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COLUMNA NÓMADE

A causa de la presión social

George y Mary Oppen en Eagle Island, Maine.

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George Oppen es un poeta muy particular. Formó parte del grupo de los objetivistas en Estados Unidos –sobre todo se juntaban en San Francisco– y crearon una editorial propia donde publicaron sus primeros libros. Escribieron entre guerras y formaron parte del modernismo tardío, es decir, escribieron después de Ezra Pound –con quien tuvieron discusiones intensas sobre economía- y T. S. Eliot. William Carlos Williams fue uno de sus maestros y de sus impulsores, incluso la editorial de los objetivistas publicó un libro de poemas de Williams.  

Oppen hacía trabajo social, era de izquierda y se encontró en la disyuntiva entre escribir poesía o trabajar con la gente necesitada en la calle. “Yo no creo en la poesía política o en que la poesía sea políticamente eficaz. Ni siquiera creo en la honradez del hombre que dice: Soy poeta y voy a contribuir a la causa escribiendo poemas. No creo que sea más honrado que hacer nueces moscadas de madera por el hecho de ser carpintero. Si decides hacer algo político, haz algo que tenga eficacia política. Y si decides escribir poesía, entonces escribe poesía, pero no algo que tu esperes que pueda salvar a la gente que sufre, o con lo que puedes engañarte a tí mismo para creértelo. Este era el drama de los años treinta. Dejé la poesía a causa de las presiones de lo que, de momento, llamaré conciencia. Pero había otras cosas en las que tenía que pensar, cosas que tenía que probar…y era en efecto, algo más que la política: la experiencia de trabajar en fábricas, tener un hijo, etc. Es absurdo preguntarme entonces si lo que decidí estaba bien o mal, o si estaba bien para el artista y todo lo demás”. 

La poesía de Oppen es una poesía sofisticada, compleja, trabaja en contra de la narración lineal, parece astillada, con pequeñas imágenes y muchas frases conceptuales. Oppen es un gran lector de Heidegger y cita frases enteras de su filosofía sin aclarar que son de Heidegger, como se ve, la originalidad le importa poco. Solía decir: “Cuando el hombre tiene miedo de una palabra es que ha comenzado a escribir”. Como apunta Kevin Power en un ensayo hermoso sobre Oppen: “El poeta tiene que probar su lenguaje, no debe apropiárselo, ni confiar en él, ni jugar con él”: “Posible/Usar/ Palabras siempre que se las trate/ Como enemigos”. Esta tensión entre la desconfianza del lenguaje de signos y la presión por la acción marxista de modificar el mundo y no sólo interpretarlo, lo llevó a estar veinte años sin escribir. Y también a huir a México con su mujer y su hija Sara porque en Estados Unidos corrían el peligro de ser encarcelados por el Macartismo.  

Cuando después de los años de exilio el macartismo se debilitó, Oppen regresó con su familia a Estados Unidos y tuvo un sueño significativo. Su padre le dijo –en el sueño– que tenía que cuidar las herramientas de carpintería porque si no se le iban a herrumbrar. Un amigo psiquiatra de la familia le dijo a Oppen que su padre, en el sueño, le estaba diciendo que vuelva a escribir, que no se oxide. Entonces Oppen escribió el primer poema del que va a ser su segundo libro, “Los Materiales”, que es una verdadera obra maestra de la poesía americana y que para muchos, a simple vista, no se entiende nada. ¿No se entiende? Creo que el peor lector es el que entra en un texto buscando entender. Muchas de las cosas potentes de la vida suceden en el fuera de campo, como suelen decir los directores de cine. En Oppen, los espacios en blanco, los cortes de versos asintácticos, las rendijas de incomprensión por donde se cuelan pequeñas imágenes hablan de muchos sucesos comunitarios que están sucediendo en el fuera de campo del poema. Para Oppen un poema no debe significar, sino ser. Cuando se acerca el final de su larga vida en común con su mujer, escribe con una terrible sinceridad: “Encontrar ahora profundidad, no tiempo, puesto que no podemos/sino profundidad/salir ilesos terminar bien/ Hemos empezado ya/ a decirnos adiós/ y no podemos decirlo./ Es sencillo, ordinario, y extraordinariamente bello.” 

En el libro Presencias, del director de cine Carlos Reygadas, hay unas reflexiones sobre entender o no una obra que me parece central para iluminar algo de lo que pasa con la poesía de Oppen. Reygadas cuenta que fue a ver Nostalgia, de Tarkovski, y que la trama de la película le era esquiva. Dice: “Creo no haberla considerado siquiera mientras veía la película, ni la primera ni otras veces. En verdad no sé aún de qué trata Nostalgia, nunca he sentido esa necesidad. Miro la película como la arena en la playa o una jauría de perros vagando por la calles”. Y más adelante remarca frente a estas imágenes: “Siento su sentido”. Y agrega: “Ante tanta generosidad me agacho reconociendo que todo esto es mío, y de ustedes, y que pertenecemos a ellos también. Así pienso igualmente una película; ver, oír y reconocer: sentir lo que se presenta, no entender lo que se representa”.  

Los poemas de Oppen no son para entender el sentido, sino para sentirlo. Y uno no siente sólo con la razón, siente con todo el cuerpo. Nuestro cuerpo es un tester de gran sensibilidad y hay algo en él que sabe sin que sepamos conscientemente que sabemos.  

FC/DTC

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