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Ataque a la democracia en Brasil - Análisis
Después de una semana de pacificación, ¿vendrán meses de investigación y castigo?

Dos hombres revisan una oficina destrozada al interior del Palacio de Planalto luego de que manifestantes derechistas tomaron el domingo 8 de enero la Plaza de los Tres Poderes para invadir los edificios gubernamentales en Brasilia.

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Al fin de la mañana del segundo domingo de 2023, como si todavía llevara entallada al tórax la toga incorruptible del Lava Jato, el ex magistrado federal Sérgio Moro tuiteó su veredicto sobre la primera semana de la tercera presidencia de Luiz Inácio Lula da Silva. Un juicio negativo. Según el actual senador por Paraná, en el balance de la primera semana de gobierno de su ex reo en el Lava Jato había superávit de severas advertencias a la derecha golpista y déficit de anuncios de puesta en marcha de nuevas políticas. Por desgracia, es difícil acusar esta vez de fake news al paladín del lawfare. Y menos fácil sería despejar ese diagnóstico de desbalance señalando el horizonte que dejaron trazado los hechos de la tarde de ese mismo día. En las semanas, meses, años por venir, la gravitación del 8 de enero promete ser cada día más aleve. La agenda de pacificación política nacional duró -y de acuerdo con el ex cruzado anticorrupción, durmió- apenas una semana.

Crimen y castigo, humillados y ofendidos, adolescentes y endemoniados

El nuevo tiempo será de investigación, persecución, punición, prisión. Tareas imprescindibles e impostergables para el gobierno después de la temporaria ocupación y entusiasta devastación de Palacio Presidencial, Congreso y Corte Suprema en Brasilia por grupos opositores que buscaban derribar la presidencia, el gobierno, a Lula, o desfuncionalizar todo el sistema republicano que les toca vivir. Nada superará en urgencia esta misión. Fatalmente, la división entre la democracia electoral, identificada con el gobierno por el gobierno y por las instituciones del Estado, y la autocracia golpista, aumentará en la comunicación del Estado. Y la oposición la trasladará, nuevamente, a la antinomia comunismo vs libertad.

El nuevo tiempo será de investigación, persecución, punición, prisión. Tareas imprescindibles e impostergables para el gobierno de Lula tras la ocupación y entusiasta devastación de Palacio Presidencial, Congreso y Corte Suprema en la capital brasileña.

Esa misma mañana del malicioso Twitter de Moro, según algunos analistas de CNN Brasil señal de que el senador federal sabía más de lo que decía, ni Lula ni el gabinete presidencial sabían más de lo que decían. No habían emitido signos de anticipar cuánto iba a ocurrir por la tarde. Tampoco el periodismo, según nos cuenta Camila Mattoso. En lo que creía un domingo muy plácido, la jefa de la redacción en Brasilia de la Folha de São Paulo había salido a correr cuando de pronto ve mucha gente manifestándose, demasiada. Mucha más de todo cuanto esperaba en una marcha de la protesta bolsonarista cotidiana, que ni desfallece ni desmadra.

El golpismo es el otro, pero todos unidos venceremos

Con 12 grados de longitud más al este que Buenos Aires, la noche llegó antes en Brasilia, y la situación estaba controlada y los daños consumados. Los visitantes de la tarde habían llegado a cada piso del Palacio Presidencial de Planalto, habían ocupado cada Cámara y cada Salón del Congreso, habían desvencijado cada sillón del Plenario del Supremo Tribunal Federal (STF). Habían traído piedras para romper las grandes paredes exteriores de vidrio que son un slogan fotográfico de la arquitectura de la capital estrenada en 1960 para simbolizar la modernidad (el primer presidente que juró en Brasilia, Janio Quadros, no duró un año). Estaquearon un vasto lienzo de masas rurales en marcha al socialismo de Candido Portinari; se llevaron obras de arte; en un travelling, una mujer vació su vejiga sobre archivos del STF socialista. 

El funcionamiento de la logística, el traslado a Brasilia de cien ómnibus cargados, que sumaban su masa crítica a los campamentos ya instalados, ante cuarteles militares, y en otras áreas, parece ser el resultado, si se evalúa por su bien logrado avance pasos en falso, de una coordinación común o de coordinaciones en concierto. La investigación judicial dará frutos relativamente tempranos sobre los transportes, la financiación, las consignas e informaciones sobre dónde reunirse y desde dónde partir. Y se estudiarán las redes sociales, se establecerán urdimbres de hilos mayores, de apelativos comunes, como 'patriotas', 'patriada', de tejidos y tejedores espontáneos o no tanto, de fuentes autónomas sin recursos (aunque no siempre cerradas a recibirlos como aliciente a su participación) o provenientes de orígenes con sus necesidades subsanadas ya por benefactores poco desinteresados pero estimulantes. Ya hay un millar y medio de detenidos y poco más de dos centenares de presos, delincuentes arrestados in flagrante delicto. Ya hay feria de abogados, que ofrecen servicios a mil reales, y recorren las unidades de la Policía Federal (PF) esperando que los contraten.

