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En Chile la derecha puede ganar la elección pero Boric puede ganar su plebiscito

Fotografía de archivo fechada el 04 de septiembre de 2022 de adherentes de la opción rechazo festejan los resultados del plebiscito Constitucional, en Santiago de Chile.

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José Antonio Kast ganó la primera vuelta en las presidenciales de 2021 con apenas 150 mil votos menos que Sebastián Piñera cuatro años antes, y Gabriel Boric logró ser su rival en la segunda vuelta con apenas el 25,84% de los votos. Si ganó en segunda, fue por un voto anti-Kast antes que por el entusiasmo del electorado por su liderazgo al frente de una coalición electoral donde el grueso no era otra cosa que esa fatigada, fatigosa, denostada alianza de socialistas, socialdemócratas y democristianos que gobernó Chile por más años que Pinochet. No exactamente la imaginación al poder, como lo demuestra que se hayan convertido en ejemplo más único que raro de claudicación terminológica por vía del desgaste y la profecía (de desasimiento) autorrealizada: primero fueron Concertación, después Nueva Mayoría, al fin Ex Nueva Mayoría. Una 'izquierda democrática' que se reuhusaba aun la fórmula transicional post (como en posocolonial, en posmodernidad o en posverdad) antes de arrojarse al piso de un ring donde los nuevos dueños del poder chileno, tímidos, orgullosos, no son ni titanes com el Santo ni artistas del catch como la Momia o el Caballero Rojo.

Del otro lado, al extremo de la ex Vieja Minoría de la derecha, tampoco Kast era un fenómeno genuino de habilidad oportunista, como Trump o Bolsonaro. Candidato presidencial vencido in extremis, Kast admira mucho a los ex presidentes de EEUU y de Brasil. De la boca para afuera, supieron vencer, aunque fuera una sola vez, en la lid a la cual el presidenciable chileno derechista llegó demásiado rápido. Donde nunca hubiera llegado sin el demérito ajeno, la mala fortuna de las candidaturas centroderechistas, y donde no supo ganar por mérito propio.

Una derecha sin liderazgo pero con experticia no experiencia

Al frente de un partido testimonial, sin programa ninguno -más allá de nostalgias pinochetistas y neoliberalismo residual, y promesa de mano dura sin parkinson-, tampoco los apoyos de Kast eran propios. En el grueso del voto que había favorecido al Partido Republicano se había drenado un electorado que hasta 2021 había votado consistentemente por la derecha y centro derecha, que entre las primarias de las coaliciones y la primera vuelta presidencial había visto cómo demolían el prestigio de su conducción de referencia. El precandidato que había ganado sorpresivamente la candidatura presidencial en las elecciones internas de la coalición centroderechista Chile Podemos Más era un independiente. Entre las precandidaturas presentadas, la de Sebastián Sichel era la que más desbalanceaba hacia la izquierda a un colectivo político a quien convenía lucir, por lo menos, centrista. El conflicto del independiente con los demás referentes de la derecha chilena tradicional fue inmediato. A esto se sumó su retraimiento ante un escándalo anterior de financiación ilegal de la política, la renuncia de su jefa de campaña que no soportó las presiones y la renuencia de comprometer su voto por la derecha en el caso de balotaje.

En la derecha más a la derecha, la UDI (Unión Demócrata Independiente) del eterno presidenciable Joaquín Lavín, los escándalos municipales en las comunas más ricas del país, en colusión con la empresa privada, no favorecieron en nada a estos alcaldes campeones de la transparencia que hacían de Las Condes o Vitacura el show room de su administración. Además, si Kast podía rehabilitar a un Pinochet ‘democrático’, que había convocado un plebiscito en 1988, lo había perdido y había convocado elecciones según su propia Constitución, Lavín era mucho más que el panegirista de un general golpista que obra según el plan que el militar se ha trazado: había sido funcionario de la dictadura. Kast estaba por fuera de la coalición: era de derecha, y no había sido gobierno, no estaba ensuciado por la gestión del mucho dinero del territorio con el metro cuadrado más caro de Chile, ni era heredero de Piñera.

El pozo y el péndulo

Por primera vez desde 1989, no había sido centro izquierda y centro derecha, sino dos coaliciones encabezadas por candidatos de derecha e izquierda sin tranquilizadores adjetivos correctivos de moderación. Como republicanos y demócratas,  alguna vez protagonistas de un bipartidismo de diferencias (casi no más que) histriónicas, como liberales y conservadores antes diferenciados sólo porque los primeros llegaban (un poco) más tarde a misa, como la socialdemocracia del PT y el (neo)liberalismo de sus opositores (más neo)conservadores, las elecciones y las campañas se armaron en torno a la exacerbación de oposiciones extremistas construidas como el combate de la democracia contra formas autocráticas, golpistas, fascistoides.

En EEUU, en Chile, en Brasil, también en Honduras, las izquierdas, o las formaciones a la izquierda de las rivales, ganaron como frentes populares institucionales. Esto no significaba, sin embargo, que los liderazgos más a la izquierda de esas fuerzas resultaran de electorados parejamente modificados, o que vivieran un proceso de radicalización. Había un revival de una épica de los 80s, cuando las primeras elecciones que restablecían gobiernos democráticos nacidos del voto popular consagraban a los opositores a la dictadura por sobre candidaturas percibidas como la continuidad del gobierno anterior. El rival de Patricio Aylwin en 1989, Hernán Büchi, era el ministro de Economía saliente. Un voto por Büchi era un voto por Pinochet (que además dejaba la presidencia para de inmediato volverse senador vitalicio). En las elecciones de las dos décadas del siglo XX, en Sudamérica, el enemigo era el neoliberalismo (sospechoso de golpismo, con raíces en la dictadura).

