El lanzamiento de la candidatura del líder del PT

“Unir a Brasil contra la amenaza totalitaria”, la consigna con la que Lula aspira a volver al Planalto

Bien puede decirse que este sábado el ex presidente Lula da Silva inició, realmente, la carrera por el tercer mandato. Hasta hoy todo podía cambiar, pero desde ahora su campaña está sellada: tanto sus alianzas hacia la izquierda, con los partidos Socialista (PSB) y Comunista de Brasil (PCdoB), hasta su compromiso con el centro y la socialdemocracia, representados por la figura de quien lo acompañará como vice, el ex gobernador paulista Geraldo Alckmin.

En el Center Norte de San Pablo, un gigantesco predio de exposiciones y congresos, entraron varios centenares más que los 4.000 invitados por el Partido de los Trabajadores y sus socios en la coalición. La cita estaba prevista para las 10 de la mañana, pero como siempre ocurre en estos casos el personaje central, Lula, llegó una hora después. En el interín, el ambiente comenzó a caldearse y en un revival de 2002, exactamente dos décadas después de la primera victoria, el enorme salón vibró al cantar la consigna: “Lula, allá”; es decir, en el Palacio del Planalto. Pero el momento más emotivo, minutos después de ingresar Lula al escenario junto a su actual pareja, fue la entonación del himno nacional, más en forma muy especial lo que dio fuerza a los cánticos fue la estrofa final: “Patria amada, Brasil”.

El discurso de Lula, líder de la socialdemocracia izquierdista sudamericana, estuvo totalmente alineado con ese espíritu. “Vamos a vencer esta disputa por la democracia (con el fuerte adversario Jair Bolsonaro) distribuyendo sonrisas, amor, paz y creando armonía”. Fue, a su manera, la reedición de la consigna Lulinha Paz y Amor que en 2002, y con la ayuda del ex mandatario Fernando Henrique Cardoso (FHC), le permitió calmar al poderoso establishment empresarial, financiero y mediático del país.

Ya con Lula en el proscenio, junto a su mujer la socióloga Janja (Rosángela da Silva), el primer acto de la obra consistió en transmitir el mensaje de su eventual futuro vice Geraldo Alckmin. Con una sintonía muy acorde con los tiempos y las experiencias previas, el ex gobernador de San Pablo juró fidelidad eterna: “Nada podrá servirme de disculpas o pretexto para que yo deje de defender con toda mi convicción la vuelta de Lula a la presidencia de Brasil” declaró. Y luego buscó explicar cómo se llegó a la instancia en que ex adversarios, competidores en las presidenciales de 2006, lograron juntarse: la clave es Bolsonaro y el temor que generan sus tendencias de extrema derecha en caso de llevarse el triunfo en los comicios del 2 de octubre.  

Desde luego Alckmin, con un futuro político terminado si no hubiera recaído en él la oportunidad de llegar a la vicepresidencia del país, puso el eje en “la defensa de la democracia”, como una bendición superior que está por encima del bien y del mal. “Vamos a estar juntos (con Lula) hasta el final de su misión. Apoyaremos y defenderemos su gobierno, hasta que su trabajo sea completamente realizado”.

La presencia virtual del ex gobernador de San Pablo no generó gran entusiasmo. Los petistas y sus aliados lo escuchaban en silencio, no sin cierto recelo. Después de todo, nadie olvida que Alckmin tuvo un papel preponderante en la socialdemocracia brasileña creada por el ex presidente FHC. No en vano, el indiscutible paladín de los tucanos (los socialdemócratas brasileños) nombró hace 16 años a Alckmin como el representante más idóneo para garantizar la vuelta del PSDB al poder. Desde luego, el picolé de chuchú, nombre que le asignó el saber popular, y que traducido significa “helado con sabor a nada”, no pudo prosperar en la contienda: Lula lo venció, e inició así su segundo mandato.

Desde luego, le tocó a Lula una definición más cabal de la alianza con “Chuchú”. “El grave momento que atraviesa el país, uno de los peores de nuestra historia, nos obliga a superar cualquier divergencia”, sostuvo. Y luego concluyó: “Queremos unir a los demócratas de todos los orígenes y matices para confrontar la amenaza totalitaria”. Es decir, a Bolsonaro, quien a su juicio representa una variante “nazi” injertada en la vida política del país.

Para Lula, de lo que se trata ahora es de elegir un futuro que dé continuidad al Brasil industrial, con educación y empleos para las clases sociales más empobrecidas. No olvidó mencionar a las clases medias, sumidas también en la crisis que genera la creciente inflación. Defendió la continuidad de Petrobras como empresa del Estado, frente a los proyectos de Bolsonaro de proceder a su privatización. Mencionó como ejes de su programa “la soberanía energética” y la recuperación de la selva Amazónica, como una condición para que Brasil preserve el control de ese territorio de 5 millones de kilómetros cuadrados.

CC