Saul Newman, contra el mito de la zonas de longevidad: “No creas en las cosas que dicen alargar la esperanza de vida”
En 2019 el entonces investigador de la Universidad Nacional Australiana Saul Justin Newman compartió una prepublicación que refutaba centenares de estudios, documentales, libros y artículos: las llamadas zonas azules del planeta, en las que supuestamente había un alto porcentaje de centenarios, no existían. El secreto de la longevidad en lugares como Okinawa (Japón), Cerdeña (Italia) e Ikaria (Grecia) no estaba en la dieta, los genes o el estilo de vida. En realidad estas zonas son más pobres, menos sanas y con menor esperanza de vida que las de su entorno. La clave para superar los 110 años era más bien carecer de partida de nacimiento o certificado de defunción, o ser un caso de fraude con la pensión.
El estudio nunca fue revisado por pares y publicado en una revista científica, pese a los intentos de Newman. La comunidad académica lo leyó, pero apenas alcanzó al público general. Mientras tanto siguieron apareciendo documentales, libros de cocina y artículos que prometían que la llave de la longevidad estaba en cosas tan sencillas como comer boniatos.
Hasta ahora. Hoy Newman aparece en la videoconferencia exhausto tras 15 días hablando a diario con los medios, pero feliz. El ahora investigador del University College de Londres recibió este mes un Premio Ig Nobel, una parodia de los Nobel que, según los organizadores, “primero hacen reír y luego hacen pensar”. Newman reflexiona en esta entrevista sobre la parte más divertida de su trabajo, pero también de las implicaciones más perturbadoras que tiene.
—¿Cómo empezó el mito de las zonas azules?
—Lo increíble es que todo esto ya pasó antes. En 1975 Alexander Leaf publicó un libro sobre las zonas de longevidad y salió en National Geographic. Los secretos eran los mismos: dieta vegetariana, vivir en las montañas, estar en conexión con la naturaleza y ser un humilde campesino. Ya entonces era todo basura y nada resistió la prueba del tiempo. Uno de los ejemplos que ponía era Pakistán, que no es la imagen de la salud.
La falta de escepticismo es extraordinaria. En el primer estudio sobre Cerdeña proponían que la razón por la que la gente vivía mucho era la endogamia, que por lo visto era buena. Dijeron: hay montañas y endogamia, eso debe ser. Es tan absurdo, pero todo el mundo lo compra
—¿Hubo evidencias de todo esto en algún momento?
—La falta de escepticismo es extraordinaria. En el primer estudio sobre Cerdeña proponían que la razón por la que la gente vivía mucho era la endogamia, que por lo visto era buena. Dijeron: hay montañas y endogamia, eso debe ser. Es tan absurdo, pero todo el mundo lo compra. El director del Instituto Max Planck publicó un artículo diciendo: “Sí, debe ser la endogamia”. Nadie mira los números y dice que no es así. Lo gracioso es que, obviamente, esto se eliminó de las guías [con recomendaciones para vivir más].
Puedo dar un sinfín de argumentos sobre cuáles son los numerosos problemas, pero el mensaje fundamental es que la gente quiere creer estas cosas. Que haya algún secreto que no incluya dejar de fumar y de beber. Así que elegís un lugar exótico lejano y vendés su estilo de vida, aunque no exista ni allí.
—Entonces, ¿los supercentenarios que salen periódicamente en los medios no existen?
—Dejame explicar los niveles de creatividad y de disonancia cognitiva en algunos de estos casos. El hombre más viejo del mundo tiene tres cumpleaños y una de esas fechas fue falsificada deliberadamente: fue promocionado por su familia, que quiere hacerlo famoso por ser viejo. El hombre más viejo de América conoció a Obama en la Casa Blanca: tiene cinco edades diferentes en los registros oficiales. Una de las primeras personas de 110 años en ser validadas pasó un siglo en los libros de récords, periódicos y libros: su edad de muerte era 65 años, estaba escrito en su certificado de muerte y nadie se dio cuenta.
Nadie quiere revisar mi trabajo porque si esto es correcto el campo entero se viene abajo. ¿Cómo conseguís que un experto en este área lo revise? Lo envié a ocho revistas, pasó hasta ocho meses en la mesa del editor y fue rechazado sin revisión
—¿Por qué su trabajo no se publicó en todos estos años?
