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Análisis

En EEUU gana espacio el centro. ¿Y aquí?

Un relajado y confiado Joe Biden, el miércoles, en su diálogo con periodistas en la Casa Blanca. Ahora piensa en la reelección.

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Como enumeró entre lamentos el analista de la cadena Fox, antiguo redactor de los discursos de George W. Bush: la inflación más alta en décadas, la más estrepitosa caída del salario real en 40 años, los peores registros en criminalidad desde los ’90, la peor crisis de inmigración conocida, el presidente más débil desde Harry Truman… y sin embargo no hubo como se pronosticaba una ola roja. Los resultados de la elección de medio término en los Estados Unidos consagraron una suerte de paridad –con ligera supremacía republicana en el Cámara de Representantes; se verá quién consigue el control del Senado- además de un claro triunfo del centro sobre los discursos inflamados. Como aquella obra de Pepe Cibrián, hay muchos en la política argentina que ya se están preguntando si aquí no podemos hacerlo.  

Joe Biden tenía previsto recibir al presidente Alberto Fernández en agosto pasado en Washington. Lo sorprendió el Covid y la cita se pospuso, sin fecha. Una cuestión incómoda, con el Brasil de Lula como nuevo y justificado emergente, otra vez, de la región. Acaso la Casa Blanca saque adelante ese compromiso en un aparte de la cumbre del G20 en Bali, donde ambos presidentes coinciden la semana próxima. Nadie parece saber bien en el Gobierno.

Biden y Fernández eran a finales de julio dos fantasmas. El norteamericano admitía que la inflación era su desafío económico más apremiante mientras volaba el precio de los combustibles y se desplomaba el poder de compra del salario. Su imagen andaba por el suelo y ni soñaba con la posibilidad de un segundo mandato, cuestión a la que se le animó el miércoles, en su conferencia de prensa en la Casa Blanca, la primera después de mucho tiempo. Por aquellos días Biden además regresaba de una gira que lo llevó a Israel y Arabia Saudita, donde se vio obligado a compartir una “reunión de trabajo” con el príncipe  Mohamed bin Salman, a quien como candidato había prometido tratar como un paria y hacer pagar un alto precio por el asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudita en Estambul, en 2018. Debió tragarse las palabras ante la necesidad de impulsar –vía Riad- una baja en el precio del petróleo.

Fernández sostenía por entonces a Batakis tras el último empujón de Cristina Kirchner al ministro de Economía Martín Guzmán. Batakis, se sabe, duró mucho menos que aquella promesa de Biden a bin Salman. El dólar había respondido a aquel desorden con una cotización de $350 para el blue y la inflación alcanzaba su velocidad crucero de 7% que terminará por llevar el índice de precios por encima del 100%, como revisó la semana pasada el relevamiento de expectativas del Banco Central.

La irrelevancia llegaría para Fernández un poco después, con la reafirmación de Sergio Massa en el ministerio de Economía. Esa irrelevancia, paradójicamente, representa el mejor momento de Fernández desde los días de gloria del encierro por la pandemia, con Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta a sus flancos y cuando un horizonte de 10.000 muertos parecía aterrarle. Este Alberto Fernández de hoy ha encontrado una inesperada convicción en la defensa de las Paso y hasta se atreve a bajar de peso, como cuentan las crónicas. ¿Es esta intrascendencia para lo que entonces estaba hecho este presidente?

Massa concentra la agenda positiva. Aumentos a jubilados de la mínima por encima de la inflación (pero gracias a un bono, porque ya se ha dicho: la fórmula de movilidad fue pensada para un período de inflación alta; inversamente a la del gobierno de Macri, pensada para una inflación baja); promesas de dólares liberados para los importadores que cumplan (que cumplan con lo que sea necesario; hubo ruegos a Massa en la conferencia de la UIA); listas de precios con millares de precios congelados; conversaciones relajadas en estudios de TV.  Un león vendiendo Durax.

Los dos polos cubiertos, la vicepresidenta concentra la agenda negativa. Movimientos en la Casación en torno a la causa Hotesur-Los Sauces por lavado de dinero y asociación ilícita, con un pedido del fiscal para que el caso sea elevado a juicio oral tras el sobreseimiento dispuesto por la Cámara federal a finales del año pasado. Pronto habrá una sentencia en la causa por irregularidades en la obra pública en Santa Cruz, durante o después del Mundial. La causa por el intento de asesinato y las insólitas derivaciones políticas que la jueza y el fiscal desestiman, seguidas de un pedido de recusación de sus abogados. Un nuevo revés en la Corte Suprema, con efecto en el Consejo de la Magistratura y acaso también en el Senado. La adversidad parece parte esencial de la constitución como líder de la expresidenta, tal vez allí radique el secreto.

Todos los nombrados son parte activa o no del desplazamiento del Frente de Todos al centro. De Fernández se puede decir que nunca ha sido ni siquiera un reformista. Massa vive allí desde siempre, con su habitual plasticidad. Fernández de Kirchner, se sabe, no tiene opción si lo que quiere es evitar el naufragio al que dirigió al peronismo. Hace no mucho todavía implacable, una suma fija es lo máximo que arriesgó a reclamar en su última intervención con los muchachos de la UOM (¿cómo no se reparó en el emocionado recuerdo a Lorenzo Miguel que hizo al lado de la vicepresidenta el líder del gremio, Abel Furlán?). Lo de Cristina Kirchner hoy es pragmatismo inteligente, política de efectos prácticos, filosofía norteamericana, para volver al comienzo.

Es difícil no pensar que el Gobierno, o más justo decir, los dirigentes que componen el Gobierno, han visto el resultado de las elecciones de medio término en EEUU como un destello, una expectativa todavía viva. Falta mucho, podrían decir. Y tendrían razón.

La oposición libra una batalla crucial acerca de dónde tiene que pararse para volver al poder. Rodríguez Larreta, hombre de entusiasmos privados, puede ser otro de los expectantes. El mensaje que han dado las urnas en EEUU ha sido el de un “no” a los extremos: nada debería ajustarse mejor a su narrativa en favor de un amplio espacio que contenga la ilusión de los moderados. Los tibios no parecen conmover en cambio ni a Mauricio Macri ni a Patricia Bullrich, que apuesta a la rabia de su primera época en política y mete la mano en la pecera de otro inconmovible como Javier Milei. ¿Están viendo ellos también la angustia de Donald Trump? El magnate ha visto caer el martes buena parte de los candidatos que abrazaron su discurso destructivo y asiste a la emergencia en Florida de un líder tanto o más de derecha que él pero del estilo GOP, sin extravagancias, como Ron DeSantis. Encarna igual que Trump la cruzada contra la woke ideology pero amenaza además destruir al monstruo desde dentro. “DeFuture”, tituló en tapa The New York Post, de Rupert Murdoch.  

Lula ha ganado con lo justo con una alianza con el centroderecha de Geraldo Alckmin, ex gobernador de San Pablo, para desplazar a Bolsonaro. Trump ha sido esta semana el principal derrotado en las elecciones estadounidenses. Boric en Chile es hoy producto de algo parecido tras su triunfo sobre José Kast. Con Massa de gestor el kirchnerismo parece haber vuelto a mirar a Kirchner, de todos ellos el último peronista. ¿Un giro?    

WC

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