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Un año del asesinato de George Floyd: cómo este caso de brutalidad policial cambió al mundo

Una pareja frente a un retrato de George Floyd este 20 de abril de 2021 en Minéapolis.

Deborah Douglas / Angelique Chrisafis / Aamna Mohdin

The Guardian —

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Todo era igual y, a la vez, todo había cambiado. Miski Noor, activista de Minneapolis, sintió así el asesinato de George Floyd a manos de un policía blanco el 25 de mayo del año pasado.

“¿Cuántas veces habíamos visto viralizarse la muerte de una persona negra?”, se pregunta Noor, que en 2017 ayudó a fundar en Minneapolis el movimiento Black Visions a favor de una seguridad pública sin policías. Pero Noor sabe que para abolir a la policía también hay que enfrentarse al racismo sistémico y el peso de la historia. Sus padres son inmigrantes somalíes y Noor sabe que el problema es global.

El impactante asesinato de Floyd, inmovilizado durante nueve minutos y 29 segundos bajo las rodillas de un policía, ayudó a visualizar la violencia policial contra los negros en todo el mundo. Aunque no fueran las mismas circunstancias, recordó a las muertes de Adama Traoré, en Francia, y antes que él, de Mark Duggan, en el Reino Unido. Su ejecución fue el reflejo de una historia compartida de violencia contra los negros durante la esclavitud y el colonialismo, y ha servido como catalizador de un nuevo movimiento mundial contra símbolos del imperio y su racismo. Algunos de sus símbolos han sido destruidos o retirados.

El debate sobre los tributos públicos

En la ciudad inglesa de Bristol tiraron abajo la estatua del comerciante de esclavos Edward Colston. En el Capitolio de Kentucky, se quitó la estatua del líder confederado Jefferson Davis por decisión oficial.

Según el centro de estudios de los derechos civiles Southern Poverty Law Center (SPLC), en el último año se han retirado más estatuas en honor a los estados confederados [los que se rebelaron contra el gobierno de EEUU en el Siglo XIX para defender la esclavitud y desencadenando la guerra civil] que en los cuatro años anteriores. Según los datos de SPLC, tras la muerte de Floyd ha habido casi 170 retiradas de estatuas y cambios de nombre en calles y otros homenajes a los símbolos y personajes confederados. Sigue habiendo más de 2.100 tributos a la Confederación en lugares públicos. Entre ellos, más de 700 monumentos.

Según Robin DG Kelley, titular de la cátedra de Historia Gary B. Nash de la Universidad de California en Los Ángeles, el debate sobre la historia pública no es un fenómeno nuevo, pero la muerte de Floyd ha servido como un gran catalizador. “El tema de la raza y la historia en lugares públicos ha estado en un proceso de revisión permanente”, dice Kelley. “Y no ha sido su muerte, sino la presencia de 26 millones de manifestantes, y el miedo que eso generó, lo que ha obligado a las instituciones a actuar”.

La petición de que se retirasen monumentos, se cambiasen nombres y se descolonizara la historia forma parte de las guerras culturales de los años 90 en Estados Unidos, que también incluyó la defensa de los estudios sobre minorías étnicas en las universidades. Más recientemente, Sudáfrica vivió en 2015 el exitoso movimiento estudiantil Rhodes Must Fall, que culminó con la retirada de una estatua que había en la Universidad de Ciudad del Cabo en homenaje al imperialista victoriano Cecil Rhodes, y sirvió de inspiración para acciones similares en el Reino Unido y otros países.

Noor, que usa el pronombre “ellas/ellos” para referirse a su persona (en inglés, el pronombre “they”’ no tiene género), explica que en la educación que recibió mientras crecía en Rochester (Minnesota), la historia de Estados Unidos era una versión blanqueada por hombres blancos y cisgénero. “Para vender tantas falsedades, para hacer pasar como hechos tantas mentiras, hay que borrar, hay que omitir historias enteras vividas”, dice Noor, que profundizó por primera vez en la historia africana y afroestadounidense durante sus estudios en la Universidad de Minnesota, en las Ciudades Gemelas (Minneapolis-Saint Paul).

Según la historiadora Nell Irvin Painter, autora de la obra en tinta, grafito y collage sobre la iconografía de los estados Confederados ‘From Slavery to Freedom’, antes de la muerte de Floyd mucha gente no se daba cuenta del peso de estos símbolos. “Todo esto ha pasado a primer plano con la toma de conciencia del público general alrededor de 2020”, dice Painter, que también es la autora del libro The History of White People. “[El asesinato de Floyd] fue tan atroz que no se podía fingir que aquello no había ocurrido; lo mismo que pasó con el movimiento de los derechos civiles, que tenía una larga historia pero la mayoría no lo conocía hasta que llegó el momento histórico propicio y mucha gente lo empezó a ver”.

Una revisión “inédita” de la historia de Reino Unido

Así ha sido también en el Reino Unido. En lo que los historiadores describen como una revisión “inédita” de la historia del imperio británico, se estima que desde las protestas del movimiento Black Lives Matter del verano pasado ha habido 39 nombres de calles, edificios y escuelas cambiados o en proceso de modificación, así como 30 monumentos decorativos, estatuas y placas retirados o a punto de serlo.