—Porque si esto es correcto el campo entero se viene abajo. ¿Cómo conseguís que un experto en esta área lo revise? Lo envié a ocho revistas, pasó hasta ocho meses en la mesa del editor y fue rechazado sin revisión. Si está equivocado, revisalo y decime qué está mal, no es complicado. Estuvo en la esfera pública desde hace cinco años. Todo el mundo lo leyó, al menos entre los demógrafos. Di todo el código, envié todos los datos. A The Economist le llevó cuatro días reproducirlo, pero años después todavía estoy esperando a la comunidad demográfica. Ahora acaba de ser revisado por nueve revisores. Lo estándar son dos o tres, cuatro es poco frecuente y cinco es completamente extraordinario. Parece que todos están más o menos satisfechos y que finalmente se publicará.
—Si su estudio es correcto, ¿qué implicaciones tendría?
—Estoy tocando con el dedo la pata tambaleante del taburete que sostiene todo el campo. Si todo esto está mal, ¿qué estuvo haciendo todo el mundo en gerontología durante los últimos años? Lo asombroso es que esto no va solo de gente que tiene más de 100 años: no sabemos en qué punto los datos dejan de ser usables, es solo que cuando llegás a los 100 años es tan absurdo que es gracioso.
—¿Qué quiere decir con que no sabemos cuándo los datos dejan de ser usables?
—Es el núcleo de la reproducibilidad en ciencia. Imaginá que tenés cinco personas y todas ellas tienen registros reales de hace cien años, hay pruebas de su edad, tienen realmente más de cien años. Entonces cambiás a una de esas cinco por su hermano menor. ¿Cómo detectás esa sustitución? La respuesta es que no podés. Tenés un error indetectable. Se asumió que eso es raro y nunca pasa. ¿Cómo lo sabés, si no podés detectarlo? ¿Cómo descartás un error que no podés ver?
Esto lo demuestra el caso de Japón: en 2008 se decía que tenían “de los mejores datos del mundo”. Dos años después resultó que el 82% [de las personas de más de 100 años] estaba muerta y no había nada mal con sus documentos. ¿Cómo avanzás en un campo en el que podés tener un error del 82% y pensar que todo va bien? No podés. Tenemos un sistema de medida y no podemos validarlo.
—¿No podemos validar algo tan sencillo como la edad de la gente?
—Lo que en demografía llaman validación no lo es en absoluto, es solo mirar que un documento es coherente con otro. El problema es que tu edad se copia del documento con el que empieces, así que la consistencia no te dice nada. Países enteros como Qatar hicieron que sus ciudadanos se saquen certificados de nacimiento basados en las suposiciones del médico.
Incluso si empezás con un porcentaje de error ínfimo, para cuando alcanzás la vejez todos esos errores se habrán acumulado y toda la población será basura estadística. Llega un punto en el que todos los datos se rompen en cada país del mundo. No importa cómo de bueno sea tu sistema de registro, porque esto puede pasar con un error de uno entre diez mil, algo astronómicamente pequeño.
No podemos saber si hay alguien con más de 100 años. El motivo es sencillo: no podemos meter a alguien en una máquina que nos diga lo viejo que es. Y no olvidemos que esto depende de documentos, que es algo de gente rica: ahora mismo un cuarto de los niños del mundo no tiene certificado de nacimiento
—Las zonas azules no existen, pero ¿sabemos si alguien superó los 110 años de forma puntual?
—No lo sabemos. No podemos saberlo. El motivo es sencillo: no podemos meter a alguien en una máquina que nos diga lo viejo que es. Y no olvidemos que esto depende de documentos, que es algo de gente rica: ahora mismo un cuarto de los niños del mundo no tiene certificado de nacimiento, a pesar de que esto mejoró enormemente en los últimos tiempos. Así que si tuvieras a una persona real de 120 años en Bangalore (India) no la vas a ver.
—Países como Reino Unido y España tienen cada vez más centenarios, ¿tampoco sabemos si son de verdad?
—El pasado era un lugar muy diferente. En Inglaterra durante la Primera Guerra Mundial 250.000 niños falsificaron su edad para entrar en el ejército. También podés aumentar tu edad para no ir al frente. En Italia el 20% de la población pagó a alguien para que fuera reclutada en su lugar. También hay simples erratas: hace 110 años la tasa de alfabetización no era muy grande y se pueden cometer errores que se propagan sin ser detectables. Puede que crean que tienen 101 y haya documentos que lo digan, pero no se puede probar si tienen esa edad.
—¿Por eso sugirió que esto iba más allá de la demografía y que “más de 30 años de investigación en salud, genética y epidemiología” estaban ahora en duda?
