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Al final, no era tan así Opinión

La idea de Europa y la pregunta por una Argentina que se asoma al vacío

La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, y el presidente francés, Emmanuel Macron, en un encuentro realizado en el Palacio del Elíseo, en París, en junio de 2023.

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Algunos europeístas —como Emmanuel Macron– creen que Europa debe ser un actor relevante, no hacer seguidismo de Pekín o Washington y ser fiel a sus principios históricos: el republicanismo, la cultura, el humanismo, etcétera. Otros europeos, que se expresan a través de lobbies, piensan que lo importante es el comercio con China, Rusia, Estados Unidos o Corea del Norte, da lo mismo. 

Aún no está claro el camino que seguirán. El año que viene hay elecciones en el Parlamento Europeo, los partidos reaccionarios como Hermanos de Italia, de Georgia Meloni; el oficialista Ley y Justicia, en Polonia; o los españoles Vox y el Partido Popular, se afilan las garras. Creen que habrá un cambio de época y tomarán las riendas de Bruselas (arrebatándoselas al “establishment” franco-alemán que reinó con Angela Merkel, François Hollande y Emmanuel Macron en los últimos años). Lo interesante es que no se sabe bien qué quieren, si el regreso de los nacionalismos, el resurgimiento del cristianismo, el fin de la “dictadura progre” (las políticas feministas y LGTBI) o que “la libertad avance”… 

Ahora bien, si ese debate puede ser más complejo, es interesante traer a la discusión un ensayo de George Steiner publicado en 2004. Se llama “La idea de Europa” y lo dedica a contar qué significa Europa para él, en qué momento se encuentra (crítico, sin dudas) y qué deberían hacer para salir adelante. Incluso, es interesante pensarlo si podemos preguntarnos qué idea tenemos de Argentina en este tiempo tan crucial, en el que, para algunos, se decide el futuro del país. 

Steiner dice que Europa son sus cafés, desde “el favorito de Pessoa en Lisboa hasta los de Odesa frecuentados por los gangsters de Isaak Bábel”. “Un lugar para la cita y la conspiración, para el debate intelectual y para el cotilleo, para el flâneur (el que callejea) y para el poeta o el metafísico con su cuaderno”. 

Para diferenciarlo del resto del mundo, lo compara con el café de la “cultura” estadounidense (el gran mal que asola el mundo según el escritor francés): “El bar americano es un santuario de luz tenue, incluso de oscuridad. Retumba con la música, muchas veces ensordecedora”. “Nadie escribe tomos sobre fenomenología en la mesa de un bar americano. Hay que pedir nuevas bebidas si uno quiere seguir siendo bienvenido, y hay 'gorilas' para expulsar a los no deseados”. Steiner cierra esa comparación diciendo: “Mientras haya cafés, 'la idea de Europa' tendrá contenido”. 

Europa, apunta, es también caminable. Fácil de recorrer, moldeada para la comodidad del caminante aunque uno se sorprenda con el Coliseo romano al girar en una esquina o la majestuosa catedral de San Sebastián en Viena, a la salida del subte. No hay selvas amazónicas, desiertos, ni interminables carreteras. Sus calles, además, llevan los nombres de poetas, inventores, filósofos y estadistas europeos, a diferencia de Estados Unidos, donde llevan los nombres de árboles (Pine, Maple, Oak, etcétera) o se identifican con números y orientaciones, como en Washington (8 West).

Steiner dice que hay en esa decisión europea de las calles, con sus monumentos y placas conmemorativas, una identificación con el pasado, el luminoso pero también el oscuro y terrorífico. Y esa es otra de las características de Europa.

“En una ciudad francesa, una placa dedicada a Lamartine, el más idílico de los poetas, tiene enfrente, al otro lado de la calle, una inscripción que deja constancia de la tortura y ejecución en 1944 de luchadores de la resistencia”. En Estados Unidos, en cambio, la cultura mira hacia adelante. “Su ideología ha sido la del amanecer y la futuridad”. “Cuando Henry Ford declaró que 'la historia es una estupidez', estaba ofreciendo una contraseña para la amnesia creativa, una capacidad de olvidar que avala una búsqueda pragmática de la utopía”, escribe.

