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Escala humana

Inmovilizados

A todos nos afecta este transporte en crisis.

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En el tren

“Por las razones que ya sabemos, no hay papel higiénico ni bidones. Tampoco hay coche comedor. Ni cápsulas de café nos dieron. No sabemos cómo será esta transición, pero vamos a tratar de mantener el servicio”. En menos de diez segundos el guarda condensa la situación de este tren, de todos los trenes, del país. No todos los pasajeros entienden pero ninguno pregunta. Así arranca el tercer viaje ferroviario del año desde Mar del Plata hasta Plaza Constitución, quizás el último que yo tome en mucho tiempo.

Con el cambio de Gobierno, la incertidumbre es la única certeza. Y en el transporte más aún. No sólo el de larga distancia, amenazado por los anuncios privatizadores y la demora en las designaciones. También en la movilidad local, cotidiana.

En el AMBA, los colectivos redujeron sus servicios hasta la mitad, mientras el boleto aumenta sin que se sepa hasta cuándo ni cuánto. Algunas líneas de la provincia dejan de circular por subsidios atrasados. Entretanto el Gobierno resucita las subas mensuales, los empresarios aventuran tarifas y los pasajeros no saben a quién de los dos mirar.

En la Ciudad de Buenos Aires, la línea D de subte cerró hasta el 17 de marzo por obras y no hay ningún plan de contingencia para los entre 75.000 y 95.000 pasajeros que cada día se quedan a pie. Tampoco se difunden en detalle los motivos por los que los trabajos exigen nada menos que 70 días de interrupción total. Del taladro se pasó a la motosierra y ahora la obra pública es mala palabra, se comunica poco, casi con culpa.

Pero volvamos a mi último viaje en tren. Todavía hay sol de tarde cuando llega al coche Daniela Ibarra. Lo sé porque se presenta con nombre, apellido y el orgullo de ser la primera mujer guarda trenes de larga distancia del país. Cuenta que arrancó a trabajar en el ferrocarril hace 17 años, que llegó a este puesto hace dos, que es importante que el servicio siga. Ahora sí los pasajeros entienden. Dos lagrimean. Un tercero epiloga: “Cuando me subí, pensé que ojalá este hijo de puta no nos saque los trenes”. La importancia del posesivo: no sacan simplemente los trenes, nos los sacan.

 

En la estación

Casi seis horas después, me bajo del tren en Plaza Constitución con intenciones de tomar el subte. Ya cerró. Recuerdo las propuestas de campaña de cierto candidato, que prometía servicio las 24 horas, un plan que ya podría haber presentado en su rol de legislador, pero acá estamos.

Quiero tomarme un colectivo, pero la app Cuándo Subo no anda. Así no tengo forma de saber cuánto hay que esperarlo. Mucho, si hay servicio reducido. No me animo a salir a Plaza Constitución a esa hora y aguardar con mis bártulos quién sabe hasta cuándo. Pido un Uber aunque cueste más que haber viajado desde Mar del Plata. El chofer llega, exige sólo efectivo y ante la negativa se retira. Mis valijas y yo volvemos al hall de la estación.

“Vas a tener que irte. En cinco minutos cerramos y esperar afuera con el celu no está bueno”, me advierte una empleada de limpieza, probablemente tercerizada, única representación del Estado en ese instante y lugar. Finalmente otro conductor de Uber llega, acepta mi tarjeta y me lleva.

 

En casa

Espero que este sea mi último gran gasto en transporte en un buen tiempo y pienso en cómo recorto de otro lado. Con el ramal ferroviario a Bahía Blanca aún frenado, viajar a Olavarría a ver a mi familia cuesta 28.000 pesos por tramo y lo descarto. Privilegio el home-office: con menos colectivos, una línea de subte interrumpida, boletos más caros y apenas un servicio por hora en mi tren habitual (el Belgrano Norte), planeo evitar moverme por trabajo, o agarrar la bici hasta en tramos largos, aunque la infraestructura ciclista ya no vaya a expandirse. Soy un ejemplo más entre millones. A todos nos afecta este transporte en crisis. Incluso al que puede pasarse al auto y sufre cada vez más congestión.

Al día siguiente, me hablan vía Twitter: una persona comenta un tuit mío del día anterior, en el que describo la falta de insumos en el tren para ilustrar la virtual anarquía que se adivina. “No me parece que lo que describís sea la generalidad de la situación”, escribe. “Mi tuit no pretende serlo”, contesto. Me agradece la aclaración y agrega: “Te puse eso porque pienso que más allá de todas las deficiencias que hay por corregir debería continuarse la recuperación de los trenes”.

Una respuesta así me recuerda que aclarar no siempre oscurece y a veces hasta es necesario. Que describir algo o criticarlo no implica que haya que barrerlo, sino mejorarlo. Lamento las concesiones vencidas, la falta de metropolitanos nocturnos, el esquema de larga distancia, la atomización de Trenes Argentinos. Del mismo modo, celebro los coches modernos, los ramales recuperados, los tramos de vía renovados y, en síntesis, los ferrocarriles reestatizados. Hace falta más, y no menos, Estado. ¿Quién otro puede controlar, racionalizar, distribuir y coordinar?

La privatización menemista se tradujo en pésimo servicio, desinversión fuerte, falta de control, mantenimiento al mínimo. Hubo que pagar más subsidios, no menos. Es la imposibilidad de planificar nuestra vida, en el mejor de los casos. Es una tragedia ferroviaria, en el peor.

Difícil saber hacia dónde nos movemos en este nuevo esquema político: los planes faltan, los rumores asustan y las certezas deprimen. Con el área degradada a Secretaría y un nuevo elenco desligado de la movilidad, algo es seguro: el transporte, que debería ser estrategia y desarrollo, hoy es más que nunca un botín.

KN/CRM

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