Para Gaby, Lula y Gus que la miran por tevé
Chile es un país donde la administración de los cementerios corre por cuenta del Ministerio de Salud. Cuando Luis Oyarzún anotó este descubrimiento en su Diario íntimo, quería descifrar cuál qué comunicaba la burocracia. Si era un mensaje de responsabilidad ejecutiva: cada día habría menos muertes y todas las muertes llegarían más tarde cuando la Salud Pública dispone de los recursos para funcionar mejor. O antes bien de optimismo sádico: las autoridades sanitarias chilenas aconsejaban meditar que la muerte es parte de toda vida saludable.
Pinochet se detiene, Boric se arrastra
Sin cinismo, sin hipocresía, sin escepticismo, con dudas, el chileno Gabriel Boric ha enfrentado cada mañana de su presidencia aquel mismo dilema retórico de Oyarzún: qué puede hacer un gobierno con eso de que la gente se muere. Aun antes de instalarse en La Moneda. Al menos desde que en las primarias una votación en absoluto asegurada de antemano en sus resultados le dio una victoria segura en sus números como candidato presidencial de su espacio político al triunfar sobre su adversario el alcalde comunista Daniel Jadue, el compañero se ha esforzado en perfeccionar su invención, el orgullo modesto.
El lunes 5 de septiembre de 2022, elDiarioAR tituló correctamente que Chile había preferido la Constitución de Pinochet. Con participación del 85%, y 3 millones de votos de diferencia, un plebiscito había repudiado el domingo 4 el texto de una Carta Magna que a lo largo de un año de siútico debate había redactado una Convención Constituyente democráticamente elegida. Con decisiva mayoría de la izquierda, y dentro de ella, de formaciones independientes y no partidaria. Votada con paridad de género para determinar la ocupación de cada banca. Y con bancas reservadas a la representación especial, según un principio de igualdad sustantiva antes aritmética y abstracta, para pueblos preexistentes a la conquista y colonización de los territorios que hoy encierra el mapa de la República de Chile que en el siglo XVI de la era común inició, por la fuerza y no por la razón, con la espada y con la cruz, la Corona española invasora. (Hoy, valorizando las reformas efectuadas a la Consitución de Pinochet durante el mandato del socialista Ricardo Lagos, presidente de la Concertación a principios del segundo milenio, el gobierno de Boric se refiere a ella también como Constitución de Lagos).
Primera elección en la historia nacional con voto obligatorio y con registro automático de la ciudadanía en edad de votar en un padrón electoral confeccionado por el Estado, ese plebiscito significó la mayor derrota de la izquierda chilena desde 1988. Gracias a esa decisión popular, siguió y sigue en vigencia la Constitución pinochetista que rige Chile desde 1981. La Constitución que un equipo de expertos designado por las autoridades de la dictadura cívico-militar instaurada por el Golpe de Estado cincuentenario, que derrocó al gobierno de la Unidad Popular (UP) presidido por el socialista Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973 –con auxilio del secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, muerto centenario esta semana-, terminó de redactar y presentó al capitán general Augusto Pinochet en 1980.
El próximo domingo 17 de diciembre, en la última de las grandes elecciones americanas de 2023, Chile concurrirá nuevamente a votar por sí o por no un nuevo texto constitucional que aspira a sustituir al pinochetista actualmente en vigencia. Fue redactado esta vez, a lo largo de un año de fome debate, por una Convención constituyente mixta, mitad representantes del electorado que votó, mitad expertos que las fuerzas políticas escogieron. La derecha gozó de holgada mayoría propia. Más todavía: fue mayoritaria la derecha más a la derecha. La derecha ultra de Republicanos, el partido de José Antonio Kast, el contrincante de Boric en el la última presidencial. Kast, vencedor de la primera vuelta, fue vencido en la segunda.
