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QUÉ ESCUCHAR

Ciencias, ficciones y bandas de sonido

"El Eternauta", primera temporada.

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En el principio fue “No pibe”. Cuatro amigos juegan al truco. Aunque hay celulares, freezer y autos modernos, se escucha un vinilo. Suena Manal. Se estrenó la adaptación televisiva de El Eternauta y hay allí un rasgo –este será el único spoiler– que la emparienta con Stephen King y, tal vez, con el último episodio cinematográfico en la vida de James Bond: a los buenos les gustan las cosas viejas.

En la nueva encarnación de la historieta –así se llamaban en Argentina los cómics (o los tebeos españoles)– publicada por primera vez entre 1957 y 1959, y luego corregida varias veces por su guionista, los únicos autos capaces de funcionar a pesar de la invasión son los antiguos. Y se escuchan vinilos. Y, en particular, la música de un autor duro. De un testimonialista urbano. De su paisaje –“el humo y el hollín están por todos lados”– pero también de los tormentos existenciales de sus habitantes –“hoy advino qué me pasa si mi nombre no soy yo”–. La música, además, de una época muy definida, la de la breve historia de Manal, continuada por La Pesada del Rock and Roll, el grupo de Billy Bond en el que recalaron los miembros del histórico trío –aunque nunca los tres juntos– después de su disolución. Años de luchas callejeras y de soldados en las calles. Los años que van del Cordobazo, en 1969, a la destitución del segundo de los dictadores que ocupó la presidencia de la Argentina durante la autotitulada “Revolución Argentina”. Juan Carlos Ongania (así, sin el acento que le agregó a la “i” para hacer pasar por vasco –y terrateniente– al italiano –y plebeyo– apellido de origen) había asumido el poder en junio de 1966 y, cuatro años después, el 8 de junio de 1970, fue la primera víctima de la insurrección cordobesa y sus ecos en Rosario, Corrientes, Tucumán, Salta, Cipoletti y El Chocón. Su reemplazante, Roberto Marcelo Levingston, un militar de inteligencia (perdónese el oxímoron) llegado desde los Estados Unidos, no duró demasiado. Dejó su investidura en junio de 1971 –la preferencia militar por los días de junio tuvo su involuntario colofón en la rendición de Malvinas, el 14 de junio de 1982–. Menos de un mes más tarde de que el ideólogo de la dictadura del 66, Alejandro Agustín Lanusse, se coronara a sí mismo, se escuchaba ese “Salgan al sol”, compuesto por Javier Martínez, que abría el primer álbum de La Pesada. “Setenta biblioratos nada más, ni un maní para mascar; cuatro minifaldas y un patín, olvidado en un rincón. ¡Salgan al sol! ¡Revienten”, se imprecaba allí en una fórmula que luego se repetía como “¡Salgan al sol! ¡Idiotas!”. La canción se escucha, como un eco lejano, antes de que los amigos salgan a la intemperie. A la nieve de los invasores.

Pueden leerse, en El Eternauta, muchas invasiones, innumerables luchas e incontables camaraderías o traiciones. El texto lo permite y el propio guionista, Héctor Oesterheld, se ocupó personalmente de hacer dos de ellas, en 1969 y en 1976. Y su muerte, secuestrado y asesinado, al igual que sus cuatro hijas, por la dictadura que comenzó el 24 de marzo de ese año, agrega, inevitablemente, un nuevo ángulo. El filósofo George Steiner afirma, sobre la canción de salón del siglo XIX y su relación con los poemas, que se trata de traducciones. Las versiones que el cine o la televisión han hecho de grandes obras literarias, también lo son. Se trata de lenguas distintas y lo que puede funcionar muy bien en una, pierde sentido –o lo transforma– en otra. Sin ir más lejos, los militares de la historieta primigenia están demasiado cerca de los aliados de la Segunda Guerra Mundial y de un subgénero del género, cultivado incluso por el propio Oesterheld en Sargento Kirk. Dos dictaduras y una guerra perdida después, en la Argentina, esos soldados resultan impensables. No viene al caso discutir aquí la pertinencia o no de los desvíos planteados por Bruno Stagnaro y sus guionistas respecto de la historia original –y, además, ¿cuál de ellas?–. Cada uno aprobará o desaprobará de acuerdo con sus lecturas, su propia historia –si es que se trata de cosas diferentes– y con cuál sea su propio Eternauta. Lo interesante es cómo en este caso, la música incidental –mucho más que la compuesta para el film por Federico Jusid, igual que Stagnaro un hijo del cine argentino– se ocupa de trazar sutiles líneas que enriquecen la trama. Ese “No pibe” del principio“, ese ”Jugo de tomate“ convertido en canto guerrero, ”Porque hoy nací“, cerrando –y no cerrando– el relato. Antes, el ”Salgan al sol“ que suena en un tiempo sin soles. También se escucha a El Reloj, en ”Alguien más en quien confiar“ –un poco posterior, de 1974–, y, aunque corresponde a otra época, está por allí Soda Stereo –y es que hay algo de la mirada distante hacia la ciudad y de la relación entre lo privado y las multitudes que anida en esos sonidos–. Y no suena, aunque está presente en el desolado paisaje y en los trenes detenidos en la estación, y en esa mezcla tan spinettiana entre cotidianeidad y apocalipsis, la que tal vez sea la canción más cercana a Oesterheld, ”Hoy todo el hielo en la ciudad“, que Almendra grabó en octubre y se editó el 2 de diciembre de 1968. El de El Eternauta, al fin y al cabo, en un mundo de torneros y extraterrestres. Un mundo en que el futuro Capitán Beto no habría desentonado.

DF/MF

 

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