Más incierto es el buen éxito de encuadrar a la masas bajo una consigna común. Como las protestas de 2013-2016 en Brasil, como las del ‘estallido social’ de 2019 en Chile, como los ‘chalecos amarillos’ de 2016 en Francia (Emmanuel Macron fue uno de los primeros presidentes en manifestar su apoyo a la Democracia y a Lula, y la prensa francesa la primera en cubrir los hechos en Europa), falta un liderazgo único y una consigna única.

El periodismo que cubrió (no sin soportar animadversión, escarnio, burlas, agresiones físicas) en la plaza de los Tres Poderes de Brasilia las horas clave de la soleada toma vespertina, oyeron a grupos que pedían “Impeachment a Arthuro Lira” (presidente de la Cámara de Diputados). Otros “Impeachment a Rodrigo Pacheco” (presidente del Senado). Otros más “Impeachment a Alexandre de Moraes” (juez del STF y titular del Tribunal Superior Electoral, TSE, durante las elecciones presidenciales de octubre, que anuncia métodos más sutiles y penetrantes de perseguir las fake news y las opiniones tendenciosas en las redes y en los medios). Muchos, con adhesiones de los acusadores a juicio político, “Intervención del Ejecutivo por las FFAA” (según la Constitución de 1988, en vigencia, el Ejército puede intervenir cualquier gobierno en caso de descalabro cívico o moral; nunca lo hizo en democracia), “Gobierno militar ya”.

El 8 de enero de 2023 en Brasilia, según el presidente centro izquierdista Lula

Según diversas opiniones jurídicas, los manifestantes no son terroristas, en sentido técnico. Sí les caben condenas penales por su voluntad destituyente y antidemocrática. Hay discusión sobre cuán anómicas son, también, esas personas que protestan. Porque los manifestantes reclaman diversas leyes, divinas y humanas, que dicen pisoteadas por las élites de izquierda, comunistas, ilustradas, ateas, antirreligiosas, sexualizadoras-de-la-infancia-temprana, antifamiliares.

En su primera intervención ante los medios después de los hechos, Lula regresó al vocabulario de la campaña del balotaje, que parecía sepultado -que estaba sepultado- desde su victoria del último domingo de octubre. Se refirió a Bolsonaro como genocida (dos o tres veces), a los asaltantes del poder de Brasilia como nazis, como estalinistas, como fascistas, desde luego como antidemocráticos y golpistas. Sus adláteres en la exposición, e integrantes del Gabinete, y los medios desde siempre, multiplicaron la definición sustantiva terroristas.

Entrevió Lula un mundo de estrictos castigos, y enumeró a culpables civiles y militares. Para todos previó sanciones, para los uniformados expulsiones de las Fuerzas. Empezaba el gobierno su segunda semana sin apartarse de aquello que según el el juez Moro había caracterizado a la primera semana desde del mediodía del 1° de enero al mediodía del domingo siguiente: a caer el sol del 8 de enero la coalición electoral y gobernante dominada por el Partido de los Trabajadores (PT) vivía en un mundo soñado de leyes y condenas que lloverían con fuego sobre los enemigos de la democracia. (En cuanto a las otras lluvias, su falta se sentía en Brasil,y “el genocida” de Bolsonaro había previsto un fondo miserable en el Presupuesto para la sequía, añadía digresivo y acusador el Presidente).

Castigos, entreveía Lula, que serían ejemplificadores, inhibidores para nunca jamás de todo comportamiento golpista futuro. Puniciones que se aplicarían con la debida seriedad, con el valor máximo de las penas, preveía sin titubear el Presidente, adelantándose a las fabulosas sentencias de la Justicia, alejadas en el tiempo de los relojes, a todos cuantos fueran hallados culpables de atentar contra la democracia. La polarización extrema del mes de octubre, vivido en el tránsito antagónico de los dos rivales desde la primera vuelta del primer domingo del mes hasta la segunda del último domingo que dirimió la derrota de Bolsonaro por exiguos1,8 puntos, resucitó este domingo 8 de enero. La resucitó la campaña de Lula, rediviva. Resucitó el lenguaje de campaña al valerse de él como estándar del habla política natural y cotidiana para tratar de la agenda diaria. Habían intervenido la fuerza de acontecimientos espectaculares, imprevistos aunque no imprevisibles.