—Mirar la esperanza de vida media es fácil, pero encontrar qué la provoca es muy difícil. ¿Cómo hacés un experimento que no sea solo un estudio observacional? Si alguien tuviera una respuesta a eso la medicina estaría en un lugar mucho mejor, pero no la tenemos. La edad es la variable más importante para un buen gobierno. Es el mayor predictor del riesgo de mortalidad, y si no tenemos buenas formas de medirla entonces necesitamos una, porque no sabemos lo propensos a errores que somos. Si arreglamos eso toda la medicina y cada ensayo clínico del mundo mejoran. Es difícil, pero deberíamos intentarlo. Me importa más eso que si hay gente vendiendo batidos para vivir más.
—¿Y cómo arreglarlo?
—Necesitás encontrar una medida física de cómo de vieja es la gente para que no dependa de ninguna forma de documentos, no hay otra. Por ejemplo, hay dos cosas en tu cuerpo que se fijan cuando sos joven y nunca son reemplazadas: las córneas y los dientes.
Lo bueno es que encontrar una forma haría el trabajo más fácil en el futuro. Tenemos medidas epigenéticas de la edad, pero están todas calibradas con los documentos: si las calibrás con las fechas radiométricas o lo que idees, entonces podés medir cómo de precisas son [las medidas epigenéticas] y usarlas a partir de ahí.
—Entonces, ¿la epigenética podría ayudar?
—Es prometedor, porque ahora vemos extrañas discrepancias. Encuentran en los centenarios que sus edades epigenéticas son siempre entre diez y veinte años más jóvenes que la que marcan los documentos. Hay dos explicaciones para eso: la primera, con la que todos van, es que en la población hay una especie de místicos superenvejecedores. Una explicación más simple es la número dos: la edad epigenética es correcta y la de los documentos es incorrecta.
Hay un montón de dinero sobre la mesa para vender tratamientos de longevidad. Si lo combinás con la incapacidad de detectar errores básicos terminás con el salvaje oeste. Es increíble que el mayor logro anterior de Dan Buettner, el creador de las zonas azules, fuera ir en bicicleta
—El documental de Netflix sobre las zonas azules es de 2023, años después de que usted hiciera sonar la alarma. ¿Por qué se permitió que esto llegara tan lejos?
—Hay un montón de dinero sobre la mesa para vender tratamientos de longevidad. Si lo combinás con la incapacidad de detectar errores básicos terminás con el salvaje oeste. Es increíble que el mayor logro anterior de Dan Buettner, el creador de las zonas azules [y del documental de Netflix], fuera ir en bicicleta [tiene tres récords Guinness de ciclismo de larga distancia]. Es extremadamente bueno en marketing, pero no es científico ni médico.
¿Por qué cuando aparece alguien de la nada y dice que tiene el secreto de la longevidad, que es el mayor secreto de la medicina, nadie pide los datos y pregunta cómo seleccionó la muestra? Jamás se hicieron las preguntas más básicas en epidemiología y medicina y todavía no se están haciendo. Parece que estoy completamente solo, aunque quizá no tanto como cuando empecé.
—¿Nadie se dio cuenta de que en estos lugares son pobres y no comen?
—Los boniatos estaban en el centro del documental de Netflix, pero en Okinawa es donde menos los comen de todo Japón por una gran diferencia. Es donde comen menos vegetales: son los últimos de las 47 prefecturas y tienen el mayor índice de masa corporal. Cerdeña y la zona de Corea son regiones que tienen problemas y necesitan más inversión. Es muy surrealista, si preguntás en Italia cuál es el mejor lugar respecto a cualquier métrica de salud nadie va a decir el sur ni Cerdeña. Van a decir las partes ricas del norte.
—¿A los ricos les gusta ese tipo de pobreza que ven como virtuosa y saludable?
—Reino Unido tiene un ejemplo maravilloso: existía la idea de que la gente de los valles más remotos de Gales vivía para siempre. Es el mismo mito que el de los pastores de Cerdeña: están en contacto con la naturaleza y hacen trabajo ligero. Siempre lo dice gente rica que nunca levantó un dedo. ¡Porque no es trabajo ligero, es lo peor! Crecí en una granja con 4.500 ovejas, puedo decir que es miserable. Pero no se implican, no verás a Bill Gates recogiendo repollos. Es un mito que se cuentan.
—¿Todo empezó con la llamada dieta mediterránea?
—Ancel Keys la impulsó porque fue al sur de Italia, pero piensa en lo diversos que son esos países. Quería mostrar que las grasas saturadas eran malas para la salud del corazón: el problema es que en Francia comían un montón y tenían tasas muy bajas de enfermedad cardíaca, así que eliminó Francia como si no estuviera en el Mediterráneo. ¿Cómo aceptar algo así sin sentirse un poco atormentado? Genera preguntas sobre qué está pasando en estas partes de la ciencia que hacen tanto dinero.