Cuando Henry Ford declaró que “la historia es una estupidez”, estaba ofreciendo una contraseña para la amnesia creativa, una capacidad de olvidar que avala una búsqueda pragmática de la utopía

Esa ambigüedad que tiene Europa con el pasado, señala Steiner, dándole pie a la génesis de “la idea de Europa”, tiene su origen en una “primordial dualidad” que el pensador francés resume en la doble descendencia de Atenas y Jerusalén. Es decir, la descendencia de “la razón y de la fe, de la tradición que humanizó la vida, hizo posible la coexistencia social, desembocó en la democracia y la sociedad laica, y la que produjo los místicos, la espiritualidad y la santidad, y, también, la censura y el dogma, el fanatismo religioso, las cruzadas, las grandes carnicerías justificadas en nombre de Dios y la verdad religiosa”, resume muy bien Vargas Llosa en el prólogo del libro, que estuvo a su cargo. 

Hacia el final, Steiner se pregunta cómo salir adelante, y aunque la complejidad de la realidad lo supera (el reto demográfico, la economía, la teoría de la información, etcétera), rescata la necesidad de preguntarse por el alma europea; la obligación de la concordia frente a los nacionalismos y el odio étnico. Asegura, además, que no hay nada que amenace a Europa más que “la detergente marea de lo angloamericano, una marea que aumenta geométricamente, y los valores uniformes y la imagen del mundo que ese 'esperanto' devorador trae consigo”. “No es la censura política lo que mata”, concluye sobre el final de su ensayo, “es el despotismo del mercado de masas y las recompensas del estrellato comercializado”. 

La idea de una Argentina que gravita entre dos polos

No me animaría a pensar la idea de una Argentina que han hecho y harán otras personas. Pero sí —en una suerte de analogía—, a dejar algunas preguntas que ayuden a conversar sobre esa posible “idea”.

Toda esa dualidad que plantea Steiner entre Europa y Estados Unidos, ¿no se reproduce en Argentina? ¿Hacia dónde se inclina nuestro país? ¿Hacia el fanatismo extremo por todo lo que huela al dólar, las valijas repletas de ropa y productos electrónicos comprados en los “malls” de Miami, el viaje a Orlando y las playas de Miami Beach, o los viajes a Europa en busca de sus museos, sus calles con sus monumentos y placas conmemorativas, la comprensión de un recorrido histórico, político y social? 

¿Argentina reflexiona sobre su historia con la dictadura militar como última pieza del pasado más trágico y escalofriante de nuestro país o avanza ciegamente hacia un futuro desconectado en el que sólo importe resolver de una buena vez y como sea el caos económico, con su inflación eterna y una pobreza que no cede, aunque eso implique destruirse a cero sin saber qué chances existen de reconstruirse? 

¿Qué país somos? ¿El que apuesta a la ciencia y la filosofía para seguir pensándonos como sociedad y como nación, o el que entrega nuestro destino al dios mercado y el sistema financiero para que decidan por la vía de las consecuencias lo que seremos mañana? ¿En qué café nos sentaremos (para conversar, debatir, consultar el valor del dólar o encargar un producto online)? ¿Los bares porteños de ayer, en los que reflexionamos sobre nuestra identidad (criolla, mestiza, europea e indígena), o los de especialidad estandarizados y las cadenas globales con sello chino o estadounidense?

Las preguntas pueden ser muchas y diversas y el lector de este diario seguro ya se habrá hecho varias. Pero a modo de cierre, y por darle ese toque de actualidad necesario a todo artículo periodístico, ¿cómo quisiéramos que se desarrollara esta campaña electoral: como el “estrellato comercializado” que vemos a diario en los canales de noticias o será que alguien se lance en una apuesta extraña por preservar algún espacio público de discusión política razonable?

AF/JJD

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