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Análisis

Ay país, país, país

Suiza superó 1-0 a Camerún

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El primer gol de Suiza en este mundial lo marcó el camerunés Breel ‘Donald’ Embolo, pero  no lo festejó.  ¿Un gol contra su tierra natal?  Difícil deschavarse y dejarse llevar por un frenesí como lo hizo su compatriota de nacimiento Vincent Aboukabar al marcar el último gol de Camerún en este mundial; sacándose la camiseta y festejando en cuero, risueño a pesar de la tarjeta roja que le costó, y que ya no tiene significado alguno en este torneo.

Que el futuro del fútbol en África es algo que escuchamos hace ya más de medio siglo. Pero es un futuro de futbolistas africanos desplegando su prodigio en países europeos; algunos nacidos en Europa, como Mbappé, Saliba, Koundé y Tchouameni, representan a su Francia natal.  Lo cual no quita que haya quienes en Camerún sueñan con una selección camerunesa que los incluya. Muchos africanos reprochan que sus mejores jugadores representen a países europeos, o incluso, a Estados Unidos, como es el caso de Timothy Weah, quien marcó el primer tanto de TeamUS en el primer partido y que sigue en competencia tras la fase de grupos. Sólo dos países africanos que sobrevivieron esta primera ronda. En el plantel de Marruecos 15 de sus 26 jugadores son nacidos fuera de Marruecos. 

Timothy Weah, jugador de la selección de los Estados Unidos,  es particularmente criticado en África porque su padre es el presidente de Liberia. George Weah, antes de ser presidente, fue uno de los muy buenos jugadores del mundo que nunca jugó un mundial (otro ejemplo es George Best).  Es entendible que el hijo del presidente cargue con una expectativa de representación de su país quizás mayor que el común de la gente. Pero también es lógico que un padre quiera estimular la participación profesional de su hijo. Timothy nació en Brooklyn y cumplió el sueño de su padre de jugar un Mundial.

La madre de Embolo lo dice de manera frontal: si Camerún quiere estos talentos desplegando su bandera, debería poner más orden en su casa.  Alega que el poder de decisión pasa por la empresa de marketing que representa la imagen de Samuel E’to, leyenda del Barcelona que ahora es el presidente de la federación camerunesa. Critica las internas del poder, y no se disculpa por haber emigrado a Suiza en busca de un futuro mejor para sus pequeños cuando Breel empezaba a dar sus primeros pasitos con una pelota enganchada al pie. “La mamá de Breel Embolo teniendo la conversación que África no está dispuesta a tener”, señala la periodista Katami Michelle.

“Son hijos de la diáspora”, dice el periodista británico Tim Vickery en un panel de la BBC en el que participamos con periodistas africanos.  En muchos casos sus padres ya eran parte de la fuerza trabajadora migratoria que es la industria del fútbol y los niños nacieron en tierras lejanas pudiendo de esta manera representar a sus nuevas naciones.

En una época, si un jugador había representado a un país en selección juvenil, quedaba atado a esa selección.  FIFA cambió las reglas de elegibilidad, a pedido de Argelia de hecho, para permitir que un jugador se adhiera a una selección siempre y cuando no haya tenido ninguna convocatoria a la selección mayor de otro país.  Y en el 2018, Marruecos pidió otro ajuste, que es la regla que perdura hoy en día: si un jugador tuvo menos de tres convocatorias y sólo jugó amistosos con otro país, aún puede representar a otro.

No es sólo en África que las nacionalidades, los suelos sobre los que nacimos, y las camisetas que terminamos luciendo juegan en un vaivén de corrientes migratorias.  Casos más cercanos y recientes son Gonzalo Higuaín, quien podría haber optado por representar a Francia, o David Trezeguet, quien jugó para Francia, pero podría haber sido argentino. En los tiempos de Trezeguet, para un delantero, era más fácil ser convocado para jugar para Francia que para la Argentina

En muchos casos, es una decisión profesional. Alfredo Di Stefano emigró a Colombia buscando mejor paga, y terminó con nacionalidad española, sin perder nunca la tonada porteña de su infancia en barracas. Tarareaba tangos, recordaba haber pasado por la Casa Amarilla camino a buscar las galletitas rotas “esas que quedaban en el fondo de la lata”,pero se proclamaba español. “Ino es un poquito de donde nace y mucho de donde le dan de comer” me dijo una vez en su última década de vida. 

El legendario Eusebio, “el mejor jugador de la historia de Portugal” según Galeano, sufrió toda la vida que se le acusara de dar la espalda a su Mozambique natal, a pesar de que en su infancia y Juventud el país era literalmente una colonia portuguesa. En Italia, en tiempos de guerra. regía el lema “si pueden luchar para Italia, pueden jugar para Italia”.  Así nacionalizaban atletas de otras tierras.

No son sólo los jugadores de élite quienes acarrean la experiencia vivida de múltiples nacionalidades.  Los hinchas también conocen los sentimientos encontrados. La identidad es algo estratificado, de muchas capas. Las Islas Británicas y el Reino Unido, con sus naciones cada una con un equipo que las representa, proveen sinfín de ejemplos. Gales conmovió al público de Qatar con la belleza de su himno cantado a toda voz en una breve aparición en el escenario mundialista por primera vez en más de 50 años. Su último partido fue contra Inglaterra.  Un clásico regional, que los medios denominaron la Batalla de Britain.

Inglaterra despierta antipatía tanto en Gales como en Escocia en materia deportiva. Archirrivales, los escoceses suelen vestir camisetas de Maradona cuando juega Inglaterra.  Un veterano periodista escoces apostaba todos los mundiales que ganaba Inglaterra. “Lo único que me puede ayudar a atravesar el mal rato de verlos triunfar es si yo también me beneficio un poco”, decía y se reía.

Otro escocés londinense contaba que el primer mundial de su niño le dieron la libertad de elegir equipo.  Madre inglesa, compañeritos ingleses… cuando Inglaterra quedó eliminada el niño lloró desconsoladamente. “Jodete, por elegir un equipo que no existe”, le decía el padre sonriente, usando expletivos un tanto más duros. Pobrecito el pequeño David, cuántos años tiene, preguntaban incrédulos los interlocutores. “Cinco”.

Este suelo tiene un nombre, y en el fútbol las nacionalidades pueden ser elegidas.  El tribalismo es aceptado, y la bandera es un símbolo de juego.  A veces. ¿Qué apoyamos cuando alentamos “un país”?  ¿Su gobierno, sus políticas, su gente, su juego? ¿Será hora de que FIFA incluya, como lo hacen los Juegos Olímpicos, una selección Sin Bandera? ¿Un equipo de atletas sin fronteras? ¿Despertaría el mismo fervor?

Mi propio hijo, de padre inglés, nacido en Inglaterra, tuvo su charla introductoria a la libertad de soñar en fútbol a los 6 años. Instruida por una terapeuta de pareja que señaló la importancia de explicarle que él podía elegir y que lo íbamos a seguir queriendo (parece mentira pero, nos lo tuvo que detallar así) le dije que la nacionalidad del fútbol no tiene nada que ver con el pasaporte o el territorio físico. Que uno podía ser lo que quisiera.  Vi sus hombritos descontracturarse en tiempo real, el alivio en su rostro cuando me dijo con mucha calma: “entonces soy de Brasil”.  Me quedé helada.  

-No mi amor, no me entendiste. De Brasil no.  

MMA

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