El 8 de enero de 2023, según el ex presidente ultra derechista Bolsonaro

Desde su descanso, refugio, santuario, nosocomio o utopía agusanada en el estado Florida, Jair Bolsonaro twitteó que las protestas jamás debían ser condenadas. Ninguna, jamás. (Contexto: estamos en EEUU, no estamos en Cuba). Ni contenida su libertad de acción o reunión, de movimiento y expresión. El límite intolerable para la soberanía de un Estado robustp llega cuando la protesta social deriva en destrucción de bienes públicos o privados. La libertad de cada uno termina donde empieza la propiedad de cada otro. Así se había procedido en su gobierno, y así debía ser en el actualmente en funciones. Por primera vez identificaba Bolsonaro, con naturalidad, al “actual Jefe del Ejecutivo de Brasil”. Por ende la situación constitucional de Lula como su sucesor en la Presidencia, en ese Palacio de Planalto ante el cual todos podían vociferar. Se mira (con odio si lo hay) pero no se toca (los hombres no se la agarran con propiedades que no ganaron, cuando pierden, eso es cosa de izquierdistas, de chilenos histéricos -no los citó en este tuit, pero sí en innumerables ocasiones desde el octubre del 'estallido social' de 2019-).

Repudió Bolsonaro las “acusaciones” de Lula, “sin pruebas”, contra él. Sin mencionar el ex presidente derechista de qué lo incriminaba el actual Jefe del Ejecutivo: Lula lo había colocado por detrás de todo cuanto había ocurrido ese domingo. Con una mirada angosta, de derecho procesal, es cierto que Lula no mencionó pruebas.  

El encuadramiento del presidente derechista es útil como base argumentativa para la oposición brasileña. No es en sí golpista (aunque sí se desentienda de su presunto golpismo y del golpismo de los asaltantes de Brasilia). Todas las fuerzas, todos los Poderes pueden reunirse en el repudio de lo ocurrido. La senadora Soraya Thronicke (del partido derechista União, y representante del estado 'agroindustrial' de Matto Grosso do Sul), anunció que reunió en la Cámára Alta los 27 votos necesarios para lanzar una Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) sobre “los hechos antidemocrátidos del domingo”. Por cierto, la Comisión hurgará también en la Seguridad, la Inteligencia, la Justicia del Gobierno, y ganará influencia sobre éste y exposición mediática. Esta moción de la senadora ex bolsonarista, ex candidata presidencial derrotada en la primera vuelta del 2 de octubre, deberá tener en cuenta que el Partido Liberal (PL); el partido de Bolsonaro, en la elección general del 2 de octubre hizo una elección récord y ganó la mayoría de las bancas de la Cámara alta. El PT es el quinto partido en el Senado, y acuerda con la instauración de la CPI, que recién empezaría a funcionar en febrero.

El marco para ver los hechos que propone Bolsonaro no es es diferente de aquel con el cual el actual y el anterior presidente de Chile acordaron visualizar el diorama de la furia antisistema y anti gobierno del estallido social en Chile. En ese cuadro, cuando una concentración de personas extremaba periódicamente su violencia hasta incendiar iglesias, estaciones del metro, archivos del Estado empezaba recién la comisión de delitos penalizables por esos sujetos que reclamaban la caída del gobierno de Sebastián Piñera.

Desde una perspectiva política, aun desde la menos especulativa, que Bolsonaro haya llegado al poder en 2018, y que lo perdiera en 2022, que sea el gas más respirado en la atmósfera respirada por igual por cada iniciativa que despunta en la red o pone el pie en la calle para repudiar a un Estado que tolera sus modos de convivencia a la vez que promueve pedagogías que los socavan, resulta insoslayable.Hallar una cadena de subordinación entre los actores del domingo capitalino y el ex capitán paracaidista del Ejército 19 años diputado federal por Río de Janeiro, apoltronado en su banca del Congreso de Brasilia ahora mancillado, cascoteado v averiado por sus órdenes, será faena larga, controversial y posiblemente misérrima en averiguaciones.

Yo soy el Presidente, tú nomás el Responsable

El Washington Post tituló Brasil tuvo el 8 de enero su 6 de enero. Cualquier parecido es pura coincidencia: en realidad, la similitud salta a la vista. Pareciera que dos años después, se redondeara crispadamente el paralelo entre el republicano Donald Trump y el maverick Jair Bolsonaro. Vistos de más cerca los dos días, hay un par de diferencias clave, en el marco de los acontecimientos antes que en las peripecias vandálicas, que serán las más ricas, u onerosas, en consecuencias.