Hay milmillonarios que no quieren morir y podés convencerlos de que financien lo que sea. Incluso lo que parece sólido tiene una supervivencia corta. Antes el fármaco milagroso era el resveratrol: no hace nada, pero no se reflexiona. Se salta a lo siguiente. Los telómeros ya están desapareciendo: si cambiás su longitud no pasa nada, pero hay diez mil estudios sobre telómeros y envejecimiento. Sus descubridores ganaron un Nobel y diez años después no queda nada
—Las zonas azules, ¿son solo una parte del problema que hay en el campo de la longevidad?
—Hay milmillonarios que no quieren morir y podés convencerlos de que financien lo que sea. Hay tantas sandeces que es imposible discernir qué tiene una buena base y qué no, pero no es un problema que estemos cerca de solucionar. Todo huele a vendedor e incluso lo que parece sólido tiene una supervivencia corta. Antes el fármaco milagroso era el resveratrol: no hace nada, pero no se reflexiona. Se salta a lo siguiente. Los telómeros ya están desapareciendo: si cambiás su longitud no pasa nada, pero hay diez mil estudios sobre telómeros y envejecimiento. Sus descubridores ganaron un Nobel y diez años después no queda nada. Hay una cita maravillosa de Elizabeth Blackburn, que descubrió la estructura de los telómeros y es escéptica para algunas de estas cosas, y hablando del envejecimiento decía que el mayor peligro es ver lo que querés ver.
—¿Hay algún secreto para alcanzar la longevidad?
—Tres cosas que siempre hemos sabido: no fumes, no tomes, hacé algo de ejercicio. Podés añadir otras obvias, como no tomar cocaína. Eso es todo. No necesitás comprar nada. Intento ayudar a que la gente no se gaste plata, pero si mañana hubiera una pastilla para vivir mil años habría gente vendiendo cosas para llegar a mil uno.
No deberías creer en las cosas que dicen alargar la esperanza de vida. Imaginá que encontrás algo que reduce tu edad biológica ocho años: las probabilidades de morir se doblan cada ocho años, así que reducirías tu riesgo de morir a la mitad. Ganarías millones de dólares y tres premios Nobel… tras un ensayo clínico. Lo harías, mostrarías que las tasas de enfermedad cardíaca y cáncer se reducen a la mitad y serías un héroe. ¿Por qué nadie que dice tener la solución hizo esto? Porque son tonterías.
—Usted empezó estudiando plantas. ¿Cómo pasó a estudiar las zonas azules?
—Desmonté un estudio en Science cuyos autores aseguraban que no había límite superior para la vida humana con un modelo que era el peor posible, pero el único que les daba el resultado. Entre 861 posibilidades habían hecho la elección más sesgada, pero lo consideraban el mejor modelo. Si hacías cualquier pequeño cambio todo se derrumbaba. No está retractado, a nadie le importa. El problema no es el error sino la falta de rendición de cuentas después. Hay cero ganas de hacer nada. Consiguieron becas, un montón de citas, ascensos… todo basado en estadísticas fallidas. Es perturbador y tenemos formas de gestionar estas cosas, como los datos abiertos, pero nadie parece usarlas.
El único aspecto gracioso es que hay gente de 95 años tomándole el pelo a todo el mundo. Eso es divertido. El anterior hombre más viejo del mundo era de una de las zonas con más cultivo de coca de Venezuela, no tuvo documentos durante la mayor parte de su vida, pero Maduro dijo que era el más viejo y lo sacaron de tour como si fuera una banda de música
—Termino la entrevista convencido de que este tema no es gracioso, aunque haya ganado un Ig Nobel.
—El único aspecto gracioso es que hay gente de 95 años tomándole el pelo a todo el mundo. Eso es divertido, no me molesta. Que alguien conozca al presidente es genial. El anterior hombre más viejo del mundo era de una de las zonas con más cultivo de coca de Venezuela, no tuvo documentos durante la mayor parte de su vida y Maduro dijo que era el más viejo y lo sacaron de tour como si fuera una banda de música. Es reivindicador que otros lo encuentren tan gracioso como lo veo yo. La cosa pasó de “el tipo obviamente está equivocado” a “quizá tiene algo de razón”. Espero que el Ig Nobel lo lleve un poco más lejos. Aun así, algunos ignorarán mi estudio porque quieren que sea verdad, aunque en el fondo sepan que la cúrcuma no los va a salvar.
0