Tocar fondo y rebotar, o Back To The Future

El formato socialismo siglo XXI versus neoliberalismo rigió las elecciones en Ecuador, la grieta era entre una pleamar rosa del joven doctorando en Economía Andrés Araúz vs un neoliberalismo ‘con rostro humano’ del veterano banquero Guillermo Lasso. Y perdió Andrés Aráuz (pero por la ambigüedad del ‘voto’ indígena).

Con el mismo eje de oposiciones se orientaron los votos contrapuestos en el balotaje presidencial en Perú, y Pedro Castillo le ganó a Keiko Fujimori (pero ayudado por un voto anti Fujicracia). El primer presidente serrano, sindicalista, de izquierda, debía su triunfo al repudio de Lima a la candidata Fujimori. Pero ese mismo electorado capitalino tampoco quería a ese maestro ‘burro’, apuró su caída (que no fue tan rápida), y ese mismo electorado limeño, al no plegarse a la protesta ante Dina Boluarte, la sostiene en el poder y acepta que las nuevas elecciones puedan esperar.

Las masas en la causa, en la calle o en la casa

En la elección del 4 de septiembre, en el que Boric habría querido oír el eco de las de otro 4, de otro septiembre, el de 1970, cuando había ganado Salvador Allende la presidencia, el Gobierno hizo informó prolijamente dónde votaba cada quien, cómo llegar, qué importante era que se oyera cada voz. El voto optativo, tradicionalmente, favorecía a la derecha, y el obligatorio, a la izquierda. No ocurrió así, en este caso, en parte porque el obligar al gasto del transporte por cada sufragante fue resentido como maniobra de autoridades elitistas.  

Para las elecciones raras como domingo 7, el Gobierno no insistió en ir a votar en masa. Calcula que va a ganar la derecha. Mañana se votan convencionales de una nueva Constitución, postpinochetista bis, que será módica en formulaciones, socialdemócrata en las palabras, procedimental, dominada por el Senado, donde la derecha es mayoría. Porque en las últimas elecciones generales chilenas, como en las brasileñas, Boric y Lula les ganaron por márgenes con gusto a poco a sus contrincantes, pero la derecha hizo la mejor elección de su historia en el Congreso. Primero Boric, después Lula, conocieron el gusto amargo de empezar sus gobiernos con derrotas en el Congreso, cuando hubo que votar leyes que no eran ‘de unión nacional’. Y el político más joven y el más veterano fulminaron con rabia adolescente a legisladores y funcionarios torpes pero con pauco protagonismo en fracasos derivados del fracaso electoral legislativo que recién ahora se resiente a pleno.

La Democracia Cristiana ha invitado a votar mañana como en un referéndum sobre el Gobierno. El presidente Boric ha pedido a la ciudadanía que no vote una cosa por otra, que elija lo que tiene que elegir. En la nueva Convención, la derecha, que se siente a sus anchas en un Chile que pide mano dura y shock de crecimiento, tendrá mayoría, y esta vez la izquierda será la que no tendrá veto. Sólo que esta vez la izquierda está en La Moneda.

Lo desconocido atrae a la juventud, o un campeón desparejo

En esta Feria del Libro porteña, la ciudad invitada es Santiago de Chile. Una de las salas feriales lleva el nombre de Adolfo Bioy Casares. Hay en las novelas y cuentos de este narrador -un liberal escéptico-, una organización favorita de la trama. El nombre del libro Una muñeca rusa lo revela, pero es la de La aventura de un fotógrafo en La Plata, aun la de El sueño de los héroes, y, desde luego, y aplica al más joven de los presidentes americanos, la del cuento “Lo desconocido atrae a la juventud”, en El héroe de las mujeres. Por una conjunción de inexperiencia y confusión propias, de hostilidad y sorna de antagonistas fijos o estacionales, de necedad o distracción de terceros, los grandes planes del héroe o antihéroe de Bioy, siempre ‘un campeón desparejo’, llegan a un fin sin retorno. Eran un poco megalomaníacos, acaso. O no. Es irrelevante.

Ni Boric ni su gobierno serán tan revolucionarios como Salvador Allende y la Unidad Popular que sí conoció la victoria en su septiembre. Allende nunca quiso reformar la Constitución. El encargado de negocios de su gobierno ante La Habana, un escritor, Jorge Edwards, que restablecía relaciones con Cuba rotas por la derecha anterior, se jactaba ante Fidel Castro de que Chile había ganado la guerra del Pacífico sin salirse del presupuesto anual corriente.

Todo invita a creer que el domingo la victoria será de los otros, vencerá la derecha. La Constitución se reformará. Todavía hoy vige la de Pinochet. En la próxima, hasta la derecha está de acuerdo en la fórmula ‘Estado social de derecho’, o similar. Exit el neoliberalismo de la subsidiariedad estatal. Boric no será Allende. Gobernará, si gobierna, gracias a la ‘ex Nueva Mayoría’. Puede ser el mejor presidente de la Concertación. ¿Es tan poco, Gabriel? Por lo pronto, esta vez Boric no hizo campaña, y hace 20 días que su presencia es muy discreta. Y el domingo a la noche, cuando se sepan los resultados, no hablará. O eso parece ser que prometió. Será el turno de Camila Vallejos y de Carolina Tohá. A ver cómo les ha ido al Comunismo, al Socialismo, al Partido por la Democracia.

AGB

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