El 6 de enero de 2021 el Congreso debía certificar los votos de la elección de noviembre, y certificar el triunfo del demócrata Joe Biden. Una multitud de partidarios, convocados por Trump para manifestarse en repudio de la elección robada, después de oír un discurso donde inflama sus ánimos rebeldes, marchó al Congreso y entró con ánimos de reclamar la certificación de Trump como presidente, a sangre y fuego. Nunca pudo demostrarse que Trump los incitara a más que protestar, en términos jurídicos.

Hay ya dos diferencias mayores con Brasil. Los manifestantes entraron en Brasilia a sedes desiertas de los tres Poderes, destruyeron infraestructura clave, rompieron vidrios, muebles, archivos, togas, puertas y ventanas. Su finalidad no era impedir el fin de una atribución constitucional del Congreso, de una función necesaria para la sucesión presidencial.

La otra diferencia enorme consiste en que en la primera semana de enero de 2021 el presidente de EEUU era Trump. En la segunda semana de enero de 2023 el presidente de Brasil es Lula.

El crimen y el castigo de quienes asaltaron Brasilia, de quienes los financiaron, reunieron, trasladaron, pertrecharon, incitaron, puede, con el tiempo, llegar a conclusiones satisfactorias para el gobierno y para la comunidad internacional. Menos completas en su satisfacción, fatalmente, resultarán para la oposición, y, en diversos casos, para diversos sectores concernidos de la sociedad brasileño.

Una cuestión mayor, sin embargo, arrojará una sombra a todo el tercer mandato de Lula. Que no se desplazará, aunque pueda ser ampliamente compensada. La responsabilidad de evitar lo ocurrido es del gobierno. Algo que el gobierno entiende perfectamente, porque el primer anuncio de Lula fue la intervención de la seguridad del Distrito Federal, que gobierna un opositor. Los hechos del domingo son más graves y de diferente índole que cualquier desmán en las solemnes exequias de Diego Armando Maradona, cuando el gobierno de la Nación argentina y el de la Ciudad de Buenos Aires no mezquinaron reproches e incriminaciones recíprocas.

En el domingo de Brasilia, el asalto y cascoteo de las sedes de los tres Poderes del Estado, en la capital del Estado, las fallas e ineficiencias de la inteligencia de ese Estado, las desinteligencias entre sus ministerios, que, en número de 37, tampoco faltan al Gobierno, se pusieron de manifiesto. ¿Cuán eficaz es esta nueva Administración, que le inutiliza las sedes de sus tres poderes un grupo de nazis, estalinistas, golpistas, fascistas, inspirados desde el smartphone de un genocida de vacaciones en un condo de Florida? ¿Cuánto podra garantizar este Gobierno de centro izquierda la seguridad de los particulares, de la ciudadanía, si no impidió la prolija vandalización de las sedes de los tres Poderes en la capital del país y sólo apresó a los malhechores una vez consumado el destrozo?

MPB, Lulapaluza y otras fiestas democráticas

La fiesta de la Democracia del 1° de enero en Brasilia, cuando asumió Lula, fue seguida por una fiesta democrática, pero ya más profana. En el ‘Lulapaluza’ musical y monumental organizado con talento para el show business por Janja, la militante del Partido de los Trabajadores (PT) que es esposa del Presidente, se oyeron todas las músicas populares brasileñas. Salvo la más popular de todas, el sertanejo, originaria del Sertón pobre y seco del Nordeste, porque los mayores referentes del género fueron considerados derechistas. En bloque, aparentemente; según la socióloga Rosângela Lula da Silva, estaban manchados de bolsonarismo, y no fueron convocados a la fiesta democrática sin golppistas de la Esplanada de los Ministerios. La Primera Dama de un gobierno petista de matriz popular hizo caso omiso, ese primer día, del género más popular. Sin invitación, por obra de manifesfestantes violentos que marcharon hasta invadir edificios del Estado sin invitación ni bienvenida, el 8 de enero, música sertaneja, la más popular de Brasil, resonó en la plaza de los Tres Poderes. Soundtrack episódico en la polarización del domingo.

En su primera exposición pública después del quebra-quebra de Brasilia, mientras los manifestantes eran filmados en fila india con las manos esposadas a la espalda y subidos a micros donde ni para todos ni todas había asiento, rumbo a sus centros de detención, Lula concluyó con un Nunca Más. Fatigado pero exultante, comunicó que la Democracia jamás es vencida por quienes la atacan. Los hechos de ese día hacían lucir a su Gobierno democrático menos invencible, menos inoxidable, de lo que resplandecía en la aseveración del ex obrero de 77 años que había pasado 580 días en la cárcel condenado por el ejemplar juez Sérgio Moro.

AGB

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