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PERFIL

Walter Kerr, intérprete presidencial: el encuentro con dos reinas, el poder de la discreción y un mundo que le queda chico

Walter Kerr, intérprete del presidente argentino, en la VII cumbre de la Celac, el 24 de enero de 2023 en Buenos Aires

Ayelén Oliva

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En el encuentro de Carlos Menem con la reina Isabel II, Walter Kerr se estrenó como intérprete oficial de la Presidencia. Habían pasado 16 años desde la guerra de Malvinas, pero las relaciones entre Argentina y Reino Unido seguían golpeadas. El canciller Guido Di Tella estaba convencido de la importancia de recuperar el vínculo con Inglaterra. La primera visita desde 1960 de un mandatario argentino a Londres debía ser una misión de relojería. Fue así que el Tango 01 despegó desde Buenos Aires con decenas de asesores políticos y diplomáticos para asistir al presidente.

En el momento de aterrizar, la consigna fue clara: nadie debe besar a la reina. Pero Menem no hizo caso al protocolo. En una secuencia rápida en las puertas del palacio de Buckingham, caminó con pasos cortos y apretados hasta tomarle la mano a la reina. “El encargado de protocolo inglés, que estaba en el otro pasillo, me miró al instante. Do you remember? No one kisses the Queen. Me quería matar”, recuerda el excanciller Jorge Faurie, director de Ceremonial de Cancillería en la década de 1990, quien también integró la delegación a Reino Unido.

Fue en esa misión diplomática de 1998 que Kerr, ahora director de Traducciones del Ministerio de relaciones Exteriores y Culto, se convirtió en la voz en el exterior de los presidentes argentinos. “Fue mi primer viaje. Ya tenía bastante experiencia como intérprete, pero ese fue mi debut en aquel mundo”, recuerda Kerr, quien con solo 30 años estuvo a cargo de las reuniones de negocios en Inglaterra. Walter decidió sumarse de la mano de Ana Braun al equipo de Cancillería en 1997, después de haber pasado por el sector privado. “Me siento parte del inventario del Estado argentino”, dice Kerr entre risas a sus 54 años.

El poder de la discreción

Isabel II no fue la única reina que conoció Kerr. “Hasta a Madonna le llamó la atención mi intérprete”, llegó a decir Cristina Fernández de Kirchner, en la apertura del V Encuentro Internacional de Intérpretes de 2010. Hombre alto, de pelo gris y pómulos huesudos, Kerr suele destacar entre la multitud aunque es lo último que desea. La discreción es su principal lema. Por eso elige no dar detalles sobre el encuentro con la reina del pop. “Me felicitó por mi trabajo. No recuerdo las palabras exactas”, dice rápido sobre Madonna, como queriendo esquivar el tema. Kerr solo deja ver lo que decide que sea visto.

“Si alguien me dijera qué tal estuvo la reunión entre tal y tal y le contesto estuvo muy bien, el solo hecho de decir estuvo muy bien es confirmar que la reunión se hizo”, explica con un ejemplo. En su oficina del piso sexto de Cancillería, de aspecto deliberadamente monástico, nada aporta información sobre su mundo íntimo. De las paredes no cuelgan imágenes de su familia, ni postales de otras ciudades. No se ven diplomas, ni adornos, ni libros. Lo único que Kerr deja ver es un calendario de papel con una imagen en blanco y negro de un gato, que posiblemente le recuerden a sus cuatro exóticos persas. No hay hendidura ni descuido que permita entrar a su universo privado.

“En este ámbito no alcanza solamente con el conocimiento de los idiomas. Hay varios intangibles que son súper importantes. Las redes son un tema de este tiempo”, dice el hombre que no tiene Instagram. “El hecho de mostrarse en un lugar y decir: heme aquí, en tal la reunión. Eso es dar información. La discreción siempre es una buena consejera en todos los ámbitos. Para nosotros la confidencialidad es un valor clave”. Y repite tres veces: “clave, clave, clave”.

La discreción para Kerr va desde el tono de voz hasta el modo de vestir. “Los protagonistas son las personas para las cuales uno trabaja. El intérprete es solo un mediador o facilitador de la comunicación”, dice. La diferencia entre traductor e intérprete es que el primero trabaja con el discurso escrito mientras el segundo con el oral. Y el mensaje hablado exige una dosis de exposición, estar frente a las cámaras, a un costado del presidente.

