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Análisis

En qué consisten y para qué sirven las fuerzas militares rusas de disuasión nuclear que Putin encaminó a Ucrania

Puentes portátiles rusos para que sus tanques avancen en suelo ucraniano sin ser detenidos por los ríos.

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Después del despliegue de bombarderos estratégicos en Bielorrusia desde el mes de noviembre, Rusia mostró en enero el poder eficaz deus de sus misiles hipersónicos. Fue en la ciudad de Kaliningrado, antes llamada Königsberg -ciudad del filósofo alemán Immanuel Kant, autor de Sobre la paz perpetua-, hoy bajo el dominio de Rusia después de la anexión de la Prusia Oriental al fin de la Segunda Guerra Mundial. Febrero empezó con ejercicios y maniobras de las fuerzas nucleares rusas “Grom” . El domingo, Vladimir Putin anunció por televisión que colocaba en “régimen especial de servicio de combate” a la fuerza de disuasión nuclear. El presidente ruso justificó su decisión como respuesta a la ofensiva de “declaraciones agresivas” de las principales potencias de la OTAN. El mismo domingo 27, Bielorrusia plebiscitó una reforma constitucional que permitirá la instalación de armas nucleares en su territorio. En la práctica, de instalarse, serán misiles rusos.

¿En qué consiste poner a las fuerzas rusas en estado de 'alerta especial´? “Muy probablemente, en una 'orden preparatoria', dirigida a poner en marcha y bajo alerta a la cadena de mandos y de control nuclear, que estarán buscando ya las formas de protegerse para permitir que les llegue a quien debe llegar, y hacer efectiva, una orden decisiva de lanzamiento misilístico”, nos dice Pavel Podvig, investigador en el Instituto de las Naciones Unidas para la Investigación del Desarme (UNIDIR). El dispositivo permanente de las fuerzas nucleares rusas por EEUU y sus aliados debería poder detectar rápidamente si esta orden se traduce en acciones visibles como la salida de su base de bombarderos, el desplazamiento de aviones por tierra o por mar, los movimientos de submarinos que cargan armamento atómico.

El escenario de un ataque nuclear táctico

Algunos expertos occidentales apuntan que Vladimir Putin ya habría tomado en consideración en 2014 la posibilidad de poner bajo alerta a las fuerzas nucleares al momento de la recuperación de Crimea para la soberanía rusa, y que estaba dispuesto a proceder a este anuncio en el caso de amenazas de represalias contra Rusia. Otros no excluyen el escenario, que estiman improbable pero en extremo no imposible, del empleo, como último recurso, de armas nucleares tácticas contra Ucrania.

“Moscú habría buscado dar una señal legible, con anuncio, de su intención ir a fondo con las cosas, en la expectativa de suscitar un efecto de estupefacción. Putin da por sentado, parecería, que la OTAN nunca se atreverá, llegados a ese punto de un uso táctico, situado, circunstanciado, del armamento nuclear, a doblar su apuesta yendo más allá de ese límite en la escalada del conflicto. De hecho, y por lo demás, si esta amenaza, por circunscrita que sea, llegara a hacerse efectiva, por más circunscrito que sea el efecto calibrado, transformaría, en los hechos, por décadas o mucho más, a Ucrania en un estado tapón entre Rusia y Occidente”, argumenta el politólogo Jean-Baptiste Jeangène Vilmer.

Una doctrina atómica de la seguridad nacional

Desde el fin de la década de 1990, Rusia atendió en la práctica al mantenimiento y crecimiento de su arsenal atómico y en la teoría a la construcción de una densa doctrina que fundaban la seguridad nacional y la política de defensa del Estado en la fidelidad a la propia excelencia científica e industrial para progresar en el armamentismo nuclear. A comienzos la primer decenio del siglo, en los estudios académicos de geopolítica y relaciones internacionales, en el discurso de la cancillería y las Fuerzas Armadas, en los medios estatales pero también en publicaciones periodísticas pop o en la blogósfera de intelectuales nacionalistas, en centenares de miles de palabras rusas se articula, repite, desarrolla, ejemplifica con erudita rebusca de antecedentes y paralelos en la historia y literatura universales, una lógica del poder euroasiático que concluía que la desescalada del conflicto regional sólo se lograría por el uso del recurso eficiente para disuadir al adversario de cesar su avance invasivo, que colocaba a la OTAN ante las puertas de Rusia. Ese recurso era el ataque nuclear táctico.

