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España: una denuncia de la extrema derecha lleva al límite a Pedro Sánchez y amenaza la continuidad del Gobierno

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, abandona la sesión control del Congreso.

Irene Castro / José Precedo

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No se recuerda un anuncio de esta naturaleza desde el Palacio de la Moncloa. A través de un tuit, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, deja su continuidad en el aire y el Poder Ejecutivo en suspenso durante cuatro días, justo en el arranque de las elecciones catalanas. Acostumbrado a los saltos imposibles, su repentina decisión vuelve a pillar a contrapié a todos: ministros, socios de Gobierno y, más que a nadie, a la propia oposición que lleva semanas martilleando con presuntos escándalos de su esposa, Begoña Gómez.

La novedad este miércoles fue que un juzgado de Madrid había aceptado a trámite una denuncia de un pseudosindicato de extrema derecha repleta de bulos y recortes de periódicos. Sánchez había mostrado su pesadumbre en el Congreso cuando respondió a una pregunta del socio y portavoz de ERC, Gabriel Rufián“. ¿Cree usted en la Justicia?, le había espetado el parlamentario republicano.

“En un día como hoy, con las noticias que hemos tenido y, a pesar de todo, sigo creyendo en la Justicia”, respondió el presidente del Gobierno.

De vuelta a la Moncloa, cuentan fuentes de su entorno, se encerró a escribir la carta de poco más de cuatro folios en la que realizó su anuncio. Diez horas más tarde de su respuesta a Rufián, el presidente dejaba en vilo a todo el país. Ministros y dirigentes socialistas que han despachado con él en los últimos días retratan a un dirigente muy tocado, más incluso que tras la estrepitosa derrota en las municipales y autonómicas de mayo. Acostumbrados a las maniobras arriesgadas, incluso temerarias, de Sánchez, pocos se atreven en su entorno a aventurar si se trata de un farol.

Los ataques a su esposa vienen haciendo mella en su ánimo. En las últimas horas, la diputada del PP, Ester Muñoz, había vuelto a señalar a su suegro y a su hermano, que también ha sido objeto de informaciones dudosas. Y el grupo popular en el Senado había votado junto a UPN y Vox para extender su investigación sobre el 'Koldogate' a Begoña Gómez, por más que la esposa de Sánchez no figure en ningún sumario ni diligencia policial. Lejos de levantar el pie, el propio Feijóo volvió a cargar contra Sánchez durante una entrevista en Onda Cero al final del día: descartó elecciones, y atribuyó al presidente “un narcisismo” y un “infantilismo”, “impropios de una persona madura.

En las filas socialistas y el entorno del presidente cunde el convencimiento de que el PP no va a parar porque cree haber encontrado el flanco más débil de un dirigente que había sobrevivido a todo. No porque vean ninguna sombra de delitos en el comportamiento de Begoña Gómez sino porque asumen que los ataques a su pareja están minando la resistencia del presidente del Gobierno. Y esa es la principal novedad.

Ni una pandemia con miles de muertos y una paralización inédita de la economía. Ni una guerra en Ucrania, que provocó un récord en los precios de la energía y la inflación. Ni las guerras cainitas en el PSOE. Ni los “decibelios” de más en el primer Gobierno de coalición desde la restauración de la democracia. Nada había podido con Pedro Sánchez, que nada más llegar a Moncloa presentó ‘Manual de Resistencia’ y que en cinco años tiene un segundo libro de instrucciones sobre cómo sobrevivir a todo. 

Pero todo tiene un límite. Su resiliencia la ha puesto a prueba la campaña de acoso y derribo de la derecha política y mediática, con 'fake news' de la extrema derecha que han llegado a un juzgado a través de la organización ultraderechista Manos Limpias. El presidente del Gobierno Lo ha dejado negro sobre blanco en su ‘carta a la ciudadanía’ en la que admite que necesita “parar y reflexionar”. “¿Merece la pena todo esto?”, se pregunta el presidente del Gobierno, que se va a tomar cinco días para tomar la que será la decisión más trascendental de su vida: seguir en el cargo o abandonar.

Esa meditación personal y familiar va a mantener durante cinco días a un país en vilo, sin saber si volverá a las urnas, habrá una sucesión con la actual mayoría parlamentaria o si el presidente vuelve a tirar de resistencia. También deja al PSOE en shock en un momento en el que se jugaban mucho en las elecciones en Catalunya, donde Salvador Illa aspira a quedar en primera posición, y justo después de que los socialistas salvaran los muebles en Euskadi y Sánchez saliera incólume de esas elecciones.

Mientras todas esas informaciones se publicaban en la prensa de derechas, Sánchez ha exprimido su agenda internacional, que normalmente le brinda más alegrías que la política interna, porque también fuera ha logrado mayor reconocimiento que en la política nacional. Su nombre sigue siendo uno de los favoritos en las ternas del reparto de los altos cargos de Bruselas tras las elecciones europeas. Una opción que en una de sus últimas comparecencias en la capital comunitaria intentó descartar: “El camino de la política española será aprobar los Presupuestos de 2025 (...) y continuar con nuestra hoja de reformas y transformaciones”.