Es una Constitución discreta, la que votará a favor o en contra el penúltimo domingo de 2023 el electorado de Chile. El conservadurismo del nuevo texto, ubicuo, no es, sin embargo de un exhibicionismo omnipresente. Técnicamente, la redacción, en algunos puntos, es superior, elimina vaguedades. Así, la defensa de la propiedad privada es mucho más nítida, menos esquiva, menos controversial en el texto de 2023 que votará el plebiscito convocado por el gobierno más a la izquierda de la historia chilena que en el texto votado en el dudoso plebiscito de 1981 convocado por la dictadura pinochetista.
La Constitución chilena pinochetista de 1980 es conservadora en lo social y neoliberal en lo económico. Dos ideologías que en una de sus vertientes conciden en un pesimismo cultural sobre el presente, un tiempo cuya pecaminosidad consumada es a la vez su justificación para la acción y su freno para la profecía. Como en 1980 todavía no funcionaba a pleno el régimen de jubilación privada que será vitrina liberal de la dictadura pinochetista, la Carta Magna aún en vigencia no lo normativiza. En cambio, el texto de 2023 le confiere estatus constitucional. Uno de los creadores intelectuales del sistema de las AFP criticó retrospectivamente desde Washington a un Pinochet miope en su visión de futuro, y felicitó a un Boric que tiene, dice, los ojos bien abiertos.
La tristeza y la piedad
Entre los binarismos fáciles pero indisputables que clasifican explicaciones y admoniciones brotadas de la magnética elección presidencial argentina hay una que lo es muy poco: apocalípticos e integrados. Y dentro de los últimos, tampoco falta aquel característico pesimismo cultural. Lejos de cualquier temor, sólo lamentan cuán ínfima, si alguna, será la reforma que legará al país y al mundo el libertario presidente. A estos efectos, le suplican prudencia.
En un artículo pedagógico, el analista político chileno Patricio Navia señaló que el estudio de los casos de Gabriel Boric y Gustavo Petro resulta particularmente útil por la riqueza de sus frutos para el entonces recién electo Javier Milei. La superioridad del autor se afinca aquí en poner su acento sobre los impedimentos estructurales que acechan para el ejercicio del poder. Con olímpica indiferencia respecto del valor o error atribuidos con énfasis o minucia a las doctrinas desenvainadas y de la perversidad o herocidad para la lid presumidas para los protagonistas en ciernes o en caída libre.
Hay un antes y un después de las elecciones presidenciales que en Santiago de Chile y en Bogotá renovaron los locatarios del alquiler del Palacio de la Moneda y de la Casa de Nariño. Conceptualmente, al menos, porque el cambio mayor ha de ser sustancial, y de momento se afinca en las cualificaciones de los hechos. Representaron la victoria de espacios políticos, de coaliciones electorales que buscaban prolongarse, o eso decían, en frentes de gobierno. Frente Amplio de la izquierda más a la izquierda imaginable en Chile, histórico Pacto Histórico de las izquierdas en Colombia, el país que en doscientos años de soledad nunca antes había conocido un presidente de izquierda.
En la Argentina, la novedad del nuevo gobierno es mayor, en lo tocante a distingos y casilleros taxonómicos deshabitados. Planetaria, según Milei, que a la hora de ganar especificó, cosmopolita, ser el primer presidente libertario anarco-capitalista del mundo, y por lo tanto también de su patria de nacimiento.
La novedad radical de la decisión -moraleja que subraya Navia- corre por vía separada de la contundencia del mandato así obtenido. No es posible subvalorar el que los electorados colombiano, chileno y argentino se hayan liberado de preferencias e inercias que lucían irremontables al decidirse por quienes se decidieron. Que no eran nomás la oposición a mano, porque antes de votarlos presidentes habían sido esos mismos elctorados los que se habían encargado en volverlos líderes de la oposición, en erigirlos en rivales de balotajes.
