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Análisis

Dos días de votación cancelaron el poder y el sistema que gobernó Chile por 30 años

El presidente Sebastián Piñera fue doblemente derrotado, porque su partido Renovación Nacional (RN), el oficialismo y la derecha no hicieron una buena elección en las gobernaciones regionales.

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“Piñera, no son treinta pesos, son treinta años”, le explicaba al presidente chileno Sebastián Piñera la que acaso fue la más famosa entre las pintadas de las protestas sociales estalladas en octubre de 2019. La convocatoria a una elección única, la de convencionales para una Convención Constituyente que determinaría, sin precondiciones, las normas de una Constitución prístina, fue la respuesta del Gobierno y todo el arco del sistema partidario a la protesta social.

La reforma constitucional, larga, costosa, demorada, no constituía una demanda primera de estos movimientos, para quienes en todo caso era un medio para sus fines, y por sobre todos el de poner fin a una de las desigualdades más grandes del mundo (en ingresos, salud, educación, vivienda, servicios) en uno de los países más ricos de América. Plebiscitada afirmativamente la reforma en 2020, postergada repetidamente su celebración efectiva, completada el domingo en la primera elección dividida en dos jornadas de la historia –partición decidida para ganar como mayor bioseguridad en la pandemia-, las tendencias y números de los resultados que se conocieron empezado el conteo respondían al Chile que había nacido de la protesta y a la respuesta que este daba a las iniciativas oficiales que habían iniciado una fuga hacia delante en la que fueron ya sobrepasados. La participación fue más baja de lo esperada, demasiado por debajo de la mitad del padrón.

Al mismo tiempo que convencionales para la Convención Constitucional, en estos mismos dos días, se votaban autoridades regionales (que gobernarían cada provincia) y municipales (alcaldías y concejos). En cada una de estas cuatro elecciones, gobierno, derecha y aun el conjunto de la partidocracia chilena, fue vencido, y marginalizado. Sin que, tal como había ocurrido, para desesperación de quienes sufrieron esta derrota ahora, con la protesta social de 2019, se levantaran figuras y formaciones estructuralmente análogas, conocidas o reconocibles, a las que hegemonizaban un sistema que también quedó en cuestión y agonizando. La elección no realizó una reconfiguración, sino una desfiguración de la política chilena.

En su funcionamiento, la Convención Constitucional requerirá de dos tercios de los votos para dar por aprobada toda norma. Las del futuro texto constitucional, pero también las normas de procedimiento que dispondrán cómo se comportará cada convencional en las sesiones, que se realizarán en el antiguo Congreso de Chile, que estaba en la capital Santiago, no como el actual, que Pinochet construyó para la democracia que vendría después de él en el puerto de Valparaíso, donde aún sigue. La derecha, el oficialismo más sus análogos, habían tenido la habilidad de presentar una lista única, Vamos por Chile, y eso tal vez le haya hecho perder menos votos. Sin embargo, no alcanzaría el 30% que, sin garantizarle autoridad decisiva, le concedería capacidad obstructiva. La Lista del Apruebo (la ex Concertación sin comunistas, es decir Democracia Cristiana y Partido Socialistas) hizo mal papel frente a Apruebo Dignidad (básicamente el mismo andarivel ideológico, pero con comunistas).

Las candidaturas de Independientes, en el comienzo del conteo, formaban la bancada más numerosa, de más de un 40%, contra lo augurado por muchas izquierdas. Siendo en verdad independientes, desafiliadas de partidos políticos, y aun a veces de movimientos sociales, las predicciones sobre su comportamiento son las más azarosas. No parece erróneo, sin embargo, considerarlo un bloque básicamente orientado a la izquierda. Esta orientación, en cambio, es sin ninguna duda la de un bloque único, el preasignado a los pueblos originarios, que se fijó de antemano en 17 escaños, y que se votó en elección paralela. Porque salvo una o dos, todas las candidaturas originarias eran de izquierda. En una elección con paridad de género, en la que la derecha se quejaba de que muchas mujeres sin voto iban ser convencionales arrastradas por el voto positivo a un varón, aparentemente ocurrió lo contrario: fueron mujeres las que arrastraron hasta su banca a los varones.

La historia cuyo penúltimo capítulo terminó el domingo en Chile con la elección de una Convención Constitucional había empezado en junio de 1984 con una decisión práctica y conveniente enunciada por Patricio Aylwin. El veterano político de la Democracia Cristiana (DC) y futuro presidente electo en 1989 declaró que para él la Constitución pinochetista de 1980 era “un hecho”: lo que hay. Muy poco demoraron los partidos políticos en advertir cuán desventajoso sería para la transición democrática detenerse ante la ilegitimidad de una Ley Fundamental confeccionada a medida por la dictadura en el poder desde el Golpe de Estado que el 11 de septiembre de 1973 había derrocado al gobierno de la Unidad Popular (UP), en vez de deslizarse por los rieles de su legalidad. Tanto más cuando Augusto Pinochet ya estaba organizando con entusiasta puntualidad el referéndum previsto para 1988 por el texto constitucional de 1980. El plebiscito decidía cuál bifurcación sería el sendero del Capitán General: si SÍ seguía como Presidente hasta 1997 o si NO y entonces consensuaba con la Concertación de partidos una reforma constitucional que habilitaría las primeras elecciones libres, multipartidistas, y sin proscripciones escandalosas en década y media.

La conveniencia y practicidad que había encontrado Aylwin se demostró más larga que su vida –él murió casi centenario en 2016. Ningún presidente ni partido de izquierda o de derecha había mostrado el entusiasmo que en su momento mostró el dictador por someter la Constitución de 1980 a plebiscito, y menos por reformarla. Para el gobierno de Piñera, cuyo partido, Renovación Nacional, desciende del Partido Nacional, opositor a Salvador Allende y favorable a Pinochet, fue una medida desesperada, práctica pero inconveniente.

En noviembre, Chile elegirá presidente. Los resultados de esta elección del sábado y del domingo fueron la mejor encuesta para presidenciables. No fueron buenos para la derecha, fueron buenos para el comunismo. En el caso del más mentado de los candidatos de derecha, el tradicional alcalde de la riquísima comuna de Las Condes, Joaquín Lavín, de la Unión Demócrata Independiente (UDI), el sondeo del que pendía su futuro era el de la alcaldía de Las Condes. Para el que tenía una candidata, Daniela Peñaloza, que sí triunfó. La cara de Lavín brillaba, única en su espacio político desahuciado. Para el presidente Piñera, que tuvo una votación accidentada, con comentarios por su larga estadía en el cuarto oscuro, no es soló la reelección lo que está en disputa. Es el finalizar sin estallidos su período. Con la suma de derrotas, la oposición en las regiones y una Convención Constitucional sesionando en la cuenta regresiva de sus días en La Moneda, su poder sufrirá un deterioro sobre el que las apuestas se dividen para decidir en qué fecha será definitivo. 

AGB

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