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Supermercados “sociales” para combatir la pobreza en Suecia: “No hablamos mucho de ello, pero aquí también hay un problema”

Una de las cinco tiendas de la cadena sueca Matmissionen en Estocolmo.

Jon Henley/The Guardian

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La Suecia orgullosa y próspera, famosa por su generoso sistema de bienestar y su abundante energía verde, debería, en teoría, estar mejor preparada que la mayoría de los países europeos para resistir una crisis del coste de la vida en el continente. 

En términos de PIB per cápita, es el quinto estado más rico de la Unión Europea. El gas natural supone únicamente un 2% de su energía, lo que la mantiene aislada de los peores estragos económicos de la guerra de Rusia contra Ucrania. La pobreza está muy por debajo de la media europea

Pero el rápido encarecimiento de las facturas de la luz y los precios de los alimentos disparados se están haciendo notar en el país nórdico como en todas partes. “Suecia también tiene un problema de pobreza”, dice Johan Rindevall. “Puede que no hablemos mucho de ello, pero está ahí. Y desde luego, este año ha empeorado”.

Rindevall lo sabe bien. Este hombre de 39 años, antiguo empleado del sector tecnológico, dirige Matmissionen, o Misión Alimentación, una peculiar cadena de supermercados “sociales” en Suecia. Se trata de una cooperativa que se ha expandido rápidamente desde enero, duplicando con creces su número de clientes, al ofrecer a los miembros, que deben demostrar bajos ingresos, la oportunidad de comprar comida por menos dinero.

Triple objetivo

Las ocho tiendas de Matmissionen –cinco en Estocolmo, tres de las cuales han abierto este año, dos en Gotemburgo y una en Malmo– venden comida donada por productores y minoristas que de otra forma podría acabar en la basura, normalmente por tener imperfecciones estéticas, un envase estropeado o por estar a punto de caducar.  

El objetivo de la organización es triple: limitar el desperdicio de comida, formar a nuevos trabajadores –alrededor del 70% está en diversos programas de inserción laboral, y un 40% encuentra trabajo a tiempo completo– y, sobre todo, vender comida a precios muy bajos a gente que lo necesita. Los ingresos de las tiendas también ayudan a subvencionar un banco de alimentos, que funciona aparte y hace algunas donaciones a ONG que trabajan con quienes tienen necesidades extremas, principalmente personas sin hogar. 

Matmissionen funciona bajo un principio, dice Rindevall: ofrecer a sus clientes una experiencia de compra que les resulte tan familiar como sea posible. “Los grupos a los que nos dirigimos muestran que existe un verdadero estigma sobre las donaciones de comida. Así que decidimos dejarles comprar lo que quisieran, aunque es cierto que con un gran descuento… De esta forma se sienten más empoderados”, dice. “La gente quiere que las cosas sean lo más normales posible”.

De hecho, cualquiera puede comprar en Matmissionen, pero solo los miembros registrados, que deben reservar una franja horaria para hacer la compra, obtienen los precios más bajos. Para ser miembro se debe tener unos ingresos mensuales de menos de 11.200 coronas (aproximadamente 1.027 euros), ya sea en sueldo o prestaciones. Los precios para sus miembros están muy rebajados: cinco coronas (46 céntimos) por una barra de pan, seis por un kilo de plátanos y 33 (cerca de tres euros) por medio kilo de carne picada de ternera. 

Subida de los precios

Es una oferta cada vez más necesaria. El sistema de bienestar sueco ha sufrido recortes constantes en los últimos años, lo que ha ampliado la brecha entre ricos y pobres, y ha dejado cada vez a más personas expuestas a una inflación ha rondado un 8% de media este otoño.

Las facturas de la luz, que en algunos casos se han duplicado, también han golpeado las rentas familiares. En Suecia, más del 75% de la electricidad procede de la energía hidroeléctrica, nuclear y eólica, pero el país no ha podido escapar de los impactos de la guerra en Ucrania sobre los precios de la energía en todo el continente. 

Los precios de la gasolina y de la comida también se han disparado. La mantequilla ha subido alrededor de un 25% este año; la carne, un 24% y el queso, aproximadamente un 22%, según páginas web de comparación de precios para los consumidores. 

En la práctica, según Rindevall, entre el 90 y el 95% de las compras las hacen miembros, que pueden gastar hasta 300 coronas en comida a la semana a precio de miembro –nunca más del 30% de lo que costaría en un supermercado barato–. A partir de ahí, pueden comprar tanto como quieran a un precio más elevado. Pocos miembros pasan hambre, pero muchos no se pueden permitir una dieta equilibrada: mucho carbohidrato, poca proteína, poca verdura.

“Ya no es un tabú”

El número de miembros de Matmissionen ha subido de 7.200 en enero a más de 14.700 a finales de octubre. El mayor grupo de recién llegados, alrededor de un 40%, son familias con niños, tanto con un solo progenitor como con dos. “Con la inflación a estos niveles, vemos a más gente que nunca. Algunos han entrado diciendo que no cumplen los requisitos para ser miembros, pero que no pueden permitirse comprar la comida que necesitan en ningún otro sitio”, dice Rindevall.

Según el Instituto Central de Estadística de Suecia, durante el último periodo inflacionario más agudo, que fue a principios de los años 90, alrededor de un 7% de la población se encontraba en pobreza relativa, definida como vivir con menos del 60% de la renta media. Se calcula que este año ese porcentaje de la población está por encima del 14%.

Matmissionen está planeando expandirse con nuevas tiendas por todo el país. Recientemente ha alcanzado acuerdos tanto con la asociación de minoristas alimentarios de Suecia como con la federación nacional de productores y distribuidores de alimento, lo que le garantiza el apoyo de prácticamente todo el sector alimentario.

“Puede que Suecia siga teniendo una buena red de protección, pero a lo mejor no es suficientemente reactiva a grandes cambios repentinos del coste de la vida”, dice Rindevall. “Lo único bueno de todo esto es que ahora hay tanta gente que habla de los precios imposibles de la comida que ya no existe el mismo estigma por no poder permitirse alimentar a la familia. Ya no es un tabú”.

Traducción de María Torrens Tillack.

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