Además de la discreción, entre las gemas de la Cancillería está la disciplina. Los diplomáticos tienen la capacidad técnica para llevar a buen puerto las indicaciones que reciben de la política. Por eso pueden generar algunas complicaciones en el despliegue de la política exterior los embajadores políticos, en especial, aquellos que llegan después de un recorrido parlamentario, en donde sentar posición sobre todos los temas y en todo momento es un valor, no una desventaja. En Cancillería, el que habla de más pierde. El que no lo entiende queda al margen de su lógica. 

Kerr comparte mucho de ese mundo. Cuando terminó el colegio secundario decidió estudiar Derecho en la Universidad de Buenos Aires, para después ingresar a la carrera diplomática, pero la rápida salida laboral que tuvo como intérprete, después de terminar la carrera de Traductor Público, lo llevaron por otros caminos. “Mi motivación principal para estudiar abogacía fue justamente que mi idea era hacer la carrera del Servicio Exterior”.

Entre los puntos de contacto que mantiene el mundo de los intérpretes y los diplomáticos está la difícil tarea de ser la voz de otro al que se busca representar. “Un buen diplomático debe traducir para el Gobierno lo que piensa la sociedad donde está representándonos y ante la sociedad que nos representa, saber explicar qué somos los argentinos y qué queremos. En el caso del diplomático, hay que tener capacidad para presentar una realidad. En el caso del intérprete, traducir el discurso”, dice el excanciller Jorge Faurie.

De Escocia a Asunción

Walter recuerda la manera en que su padre, en el bar de un hotel céntrico de Asunción, le pidió en español al encargado del lugar una mesa para cuatro con vista al río. Pero el encargado, distraído, no le prestó atención. Esa tarde su padre, de raíces escocesas pero nacido en Paraguay, desenfundó el guaraní para conseguir lo que quería. “Cuando uno habla la lengua nativa de esa persona, genera una afinidad de nivel muy especial que posibilita grandes cosas”.

Walter trabaja en la traducción al español de la lengua inglesa, francesa y alemana. Puede comunicarse en neerlandés, noruego, sueco, italiano, portugués y entiende algo de ruso pero el árabe es su última aventura. “Para mí el árabe es una lengua fascinante. Estudiar árabe implica por lo menos estudiar dos idiomas, porque cada país tiene su dialecto”.

Existe un elemento que explica la vida de los intérpretes, así como gran parte de los diplomáticos y varios corresponsables extranjeros. Muchos de ellos comparten una crianza en la que han saltado de país en país desde muy chicos, con familias de distintos orígenes y diversas procedencias culturales. El caso de Kerr no es la excepción. “Más allá del inglés, que ya estaba en la familia, crecí en un entorno multicultural. Por ejemplo, una de mis tías estaba casada con un noruego, ahí aprendí el idioma. Mi padre tenía muchos amigos daneses, de ese modo aprendí danés, de oírlo y de estar con sus amigos. También hablaba guaraní porque mi padre había estado en Paraguay muchos años”.

Walter cuenta que vive con una valija siempre hecha “para efectos prácticos”. El modo de vida de un intérprete exige disponibilidad y flexibilidad para dejar de un día para el otro las rutinas y cambiar de país por unos días. “A veces digo, en broma, que esto es algo para gente disfuncional. Ahí me incluyo desde el primer momento”, dice entre risas. Lector de filosofía, amante de la música clásica, el rock inglés y los boleros latinos, Kerr es fanático de la cocina vietnamita, india y japonesa. También se confiesa entusiasta de la astrofísica, lo que parece confirmar su voraz avidez por lo desconocido. “Siempre me fascinó poder descifrar otros códigos. Desde muy pequeño tengo la semilla de la curiosidad”.

–¿Te asombra la inmensidad de lo desconocido?

–Sí, absolutamente, sí.

–Parece como si el mundo te quedara chico.

–Sí, totalmente, me estimula pensar cuál es el sentido de todo. Si es que hay un sentido. Cuando uno piensa en la insignificancia de todo, en la inmensidad, es fascinante preguntarse qué maravillas hay más allá, qué misterios quedan ocultos– dice desde las puertas de un universo íntimo y hermético que cuida con recelo.

AO

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