Un arma nuclear táctica es una bomba A o H de uso limitado a un campo de batalla, o la retaguardia de la línea del frente enemigo, donde apuntaría a blancos como cuartales generales de los altos mandos, concentración de tropas en combate, bases militares, medios logísticos, flota naval o aérea de guerra. Una vasta gama de vectores pueden trasladar y descargar y lanzar estas bombas. En forma correlativa a la mantenimiento y renovación de su armamento nuclear, Rusia desarrolló medios no-nucleares para ataques a distancia y modernizó sus fuerzas convencionales.

Gramática de la disuasión

Desde 2014, las autoridades rusas se han expresado en un discurso más clásico, más afín al resignado consenso de la ONU. A partir de entonces, el principio estratégico enunciado reserva las armas nucleares, in extremis, a situaciones donde la existencia misma del Estado corre grave peligro insalvable con otros auxilios

Vista del revés, esta nueva situación así autodefinida por el Kremlin significa que Rusia ha procurado, y conseguido, elevar el umbral de la definición nacional rusa cuál sea el instante decisivo para apelar al recurso del arsenal nuclear. “Rusia ha desarrollado y producido, y sigue desarrollando y produciendo, armas convencionales ultraviolentas, que sirven, en primer lugar, para ir corriendo varios casilleros hacia más adelante el recurrir a armas nucleares”, nos dice Isabelle Facon, directora adjunta de la Fundación para la Investigación Estratégica (FRS). La experta recuerda que muchos de los vectores, como los misiles, son sistemas de capacidad binorma, creado para transportar, según la ocasión y la consigna, que permite cambiar o alternarse muy rápidamente, cabezas explosivas convencionales con cabezas nucleares. Una ambigüedad operativa que puede contribuir al disimulo o camuflaje de los usos y destinos últimos de cada pieza trasladada.

En suma, parece razonable descartar que el destinatario relevante del mensaje de alerta nuclear de Putin sea la Ucrania que preside Volodymyr Zelenskyy. Tampoco parecería dirigirse, como primeras figuras, a la OTAN, la UE, EEUU, o a quienes son hoy las autoridades de esas organizaciones, uniones y países.

Antes bien, y a juzgar por el registro de lunes y martes en los medios europeos y estadounidenses, habría apuntado con precisión, o buen éxito nomás, el presidente ruso apuntaba a que las señales fueran decodificadas sin hesitación por aquella opinión pública que es ciudadanía de esas administraciones. Si Putin se ha vuelto un loco furioso, como ahora sugieren antes serios sovietólogos y orientalistas, hay que reconocer que esa alienación ha de clasificarse entre las locuras que raciocinan. Para disuadir a los gobiernos occidentales de descontrolar sus entusiasmos en la avanzada ofensiva y en la multiplicación de vendettas lesivas, persuade a los electorados occidentales que dieron el poder a quienes son ahora sus titulares de que Rusia es en efecto una potencia nuclear, la que mayor número de armas atómicas tácticas tiene almacenadas. Según el Instituto internacional de Investigaciones sobre la Paz con sede en Estocolmo, el Ejército ruso contaba en 2019, último año con datos confiables, 6375 armas nucleares (5 800 el estadounidense, 320 el chino, 290 el francés). Y como dice sin decir Putin, en todo asalto digno de ese nombre, de nada le sirve tener un arma en la mano a quien no esté dispuesto a hacer fuego.

AGB

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