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Opinión

La Antígona peruana en Madrid

Teresa Ralli (Desmontaje De Antígona)

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Todas las personas que vimos alguna vez a Teresa Ralli sola en el escenario convertirse en la joven rebelde que se niega a dejar insepulto a su hermano para luego desdoblarse en un tirano asesino, en un soldado, en un adivino ciego o en una mujer llena de culpa, entendimos mejor los pormenores de la tragedia de nuestro país. Dice Teresa que la primera vez que vio la fotografía de una mujer toda vestida de negro cruzando una plaza desierta en Ayacucho vio a su Antígona, una que había atravesado siglos para llegar a nuestro presente y enseñarnos el duelo y la lucha contra el olvido de tantas mujeres.

¿Cómo la protagonista de un drama griego escrito hace 2500 años podía estar hablándonos de Raida Cóndor, la madre de Armando Amaro, estudiante desaparecido por la dictadura de Alberto Fujimori? ¿Cómo la narradora de la historia podía hablarnos de una manera tan actual de las víctimas y los victimarios, pero también de los supervivientes, de los testigos, de los que no mueven un dedo ante el horror? ¿Cómo lograba leer nuestra herida abierta?

Antígona, la reescritura poética del drama de Sófocles firmada por el gran poeta peruano José Watanabe, montada desde el año 2000 por el legendario grupo teatral Yuyachkani, dirigida por Miguel Rubio y protagonizada por Ralli, es la gran obra teatral postconflicto en el Perú. La que se ha estado preguntando todo este tiempo qué hacer con todo esto que heredamos de la guerra interna, qué hacer con nuestros muertos. Fue clave que Watanabe hiciera esa versión libre para una sola actriz que le permitía entrar y salir de los personajes, que el dolor del presente se diera a través de la vitalidad poética de sus palabras y con una narradora sorpresa, la testigo pasiva.

En esos años aún sangrantes, la obra no solo la vimos en Lima, viajó por los Andes, llegó a Ayacucho, tierra de los muertos, allí donde el fuego cruzado de Sendero Luminoso y las Fuerzas Armadas había arrasado comunidades enteras de campesinos indígenas. La vieron especialmente las madres, hermanas, hijas de desaparecidos, otras antígonas peruanas que a partir de ese momento cambiaron sus vidas y se dedicaron a pedir justicia. La obra de Yuyachkani puede leerse en paralelo con momentos gravitantes de la realidad peruana social y política. Es allí donde se han gestado sus diferentes procesos creativos, por el interés de dialogar con nuestro tiempo y proponer un teatro crítico, inconforme.

Este domingo, Ralli, experimentada actriz, directora teatral y fundadora de Yuyachkani, presenta en el Teatro del Barrio de Madrid una conferencia performática sobre ese clásico del teatro peruano que cuenta como pocas cosas nuestra historia, el “Desmontaje de Antígona”. Rodeada de parte de la escenografía, vestuario y objetos que suele utilizar en escena, nos acerca a los materiales para la construcción de sus personajes; la vemos intercalar la interpretación con la clase maestra, el testimonio con la recreación, los procesos de la vida con los procesos del teatro, nos habla de acción escénica y de acción política con una fluidez y versatilidad, con una profundidad y belleza únicas. Tanto si has visto, como si no has visto la obra, el desmontaje es un viaje por la creación misma, el teatro por dentro y una mirada al Perú de aquellos años desde el cuerpo y la mirada de una actriz extraordinaria.

En el año en que se estrenó por primera vez Antígona se creó en el Perú la Comisión de la Verdad que años después finalmente presentó un informe histórico, la primera aproximación a la comprensión de las razones y a la memoria de veinte años de violencia interna cuyos resultados fueron un golpe a la sociedad que fuimos y somos: setenta mil muertos en tres gobiernos y la responsabilidad más o menos compartida entre la violencia indiscriminada de los levantados en armas y la feroz represión militar.

En su desmontaje Teresa cuenta cómo se dio cuenta de por qué estaba haciendo ese trabajo sola: “A veces yo quería claudicar y llamar a los compañeros a que me acompañaran en el escenario. Pero mirándolas y conversando con esas mujeres me di cuenta de que mi presencia solitaria y dura en en el escenario era la metáfora de sus vidas, que durante años, solas, enfrentándose a todo tipo de ataques, inclusive de sus familias, acusadas de terroristas, habían seguido adelante porque sentían que era justo: querían el cuerpo de sus familiares para darles sepultura, algo que todos los seres humanos merecemos”. 

La Antígona de Teresa también quiere reflexionar sobre lo que nos toca reconocer como ciudadanos en medio de un conflicto, porque ningún papel es inocuo. “Nos tocaba mirarnos como personas que habíamos guardado indigno silencio”, dice Teresa, “porque todos habíamos sido de alguna manera Ismene, la hermana de Antígona”, que al final de la pieza de Watanabe asume su castigo por callar ante la impunidad: “el recordar cada día tu gesto que me tortura y avergüenza”. 

GW

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