“La muerte de George Floyd hizo que me pusiera a explorar cómo funciona el racismo en este país, fue un gran despertar”, dice Tyrek Morris, estudiante universitario en Manchester. Morris organizó su primera protesta tras la muerte de Floyd. Dice que dondequiera que mirara encontraba pancartas con un lema constante: “Reino Unido no es inocente”.

El mensaje le hizo empezar a cuestionarse todo lo que le habían enseñado y, sobre todo, lo que no le habían enseñado. En las protestas de Black Lives Matter, Morris escuchó hablar de la familia de Mark Duggan, cuya muerte a manos de la policía desencadenó los disturbios de 2011 en Londres; del caso de Shukri Abdi y Christopher Kapessa, dos niños ahogados cuyas familias acusan a las autoridades de no haber tomado en serio sus casos; de los crímenes del imperio británico; y del papel que tuvo Gran Bretaña en el comercio de esclavos.

Se calcula que unas 15.000 personas protestaron con la organización All Black Lives UK (ABLUK) en la marcha del 6 de junio de Manchester, una de las 160 protestas que se celebraron ese fin de semana. ABLUK también organizó un encuentro de 10.000 manifestantes en Bristol, donde se derribó una estatua de Colston, el comerciante de esclavos.

La escritora Xahra Saleem, que lleva una pequeña joyería en la ciudad, recuerda perfectamente el momento en que la tiraron. Ella estaba entre las organizadoras y caminaba unos pasos por delante de la marcha. Cuando pasó junto a la estatua le dijo en broma a una amiga: “¿No sería guay que se cayera en algún momento?”. Y así fue. “Como si hubiéramos puesto de manifiesto algo que estaba ahí”, dice.

Las autoridades locales llevaban décadas ignorando una campaña local para retirarla. Pero todo fue diferente una vez que cayó la estatua de Colson. Como dice Saleem, “las escuelas cambiaron de nombre y los nombres de las carreteras también; todo sucedió muy rápido; a veces solo hace falta un pequeño empujón”.

Francia, dividida entre la condena o no a su pasado colonial

En Francia, el único país que tras prohibir la esclavitud volvió a imponerla, la indignación por la muerte de Floyd reavivó un crispado debate en torno al peso de su historia colonial y esclavista. En las islas francesas del Caribe, los manifestantes derribaron o desfiguraron las estatuas. En Martinica, estalló una histórica polémica por las figuras blancas en pedestales. Fueron atacadas las estatuas de homenaje a Victor Schœlcher, el político blanco que facilitó el decreto para abolir la esclavitud, entre demandas por aumentar la visibilidad de las rebeliones protagonizadas por esclavos que llevaron a la abolición.

Según Rokhaya Diallo, escritora, locutora y activista antirracista, “en Francia la muerte de George Floyd abrió un gran debate sobre la raza, en torno a cuestiones como el privilegio blanco, la violencia policial y el racismo dentro de la policía, así como el pasado colonial”. 

“Pero también hubo mucha resistencia y negación del problema, sobre todo en los debates televisados”, dice. “Siempre habrá negación pero lo que ha cambiado es que el problema ya no se puede ignorar, no se puede volver a tapar, sobre todo para los jóvenes de hoy”.

Francia fue el primer país en reconocer oficialmente la esclavitud como un “crimen contra la humanidad” en una ley de 2001 que tenía como objetivo mejorar la enseñanza de la época esclavista y colonial. Pero los historiadores han expresado su preocupación por el hecho de que la enseñanza en las escuelas francesas sigue siendo insuficiente. “Las conmemoraciones de Napoleón en Francia este mes de mayo demostraron que esto sigue siendo un debate”, dijo Diallo sobre la celebración del bicentenario de la muerte del emperador.

El presidente, Emmanuel Macron, prometió ser “intransigente ante el racismo, el antisemitismo y la discriminación” pero también ha dicho varias veces que Francia no retirará las estatuas de personajes polémicos de la época colonial . 

Según el historiador Kelley, la respuesta a la muerte de Floyd “tuvo una dimensión internacional” y lo que ocurrió “no fue simplemente empatía por otra víctima afroestadounidense”. En su opinión, “fue el reconocimiento de que este tipo de violencia estaba ocurriendo en todo el mundo”.

El caso de Floyd es inquietantemente parecido al de Adama Traoré, un hombre negro de 24 años que murió en 2016 tras ser detenido por los gendarmes en las afueras de París. “No puedo respirar”, dijo a los agentes que lo inmovilizaban en el suelo. Igual que Floyd. Los jueces de instrucción están examinando informes médicos contradictorios relacionados con su caso.

Assa Traoré dice que su hermano huyó de la policía porque no llevaba encima su documento de identidad, que allí es casi una manera de alargar la vida. Según algunos estudios, la probabilidad de ser detenido para un control de identidad en Francia es 20 veces superior para los hombres negros o magrebíes que para los blancos. Y esos controles pueden acabar en violencia o muerte.

