre estuvo presente la “voluntad de ser parte de una orden, incluida el impulso de subvertir esa misma orden”, dice Pires.

En estas elecciones, Bolsonaro cuestionó de manera constante el sistema electoral. El presidente busca replicar la estrategia narrativa del “fraude electoral”, siguiendo los pasos de su aliado político, el expresidente Donald Trump. En un primer momento, mediante críticas infundadas a las urnas electrónicas, en vigencia desde 1996, las mismas que le permitieron ganar la elección en 2018 y conseguir una mayoría en el Congreso en la primera vuelta del 2 de octubre pasado.

En un segundo momento, mediante las denuncias por supuestas faltas de garantías en la difusión equitativa de la publicidad oficial en las radios de la región Norte y Nordeste, donde el expresidente Lula tiene más apoyo. La denuncia, después de haber sido evaluada con las pruebas presentadas por el partido, fue desestimada por el Tribunal Superior Electoral, por tratarse de la transición en streaming, donde las reglas de promoción oficial no rigen.

La estrategia para ganar

El discurso radicalizado, la poca visibilidad pública y la ausencia de estructura de partido hacían de Bolsonaro un candidato improbable de llegar a la presidencia. Pero la monumental causa de corrupción de Lava Jato alteró la lógica de la política en Brasil y permitió que un marginal del poder como Bolsonaro pudiera llegar a la presidencia. Por primera vez en 20 años, el Partido de los Trabajadores perdió una elección presidencial.

“Nos estamos embarcando en una situación autoritaria”, decía el historiador Boris Fausto a Rodrigo Vizeu en 2018. “Mi temor es que se naturalice esta situación, que se torne normal”. Después de cuatro años, Bolsonaro insiste en poner en duda la legitimidad del proceso electoral, en base a una campaña alimentada por la desinformación.

En estos cuatro años, Bolsonaro fue el responsable de una política sanitaria que dejo más 688.000 muertes, según los últimos datos recolectados por el consorcio de medios, encargados del registro paralelo que contrasta los datos oficiales que presenta el Gobierno. Esta iniciativa surgió en respuesta a las amenazas de Bolsonaro de “retener datos, retrasar boletines sobre la enfermedad e interrumpir la divulgación de los totales de casos y muertes”, dice Folha.

En medio de una delicada crisis económica que golpea a los principales países del mundo, la gestión económica de Bolsonaro, sobre todo en los últimos meses, ha sabido contener la inflación con políticas de intervención, contrarias a la escuela ortodoxa de su ministro de Economía, Paulo Guedes.

La principal ha sido la reducción en el precio de los combustibles, a través de la regulación de precios desde Petrobras. La decisión electoralista sobre la petrolera estatal, le costó la renuncia de tres presidentes de la compañía pública, esa que el presidente dice que intentará privatizar. “Di luz verde para discutir la privatización de Petrobras el próximo año”, dijo Bolsonaro en agosto en una entrevista en Jovem Pan.

AO

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