La dicotomía no es autoritarismo vs democracia, sino justicia social vs plutocracia

Tal vez porque les gustan mis libros, tal vez porque les gustan mis artículos, tal vez porque enseño Teoría del Estado hace muchos años: la semana pasada dos universidades de Estados Unidos me invitaron a exponer sobre la situación política en América Latina, el giro autoritario global y las formas de enfrentarlo.
A los profesores de la Universidad de Nueva York y Princeton, como en otras instituciones de Europa, les interesan las ideas que aquí los lamebotas del norte ridiculizan. Trina algún tilingo de Ezeiza y los tuiteros a sueldo de Caputo, pero no solo me pagan todos los gastos: también me pagan honorarios. Es parte de mi trabajo. Además, entran divisas al país, esas que después ustedes fugan.
Aclarado este punto, me parece interesante compartir alguno de los debates que se están desarrollando en EEUU en torno al avance del autoritarismo en el mundo. Es un fenómeno real, preocupante y global. También en Argentina hay un claro giro autoritario: el gobierno de Milei pretende gobernar por decreto con el DNU 70/2023, busca proscribir a Cristina Kirchner por todos los medios, promueve impunemente negocios privados, difunde falsas noticias y utiliza su investidura presidencial para perseguir opositores, extorsionar gobernadores, vapulear las universidades y amedrentar periodistas. Todo esto es grave.
Sin embargo, el abordaje “institucionalista” que busca preservar un status quo que no ha resuelto los problemas más graves de nuestros pueblos es una posición defensiva, conservadora e incluso reaccionaria. Hay que tener cuidado con esto. Relegar el problema al “antifascismo” o ideas similares termina en coaliciones totalmente desentendidas de la justicia social y la realidad de la clase trabajadora.
Las instituciones de la democracia procedimental y del Estado impotente no son bienes a preservar sino a transformar. Si la derecha quiere demolerlos para incrementar el poder de las entidades económicas transnacionales y la geopolítica norteamericana, nosotros los humanistas consecuentes del movimiento nacional-popular debemos transformarlas. Nuestra tarea no es preservar cosas que no funcionan sino crear una nueva estatalidad popular que realice los derechos constitucionales de los de abajo y los del medio que los reaccionarios en el gobierno y los ahora indignados siempre se pasaron por el traste.

El panorama es lamentable para todos, en especial para las dos puntas de la vulnerabilidad: los jubilados y los niños pobres de la Argentina, los trabajadores que caen en la informalidad y la patria que vuelve a endeudarse vilmente. También hay algunos sectores de élite, corporaciones mediáticas, grupos económicos “nacionales”, castizos de la política que, por una vez, se sienten incómodos. Esta vez el poder autoritario los roza. No me río porque no soy como ustedes, pero ojalá que les sirva de lección. Ojalá puedan empatizar por los millones que fueron hostigados durante años por la conculcación de sus derechos sociales, por la demonización de clase -planeros, vagos, punteros, ocupas, fisuras-, por la agresión a sus dirigentes sometidos el escarnio de la difamación permanente.
Estos institucionalistas nunca se indignaron cuando las instituciones que hoy reclaman no garantizaron ni justicia ni equidad que son mandas constitucionales, tan constitucionales como sus libertades; esas mandas, que están muy claritas en el artículo 14bis, en los tratados internacionales incorporados a la constitución y en centenares de leyes sociales, son tan importantes como su derecho a la tranquilidad. Como no estudian la historia, se olvidan que esos derechos sociales son, además, la única garantía de su tranquilidad. Espero que ahora lo entiendan.
¿Alguna vez los viste patalear por la falta de obras en las barriadas, por la eliminación de las políticas alimentarias, por la destrucción de las cooperativas, por los salarios de miseria? Nunca. Siempre se montaron en campañas destructivas reproduciendo las mentiras. Campañas bastante similares a las que hoy sufren. Insisto. No me río. Me solidarizo. Me solidarizo incluso con mentirosos compulsivos como Fernández Díaz… Pero no nos van a arrastrar a su reduccionismo pseudorepublicano.
La trampa institucionalidad vs autoritarismo es más vieja que la escarapela. En esta trampa caen muchas personas de buena fe -en los medios, en el espectáculo, en las universidades- que efectivamente defienden una democracia integral con justicia social pero, tengo obligación de decirlo, no fueron tan enfáticos cuando nadie les tocaba el culo. Sin justicia social no hay democracia.
La verdadera disputa de nuestro tiempo no es entre democracia y autoritarismo, sino entre justicia social y plutocracia. Entre humanidad y deshumanización. Entre el pueblo y las nuevas oligarquías. Y a eso no quieren entrarle, porque para discutir justicia social hay que discutir riqueza. Y discutir riqueza significa, en algún momento, discutir la de ellos, la de la “casta”, los nuevos indignados con el giro autoritario de la política global. Y de eso no se habla.
Esa hipocresía es parte del problema. La democracia real no es una cáscara vacía. No es solo la división de poderes o la periodicidad de los mandatos. Es el acceso efectivo a los derechos humanos más básicos: a la vivienda, al salario digno, a la educación, a la salud, al tiempo libre. Y si las instituciones no garantizan eso, no hay democracia real. Hay un decorado institucional detrás del cual reina la plutocracia.
Por eso no alcanza con defender la institucionalidad atacada por Milei. Hay que defender el contenido de justicia social que esas instituciones abandonaron hace décadas. No necesitamos volver a un pasado de simulacros institucionales: necesitamos avanzar hacia un futuro con instituciones nuevas, populares, legítimas, que sirvan a las grandes mayorías.
No se trata de custodiar las ruinas del viejo orden sino de construir algo distinto, más justo, más humano, más igualitario. Y eso no se logra con tibieza ni con corrección política. Se logra con lucha. Con valores claros. Con una utopía que oriente nuestras decisiones.
Ese es el rumbo que debemos marcar. Porque si la brújula solo apunta al “antiautoritarismo” y no a la justicia, terminamos defendiendo lo indefendible: el statu quo. El mundo está girando cada vez más rápido. La quinta revolución industrial está en marcha. El estado social de derecho viene retrocediendo desde mucho antes que el giro autoritario. Las instituciones actuales están disociadas de la realidad histórica.
Conciencia histórica sí, nostalgia estupida no. La estrella que nos guía es la justicia. Las instituciones son medios para realizarla. Y en ese terreno, inventamos o erramos.
MC
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