Acaso los electorados se hayan reformado políticamente a sí mismo con su voto. Poco aporta de por sí, ese voto, a la reforma política de sus países –si no es que, involuntariamente, no la distancian. Porque la misma votación que promovía a Boric fue en Chile la mejor elección de la derecha en la historia del país. Particularmente, en el Senado, la cámara alta del Legislativo que el proyecto de Constitución que después fue repudiado buscó limitar a las más exiguas dimensiones irrelevantes.
Otro tanto le ocurrió a Petro. Si el Pacto Histórico duraba en el Congreso, fue sólo el retrasarse de su sustitución por una constante más histórica, mejor registrada en la historia política y legislativa colombiana. Que llegó con la ruptura o traición en el gobierno de acuerdos que habían nacido bajo la conciliadora luz de las chances de ganar elecciones de otro modo perdidas.
Navia recomienda desconfianza de sí mismo, limitación en la ambición, prudencia sobre el caudal de innovación del que Milei se cree portador. Chile y Colombia tienen gobernantes de izquierda y gobiernos de derecha. Los que mandan no son los presidentes, son los Congresos de Valparaíso y de Bogotá, donde la derecha, dueña de las bancas, es dueña de la ley.
Cómo buscarse socios si la tal cosa llamada sociedad no existe
El presidente Javier Milei no luce ansioso por buscar amigos. Enemigos, sabe hacerse, y deleitó a sus audiencias por su destreza en ese arte. Pero, según la doctrina que legó Henry Kissinger, el ex secretario de Estado republicano y genocida norteamericano que murió centenario, “hasta los paranoicos tienen enemigos”. A los aliados, hay que buscárselos.
Sus mejores compinches son presidentes que perdieron las reelecciones como el brasileño Bolsonaro y el norteamericano Donald Trump o aspirantes que no ganaron las elecciones como el chileno Kast. Y para todos ellos, la victoria de Milei es a la vez aliento, sostén y cábala de buena suerte.
El mejor amigo, en las fotos, del liberal anarco capitalista Milei es el conservador y estatista Jair Messias Bolsonaro. Un ex paracaididista del Ejército. Después, y hasta ser elegido presidente en 2018, un diputado federal apoltronado en el Congreso de Brasiia. Un outsider que supo observar usos y costumbres de las élites brasileñas respetables, un paulista que durante dos décadas supo qué hacer y qué no para retener su banca como diputado federal carioca.
La doctrina liberal de Milei es afín a la de Paulo Guedes, el empeñoso ministro de Economía de la gestión bolsonarista. A quien el ex militar y ex congresista aprendió a corregir –para así poder hacer gastos- en todas aquellas ocasiones en las cuales encontró que un déficit fiscal podía sin embargo resultar un trago muy satisfactorio para la defensa de la popularidad presidencial. Exactamente lo que Milei juró en campaña no hacer jamás, someter la economía nacional a la supervivencia del partido en el gobierno llamando a los dispendios consiguientes ‘justicia social’.
El presidente brasileño, el vencedor de Bolsonaro, el que en 2022 frustró su reelección, podría ser un ejemplo para Navia. Es prudente. Si Luiz Inácio Lula da Silva no sufrió desengaños en este su tercer mandato, es porque jamás se engañó. El Partido de los Trabajadores (PT) formó una coalición con la derecha brasileña del Congreso federal en Brasilia, que en 2022, como en 2021 sus correligionarios de Chile, hizo su mejor elección en la historia legislativa nacional. La misma derecha victoriosa en las elecciones subnacionales y que gobierna la mayoría de los estados.De los cuatro estados más ricos y desarrollados de Brasil, la ultraderecha gobierna en San Pablo, Río de Janeiro y Minas Gerais, y la derecha en Rio Grande do Sul.
Hasta ahora, Lula administra el Estado guiado por la estrella que ilumina sólo aquella agenda en la cual no penetrará la discordia. En la década de 1950, Simone de Beauvoir había escrito famosamente, en un ensayo sobre el extremismo de entonces, que quien no es de izquierda ni de derecha, es de derecha.
AGB
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