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La trágica travesía de una enfermera brasileña: de tratar a pacientes con Covid a morir en el desierto estadounidense

Lenilda dos Santos vivía en el norte de Brasil y, por la crisis, intentó entrar a EEUU de manera ilegal. Habría pagado 25.000 dólares. Fue encontrada muerta en el desierto.

Tom Philips

Vale do Paraiso —

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Mientras el coronavirus asolaba el Valle del Paraíso, un remanso flanqueado por granjas en la Amazonia brasileña, Lenilda dos Santos, técnica en enfermería, estaba al frente de batalla tomando las manos que la mayoría temía tocar.

“Durante la pandemia, ella fue una guerrera”, dice Lucineide Oliveira, amiga y compañera de trabajo de Lenilda en el pequeño hospital de la ciudad, falto de personal. “Decía: ‘Si tenemos que morir, moriremos. Pero debemos luchar’”.

Pero una mañana a principios de agosto, mientras las dos mujeres estaban sentadas a la entrada de la guardia de Covid-19, Lenilda anunció que se iba. “¿Cuándo?” preguntó Lucineide a su amiga. “Pronto”, respondió Lenilda. “Volveré”, añadió, buscando tranquilizarla.

Dos días más tarde, Lenilda, de 49 años, salió de la ciudad tras pasar por una escultura de una Biblia abierta en el Salmo 121. “El Señor te protege de todo peligro, Él velará por tu vida”, reza la inscripción.

Nunca regresó. Cinco semanas más tarde y a más de 6.000 kilómetros al norte, agentes de la Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos hallaron el cuerpo de Lenilda en el desierto, cerca de la ciudad de Deming, en Nuevo México. Estaba acurrucada junto a un arbusto de mezquite, vestía borcegos de trabajo color marrón claro y uniforme militar, y no traía consigo más que un pasaporte brasileño azul metido en una riñonera. De acuerdo con el informe del incidente, Lenilda estaba “posicionada como si estuviera tumbada sobre su costado derecho, con las piernas ligeramente flexionadas y las manos cubriendo su rostro”.

El capitán Michael Brown, uno de los agentes presentes en el lugar de los hechos, dice: “Le seré sincero, este caso en particular probablemente me afectó más que cualquier otro caso que haya tenido con los inmigrantes en el desierto. Me dolía el corazón por ella”.

La naturaleza del fallecimiento de Lenilda no fue lo único que sorprendió al agente. Su nacionalidad también era inusual en una región donde la mayoría de los que cruzan provienen de México o Centroamérica.

“Era la primera persona brasileña con la que me encontraba, viva o muerta”, dice Brown, que lleva 26 años trabajando en la frontera entre Estados Unidos y México. “Obviamente, eso nos dice que las condiciones de vida en su lugar de origen se están volviendo tan malas como las de tantos otros sitios”.

La crisis económica en la era del coronavirus está impulsando un nuevo y peligroso éxodo desde Sudamérica. Las familias de clase media y media-baja huyen de las dificultades económicas, el desempleo y la inflación provocados por la crisis sanitaria.

“La región del mundo que sufrió el mayor golpe a la producción económica total en 2020 fue América Latina: una caída del 7%. Eso es más o menos lo que se esperaría tras un año de guerra civil en un país típico”, dice Michael Clemens, experto en migración del Centro para el Desarrollo Global (CGD, por sus siglas en inglés).

Otros factores fueron la recuperación económica de Estados Unidos, el cese de la mayoría de los canales de migración legal bajo el mandato de Donald Trump y la creencia errónea entre los migrantes de que Joe Biden sería menos hostil que su predecesor.

Muchos de los que abandonan Sudamérica son haitianos que huyeron a países como Brasil y Chile después de que su país de origen fuera azotado por el mortífero terremoto de 2010. El COVID los desarraigó nuevamente: este año, más de 90.000 haitianos han cruzado a pie el Tapón del Darién, un traicionero paso selvático en la frontera entre Colombia y Panamá, con dirección a Estados Unidos.

Pero un número cada vez mayor de sudamericanos también se está desplazando. Más de 46.000 brasileños fueron detenidos en la frontera sur de EE.UU. entre octubre de 2020 y agosto de 2021 —cuando Lenilda emprendió su viaje final—, en comparación con los menos de 18.000 en 2019 y los 284 de la década anterior. El número de ecuatorianos también se ha disparado, con casi 89.000 aprehendidos en el mismo período, frente a unos 13.000 en 2019.

“Es difícil sobreestimar hasta qué punto esto ha sido una recesión para algunas personas, cuyos medios de vida fueron destruidos (...) El Covid-19 ha causado un enorme retroceso”, dice Andrew Selee, presidente del Instituto de Política Migratoria con sede en Washington. “Esto realmente nos ha hecho retroceder 30 o 40 años, hacia una época en la que las economías de Sudamérica eran realmente frágiles”.

Los familiares de Lenilda, que trabajó como personal de limpieza en Columbus (Ohio) durante tres años entre 2004 y 2007, dicen que había empezado a planear su huida de Brasil a principios de este año, tras una agotadora temporada luchando contra el Covid-19 en el hospital por solo 1.100 reales (198 dólares estadounidenses) al mes.

