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La incomodidad del legado de Menem

Carlos Menem y María Julia Alsogaray, ella fue funcionaria símbolo de la alianza con la UCeDé.

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La figura de Menem mete interferencias en algunos de los relatos que se impusieron en la última década. “La grieta” no sabe qué hacer con él. Fue un presidente peronista, pero se acomoda mal a la idea que los peronistas tienen hoy de sí mismos de haber sido siempre el partido de defensa de las clases bajas. Algunos lo solucionan fácil: fue una anomalía, un traidor. 

Por su parte, la derecha actual, que es liberal y antiperonista, no se decide a repudiarlo del todo. Algunos incluyen a Menem en los “70 años de peronismo” ominosos que habrían arruinado el país. Pero eso requiere olvidar que encabezó un gobierno que cumplió el sueño de los liberales de entonces. Por ese hecho, algunos lo reivindican y trasladan la culpa de la crisis de 2001, en cambio, a los gobiernos posteriores.  

La pertenencia de Menem al peronismo es indudable. Sólo fantasea lo contrario quien desprecia los hechos fácticos. Su ascenso político fue dentro del PJ y fue senador del PJ hasta su muerte. Toda una vida dentro del peronismo. Gobernó y tomó sus medidas más antipopulares contando con el apoyo del PJ, con poquísimas fisuras. El suyo fue un gobierno de derecha pro-empresarial y también peronista. A hacerse cargo. 

A los liberales locales también les toca. No hay la menor discusión respecto de la inspiración neoliberal de su programa económico. Todos lo consideraron así en su momento; los partidarios del neoliberalismo sólo comenzaron a tomar distancia luego del colapso de 2001. Si eso fuera prueba insuficiente, Menem gobernó tejiendo una alianza con Álvaro Alsogaray y con la UCeDé, la figura y el partido más importante del liberalismo argentino de la segunda mitad de siglo. Contó con el apoyo de todo el establishment local e internacional. Tuvo como ministros de economía a algunos de ellos, a grandes empresarios y el último fue Roque Fernández, un Chicago boy que venía de la Ucedé. Fue el mejor amigo de EEUU, el “mejor alumno” del FMI, y su modelo fue celebrado como el “milagro argentino” en las usinas liberales de todo el mundo. Fue un presidente peronista y también liberal. A hacerse cargo.

Sus dos mandatos significaron un parteaguas. No hubo presidente civil que causara un daño mayor, más profundo y más irreversible al país. Las privatizaciones, la reducción de protecciones arancelarias, la transferencia a los bancos de los recursos del sistema previsional, la destrucción de las agencias de regulación estatal del mercado, las facilidades para que empresarios y financistas movieran su capital sin controles, la erosión de los derechos laborales, la aprobación de la soja transgénica y el favorecimiento del modelo de agronegocios, el endeudamiento externo masivo: todo ello golpeó profundamente en la estructura de la sociedad. 

Cientos de miles de obreros, empleados, técnicos, pequeños industriales, comerciantes y pequeños propietarios rurales se vieron empobrecidos. El Conurbano bonaerense fue la zona que más padeció: en los años noventa desaparecieron allí 5.508 plantas industriales y, solo en el primer lustro, el sector manufacturero eliminó 200.000 puestos de trabajo. Para 1995, el desempleo y el subempleo alcanzaron el 33,8%. El empleo no registrado sufrió un gran aumento, pasando del 26,5% en 1990 al 35% en 1999. La duración de la jornada laboral tendió a aumentar, con frecuencia sin aumento de la remuneración. Todo lo que fuesen servicios estatales –en especial la salud y la educación públicas– sufrieron un profundo deterioro. Las políticas neoliberales acentuaron también las asimetrías regionales y la tendencia a la reprimarización de la economía.

Por supuesto que Menem tuvo algunos logros. El más destacado fue el fin de la inflación. También consiguió volver a poner en marcha el crecimiento de algunos sectores de la economía, gracias a lo cual entre 1991 y 1994 se redujo la tasa de pobreza al cerca del 30% (medido con la metodología actual del INDEC), mucho menos que en la crisis de 1989, pero igualmente muy por encima de sus niveles de los años setenta. Fue sin embargo una reducción de patas cortas. En 1995 volvió a disminuir el PBI y el deterioro se hizo evidente. Muchas firmas fueron a la quiebra y, entre las que quedaron en pie, se acentuó el proceso de extranjerización: las empresas de capital local, que facturaban el 56,6% de las ventas en 1994, pasaron a significar apenas el 30,3% cuatro años más tarde. A partir de 1998 la Argentina entró en caída libre. El desempleo alcanzó tasas astronómicas y los índices de pobreza e indigencia volvieron a acentuarse profundamente. El resto es historia conocida.

Luego de más de una década de neoliberalismo (anticipado por las políticas que ya había aplicado la dictadura), la Argentina había sufrido una transformación irreversible. El cambio que resume todos los cambios fue el del enorme crecimiento de la desigualdad. En la ciudad de Buenos Aires y su Conurbano, en el año 1974 el 10% más rico de la población contó con ingresos en promedio 12,3 veces mayores que los del 10% más pobre. Para octubre de 1989 –en vísperas de la asunción de Menem– la brecha ya había crecido a 23,1 veces. En mayo de 2002, durante el pico de la crisis generada por las políticas menemistas, la cifra trepó otro tanto: los más ricos ganaban entonces, en promedio, 33,6 veces más que lo que ganaba el 10% menos afortunado. Las clases altas habían conseguido apropiarse de una porción mucho mayor de la riqueza producida socialmente. Y debe tenerse en cuenta que estas cifras no permiten visualizar a la minoría de los “súper ricos”: si pudiéramos medir la brecha entre estos y los más pobres, el resultado sería mucho más impresionante. 

El mundo popular quedó devastado, sumido en la fractura, el desamparo y la violencia. Buena parte de los sectores medios se vio empobrecida. Los que ganaron fueron los grandes empresarios locales y transnacionales –sobre todo los que producían commodities–, los contratistas del Estado y, por supuesto, los sectores financieros, grupos que dieron a Menem un efusivo apoyo. De esa pesadilla la sociedad Argentina todavía no ha encontrado el modo de salir. 

La grieta que hoy nos embrutece nos invita a pensar que lo importante es la camiseta política que tiene el que gobierna. Que si es peronista, que si no. La incomodidad que produce el legado de Menem debería ayudarnos a recordar que, más que el signo partidario, lo que importa es la orientación de las políticas de quien esté al frente del gobierno. Y, sobre todo, los intereses de clase que se proponga servir. La camiseta, por sí sola, no es garantía de nada. 

EA

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