Carlos Maslatón, ese tono
Hace días que, cada tanto, vuelvo a ver un video que subió Carlos Maslatón a Twitter como parte de su cobertura de Qatar 2022. Muestra a un grupo de palestinos vestidos con túnicas cantando una canción tradicional de su pueblo que Maslatón, que es abiertamente sionista, cuenta que conoce y se unió a cantar con ellos; una canción preciosa, que cantan al son de unos instrumentos que no sé cómo se llaman pero suenan parecido a una gaita y haciendo unas palmas coordinadísimas, como las de la música española. Un muchacho vestido a la manera occidental hace flamear una bandera de Estados Unidos. En las respuestas al tuit, un usuario pregunta por ese gringo y esa bandera: Maslatón contesta que se trata de un palestino americano, a la salida de un partido en el que jugó su país. Vengo siguiendo a Maslatón desde que estaba en Facebook y le estoy prestando bastante atención a su estancia en Qatar, pero el video me llegó por un amigo, que me mandó el tuit con este texto: “Maslatón es verdaderamente la persona más liberal del mundo”.
La cobertura mundialística de Maslatón es excelente por las mismas razones por las que es excelente su presencia en redes sociales en general. Tiene la sensibilidad popular para no perder el foco en el tema central (el fútbol: sacó entradas para todos los partidos que pudo y entiendo que de octavos en adelante para todos), pero al mismo tiempo el ojo, la curiosidad y la cintura para mostrar otras cosas y vincularse con otra gente: días después del video de los palestinos subió otro, mostrando cómo llaman a la oración en todo el país a una hora determinada. También conversa con hinchas de todo el mundo (muchas veces son chicas lindas, pero no exclusivamente), cuenta sus historias y sube sus fotografías. En el medio comenta la organización, la dificultad de trasladarse de un estadio a otro (dando buenos ejemplos para que entendamos las distancias que hay que recorrer) y sigue con su humor de siempre (sus frases hit, las construcciones sintácticas que lo han hecho famoso, su amor y su optimismo incansable para la Argentina), sus temas de siempre (la interna del PRO entre Patricia Bullrich y Sombrilla Larreta, como él lo llama, los mercados, la política internacional, los consejos amorosos que les da a sus seguidores y varias miscélaneas más) y sobre todo su tono distintivo, que probablemente sea el secreto de su éxito.
Una chica se preguntaba el otro día en Twitter “que le ven” a Maslatón: la pregunta se dirigía, sobre todo, a las personas progresistas que lo seguimos con entusiasmo, aunque su bio diga explícitamente “liberal de derecha” y aunque no podamos compartir muchas de sus opiniones. Empecé por el video de los palestinos no solo porque realmente me hipnotizó sino, ante todo, porque creo que representa el atractivo de Maslatón para la gente como yo: Maslatón se ha manifestado siempre en favor del Estado de Israel y sus políticas, y allí está confraternizando con palestinos; se dice liberal conservador, y sin embargo su enemigo número 1 no es ni un peronista ni un izquierdista (en general esa es la gente con la que prefiere sentarse a charlar) sino el jefe de gobierno de la centro derecha porteña. No importa si es coherente, ni siquiera si es una performance: lo irresistible de Maslatón es que, sin cinismos ni superioridad moral, asume sus identidades de una forma liviana en una época donde esa se ha vuelto la más rara de las virtudes. Maslatón es un ironista profesional en el sentido en que el filósofo Richard Rory hablaba de la ironía: sabe que defiende sus convicciones y sus pertenencias porque son suyas, y no porque sean las absolutamente mejores. Por eso puede vincularse con humildad y sinceridad con quienes defienden otras. Por eso también su diversidad de intereses (de la política a la religión, de la economía al amor, de la música a los consejos de indumentaria, del Mundial a Gran Hermano: nada de lo humano le es ajeno) y por eso lo seguimos muchas personas que no pensamos lo mismo que él: son menos importantes los valores que sostiene que cómo los sostiene.
Pasé los últimos años trabajando en El fin del amor, una serie basada en un libro que escribí y un poco en mi propia vida que se estrenó hace poco en Amazon Prime. Trato de no obsesionarme con lo que la gente pone en redes sociales sobre la serie pero un poco no puedo evitarlo así que cada tanto entro a fijarme en el hashtag de la serie. Hay de todo, pero sobre todo me quedé pensando en que para una amplia mayoría de espectadores los mejores personajes son Sara y Ofelia. Sara es una amiga de la protagonista que, a diferencia de ella, siguió viviendo en la comunidad judía ortodoxa en la que nacieron las dos; Ofelia es una chica trans que se crió en una colectividad parecida a la de Sarita, y que a pesar de todo lo que le implicó transicionar mira a su pasado de estudiante de yeshivá con cierto afecto. Pienso que en parte a la audiencia le simpatizan estos personajes por el modo en que intentan navegar mundos distintos: Sara se hace amiga de chicas con vidas muy distintas a la suya, incluyendo a Ofelia, que también conecta con ella desde un lugar que no es el de intentar convencer a nadie de nada sino de acercar posiciones a partir de lo que hay en común. Esa misma fluidez entre universos y bandos es lo que representa Maslatón, y supongo que hay un hambre de este tipo de personajes en el espacio discursivo que estamos habitando. De ahí también, supongo, el éxito de las entrevistas de Rebord, que habla con personajes muy disímiles, de Santiago Maratea a Vaca Narvaja, sin perder jamás el humor y las ganas de conversar; seguimos a Maslatón por eso, lisa y llanamente. Es seductor y refrescante que alguien tenga ese deseo genuino de sentarse a charlar.
TT
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