“¿Qué se puede hacer con 1.100 reales?”, pregunta su hija, Genifer Oliveira dos Santos, sentada en el porche del búngalo de su madre sobre Avenida Paraíso, a unos pocos metros de distancia del hospital.

Genifer, de 28 años, dice que su madre había planeado regresar a Ohio, donde todavía tenía amigos y familia, para ayudar económicamente a sus dos hijas mientras estudiaban en la universidad.

En abril, Lenilda voló a México y se entregó a los agentes de inmigración estadounidenses cerca de la ciudad de Mexicali, con la esperanza de que le permitieran quedarse mientras se tramitaba su solicitud de asilo. En cambio, fue arrestada y pasó tres meses en un centro de detención del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) en Calexico, antes de ser deportada a Brasil en julio.

“Fue bastante cruel”, dice su hermano Leci Pereira. Pero Lenilda estaba decidida a regresar.

Menos de un mes después, el 12 de agosto, partió de Vale do Paraíso por segunda vez. Se subió a un avión con destino a Ciudad de México y se dirigió a otro tramo de la frontera tras aceptar pagar 25.000 dólares a los traficantes de migrantes para que la guiaran por el desierto desde Ascensión, en el estado mexicano de Chihuahua, hasta una casa segura en Deming.

“Dijo que tardaría dos días y dos noches, porque es un camino largo: más de 50 kilómetros”, cuenta Genifer.

En la madrugada del lunes 6 de septiembre, Lenilda partió hacia la frontera con Estados Unidos junto a tres amigos de la infancia y un contrabandista. “Estaba muy confiada. Parecía muy contenta”, dice Genifer, que recuerda que le habían asegurado que su madre llegaría el jueves.

Sin embargo, las cosas no tardaron en empezar a salir mal, a medida que el grupo atravesaba a duras penas un terreno montañoso en lo que, según Brown, deben haber sido condiciones muy duras. “Desde julio hasta mediados de septiembre es temporada de lluvias para nosotros, así que nos enfrentamos a temperaturas desérticas de verano —de alrededor de 35°C para arriba— y... supongo que, probablemente, un 70% de humedad o más”, dice. “Así que debía hacer un calor extraordinario”.

Brown sospecha que Lenilda se quedó atrás a causa del agotamiento y la deshidratación. “No había agua cerca de ella... y [en las] mejores circunstancias en esta zona, en esa época del año y con esa temperatura, habría resistido como máximo tres días sin agua”.

La familia de Lenilda cree que sus compañeros la abandonaron y siguieron adelante el lunes por la tarde. Presa del pánico, Lenilda encendió su teléfono celular para pedir ayuda a sus familiares. “Pídeles que me traigan agua”, recuerda Leci que su hermana suplicaba en un mensaje de voz de WhatsApp. “Me estoy muriendo de sed”.

Lenilda compartió su ubicación en tiempo real y durante las horas siguientes sus angustiados parientes, a miles de kilómetros de distancia en el Amazonas, siguieron sus movimientos mientras cruzaba una desolada tierra remota, habitada principalmente por coyotes, ganado y topos.

Entonces, a las 15:08 hora local del martes, el círculo naranja que indicaba la posición de Lenilda dejó de moverse. “Ese fue el momento en que nos dimos cuenta de que no había sobrevivido”, dice Leci. “Salvó tantas vidas para luego irse a México y perder la suya”.

La policía tardaría otros ocho días en localizar los restos de Lenilda. “Siempre es algo horrible de encontrar. Tu corazón está con ellos. Tan solo están intentando cruzar y encontrar una nueva vida”, dice Brown, que creía que la víctima había estado muy cerca de encontrar ayuda.

“Si hubiera llegado unos 370 metros más al norte, probablemente habría podido ponerse en contacto con alguno de los que viven en una caravana”.

La muerte de Lenilda ha conmocionado a Vale do Paraíso, una comunidad agrícola muy unida que fue fundada por inmigrantes luego de que la dictadura militar brasileña arrasara con la selva tropical tras construir una carretera 50 años atrás. En la entrada del hospital colgaron una cinta negra en reconocimiento a los servicios prestados por Lenilda durante la pandemia. “Era muy querida”, dice Pereira. “Todo el pueblo está de luto”.

Instó a los brasileños a considerar los peligros de unirse al éxodo. “Mi hermana, pobrecita, se fue persiguiendo un sueño. Pero ese sueño fue interrumpido. ¿Y nuestros sueños qué? Tan solo vean lo que les ha sucedido ahora”.

Pero mientras Sudamérica aún sufre las consecuencias del Covid-19, parece que esas súplicas caerán en oídos sordos. “Conozco a seis o siete parejas que se fueron la semana pasada, todas ellas con sus hijos, incluso después de lo ocurrido”, dice Genifer, que cree que la suba de los precios de los alimentos y el combustible en parte explica por qué tantos se van.

En la guardia de Covid de la ciudad, ahora vacía, Lucineide recuerda que había intentado convencer a Lenilda de que no se fuera. Ambas soñaban con abrir una clínica de heridas juntas cuando Lenilda, que habría cumplido 50 años esta semana, volviera a casa. “Oh, amiga mía”, murmura Lucineide, mirando al techo con ojos incrédulos e inyectados en sangre.

Traducción de Julián Cnochaert

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