Según Traoré, los negros esclavizados por los franceses también tenían que llevar documentos oficiales. En su opinión, la necesidad de estar documentado “tiene que ver con todo lo que no se dice sobre la historia colonial y sus consecuencias; mientras la policía francesa no enfrente su pasado y reconozca que hay racismo dentro del cuerpo, no llegaremos a ninguna parte, es una lucha que nunca terminará”. “Así que sí”, dice Traoré, “en un país que afronta la violencia de su pasado, las estatuas y los nombres de las calles son un comienzo”.

Un cambio institucional

Según la cineasta y activista Bree Newsome Bass, que en 2015 retiró la bandera confederada que ondeaba sobre la sede del estado de Carolina del Sur, toda la historia de Estados Unidos está en cuestión, igual que en Francia y en el Reino Unido. “Tendemos a pensar que nos hemos liberado del colonialismo, pero lo que no hemos incluido es la historia del genocidio de los indígenas de América; he llegado a comprender lo que eso significa en términos de cómo pensamos en Estados Unidos como una nación nueva en contraposición a la colonia que realmente es”, dice. “Comenzó como una colonia de esclavos, y aunque nos independizamos de Gran Bretaña, Estados Unidos evolucionó hasta convertirse en su propio estado colonial de colonos blancos”.

Ha pasado un año de la muerte de Floyd y sigue aumentando el número de personas negras asesinadas por la policía en Estados Unidos, un doloroso recordatorio de lo que no ha cambiado más allá de la caída de las estatuas. Derek Chauvin fue condenado por el asesinato de Floyd pero el creciente número de vidas perdidas se le sumaron los nombres de Rayshard Brooks y Daunte Wright junto a la reclamación constante por un cambio institucional y por hacer responsables a los culpables.

Como dice Kelley, los acontecimientos del año pasado demuestran lo fácil que es derribar una estatua, o cambiarle el nombre a un edificio, y lo difícil que es derribar un imperio, desmantelar el patriarcado y el capitalismo racial, y sustituir prisiones y cárceles por “formas de seguridad pública más cuidadosas y no carcelarias”.

En su opinión, la situación también abre otros dilemas: ¿Qué hacer con las universidades que han cambiado el nombre de sus edificios pero mantienen enormes propiedades inmobiliarias en comunidades donde los vecinos son de bajos ingresos? ¿O universidades titulares de fondos con intereses en cárceles privadas o en la Palestina ocupada? ¿Qué debemos pensar del Banco Barclays, que quitó de su nuevo edificio en Glasgow el nombre del esclavista Andrew Buchanan, pero tiene una sórdida historia propia de comercio con esclavos?

“La eliminación de los símbolos nos hace sentir bien, pero irónicamente tiene el efecto de individualizar y personalizar el racismo”, dice Kelley. “Algunos de los principales abolicionistas británicos, por ejemplo, formaban parte del grupo de los capitalistas industriales. ¿Se quedan? ¿O deben caer?”.

En el Reino Unido, los activistas también temen que la retirada de estatuas y otros cambios sean solamente cosméticos. Según Robert Beckford, profesor de Teología negra en la Queen's Foundation, “es necesario presentar una visión más equilibrada de la historia” “Pero me preocupa”, dice, “que eliminar los símbolos, la retirada de una placa, se considere como equivalente a un cambio institucional antirracista”.

En su opinión, el trabajo no ha hecho más que empezar.

El polémico informe sobre razas llevado a cabo por el Gobierno británico, donde se afirmaba que en las áreas estudiadas no había pruebas de racismo institucional en el Reino Unido, es para Morris una señal de lo lejos que está el país de enfrentar su pasado y su presente. Cree que a eso se llegará con más protestas. Saleem, que contribuyó a la protesta que terminó con la estatua de Colston, coincide. “Estamos planeando un verano de movimientos, actividades y protestas antirracistas”, dice.

El trabajo también sigue en Minneapolis. Este verano, Black Visions planea reunir a los residentes para responder a una pregunta: “¿Cómo podemos garantizar la seguridad?”. El objetivo es llegar a una definición colectiva de seguridad, impulsada por los residentes de Minneapolis, y que incluya alternativas al actual enfoque de seguridad pública.

La coalición ‘Yes 4 Minneapolis’ ha presentado una petición para cambiar los estatutos de la ciudad, que requieren que la ciudad dependa de la policía para la seguridad pública. Piden que en las elecciones municipales de noviembre se pregunte a los residentes si quieren sustituir a la policía por un departamento de seguridad pública.

“Quiero que en el mundo en el que vivo estén más reflejados mi pueblo y mis antepasados”, dice Noor. “¿Pero qué tal si construimos ese mundo en lugar de limitarnos a cambiar los carteles de las calles en este? Son las personas negras las que siguen luchando por el derecho básico a la vida para poder prosperar, George Floyd forma parte de esa historia”.

Traducido por Francisco de Zárate

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