Nadie se imaginaba que podía tirar la toalla; y ni siquiera ahora quienes le conocen se atreven a darlo por muerto, aunque su entorno admite que le han dado donde más le duele: su esposa. Si algo no ha encajado nunca bien Sánchez es que mencionaran a Begoña Gómez y mucho menos que la criticaran. Pero el ‘lawfare’, la aceptación de una querella presentada por una organización ultraderechista, ha sido demasiado para Sánchez y su familia.

Sánchez ha sido un político que se ha crecido en los momentos más dramáticos. Cuando periodistas y políticos lo veían todo negro y acabado, el socialista renacía. Una y otra vez. Es lo que el que fue su director de gabinete, Iván Redondo, difundió como el ‘ave Fénix’.

El último ejemplo fue el pasado mayo. Al día siguiente del batacazo en las municipales y autonómicas, decidió convocar por sorpresa las generales. Ganó en escaños el PP, pero el PSOE salvó los muebles y Sánchez logró volver a La Moncloa con una mayoría de investidura que le obligó a pactar una ley de amnistía con Carles Puigdemont. Mucho antes de que se conociese el texto, algunos jueces y fiscales, además de la oposición política y la mayoría de medios de comunicación la calificaron como inconstitucional. Y un magistrado de la Audiencia Nacional improvisó una investigación por terrorismo contra el líder de Junts, que ahora ha llegado al Tribunal Supremo.

Sin presupuestos a la vista, con la ley de amnistía todavía lejos de aprobar, Sánchez mandó mensajes de que su hoja de ruta pasaba por agotar la legislatura. Ahora todo eso está en suspenso hasta el lunes, el día en que previsiblemente comunicará su decisión al país.

De nuevo ese día se pondrá a prueba una capacidad de supervivencia de la que Sánchez ha hecho gala desde su llegada a la secretaría general del PSOE. Prácticamente, desde que comenzó su carrera política bajo la batuta del entonces todopoderoso José Blanco. Los ‘chicos de Blanco’ eran tres: Sánchez, Óscar López y Antonio Hernando. A priori él era el menos conocido y el que tenía menos predicamento. Ahora es el jefe de los otros dos. 

Sánchez estuvo en el Congreso dos veces antes de ser presidente del Gobierno. Y las dos de carambola: entró para sustituir a Pedro Solbes y a Cristina Narbona, respectivamente, con las legislaturas avanzadas. Y a finales de 2013 un desconocidísmo diputado madrileño empezó a moverse para sustituir a Alfredo Pérez Rubalcaba. Se midió con Eduardo Madina, que partía como favorito, y José Antonio Pérez Tapias. El apoyo de los barones, con Susana Díaz a la cabeza, le auparon a la secretaría general en julio de 2014. 

Pronto empezaron las cuitas internas. Y en menos de un año intentaron fulminarlo por primera vez tras cosechar los peores resultados electorales para el PSOE. Le intentaron cortar el paso, pero trató de sortear vetos presentándose por primera vez a una investidura fallida (luego vendrían más) sólo con los apoyos de los socialistas y Ciudadanos. Se repitieron las elecciones por primera vez y, pese a evitar de nuevo el sorpasso de Podemos, la dirigencia del PSOE impidió que volviera a intentarlo. El 1 de octubre de 2016 es una de las fechas marcadas en rojo en su manual de resistencia: dimitió tras la reunión más convulsa del Comité Federal del partido en la que hubo gritos, lágrimas y mucha tensión. 

Sánchez reconoció una vez que había flaqueado en salud mental una vez en su vida y que había ido al psicólogo. No dijo cuándo. Quienes estuvieron a su lado en aquella época dicen que estaba verdaderamente abatido. Lo vio todo el mundo cuando compareció, al borde del llanto, para renunciar a su escaño para evitar la abstención en la investidura de Mariano Rajoy. 

Pero decidió dar un paso al frente y se midió con Susana Díaz y también con Patxi López. Muchos de los que habían sido sus colaboradores optaron por la ‘tercera vía’ que suponía el vasco. Pero Sánchez supo leer a la militancia. Y llegó otro momento clave de su manual de resistencia. 

No fue el último. Sánchez llegó a Moncloa con la primera moción de censura exitosa de la historia democrática. Pactó con Pablo Iglesias el primer gobierno de coalición y el que iba a ser ‘el breve’, según le bautizaron sus rivales en el propio partido, se convirtió probablemente en el secretario general con menos contestación interna. En el adelanto electoral de julio, provocado por la pérdida de poder territorial del PSOE en las municipales y autonómicas, le daban por desahuciado y logró seguir en Moncloa con un acuerdo que incluía a Carles Puigdemont, con quien los socialistas negociaron una amnistía del procés. El expresident volverá a España, pero no para rendir cuentas ante la justicia, como prometió en la campaña electoral de 2019.

Perdonó a quienes le habían traicionado en buena medida cuando ya estaba en el poder. Ese poder que ahora se plantea abandonar, porque en política, como en la vida, él ha dejado escrito que no todo vale.

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